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El padre Piñango y el Fiscal 
por Agustín Blanco Muñoz
sábado, 29 abril 2006

 

Es el impacto que produce lo inesperado. La voz de la autoridad llamada a garantizar la justicia y la imparcialidad nos deja en silencio. Tal vez no había de qué sorprenderse, porque son muchas las evidencias de un comportamiento despreciable. Pero en este caso su obra alcanzó los extremos. Sus declaraciones (25/04/06) sobre el crimen en base a los pormenores para hacer ver que, materialmente, fue buscado y hasta provocado por la propia víctima, son, simplemente monstruosas.

No se trata, en la actuación-expresión del Fiscal, de examinar los móviles y ejecución de un asesinato sino de incriminar al propio fallecido. Una conducta que no se puede justificar con el argumento de que así se responde a quienes desde la iglesia quieren politizar el caso para atacar al gobierno por el clima de inseguridad prevaleciente en este ex-país. Y para que no haya política y aumente el espacio para la defensa del régimen, el señor de la justicia acude a un expediente: el Padre Piñango es el culpable de su propia muerte.

El objetivo es cobrarle al sacerdote su presunta condición de homosexual. Y se hace de la manera más incalificable y con una agresión de corte demencial. Lo central no es entonces el asesinato sino la condición que lo provocó. Y expresado en horario para todo público, en términos irrepetibles por su bajeza e inmoralidad.

Y no es cuestión de debatir sobre si son palabras que provienen de la hombría, la frustración, la angustia, el desespero o la incompetencia, sino de advertir que en ese discurso está contenido el nivel de sobre-decadencia y sobre-descomposición-destrucción que hoy nos define. Aquí han desaparecido los valores humanos, la condición ético-moral. Lo grotesco aumenta su clientela

A ese nivel nos ha llevado este proceso cargado de miserias. Y sólo así puede explicarse el vacío de moralidad y desparpajo espiritual de quien se ufana de una condición de poeta que le está absolutamente negada por formar parte de las filas de los envilecedores de la condición humana.

El Padre Piñango no ha quedado deshonrado. Y su asesinato, como los del exterminio, abatidos y “ejecuciones extrajudiciales” no se pueden tapar con la propia miseria delincuencial. Sancho, ¿Hasta dónde llegará este proceso de perversidad sistemática, cada vez más terrible y acusador?

         abm333@gmail.com

 
 
 
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