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El imperialismo como coartada
por Alfredo Michelena
sábado, 23 septiembre 2006

 

La intemperada retórica anti-imperialista de Chávez no tiene límites. Desde su cambio de padre o mejor dicho de paradigma, desde su asunción como hijo putativo de Fidel, en fin, desde que asumió una clara postura autocrática, o como él dice revolucionaria o socialista, el calibre de su lenguaje ha aumentado a niveles que rayan en lo inaudito. Su discurso en la ONU, donde dijo haber conseguido un olor a azufre, fue de tal calaña que no puede sino suponerse que lo que quedó a su paso fue un olor a letrina. Ningún presidente había utilizado un lenguaje tan soez, para decir tan poco.

Pero más allá de lo puro sensorial, ¿qué busca o pretende obtener Chávez?

La jerigonza anti-imperialista que ha desatado este año se ha concretado a nivel nacional en perifonear la conspiración imperialista de los norteamericanos en Venezuela. Ella aparece muy clara, se trata de los planes de magnicidio, de desestabilización y apoyo a la “escuálida” oposición. Claro que como no tiene sólidas pruebas, utiliza el dictum de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, como un retornello fidelista.

En lo internacional su cruzada anti-imperialista, aunque ha conseguido resonancia en países cuyos gobiernos resienten las políticas norteamericanas, en especial cuando la comparan con la jugosa chequera del líder de la revolución bolivariana, no ha podido sino alinear públicamente a gobiernos como los de Irán, Siria, Bielorrusia, Zimbabwe y Cuba.

No hay duda que, una de las ventajas del manejo de síndrome de la lucha del débil frente al fuerte, David y Goliat, es que el débil siempre gana: gana si gana y gana si pierde. Si gana las elecciones en Venezuela, se las ganó a Bush y si las pierde no es más que otro “zarpazo” imperialista contra la revolución. Lo mismo se aplica al ambicionado puesto en Consejo de Seguridad de las ONU. Así que hay que entender que él usa el imperialismo como coartada.

Pero, esta vez su intemperancia lo llevó a insultar al presidente de los EE.UU. en lo personal, saliéndose de aquello que en nuestras casas llamaban “educación”. La respuesta no hubo que esperarla, pues amigos y enemigos de Bush salieron en su defensa, así como la Unión Europea y muchos dirigentes venezolanos y latinoamericanos que sintieron lo que llamamos “pena ajena”.

Pero no es apenar lo que busca el Líder, o Führer, como se dice en alemán, sino ponerse al frente de la gran cruzada anti-imperialista para pasar a la historia. El muchacho de Sabaneta le queda muy pequeño este país, sus adversarios deben ser globales, universales, mundiales. Ya no es el capitalismo contra el comunismo, ni siquiera un socialismo del Siglo XXI contra el neoliberalismo salvaje, ahora se monta en la cresta del más grande conflicto que la tierra puede volver a tener, el choque de civilizaciones: el Islam contra occidente. Habla en árabe, ora en las mezquitas, sus mejores amigos son los radicales musulmanes, es líder en Siria e irán y héroe de Hezbola. Una nueva cruzada religiosa, o al menos telúrica, parece haber preñado su ego.

Lo que él no entiende, como los “viejos barriga verde”, es que no es su perfil, su donaire, sus ideas, su “no se qua”, sino su dinero lo que lo ha colocado en esa posición y que será heredero de Castro y líder mundial de la izquierda decimonona mientras él mantenga el control del petróleo de los venezolanos.

El deber de un gobernante e incluso de un “revolucionario” es su empeño en crear las condiciones para la realización humana de su gente. Para esto necesita facilitar el desarrollo de su país, que la economía crezca y que sus frutos se distribuyan de tal manera que todos y cada uno de sus ciudadanos pueda dejar la pobreza y convertirse en seres libres, útiles y productivos. Esto no es un argumento teórico, desde la China revolucionaria hasta cada uno de los países Europeos y los tigres asiáticos lo han comprendido. El problema no es el imperialismo, es el desarrollo.

El imperialismo y el subdesarrollo son conceptos que independientemente de que tengan asideros reales, no están en el vocabulario de los países en “vías de desarrollo” que apuntan a competir y a derrotar a los EE.UU. como hegemón mundial. Para Europa, Japón, China, India o los tigres asiáticos tales conceptos no se convirtieron en el leitmotiv de sus políticas de desarrollo, ni se han planteado un enfrentamiento político y ni por supuesto militar con USA. Ellos confrontan al “imperialismo” no políticamente, sino económicamente, al menos por ahora. Pero para esto hay que poner un país a producir, a ser un emporio económico y esto es justamente el talón de Aquiles del proyecto chavista. Su experimento socio-económico ha fracasado y sólo subsiste por la contingencia petrolera.

Por esto, su incapacidad de poder guiar a Venezuela por el camino del desarrollo productivo y del mejoramiento autosustentable de las condiciones de vida de la población, y su autoritarismo militarista, tienen que ser encubiertos detrás de la lucha ideológica anti-imperialista. Pretende encubrir su fracaso como gobernante detrás de un liderazgo mundial, ahora soez, que no reporta nada positivo, ni para Venezuela ni para el mundo. Sólo su ego, la fe atávica de una tarifada izquierda decimonónica y los precios del petróleo mantienen su liviandad histórica.

 
 
 
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