El
embajador de Venezuela ante la ONU, Francisco Arias
Cárdenas, declaró que la contienda por el puesto no
permanente en el Consejo de Seguridad, "deja una gran
lección". Pero en vez de reflexionar sobre los errores de la
Cancillería bolivariana, se dedica a glosar la lección que
debe aprender el “imperialismo norteamericano” frente a la
estoica resistencia de”David”.
Quizás el comandante Cárdenas no sabe,
pues no es su área de competencia, la cantidad de veces que
los EE.UU. han perdido votaciones y posiciones en las NN.UU.,
en la Asamblea General y en los diversos Consejos de la
organización, llegando a perder, recientemente, su
ininterrumpida membresía en la antigua Comisión de Derechos
Humanos.
Tampoco ha entendido el
gobierno boliviano que esa no es la arena para luchar contra
el imperialismo. Los países subdesarrollados que se han
planteado competir y derrotar a los EE.UU. como hegemón
mundial, no han creado un espectáculo circense sino que han
puesto todo su esfuerzo en un desarrollo económico
“capitalista”, que les ha permitido no sólo igualarse sino
superar a Norteamérica en muchas áreas. Los EE.UU. han
tenido que irse incorporando a agrupaciones económicas y
comerciales donde tienen que negociar y ceder posiciones;
organizaciones donde nadie ejerce el derecho a veto y deben
aceptar decisiones supranacionales que se le imponen- a modo
de una derrota- como ya sucedió cuando Venezuela le “ganó” a
los norteamericanos en la OMC-caso de
la Gasolina Reformulada-, sin hacer tanta alharaca.
La primera lección que debe aprender la
Cancillería Bolivariana, es que no se puede avanzar en las
relaciones internacionales sin profesionalismo, con puro
voluntarismo. El nuevo funcionariado revolucionario de la
Casa Amarilla no entiende el mundo de la diplomacia, y asume
una actitud sectaria que, al igual que en lo interno, quiere
imponerse, comprar o atropellar, olvidando que la esencia de
la diplomacia es la negociación.
La segunda lección es que, no se puede
ser voluntarista o improvisador e inventar en el camino una
política y decidir, sin base alguna, un objetivo. En
diplomacia, en especial en el mundo multilateral, los
objetivos se consiguen por momentos incrementales, con un
trabajo de años y no con base a ocurrencias provenientes de
noches de insomnio. Si se quiere derrotar a los EE.UU., como
a menudo sucede en este foro, haga su trabajo con calma, sea
oportuno y constante, avance en cada pequeño paso y evite
ser derrotado, en especial en público.
Tercero, el objetivo de las
Cancillerías no es enfrentar al enemigo y batirse “rodilla
en tierra” para derrotarlo, como lo deben hacer los
ejércitos. El objetivo de las Cancillerías es avanzar los
intereses de los países por medios diplomáticos, es decir
creando alianzas y evitando enemistades, para lograr
posiciones de influencia con base al respeto y al
reconocimiento. Independientemente de lo que se piense, se
debe mantener la altura y dignidad en el lenguaje por
respeto al país que se representa y a los demás; atacar al
imperialismo es una cosa, insultar públicamente al
presidente de otro país, donde uno es huésped, es otra. Si
quiere avanzar, sume no reste.
En fin, la diplomacia bolivariana, que
tampoco pudo ingresar recientemente al Consejo de Derechos
Humanos, no perdió porque “el imperio” es poderoso, sino
porque no supo hacer su trabajo, improvisó y no calculó su
fuerza real, sino pregúntenle a Cuba que lleva años
impidiendo que los EE.UU. la condene por violación de
Derechos Humanos, con relativo éxito. Esta es la lección que
humildemente debe aprender la “revolución”, sino se seguirá
derrotando a si misma.
PS. La derrota “sólo” costó US $ 1.300
millones. ¿Cuánto costará aprender?