De
manera paralela a los problemas que se han planteado en la
relación comercial entre Chile y Argentina, ha surgido la
iniciativa de producir un acercamiento entre países
ribereños del pacífico que tengan ciertas afinidades básicas
en lo concerniente a la estrategia de desarrollo y a su
perfil de clima de negocios.
El canciller Alejandro Foxley ha dicho que se
trataría de un Foro tipo APEC, es decir donde lo sustantivo
sean las economías y que a la vez tenga la flexibilidad
institucional compatible con el propósito de que cada país
pueda desarrollar con absoluta libertad su política
comercial. En otras palabras, una instancia que se ubique en
las antípodas del MERCOSUR que se ha convertido, como bien
lo ha expresado Uruguay, en una camisa de fuerza para que
sus países miembros puedan desarrollar con autonomía
efectiva su comercio exterior.
En esta convergencia, Chile se reencontraría
con algunos socios de la Comunidad Andina de Naciones, el
antiguo Pacto Andino, del que se retiró – precisamente –
porque constituía una traba para la apertura comercial que
el país inauguraba en la segunda mitad de la década de los
setenta. Ahora, la Comunidad Andina de Naciones ha
evolucionado insertándose en la economía globalizada, siendo
una expresión de ella como es la suscripción por Colombia y
Perú de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos lo
que motivó el retiro de la Venezuela de Chávez.
Tanto la Comunidad Andina de Naciones, como
el Foro de las economías latinoamericanas que miran al
Pacífico, son entidades políticamente plurales alejadas del
ideologismo estatista de los años sesenta. No se busca la
revolución sino el desarrollo. Coexisten gobiernos de
perfiles diferentes como los conservadores de Alvaro Uribe
(Colombia) y Vicente Fox (México), con el social demócrata
de Alan García (Perú) y el centroizquierdista de Michelle
Bachetet (Chile). Se comparten intereses comunes que se
enmarcan en una visión de desarrollo compartida en sus
líneas sustantivas.
Son economías que propician buenos climas de
negocios, que conciben a la inversión extranjera como una de
las variables del crecimiento sostenido y vehículo de una
siempre activa transferencia tecnológica. Comparten la idea
de la urgencia de abordar de manera eficiente el drama de la
pobreza y no el afán de instrumentalizarla políticamente
convirtiéndola en generadora de conflictos y movilizaciones
rupturistas. Se apunta a incentivar la generación de riqueza
no solo para mejorar la calidad de vida de la población,
sino para hacer frente al siempre permanente desafío de
avanzar en la modernización de la infraestructura y la
extensión y perfeccionamiento de la educación.
Son países en que el clima de negocios se
sustenta en la buena fe de los gobiernos y gobernantes; en
el respeto a la vigencia de los contratos; en la ausencia de
discrecionalidad administrativa; en suma en tener una visión
de país de largo plazo que vaya más allá de la coyuntura
electoral siguiente. Perú acaba de dar un muy buen ejemplo
al respecto: el último acto del presidente Alejandro Toledo
fue el aplicar el nuevo royalty a la minería sólo a las
inversiones nuevas, desestimando afectar a las inversiones
ya realizada dando con ello una prueba de seguridad
jurídica.
La aproximación de estas economías es menos
declamativa: no se invoca a los fundadores de las
repúblicas, que vivieron otras realidades y sus figuras
tienen las obvias deformaciones que introducen los mitos. No
es la realización de un sueño del pasado, sino una apuesta
de futuro. Ese es un factor que le da fuerza y vitalidad a
la iniciativa.
Es probable que, con el rápido paso del
tiempo, con el dinamismo de la economía internacional, con
la voluntad de hacer reformas macro y microeconómica que
mejoren las respectivas competitividades, se avance mucho
más que un MERCOSUR fracturado por hondas tensiones internas
que suelen ocultarse en retóricas nacionalistas y
revolucionarias con sabor a pretérito.
* |
Politólogo,
Investigador Escuela de Postgrado, Facultad de
Economía y Empresa,
Universidad Diego Portales. |