Con
una ingenuidad sólo explicable por el desconocimiento – o
quizás la mala fe -, un importante sector de políticos y
analistas de nuestro país han subestimado la peligrosidad
que el intervensionismo de Chávez en la región implica para
Chile. Parecen no entender de qué se trata de un gobernante
con vocación totalitaria, expansionista y que para empeorar
las cosas está lleno de dólares.
Un golpe de
estado fallido en 1992; la destitución de la Corte Suprema y
su integración con partidarios del régimen en el año 2000;
denuncias de violaciones a DD.HH por organizaciones como
Human Rights Watch; la declaración de inconstitucionalidad
de la propiedad privada sobre la tierra (Art. 307 de la
nueva Constitución); la consolidación de milicias civiles
armadas para la defensa de la revolución; el establecimiento
de delitos con pena de cárcel para quien ofenda al
presidente (Art. 147 del nuevo Código Penal) y una reforma
constitucional programada para permitir la reelección
indefinida del presidente son argumentos de sobra para
entender de quien estamos hablando. Así es la democracia “a
la Chávez” tan admirada por políticos socialistas y algunos
intelectuales afines. Pero por si no resulta suficiente
recordemos los pactos de Chávez con grupos violentistas como
las FARC de Colombia, los Piqueteros de Argentina, los Sin
Tierra en Brasil y con movimientos indigenistas en Bolivia,
Ecuador y Perú. Nada de raro tendría que incluso en Chile
existiera una intromisión de esa naturaleza en desarrollo.
Es más, la lógica indica que ya debiera existir, de hecho la
rearticulación de ciertos grupos antisistémicos podría ser
una expresión de ello. No debemos olvidar que Chávez ha
declarado públicamente su intención de destruir el eje
Santiago- Bogotá- Washington, donde Chile representa la
alternativa “neoliberal” exitosa que debe ser quebrada para
consolidar así el proyecto revolucionario bolivariano. Es
una payasada pensará razonablemente usted. Pero basta ver
los casos de México, Perú y Bolivia para entender que el
tema es en serio.
Es comprensible
entonces el rechazo de la DC a cualquier acercamiento
amistoso con el líder venezolano. Porque aquí hay de fondo
fundamentalmente una cuestión de principios, y para ser
francos en esa materia la Concertación se asemeja cada vez
más a un Frankinstein político: un cuerpo contrahecho cuya
atrofia y desincronización es evidente, pero que sin embargo
continúa siendo funcional a sus fines.
Y así, el apoyo
del PS se explica por la razón contraria: Chávez revivió de
golpe esa fantasía de un modelo alternativo con su
socialismo del siglo XXI, resucitando lo que con la caída
del muro de Berlín parecía sepultado definitivamente. Pero
además ha sabido, con su insolencia y una gracia de la cual
carece Fidel, canalizar el antinorteamericanismo que
históricamente ha caracterizado a ese sector. Así es, se
trata de una compleja cuestión de hermandad ideológica. Y
eso quizás es lo peor que nos podría pasar, porque significa
que el intervensionismo de Chávez – vaya ironía- está
entrando por la alfombra roja a nuestro país.
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Axel
Kaiser, Investigador asociado Área de Análisis del
Entorno Empresarial, Escuela de Postgrado, Facultad de
Economía y Empresa Universidad Diego Portales. |