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La
Famosa
Ayuda
Internacional
por Alberto Franceschi
viernes,
12
septiembre
2003
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Definitivamente
son más las cosas que se callan comparadas a las que uno se
atreve a escribir, y me cuento entre los que más trasgreden
el hábito entre los políticos de "ser prudentes". Me obligo
a hablar del tema porque forma parte de lo que puede
convertirse en el centro de nuestras discusiones y de
complicados problemas tácticos, a la hora cercana de
definiciones y de dirimir en las calles quien gobierna este
país en los próximos meses. Sin más vueltas quiero compartir
una visión sobre la famosa ayuda internacional en las que
tantos depositan sus esperanzas para salir del parrandero,
como se definió a si mismo hace pocos días.
Lamento mucho no compartir la opinión mayoritaria pero creo
que la intervención foránea sólo puede acarrearnos
divisiones aún más acentuadas y heridas más profundas en el
cuerpo de la nación. El parlanchín ya anda enfundado en el
traje desgarrado de la soberanía ofendida maldiciendo a los
cuatro vientos contra el imperialismo y sobre la planta
insolente del extranjero que mancilla el suelo de la patria
herida y otras sandeces cuarto mundistas. Y aunque no se
perciba así, por ahora, entramos al pisar ese terreno de
simplismos patrioteros en el camino, casi sin retorno, de la
confrontación interna abierta, física, ojalá evitable.
La motivación chauvinista es el último recurso, pero
lamentablemente quizá el más eficaz para que el orate
galvanice sus fuerzas y logre recuperar un poco del terreno
ya perdido, porque entramos en las arenas movedizas de la
irracionalidad colectiva. Si la oposición quiere conservar
el control de nuestro propio proceso de emancipación, que se
aparte drásticamente de la supuesta fácil opción de meter a
los EEUU en nuestro lío interno. Si el locario no da más
opciones entonces resignémonos a estas fatalidades, pero
sepamos que el costo es altísimo.
Veamos algunos complejos escenarios. La guerra en nuestra
frontera, con el Plan Colombia a millón, generaría una
presión bélica infinitamente mayor que la que empleó Reagan
con los Contras desde Honduras para reventar a los
sandinistas, obligados luego a entregar el poder. El
escenario, nada fantasioso, de una secesión zuliana con
pedimento de protección de Cascos Azules de la ONU, que
resguarde su fidelidad a la República de Venezuela pero que
se separa del Estado Forajido chavista. Chávez puede
terminar provocando esto. Tal eventualidad confrontará a
nuestros timoratos oficiales militares a un perspectiva
extrema generada por su servilismo a un régimen que causará
la disolución nacional. Pueden incluso vaticinarse
escenarios del estilo de una operación tipo Panamá contra
Noriega y su guardia pretoriana, si nuestras FFAA se ponen
cómicas y se hacen chavistas. Operaciones militares
quirúrgicas tipo Grenada contra Bishop y sus soldados
cubanos disfrazados de obreros de la construcción, aunque
con riesgos mucho mayores porque esto no es una islita
caribeña. Todo fin abrupto, en términos militares, del
régimen chavista deberá imaginar secuelas más o menos
prolongadas de violencia terrorista urbana y/o guerrillera
de frontera aunque de peligrosidad limitada.
Quizá estimen suficiente presionar mucho menos que eso. Un
bloqueo financiero, un bloqueo o embargo comercial o
petrolero, desde USA pueden sobrevenir luego de una guerra
diplomática precedida o acompañando esas represalias
comerciales. Sin necesidad incluso de llegar al extremo de
lo militar, este atarantado podría aprender en días como le
pueden mear desde la megapotencia su estupidez fanfarrona de
que pelearíamos hasta el final por la supuesta soberanía
ofendida.
Pero CUIDADO ese es el terreno en que Chávez quiere y en el
que puede chapotear y hasta revolotear en su trama teatral
final, trágica para sus seguidores y enaltecida para él,
pues busca huir, a su ansiado paso a la historia junto al
Cabito Cipriano Castro a quien llevó al Panteón Nacional no
por casualidad.
Chávez quiere un escenario que esté a la altura del cerro de
bolserías épicas con las que envenenó el cerebro de sus
conmilitones depredadores y al sector humilde de mano
extendida que convino calarse esa discurseadera para ver si
al final el hombre pagaba con alguna ayudita, un alivio, una
esperanza de solución a las multiplicadas privaciones.
No podemos oponer nuestra lealtad con la democracia del
norte, al perruno servilismo de Chávez al régimen castrista.
