En
las recientes elecciones presidenciales colombianas, el
presidente Alvaro Uribe fue reelecto. Logró una contundente
mayoría: 62,2% de los votos, seguido del candidato de la
izquierda democrática Carlos Gaviria con 22%, del liberal
Horacio Serpa, liberal, con 11,8% y de otros tres
postulantes menores. No fue sorpresivo el amplio respaldo
del Presidente, dado que éste era anunciado por las
encuestas y por el resultado de las elecciones legislativas
del mes de marzo. El elemento de mayor sorpresa provino del
desplome del liberalismo a un categórico tercer lugar y, a
la vez, la buena votación del Polo Democrático Alternativo,
que sitúa a la izquierda democrática como una opción de
poder a futuro.
En
el triunfo de Uribe inciden varios factores. Uno de ellos es
el éxito de su política de seguridad democrática que se ha
traducido, en términos prácticos, en que ha quitado la
iniciativa a las FARC, ha logrado la desmovilización de las
guerrillas de Autodefensa y ha logrado que el guerrillero
Ejército de Liberación Nacional se inserte en el ámbito de
las negociaciones. Además, ha alcanzado una clara reducción
de la tasa de criminalidad prevaleciente en el país. Estos
avances fueron reflejándose en una cada vez más consolidada
confianza de la ciudadanía en la gestión presidencial,
caracterizada por un estilo que enfatiza la eficiencia a
través de la evaluación de los resultados de sus políticas y
medidas, en vez de la retórica de los políticos
tradicionales.
Este clima de confianza logró recuperar la credibilidad en
el Poder Ejecutivo y ello fue un factor determinante para el
retorno de las inversiones y en parte no menor para el
impulso del crecimiento de la economía. En el primer período
de la administración Uribe, la economía ha mostrado
indicadores alentadores: el PIB ha crecido, han aumentado
las exportaciones y hay mayor inversión fruto de un mejor
clima de negocios. El crecimiento se ha traducido, además,
en una mejoría del empleo.
El
panorama político cambia después de la reelección
presidencial, incorporando en dicha estimación el resultado
de las pasadas elecciones legislativas.
El
uribismo tiene el desafío de institucionalizarse y dejar de
ser una expresión caudillista. El liderazgo presidencial
debe jugar un importante rol arbitral entre sus seguidores
que se agrupan en varios partidos: Cambio Radical y el
Partido de la U, ambas escisiones del liberalismo; Colombia
Democrática y el tradicional Partido Conservador. Esta
dispersión debiera dar paso a la conformación de fuerzas
políticas estables y con proyección de futuro. De ello
depende, además, que la mayoría legislativa de que dispone
no termine fragmentada por disputas intestinas en busca de
parcelas de poder.
Un
segundo desafío que tiene el gobierno es retomar y
profundizar las reformas estructurales. Desde luego la
tributaria para simplificar la carga impositiva y, a la vez,
hacerla más eficiente en la generación de ingresos fiscales;
operacionalizar el Tratado de Libre Comercio con Estados
Unidos de Norteamérica, que aún espera ratificación
legislativa, para transformarlo en una palanca de desarrollo
del comercio exterior y, en especial, de las exportaciones;
diseñar e impulsar una política de hidrocarburos que, a
diferencia de otros países andinos, atraiga más inversión
extranjera para mantener la autosuficiencia petrolera del
país.
La
oposición también cambia en este nuevo escenario. No estará
encabezada por el liberalismo sino por la izquierda
democrática, conformada a su vez por varios partidos. El
desafío de ésta es institucionalizar una alternativa
política, lo que pasa porque internamente se defina el
perfil que tendrá, dado que en su seno coexisten un sector
socialista democrático y un sector más inclinado al
populismo revolucionario. Una ambigüedad en esta materia
puede hacer que el avance electoral recién logrado sea
efímero, como lo fue la alta votación del M-19 a comienzos
de la década de los noventa cuando abandonó las armas y
entró a participar del sistema político-institucional.
El
liberalismo, por último, puede seguir declinando o bien
transformarse en una opción de centro, debiendo definirse en
lo económico entre la postura pro mercado del ex Presidente
César Gaviria o el llamado “liberalismo social” partidario
del estado de bienestar que representa Serpa.
Lo
que sí queda claro en la nueva etapa colombiana es que la
firmeza con que ha actuado Uribe contra la violencia y los
efectos positivos de su conducción económica ha posibilitado
la transformación de Colombia en un destino seguro para las
inversiones en la región andina. Nadie lo hubiera vaticinado
hace diez años atrás.
* |
Politólogo,
Investigador Escuela de Postgrado, Facultad de
Economía y Empresa,
Universidad Diego Portales. |