Es
el impacto que produce lo inesperado. La voz de la autoridad
llamada a garantizar la justicia y la imparcialidad nos deja en
silencio. Tal vez no había de qué sorprenderse, porque son
muchas las evidencias de un comportamiento despreciable. Pero en
este caso su obra alcanzó los extremos. Sus declaraciones
(25/04/06) sobre el crimen en base a los pormenores para hacer
ver que, materialmente, fue buscado y hasta provocado por la
propia víctima, son, simplemente monstruosas.
No se trata, en la actuación-expresión del Fiscal, de examinar
los móviles y ejecución de un asesinato sino de incriminar al
propio fallecido. Una conducta que no se puede justificar con el
argumento de que así se responde a quienes desde la iglesia
quieren politizar el caso para atacar al gobierno por el clima
de inseguridad prevaleciente en este ex-país. Y para que no haya
política y aumente el espacio para la defensa del régimen, el
señor de la justicia acude a un expediente: el Padre Piñango es
el culpable de su propia muerte.
El objetivo es cobrarle al sacerdote su presunta condición de
homosexual. Y se hace de la manera más incalificable y con una
agresión de corte demencial. Lo central no es entonces el
asesinato sino la condición que lo provocó. Y expresado en
horario para todo público, en términos irrepetibles por su
bajeza e inmoralidad.
Y no es cuestión de debatir sobre si son palabras que provienen
de la hombría, la frustración, la angustia, el desespero o la
incompetencia, sino de advertir que en ese discurso está
contenido el nivel de sobre-decadencia y
sobre-descomposición-destrucción que hoy nos define. Aquí han
desaparecido los valores humanos, la condición ético-moral. Lo
grotesco aumenta su clientela
A ese nivel nos ha llevado este proceso cargado de miserias. Y
sólo así puede explicarse el vacío de moralidad y desparpajo
espiritual de quien se ufana de una condición de poeta que le
está absolutamente negada por formar parte de las filas de los
envilecedores de la condición humana.
El Padre Piñango no ha quedado deshonrado. Y su asesinato, como
los del exterminio, abatidos y “ejecuciones extrajudiciales” no
se pueden tapar con la propia miseria delincuencial. Sancho,
¿Hasta dónde llegará este proceso de perversidad sistemática,
cada vez más terrible y acusador?
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