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Una política internacional inconstitucional
por Alfredo Michelena
lunes, 4 septiembre 2006

 

Aunque la Constitución que creó la República Bolivariana de Venezuela, reconoció una vieja política de Estado, al privilegiar las relaciones de cooperación e integración con Iberoamérica, y estableció como norte la construcción de una política común latinoamericana, nuestro presidente ha preferido ingresar en otros clubes muy diferentes.

Primero, nos ha alejado de los países bolivarianos. Hemos renunciado, para combatir al “imperialismo norteamericano”, a años de esfuerzo y trabajo invertidos en nuestra experiencia integracionista con pueblos con los que compartimos una historia, una economía y una cultura.

Nos hemos apartado de nuestros aliados naturales, incluso por razones de contigüidad, para probar suerte en otra parte de Latinoamérica. Es más, a juzgar por este último periplo, Venezuela está afanosamente aliándose con grupo de países no sólo muy retirados geográficamente sino muy alejados de la “comunidad democrática de naciones”.

Más allá de que, en su afán de obtener un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, no ha buscado el consenso latinoamericano, las muy onerosas estrategias bolivarianas nos están llevando muy lejos de nuestro continente, de nuestra historia y de nuestra cultura occidental. Ahora nuestras alianzas estratégicas están Africa, Asia y el Medio Oriente.

En este último envión, ha declarado Ad Nauseam su pretensiones de concretar alianzas antiimperialistas. Chávez confunde el lineamiento constitucional de la “democratización de la sociedad internacional” con una cruzada anti-norteamericana que no ha conseguido eco en potencias tan importantes, como Rusia, China y Vietnam. Ellos han callado pues consideran fundamental para su inserción en un mundo globalizado y en el comercio con EE.UU.

También visitó a Bielorrusia - “la última dictadura de Europa”- e Irán y Siria. Allí repitió su retórica anti-norteamericana y antisemita.  Tomó el lado anti-israelí en un conflicto donde la diplomacia de Estado venezolana siempre había abogado por una solución pacífica concertada. No solo por nuestra vocación pacifista sino porque una parte importante de nuestra población tiene fuertes vínculos con esas culturas y religiones. Hoy día, la revolución bolivariana nos ha arrastrado a ser parte del conflicto al cerrar filas con Irán, Siria y Hezbolá. Y para complicar aún más el panorama nos colocamos, inconstitucionalmente y junto a Siria y Cuba, a favor del desarrollo nuclear iraní que ha sido considerado peligroso por la comunidad internacional y que pudiera propiciar un explosivo rearme nuclear en la región.

Estos son gobiernos totalitarios, autoritarios o al menos muy fuertes, donde la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales no son parte fundamental de la agenda, y la sociedad civil y la libertad económica están controladas por el gobierno, por decir lo menos.

Al definir como su objetivo estratégico “la guerra sin cuartel contra el imperialismo norteamericano y sus lacayos”, Chávez ha olvidado olímpicamente los dictámenes de política internacional establecidos en la Constitución que él insistió en promulgar. Allí se habla de “promover la cooperación pacífica entre las naciones, de impulsar y consolidar la integración latinoamericana de acuerdo con el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e indivisible de los derechos humanos, la democratización de la sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e irrenunciable de la humanidad”.

A Chávez parece importarle un bledo la Constitución. Lo que quiere es que sus nuevos “amigos” y “aliados” lo apoyen, o al menos se mantengan neutrales, frente a su pretensión de terminar de imponer su atrasado modelo autoritario y totalitario de socialismo del Siglo XXI, si logra ganar las próximas elecciones presidenciales, en una Venezuela donde él controla todos los poderes públicos.

 
 
 
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