Ese es un falso dilema. El tirano de La Habana resolvió unir
su suerte depauperada a nuestros dólares petroleros que el
enajenado Silbón de Sabaneta le regala como si fuera de su
peculio, y peor aún, para financiar el operativo de
propaganda en nuestros barrios, con sus espías, sus
enfermeros y alfabetizadores que ayudando a gente humilde la
atornillan a la defensa del régimen.
Chávez está hoy en 20 % según las encuestadoras que todos
estos años le confirieron una aceptación que nunca bajaba
del 30 %. Yo creo que 20 % es todavía un alto porcentaje de
venezolanos si nos debatimos más allá del terreno electoral.
El jefe de un gobierno con recursos de chantaje tan
importantes a su disposición, puede generar no pocas
desgracias.
No sé si podamos ya evitarlas, pero es bueno que se sepa que
no estamos transitando un sendero acolchado de rosas hasta
el Referéndum Revocatorio y más allá. Si asumimos que todo
se reduce a unos escarceos jurídico-institucionales y de
enmarañados debates, en torno a la validez o no de las
firmas, por ejemplo, estamos asumiendo de hecho la
posposición del final del gobierno malandroso.
Si la oposición ampliamente mayoritaria quiere salir ya del
locario, porque estamos obstinados de su estupidez
gobernante, entonces la validez de las firmas es el casus
belli.
Diferir la confrontación puede incluso ser contraproducente.
Porque si el gobierno produce la ruptura de la tregua
constitucional que nos da el Referéndum, aspirará que
nuestras alternativas queden enganchadas al improbable 2006,
mediada por fraudes intermedios con migajas para la
oposición camburera.
Pero si la gran mayoría se mantiene, con el arma del
revocatorio en la mano y a su favor, y decide aceptar el
tres a dos que el muchachón de Iván Rincón puede zamparnos
en el CNE, invalidando el firmazo del 2 de febrero, aun
cabría el chance de hacer otro para inundar, con firmas en
exceso, al dubitante árbitro. La duda que asalta es si la
invalidación de las firmas, por lo que presiona
obstinadamente el gobierno, genera una sensación de derrota
que dispersa la oposición por varios meses, hundiéndola en
el escepticismo, o esta patraña insolente es resistida por
una redoblada movilización para transitar el camino pacífico
y electoral inmediato, y apretando los dientes, recogemos
otra vez las firmas que hace imparable el calendario de
revocatorio de fin de año.
Pero hay una pregunta clave vuelve a sonar como trueno ¿Y
qué hacemos si el gobierno y su árbitro amigo deciden que
esas firmas están asoleadas y que deberían ser de nuevo
recogidas pero en luna llena?. Cabe incluso la tercera
alternativa: la provocación gubernamental de sabotear estas
o las nuevas firmas, lo cual desencadena el pandemonium de
la insurgencia nacional, contra la estafa política de estos
cínicos sin remedio que quieren quedarse, cueste lo que
cueste, en el poder, hasta su muerte como dejan traslucir a
cada momento.
No nos engañemos. Podemos aún acompañar, y hasta cultivar,
la penitente paciencia de la mayoría de los venezolanos que
quieren una solución sin sangre y sin mayores traumas y
divisiones para su país. Podemos tragar entero y soportar
los embates del déspota petulante que enfrenta a
civilizados, a los que él imagina poder chantajear
indefinidamente con la violencia. Podemos incluso cavilar
sobre las miserias humanas y los pobres de espíritu, que no
aguantaron los cañonazos de los dólares reservados sólo para
los íntimos del régimen, y verlos arrastrase como caterva de
cobardes para servir de intermediarios y para cubrir con el
velo de leyes e instituciones su aviesa intención de
perpetuarse en el poder contra la voluntad de la nación.
Pero ¿Cuál es el límite? ¿Cuándo este exceso de celo por las
reglas de un régimen que no nos pertenece y que nos hizo sus
víctimas, nos defiende y cuándo trabajamos para fortalecer
la soga que nos cuelga de los designios chavistas?
¿Es la anulación de la firmas el casus belli, causal de
guerra, o lo situamos más allá como ponderan voces de la
oposición que aducen razones muy fuertes para no ser
nosotros los evadidos del marco constitucional? A esta
visión paciente del proceso siempre le aparece un aliado
seguro en el horizonte: la comunidad internacional y USA en
particular. Y es mi deber admitir que posiblemente están en
lo cierto para garantizar un final sin Chávez y sin mayores
traumas de coyuntura durante la situación límite de su
separación del poder. Pero también tengo el deber de decir
que eso puede llevar años y no días o semanas como queremos
el 80% del país.
