Dentro
de las múltiples observaciones que formuló Francis Fukuyama
en su visita a nuestro país hay una en particular que pasó
bastante desapercibida, pero que refleja la esencia del
desafío que enfrenta Chile en su camino hacia el desarrollo.
Sostuvo Fukuyama
que Chile se encuentra en un punto en que debe optar por uno
de dos modelos de desarrollo: el de la mayor libertad
económica, que caracteriza al modelo norteamericano, o el de
un mayor énfasis en la protección social al estilo de los
sistemas europeos continentales. En palabras más simples:
entre un modelo con un Estado grande u otro con un Estado
restringido. La observación, sin duda relevante, demuestra
sin embargo cierta falta de conocimiento sobre la realidad
chilena actual. En efecto, hace ya varios años – dieciséis
para ser exactos- que en Chile viene construyéndose una
especie de sistema de bienestar, el que en nuestro caso, a
diferencia de los europeos, solo beneficia- en forma
bastante deficiente por lo demás- a la parte más
desfavorecida de de la población. Pero Fukuyama advirtió
además sobre los peligros que implica el modelo de bienestar
europeo, recordando que este atraviesa hoy por una crisis
mayor.
No es necesario
ir a Alemania o Francia para apreciar el deterioro derivado
de la expansión desmedida del Estado. Basta echar un vistazo
a nuestro país. En una coyuntura económica histórica por los
altos precios de los comodities y el buen desempeño de la
economía mundial, el nivel de crecimiento de nuestra
economía es algo menos que mediocre. La razón es muy
sencilla: demasiados impuestos y demasiadas regulaciones, es
decir, demasiado Estado. Ya lo advirtió Bastiat hace más de
150 años: “en rigor el Estado puede tomar y no dar, lo cual
se explica por la naturaleza porosa y absorbente de sus
manos que retienen siempre una parte, y a veces la totalidad
de lo que ellas tocan”. Agregando luego una reflexión que ni
el más elemental sentido común podría discutir: “lo que no
se ha visto jamás ni jamás se verá e incluso no se puede
concebir es que el Estado dé al público más de lo que ha
tomado”. Es tan simple como eso. No importa que tan
sofisticado sea el sistema diseñado ni cuan genial se
requiera ser para concebirlo, siempre el diseño estatal será
una carga y si no se le restringe termina por parasitar a la
sociedad entera restándole dinamismo, absorbiendo sus
energías e incluso reduciendo sus espacios de libertad.
Ese es el
problema en el Chile de hoy. Nosotros, sin haber logrado
acercarnos seriamente al desarrollo pretendemos el lujo
borbónico de tener un Estado grande y que para agravar las
cosas no funciona ni a la francesa ni a la alemana, sino a
la chilena.
Mientras la
tendencia mundial - incluida Europa- es la flexibilidad y la
reducción del Estado, nosotros seguimos el camino inverso.
Lo cierto es que no existe posibilidad de convertirnos en un
país desarrollado por esa vía. Es necesario retornar a los
fundamentos de aquello que nos convirtió en ejemplo para
Latinoamérica y caso de estudio para el mundo entero. Los
mismos principios que hoy aplican naciones como India y
China que ya se nos adelantaron - por lo menos
estratégicamente- en la carrera hacia el desarrollo.
No debemos
engañarnos. Tengámoslo claro: el funcionamiento libre del
mercado es el único motor posible para un progreso económico
real. Es el único factor en la historia de la humanidad que
ha enriquecido a las sociedades permitiéndoles mejorar sus
condiciones de vida. El resto es música.
Hay quienes
sugieren que Chile ya perdió la oportunidad convertirse en
el primer país latinoamericano en conquistar el desarrollo,
que después de todo y a pesar de ciertos destellos no somos
tan distintos del resto de nuestros vecinos.
Es de esperar que se trate de pesimismo infundado, pero una
cosa es clara: nuestra opción es ahora.
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Investigador del Centro de Estudios Estratégicos Alexis
de Tocqueville, programa Chile. |