Aunque
la Constitución que creó la República Bolivariana de
Venezuela, reconoció una vieja política de Estado, al
privilegiar las relaciones de cooperación e integración con
Iberoamérica, y estableció como norte la construcción de una
política común latinoamericana, nuestro presidente ha
preferido ingresar en otros clubes muy diferentes.
Primero, nos ha alejado de los países
bolivarianos. Hemos renunciado, para combatir al
“imperialismo norteamericano”, a años de esfuerzo y trabajo
invertidos en nuestra experiencia integracionista con
pueblos con los que compartimos una historia, una economía y
una cultura.
Nos hemos apartado de nuestros aliados
naturales, incluso por razones de contigüidad, para probar
suerte en otra parte de Latinoamérica. Es más, a juzgar por
este último periplo, Venezuela está afanosamente aliándose
con grupo de países no sólo muy retirados geográficamente
sino muy alejados de la “comunidad democrática de naciones”.
Más allá de que, en su afán de obtener
un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, no ha
buscado el consenso latinoamericano, las muy onerosas
estrategias bolivarianas nos están llevando muy lejos de
nuestro continente, de nuestra historia y de nuestra cultura
occidental. Ahora nuestras alianzas estratégicas están
Africa, Asia y el Medio Oriente.
En este último envión, ha declarado
Ad Nauseam su pretensiones de concretar alianzas
antiimperialistas. Chávez confunde el lineamiento
constitucional de la “democratización de la sociedad
internacional” con una cruzada anti-norteamericana que no ha
conseguido eco en potencias tan importantes, como Rusia,
China y Vietnam. Ellos han callado pues consideran
fundamental para su inserción en un mundo globalizado y en
el comercio con EE.UU.
También visitó a Bielorrusia - “la
última dictadura de Europa”- e Irán y Siria. Allí repitió su
retórica anti-norteamericana y antisemita. Tomó el lado
anti-israelí en un conflicto donde la diplomacia de Estado
venezolana siempre había abogado por una solución pacífica
concertada. No solo por nuestra vocación pacifista sino
porque una parte importante de nuestra población tiene
fuertes vínculos con esas culturas y religiones. Hoy día, la
revolución bolivariana nos ha arrastrado a ser parte del
conflicto al cerrar filas con Irán, Siria y Hezbolá. Y para
complicar aún más el panorama nos colocamos,
inconstitucionalmente y junto a Siria y Cuba, a favor del
desarrollo nuclear iraní que ha sido considerado peligroso
por la comunidad internacional y que pudiera propiciar un
explosivo rearme nuclear en la región.
Estos son gobiernos totalitarios,
autoritarios o al menos muy fuertes, donde la defensa de los
derechos humanos y las libertades fundamentales no son parte
fundamental de la agenda, y la sociedad civil y la libertad
económica están controladas por el gobierno, por decir lo
menos.
Al definir como su objetivo estratégico
“la guerra sin cuartel contra el imperialismo norteamericano
y sus lacayos”, Chávez ha olvidado olímpicamente los
dictámenes de política internacional establecidos en la
Constitución que él insistió en promulgar. Allí se habla de
“promover la cooperación pacífica entre las naciones, de
impulsar y consolidar la integración latinoamericana de
acuerdo con el principio de no intervención y
autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e
indivisible de los derechos humanos, la democratización de
la sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio
ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio
común e irrenunciable de la humanidad”.
A Chávez parece importarle un bledo la
Constitución. Lo que quiere es que sus nuevos “amigos” y
“aliados” lo apoyen, o al menos se mantengan neutrales,
frente a su pretensión de terminar de imponer su atrasado
modelo autoritario y totalitario de socialismo del Siglo XXI,
si logra ganar las próximas elecciones presidenciales, en
una Venezuela donde él controla todos los poderes públicos.