La
intemperada retórica anti-imperialista de Chávez no tiene
límites. Desde su cambio de padre o mejor dicho de
paradigma, desde su asunción como hijo putativo de Fidel, en
fin, desde que asumió una clara postura autocrática, o como
él dice revolucionaria o socialista, el calibre de su
lenguaje ha aumentado a niveles que rayan en lo inaudito. Su
discurso en la ONU, donde dijo haber conseguido un olor a
azufre, fue de tal calaña que no puede sino suponerse que lo
que quedó a su paso fue un olor a letrina. Ningún presidente
había utilizado un lenguaje tan soez, para decir tan poco.
Pero más
allá de lo puro sensorial, ¿qué busca o pretende obtener
Chávez?
La
jerigonza anti-imperialista que ha desatado este año se ha
concretado a nivel nacional en perifonear la conspiración
imperialista de los norteamericanos en Venezuela. Ella
aparece muy clara, se trata de los planes de magnicidio, de
desestabilización y apoyo a la “escuálida” oposición. Claro
que como no tiene sólidas pruebas, utiliza el dictum de que
“una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”,
como un retornello fidelista.
En lo
internacional su cruzada anti-imperialista, aunque ha
conseguido resonancia en países cuyos gobiernos resienten
las políticas norteamericanas, en especial cuando la
comparan con la jugosa chequera del líder de la revolución
bolivariana, no ha podido sino alinear públicamente a
gobiernos como los de Irán, Siria, Bielorrusia, Zimbabwe y
Cuba.
No hay duda
que, una de las ventajas del manejo de síndrome de la lucha
del débil frente al fuerte, David y Goliat, es que el débil
siempre gana: gana si gana y gana si pierde. Si gana las
elecciones en Venezuela, se las ganó a Bush y si las pierde
no es más que otro “zarpazo” imperialista contra la
revolución. Lo mismo se aplica al ambicionado puesto en
Consejo de Seguridad de las ONU. Así que hay que entender
que él usa el imperialismo como coartada.
Pero, esta
vez su intemperancia lo llevó a insultar al presidente de
los EE.UU. en lo personal, saliéndose de aquello que en
nuestras casas llamaban “educación”. La respuesta no hubo
que esperarla, pues amigos y enemigos de Bush salieron en su
defensa, así como la Unión Europea y muchos dirigentes
venezolanos y latinoamericanos que sintieron lo que llamamos
“pena ajena”.
Pero no es
apenar lo que busca el Líder, o Führer, como se dice en
alemán, sino ponerse al frente de la gran cruzada anti-imperialista
para pasar a la historia. El muchacho de Sabaneta le queda
muy pequeño este país, sus adversarios deben ser globales,
universales, mundiales. Ya no es el capitalismo contra el
comunismo, ni siquiera un socialismo del Siglo XXI contra el
neoliberalismo salvaje, ahora se monta en la cresta del más
grande conflicto que la tierra puede volver a tener, el
choque de civilizaciones: el Islam contra occidente. Habla
en árabe, ora en las mezquitas, sus mejores amigos son los
radicales musulmanes, es líder en Siria e irán y héroe de
Hezbola. Una nueva cruzada religiosa, o al menos telúrica,
parece haber preñado su ego.
Lo que él
no entiende, como los “viejos barriga verde”, es que no es
su perfil, su donaire, sus ideas, su “no se qua”, sino su
dinero lo que lo ha colocado en esa posición y que será
heredero de Castro y líder mundial de la izquierda
decimonona mientras él mantenga el control del petróleo de
los venezolanos.
El deber de
un gobernante e incluso de un “revolucionario” es su empeño
en crear las condiciones para la realización humana de su
gente. Para esto necesita facilitar el desarrollo de su
país, que la economía crezca y que sus frutos se distribuyan
de tal manera que todos y cada uno de sus ciudadanos pueda
dejar la pobreza y convertirse en seres libres, útiles y
productivos. Esto no es un argumento teórico, desde la China
revolucionaria hasta cada uno de los países Europeos y los
tigres asiáticos lo han comprendido. El problema no es el
imperialismo, es el desarrollo.
El
imperialismo y el subdesarrollo son conceptos que
independientemente de que tengan asideros reales, no están
en el vocabulario de los países en “vías de desarrollo” que
apuntan a competir y a derrotar a los EE.UU. como hegemón
mundial. Para Europa, Japón, China, India o los tigres
asiáticos tales conceptos no se convirtieron en el leitmotiv
de sus políticas de desarrollo, ni se han planteado un
enfrentamiento político y ni por supuesto militar con USA.
Ellos confrontan al “imperialismo” no políticamente, sino
económicamente, al menos por ahora. Pero para esto hay que
poner un país a producir, a ser un emporio económico y esto
es justamente el talón de Aquiles del proyecto chavista. Su
experimento socio-económico ha fracasado y sólo subsiste por
la contingencia petrolera.
Por esto,
su incapacidad de poder guiar a Venezuela por el camino del
desarrollo productivo y del mejoramiento autosustentable de
las condiciones de vida de la población, y su autoritarismo
militarista, tienen que ser encubiertos detrás de la lucha
ideológica anti-imperialista. Pretende encubrir su fracaso
como gobernante detrás de un liderazgo mundial, ahora soez,
que no reporta nada positivo, ni para Venezuela ni para el
mundo. Sólo su ego, la fe atávica de una tarifada izquierda
decimonónica y los precios del petróleo mantienen su
liviandad histórica.