¿Cuánto nos cuesta esperar los tiempos diplomáticos de una
potencia global como USA?
Si hay algo de lógica en este mundo, ellos pueden esperar un
lento desgaste, por años, del atronao, hasta acorralarlo
tras pacientes esfuerzos luego de los obligados pasos en
falso que dará como aliado de la narcoguerrilla colombiana o
del decrépito dictador cubano en un ajetreo premorten contra
sus odiados yanquis.
Si USA diera luz verde para sacar de cuajo al tiranuelo de
Sabaneta, recibiría iguales peticiones de una treintena de
países del mundo donde otros Chávez asolan sus naciones. Y
si el sentido común predomina en el State Department, que
dirige la diplomacia de esa potencia con responsabilidades
globales, seguramente irán paso a paso. Según los tiempos de
sus prioridades. Y si como sabemos el Plan Colombia
requerirá tarde o temprano del sólido concurso del Estado
Venezolano, y de sus FFAA en particular, para imponer la
derrota militar de la narcoguerrilla, los dilemas de la
prudencia diplomática se zanjarán, más o menos pronto pero
no de inmediato, por el del lenguaje cortante de exigencias
perentorias por necesidades de guerra.
El abandono del terreno de lucha en el calendario del
revocatorio es una insensatez política. Admitimos a priori,
sin embargo, que muy raras veces la historia de los pueblos
se escribe con roles predestinados donde la sinrazón de un
bando es contrarrestada por el sapiente equilibrio emocional
y mental del bando teóricamente racional.
Mínimo hay fuertes encontronazos entre los violadores del
derecho de gentes y quienes quieren restaurar su vigencia
contra los bárbaros. Este gobierno se adentró tanto en los
torvos planes de depredación y vicio por el poder arrogante
de una casta de improvisados con su jefe en estado de
delirios legendarios, que muy, pero muy, difícilmente
podamos evitarnos una desgracia a la hora de su partida.
Un país que elige a un maniático a la presidencia
difícilmente se salva de gravísimas consecuencias. Ya están
causados muchos daños. Mi convicción es que nos falta el
tramo más difícil una vez que le derrotamos entre 1999 y el
2002, cuando debieron mantenerse respetando nuestro
irrenunciable modo de vida capitalista y democrático
representativo.
Cuando agarró la manía de elegirse y reelegirse, legitimar y
religitimar, aunque con una dosis de fraudes, de los que no
quiero hablar porque muchos beneficiarios nos acompañan
ahora en la oposición, podíamos coexistir. Pero cuando se
hizo insoportable por su nivel de piratería y apela a la
coerción y al chantaje, para mantenerse más allá de estos
largos cinco años de padecimientos, entonces parece
inevitable, que aunque hagamos aún lo que sea necesario y
hasta humillante, para lograr sacarlo por revocatorio
electoral, la batalla final contra el atronao y su corte se
dará quizá orlado de su parafernalia de epítetos entre
nosotros los Paecistas traidores a la patria, es decir el
95% de los venezolanos, y sus huestes curtidas en los fieros
combates imaginarios del bandido Maisanta que en mala hora
nos dejó esta progenie del ridículo, de la pobre Sabaneta,
el pueblo estigmatizado por el tiempo que quede de historia,
al engendrar ese vástago de la vergüenza nacional.
Terminemos sin embargo este rosario de malos presagios con
una nota de moderado optimismo. Es el mismo Chávez quien se
acaba de definir PARRANDERO, en el homenaje al Carrao de
Palmarito, al que le esperó la muerte para usarlo y poder
ocultar el adequismo que el cantor llanero proclamaba a los
cuatro vientos.
¿Qué podíamos esperar de alguien que nos alecciona, de su
propia voz y en sus propios términos, sobre su adolescencia
atiborrada de aquellas parrandas de cinco días seguidos en
el Cajón del Arauca, a donde le llevaba su padre alcahuete
de su vagancia?
Quizá nuestra única esperanza para evitarle a este país una
orgía de sangre es que estamos en manos de UN PARRANDERO
sólo que desvaría en sus poses de redentor social. Lina Ron
dice que nos mataremos y se ofrece de víctima ensangrentada
del horror fascista, pero El Parrandero, lo que quería aquel
11 de Abril, y querrá de nuevo, es un vuelo a Cuba, para
irse a parrandear por lo que le queda de vida. Amén.
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