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Apaguen la luz y vámonos 
por Armando Durán - El Nacional  
lunes, 15 mayo 2006

 

El sábado concluyó, en Araure, estado Portuguesa, un curioso evento político convocado por diversas voces regionales de la oposición, para dar a conocer lo que sus promotores han llamado Carta de la provincia. Dos propósitos animaron la organización del evento.

Por una parte, reunir a los precandidatos a la sombra de un paraguas unificador: la descentralización. Por la otra, la necesidad de contar con una candidatura única de la oposición, a ser seleccionada, antes de la primera semana de agosto, preferentemente, por medio de elecciones primarias, aunque no excluyen ningún otro método de entendimiento acordado por los aspirantes a enfrentar a Hugo Chávez en las urnas del 3 de diciembre.

No es una simple coincidencia que durante la semana pasada los precandidatos hayan acudido al Consejo Nacional Electoral a expresar sus posiciones sobre las condiciones bajo la cuales deberían celebrarse los próximos comicios electorales.

La respuesta general de los nuevos rectores del CNE tampoco constituyó sorpresa alguna. Ya la habían dado a conocer individualmente. Nada de entregar un Registro Electoral depurado y con la dirección de los electores. Nada de eliminar el uso de las máquinas captahuellas. Nada de conteo manual de 100% de las papeletas.

Lo que sí señalaron de manera colectiva es su disposición a escuchar los planteamientos de la oposición, no para negociar como en el pasado, sino para tenerlos en cuenta, y su disposición a ofrecer una respuesta a más tardar en agosto. Otra cosa también dejaron en claro: cualquier decisión que tomen estará impecablemente sujeta a la ley. Es decir, a las normas que se adoptaron durante los meses que precedieron al referéndum revocatorio, que como todos sabemos es la gran manzana de la discordia que provocó la masiva abstención en las elecciones parlamentarias de diciembre.

La necesidad electoral

Sin la menor duda, estos hechos configuran un cuadro alentador para el régimen.

El día 12 de noviembre del año 2004, al instalar una reunión de dos días con los miembros del más alto ámbito nacional, regional y municipal del Gobierno y de sus organizaciones políticas y sociales, incluyendo al Alto Mando Militar, Chávez trazó lo que él calificó como “el nuevo mapa estratégico” de la etapa que se iniciaba entonces, tras sus victorias en el revocatorio y en las elecciones regionales.

Pero antes de entrar de lleno en la materia y fijar los 10 objetivos que le permitieran al proceso no sólo “destruir el viejo régimen en los hechos”, sino demolerlo “a nivel ideológico”, es decir, la ruta que tendrían que seguir para dar ese gran salto adelante que es la revolución, Chávez creyó oportuno fijar los límites temporales de esta etapa decisiva del proceso.

“El nuevo momento estratégico”, informó, “vamos a enmarcarlo, los días que quedan en 2004, todo 2005 y todo 2006.” O sea, un largo período que concluiría en las elecciones presidenciales del 3 de diciembre.

No se trataba, sin embargo, de poner en evidencia una simple estrategia electoral.

Chávez no piensa en esos términos.

Las elecciones siempre han sido para él un trámite engorroso pero necesario para no perder, formalmente, la credibilidad que le confiere a su régimen una certificación de buena conducta democrática.

Vaya, que si la democracia burguesa es meramente formal y si la mejor expresión de esa formalidad es la celebración de elecciones, hagamos la revolución sin darle motivos al enemigo de acusarnos de no ser demócratas porque nos negamos a reconocer el valor simbólico de los votos.

Método fastidiosísimo sin duda, pero imprescindible para desmontar cualquier argumento que pueda surgir en la comunidad internacional. Sobre todo, si esas consultas electorales, gracias al férreo control ejecutivo de todos los poderes públicos, legaliza los resultados electorales favorables al régimen de antemano.

En otras palabras, la estrategia de la revolución, desde entonces, tiene la meta de las próximas elecciones presidenciales como norte de todas las acciones oficiales.

De manera especial porque la reelección de Chávez tendría que ser respaldada, por lo menos, con 10 millones de votos, cifra que aquel día, en Fuerte Tiuna, mencionó por primera vez. Y porque en las elecciones regionales del 31 de octubre ya se había insinuado una tendencia abstencionista como manifestación de rechazo al régimen y a su sistema electoral, que de continuar, como en efecto ocurrió en las parlamentarias de diciembre, pondrían en serio peligro su necesidad de religitimarse en las urnas del 3 de diciembre con una cantidad muy significativa de votos.

Las dos opciones

Desde esta perspectiva, Chávez, como buen estratega, sabía y sabe que no puede correr el riesgo de ganar esas elecciones con unos pocos millones de votos. Quedaría en evidencia. De ahí que el nuevo rumbo estratégico de la revolución que fijara ese 12 de noviembre tuviera validez hasta diciembre del año 2006. Y que además de servirle para conquistar esa cumbre de los 10 millones de votos, también le sirviera para organizar las reservas que le permitieran desarrollar un plan alternativo si se quedaba corto, o si el incremento de la tendencia abstencionista que había hecho su aparición en las elecciones regionales y que después se había materializado como una amenaza muy seria en las parlamentarias con la combinación de abstención masiva y retiro de las candidaturas de la oposición, se repetía en las presidenciales del 3 de diciembre. En ese caso, lo ha anunciado en varias ocasiones, sería la sustitución de unas elecciones presidenciales imposibles sin al menos un candidato de la oposición por un referéndum popular para permanecer en Miraflores hasta el año 2031. Una alternativa que requiere la construcción de un andamiaje interno y externo que le brinde protección ante las reacciones inevitables que se producirían dentro y fuera de Venezuela.

