Hace
ya más de tres siglos, Thomas Hobbes planteaba que el
fundamento del Estado se relacionaba con la necesidad de los
seres humanos de abandonar el estado de naturaleza. Este
último sería una situación de guerra de todos contra todos,
la cual haría imposible el establecimiento de sociedades
organizadas, prósperas y en que reinara la convivencia
pacífica. Un siglo después Immanuel Kant, a quien se debe
la concepción moderna de dignidad humana, sostendría que el
Estado permite a los hombres tener seguridad en el respeto
de sus derechos y de su propiedad, protegiéndolos de la
violencia de los otros.
Estas
reflexiones de dos de los más influyentes pensadores en la
historia occidental, permiten aproximarse a uno de los
problemas fundamentales que enfrenta nuestra sociedad hoy,
el cual ha sido peligrosamente subestimado: la
delincuencia. En nuestro país esta se extiende como un
cáncer, sin aplicarse por la autoridad medidas concretas
para contenerla. Lejos de eso, lo que está ocurriendo es un
proceso de adaptación a una realidad cada vez más violenta,
sin percatarnos de los gérmenes nefastos que ello incuba en
el tejido social, ni de los efectos perniciosos para
nuestras pretensiones de lograr un desarrollo económico
transversal.
Un breve vistazo
a la realidad de la región resulta tan esclarecedor como
inquietante.
En América
Latina hay más de 2,5 millones de guardias privados y sólo
en Río de Janeiro, por mencionar alguna ciudad emblemática,
133 policías son asesinados anualmente– más que en todo
EEUU -. A esto se agrega una tasa de
homicidios de 27,5 víctimas por cada 100 mil habitantes,
contra 22 en África y 1 en los países industrializados.
Contamos además con el 75% de los secuestros cometidos
anualmente a nivel mundial teniendo apenas un 8% de la
población del planeta.
Somos en
definitiva, la región más violenta del mundo.
En Europa y
EE.UU. existe un verdadero temor de que la explosión de la
delincuencia en Latinoamérica genere un fenómeno de
africanización regional. Es decir, una desintegración social
a tal escala que haga imposible la gobernabilidad de los
distintos países incrementando la inseguridad y la fuga de
capitales.
Así las cosas,
nosotros como latinoamericanos no debemos subestimar el
peligro que implica el continuo aumento de la criminalidad
en Chile. No podemos creernos los suizos o ingleses de
Sudamérica, como si fuéramos caso aparte
El fenómeno
delictivo implica un proceso de deterioro sistemático,
progresivo y difícil de revertir, generando en ocasiones
tales niveles de erosión institucional, que el Estado como
lo conocemos desaparece.
La convivencia
pacífica es entonces la principal razón que justifica la
existencia del Estado, pues sin ella, como sostuvo Hobbes,
es la estructura de la sociedad misma la que se ve jaqueada.
Pero además en la medida en que el Estado no protege a la
población de la violencia de otros como exigía Kant, regresa
la autotutela como mecanismo de resolución de conflictos. Y
la razón es obvia: si los individuos renunciamos al uso de
la fuerza otorgando su monopolio al Estado es porque
confiamos en que este la aplicará para garantizarnos la
seguridad. En consecuencia, si el Estado no cumple con ese
requisito mínimo, las personas se ven en la necesidad de
hacerlo recuperando la administración de la violencia.
Es hora de
aumentar los costos de cometer delitos fundamentalmente por
la vía de un incremento en la probabilidad de la aplicación
de castigos para quien delinque. Esto requiere de una
urgente revisión al sistema procesal penal, el que fue
diseñado concibiendo al eventual delincuente como una
víctima del poder punitivo del Estado. Debemos diseñar un
sistema acorde a nuestra realidad social, que no es ni la de
Suiza ni la de Inglaterra.
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Axel
Kaiser, Investigador asociado Área de Análisis del
Entorno Empresarial, Escuela de Postgrado, Facultad de
Economía y Empresa Universidad Diego Portales. |