La
realización, el pasado 12 de marzo, de las elecciones
legislativas reveló anticipadamente el triunfo del
presidente Álvaro Uribe.
El
conjunto de diversas listas de los grupos que respaldan
tanto su gestión como su candidatura a la reelección obtuvo
el 70% de los escaños del Congreso Nacional. El 30% restante
se lo reparten, principalmente, los sectores opositores,
esto es el otrora poderoso Partido Liberal y el social
demócrata Polo Democrático Alternativo. La proyección del
resultado electoral parece obvia: Uribe tiene asegurada su
reelección.
Una primera derivación del resultado electoral es el
fortalecimiento del respaldo a Uribe de parte del
electorado. Para nada se evidencia un desgaste luego de casi
un período presidencial, reflejando de paso que Uribe
trasciende largamente a las entidades políticas que han
apoyado su gestión, esto es el Partido Conservador y el
liberalismo disidente. Este masivo apoyo significa la
valoración que las personas le brindan a quien ha sabido
garantizar mayor seguridad en un país marcado por la
violencia entrecruzada. En su combate el gobierno ha podido
mostrar eficiencia aunque aún esté lejos de neutralizar el
problema.
En
esta materia, el principal mérito de Uribe ha sido
compatibilizar una firme política de acorralamiento de la
guerrilla con la plena vigencia del Estado de Derecho, en
otras palabras, ha hecho convergentes orden y democracia.
Para avanzar en este terreno no ha recurrido a negociaciones
que sólo dan efectos mediáticos, sino que se ha usado el
mecanismo del diálogo sobre la base del restablecimiento del
rol tutelar del Estado en el ejercicio de la soberanía en
todo el territorio nacional.
Una segunda derivación, obviamente, es la derrota de la
oposición, cuestión que adquirió los rasgos de un desastre
en el caso del Partido Liberal. Hace algún tiempo se
aprestaba a ser la alternativa de recambio de Uribe y para
ello encomendó la dirección partidaria al ex presidente de
la República y ex Secretario General de la OEA, César
Gaviria. Su mensaje, empero, no llegó a la población, la
cual encontró en él un retorno a épocas pasadas que no
fueron precisamente felices y más de alguno debió recordar
que en el último gobierno liberal de Ernesto Samper, el
mandatario fue abiertamente cuestionado por vinculaciones
con los carteles del narcotráfico (su ministro de Defensa y
antes tesorero de la campaña se encuentra condenado
judicialmente por ello) y que en medio de tal debilidad de
la autoridad, resurgió muy potente la guerrilla de las FARC
que se creía hasta entonces que estaba en un proceso de
debilitamiento.
Por su parte, el Polo Democrático Alternativo muestra un
avance electoral que estaría apuntando – aún es prematuro
afirmarlo con certeza – a la consolidación de una
alternativa de izquierda democrática, más allá de
determinados liderazgos personales que se ubican en este
espacio. De comprobarse esta hipótesis sería de suyo
funcional a la estabilización institucional del país porque
se afianzaría una izquierda moderna sin vinculaciones con la
izquierda insurreccional que por años ha asolado a
Colombia.
Una tercera derivación es la dispersión del uribismo en
varios grupos. Ahí está el tradicional Partido Conservador,
pero están también el nuevo Partido de la U, formado por ex
liberales que dirige José Manuel Santos y que son la primera
fuerza política entre los seguidores del mandatario; y la
también novel agrupación Cambio Radical. Esto deja al
presidente Uribe como árbitro del sector, lo que se condice
más con articulaciones caudillistas, como en otro tiempo se
conoció en el Perú de Fujimori o en el chavismo
polifacético venezolano.
Se
plantea al uribismo la necesidad de institucionalizar una
nueva tendencia política que no sólo sea capaz de agregar
apoyos, sino que pueda convertirse en una fuerza sólida que
llegue más allá del o de los gobiernos de Álvaro Uribe. De
no institucionalizarse puede convertirse en un polo
caudillista cruzado por disputas intestinas que condicionen
la gobernabilidad del sector. Ciertamente en la
institucionalización del uribismo le cabe una principal
responsabilidad al propio presidente Uribe.
Lo
que en definitiva muestra el escenario político colombiano
tras las elecciones legislativas es la expresión de una
profunda crisis del sistema de partidos políticos con el
agotamiento de los actores tradicionales y con la
interrogante acerca de si los nuevos actores que emergen
serán sus nuevos protagonistas permanentes o tan sólo
fugaces manifestaciones de una etapa de transición.
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Andrés Benavente
Urbina: Politólogo.
Investigador del Área de Análisis del Entorno
Latinoamericano de la Escuela de Postgrado, Facultad
de Economía y Empresa, Universidad Diego Portales. |