¿Acaso la inesperada declaración de José Miguel Insulza precisando que en América Latina la reelección debe tener límites muy estrictos no es una advertencia clara de la comunidad internacional a esta pretensión de Chávez? En pocas palabras, podríamos resumir la situación indicando que tanto Chávez como la oposición disponen de dos opciones.

Una, que la oposición participe de algún modo en las elecciones presidenciales, para lo cual Chávez estaría dispuesto a conceder algunas condiciones, como suprimir el uso de las máquinas captahuellas y autorizar el conteo manual de un porcentaje próximo a 50%, condiciones que en definitiva ya se concedieron en las parlamentarias, como ayuda a la oposición electoralista para justificar su participación. Otra, que como sucedió el pasado mes de diciembre, esta actitud intransigente y autocrática del régimen no satisfaga al electorado, y que la magnitud de este malestar obligue al o a los candidatos a retirar su o sus candidaturas, aún en contra de su voluntad. En este caso, Chávez se vería obligado a recurrir a su plan B y convocaría el temerario referéndum sobre su reelección automática e indefinida. Con todas sus consecuencias, las cuales serían menores si Ortega y López Obrador ganaran las elecciones en Nicaragua y México.

La acción opositora

A menos de 7 meses de las elecciones presidenciales, punto crucial del proceso político venezolano, y al margen de los factores que la definen y las opciones que se le presentan a los candidatos, el análisis arroja un resultado deprimente: Chávez conserva la iniciativa. Entre otras cosas, porque tiene una visión estratégica del momento y suficiente capacidad táctica para implementarla. La oposición, en cambio, carece de ambas. En todo caso, no parece poseer la audacia ni la imaginación indispensables para delinear un rumbo.

Las reuniones que sostuvieron esta semana los numerosos precandidatos así lo demuestran. Con la excepción del trío formado por Julio Borges, Teodoro Petkoff y Manuel Rosales, quien sin haber oficializado su aspiración actúa como si lo fuera, la presencia de los otros apenas constituye una absurda feria de vanidades.

¿Por qué y para qué incluyen sus nombres en la lista de venezolanos dispuestos a sacrificarse por la patria? ¿Cuál es el sentido de esos afanes? Por otra parte, Borges, Petkoff y Rosales los ignoran, parecen mover sus piezas de común acuerdo y transmiten por ahora la sensación de estar dispuestos a sumar sus esfuerzos al empeño de quien resulte el candidato único seleccionado. De hallarnos en una situación de normalidad democrática y electoral no cabría la menor duda. Cualquiera de los tres podría derrotar a Chávez a fuerza de votos. Ahora bien, ¿las circunstancias del actual momento político son normales y democráticas? Más allá de cualquier posible análisis, todos, chavistas y antichavistas, tienen la certeza de que los dispositivos fraudulentos del régimen, desde la desmesura de la llamada misión Identidad hasta los ilimitados abusos de poder, pasando por el manejo tramposo y sin control de los múltiples mecanismos electorales diseñados exclusivamente para afianzar la permanencia “democrática” de Chávez en el poder, le garantizan al jefe de la revolución larga vida en la Presidencia de la República.

Frente a esta realidad, ¿Cuál es la estrategia de Borges, Petkoff y Rosales? ¿Con qué objetivo estratégico o táctico? ¿Cuáles son sus planes en reserva? Preguntas que innumerables venezolanos, deseosos y necesitados de vislumbrar alguna luz al final del túnel, se hacían antes de que el trío se reuniera con Tibisay Lucena y compañía, pero que ninguno de los tres, a la salida de ese encuentro, respondió. Sus palabras se limitaron a reconocer la disposición de los rectores a escucharlos y a su promesa de ofrecerles fijar la posición del CNE a finales de julio o comienzos de agosto. Sólo eso.

En la otra orilla de la oposición, el abstencionismo militante presenta una imagen parecida. Tampoco ellos han esbozado una ruta a seguir como no sea abstenerse.

Tanto tiempo nadando para no llegar a ninguna parte. Con esta actitud, unos y otros, terminan encerrados en el callejón sin salida de votar o no votar. Sin que tampoco ahora se insinúe siquiera un más allá del 3 de diciembre, gracias al voto o a la abstención, medianamente esperanzador. Lo cual deja en uno un pésimo sabor de boca. ¿Participar o no participar en las elecciones simplemente por participar o no participar? Porque si hasta ahí es que llegan los estrategas de la oposición, electoralistas o abstencionistas, pues nada, hermanos.

Apaguen la luz y vámonos.

*

Artículo publicado originalmente en el diario El Nacional, edición del lunes 15 mayo 2006.

 
 
 
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