El
triunfo de Evo Morales en las elecciones presidenciales
por una contundente mayoría plantea varias derivaciones.
En primer lugar, la culminación de un
proceso de ascenso del populismo revolucionario que
comenzó junto con la década en medio de las protestas en
Cochabamba por la privatización del servicio de agua
potable, que prosiguió con el segundo lugar que ocupó
Morales en las elecciones presidenciales de 2002 y su
llamado a hacer ingobernable la administración de Sánchez
de Lozada elegido por el Congreso Nacional, que siguió con
el estallido social de octubre de 2003 que pone fin a ese
gobierno y que culminó con la movilización rupturista que
fuerza la renuncia del Presidente Carlos Mesa en junio de
2005. Morales y el MAS terminan planteándose como la única
alternativa viable de gobernabilidad porque si eran
oposición aseguraban generar climas de inestabilidad.
De la
amenaza de que el populismo revolucionario llegara al
gobierno con mi colega, el politólogo argentino, Julio
Cirino habíamos escrito en nuestro libro “La Democracia
Defraudada. Populismo Revolucionario en América Latina”,
publicado en Buenos aires a mediado del 2005. Lo que en
ese entonces era una posibilidad, dentro de poco será una
realidad que no afectará solamente a Bolivia.
En segundo lugar, el agotamiento definitivo
del sistema de partidos políticos tradicional que si bien
dio una inédita estabilidad a Bolivia a partir de la
década de los ochenta, luego fue perdiendo legitimidad en
la población, la que terminó viendo en ellos a actores de
acuerdos meramente cupulares. Los pactos políticos eran
tan heterogéneos que se expresaban en mega coaliciones
que, por lo mismo, resultaron ser inmóviles precisamente
para mantener la unidad de alianzas híbridas. A ello deben
agregarse las imputaciones permanentes de corrupción a los
gobiernos y a la clase política, tal como había acontecido
en la Venezuela anterior a Chávez. En una y otra
experiencia las acusaciones eran verdaderas, lo que fue
aumentando el descrédito de los partidos tradicionales
ante la opinión pública.
En tercer lugar, porque el modelo de
desarrollo impulsado por los más diversos gobiernos desde
1985, si bien resultó exitoso para terminar con los
escenarios de hiperinflación, impulsar el crecimiento
económico y atraer inversión extranjera, especialmente en
el sector minero, no fue capaz de generar ventajas para la
población, donde siguió reflejándose una clara inequidad
en la distribución del ingreso. Esto se transformó en una
dificultad insuperable cuando llegaron los vientos
recesivos en el comienzo de la actual década.
En otras palabras, el triunfo de Morales no
es algo circunstancial sino el fruto de un proceso de
acumulación de fuertes tensiones sociales que no pudieron
ser canalizadas y absorbidas por los últimos gobiernos.
Por lo mismo, el gobierno de Evo Morales
tiene varias proyecciones en Bolivia.
De una parte, importa la clausura
definitiva de una estrategia de desarrollo que ya había
sido sacada de la agenda pública a la caída de Sánchez de
Lozada. El programa de gobierno del MAS habla de extirpar
el “Estado neoliberal excluyente” que será reemplazado, en
una nueva Constitución, tal cual en Venezuela, por un
“Estado comunitario y productivo”. En la aplicación del
nuevo esquema económico “se revisará la ley de
inversiones” para crear una nueva “matriz de desarrollo
productivo” que contempla la industrialización por el
Estado de los recursos naturales. La matriz estará
integrada por los hidrocarburos, la minería, la
agricultura, la agroindustria, la industria manufactura,
la explotación forestal, el turismo y la industrialización
de la hoja de coca. En otras palabras, el Estado lo va a
cruzar todo, donde la libertad económica simplemente
dejará de existir.
De otra parte, se entrará a una etapa de
mayor confrontación política puesto que implicará una
divergencia con el Senado donde el futuro gobierno no
tendrá una mayoría asegurada y se recurrirá, como en
Venezuela, al terreno del hostigamiento de quienes se
opongan a este intento fundacional con que llega Evo
Morales. Como en otras experiencias, el maniqueísmo
político tendrá un fuerte protagonismo.
Una tercera dimensión, por último, es que
la elección de Morales significa una expansión del
chavismo en América del Sur convirtiendo el eje Caracas-La
Habana-La Paz en un factor desestabilizador de los
regímenes políticos que sean calificados de
“neoliberales”. Morales ya ha invocado al efecto el
híbrido entre pensamiento bolivariano y el legado del Che
Guevara.
En definitiva, lo que si ha asegurado
Bolivia en esta elección es la profundización de la
pobreza al retornar a esquemas económicos fracasados, como
suele ocurrir en los ensayos populistas.