La
renuncia del ministro de Economía Roberto Lavagna cierra una
etapa en la administración de la crisis económica y
financiera de ese país.
A él le correspondió en
el gobierno de Eduardo Duhalde desentrampar el proceso de
negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, luego
que ellas se suspendieran por el grave y reiterado
incumplimiento argentino de las obligaciones y condiciones
contraídas con la entidad financiera.
El principal mérito de
Lavagna fue otorgar credibilidad a Argentina en las
negociaciones sobre la deuda externa, mucho más allá de la
confianza que a las entidades internacionales le merecían y
aún le merecen los presidentes de cuyos gabinetes formó
parte. En el caso del gobierno de Kirchner era quien
posibilitaba el uso de un lenguaje técnico como común
denominador en la interlocución con el Fondo lo que, a la
postre, resultaba más fructífero que las declamaciones
nacionalistas del gobernante.
Para Kirchner, el
ministro Lavagna jugó un rol fundamental en los inicios de
su gestión: le dio legitimidad a sus políticas económicas en
el ámbito internacional en cuanto se mostraban coherentes –
a pesar de no ser necesariamente las más eficientes -- en la
administración de una severa crisis financiera que había
estallado junto con el comienzo de siglo. Le permite a
Kirchner, un desconocido gobernador de una pequeña provincia
austral, ser conocido por los agentes económicos
internacionales y hace posible que muchos rasgos pueblerinos
de la visión económica del presidente fueran neutralizados
por la solvencia técnica del ministro. Lavagna aportaba la
seriedad.
Su última etapa de
gestión ministerial coincidió con el buen comportamiento de
varios e importantes indicadores macroeconómicos de
Argentina y con un crecimiento importante que se repitió por
dos años y que fue clave para que el gobierno obtuviera en
octubre pasado un resonante triunfo en las elecciones
legislativas. Esta convergencia es importante porque ahora
que comienzan a surgir las primeras señales de inquietud:
desaceleración del crecimiento, cada vez mayores presiones
inflacionarias y pago de cuotas de la deuda externa que ya
no pueden volver a prorrogarse, el perfil económico del
gobierno comenzará a debilitarse y aunque no sea
necesariamente así, los argentinos responsabilizarán a los
sucesores de Lavagna y, desde luego, al propio Kirchner, del
retorno de los síntomas sociales de una crisis que creían
superada. El ex ministro, entonces, podrá sacar buenos
dividendos políticos de lo que fue su gestión, algo no menos
importante en una cultura política justicialista centrada no
en las ideas o propuestas sino en el caudillismo ancestral.
Lavagna aparece, además,
retirándose del gobierno por sus denuncias sobre actos de
corrupción dentro de él. Acusando la existencia de compañías
“cartelizadas” como las mafias que imponían sobreprecios al
Estado en las licitaciones de obras de infraestructura, lo
que es vinculado con los intereses del ministro de
Planificación Federal Julio de Vido a quien debió salir a
defender el propio Kirchner.
Argentina es un país con
amplia tolerancia a la corrupción administrativa y política,
a menos que se esté en un escenario de crisis dado que
entonces es repudiada masivamente con consignas como aquella
“que se vayan todos”. Puede que hoy las acusaciones de
Lavagna no provoquen mayor impacto, pero sí favorecerán su
imagen cuando meses más, meses menos, el país retome el
camino de la conflictividad social. Ahí se podrá terminar de
entender que lo que hoy hizo Lavagna no es sino una buena
inversión política.
En lo inmediato, Kirchner
debe sentir un efecto favorable: se desprende de un ministro
que lo opacaba y le era, aparentemente, innecesario en esta
nueva etapa de triunfalismo político. Ya no le era necesario
cuando decide nombrar a un ministerio caracterizado por el
sabor a nostalgias montoneras de los años 70, donde la ex
embajadora en Venezuela, explícita admiradora de Chávez,
entra en la Cartera de Defensa Nacional.
La salida de Lavagna no
encontró igual opinión en los agentes económicos, como puede
desprenderse de la reacción del mercado bursátil; tampoco en
los inversionistas que acrecentarán sus inquietudes, pues
quedan más subordinados aún a la discrecionalidad
presidencial y finalmente tampoco en el FMI donde se hará
sentir la ausencia de quien atenuaba las posturas
radicalizadas del presidente.
Con la salida de Lavagna,
Argentina entra en un período que se caracterizará por el
incremento del poder de Kirchner y una mayor explicitación
de su estilo de gobierno.
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Politólogo, Investigador Área de Análisis
del Entorno Empresarial de la Facultad de Economía y
Empresa de la Universidad Diego Portales. |
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