En
el discurso de ‘vuelta temporal a la patria’
(01/09), el presidente, con su alto criterio político-ideológico
y militar anunció un nuevo golpe. Esta vez le pondrá la bota
completa encima a su Constitución Bolivariana y acabará con el
cuentico de elecciones. Convocará un referendo para preguntarle
al soberano si quiere su mando de por vida. El GP aspira
superar a Fidel Castro y convertirse en el golpista que, por
‘mandato constitucional’, acumula más tiempo en el poder. Y con
esta amenaza desafía e intimida: además de fuerza
autoritario-militarista con firme inspiración
dictatorial-totalitario tendrá reelección presidencial
indefinida.
Sin embargo, para
‘las oposiciones’ con esta manipulación se trata de ocultar el
impacto y crecimiento del ‘candidato de la unidad’ y el propio
miedo-nerviosismo gubernamental. Pero se olvida que la
proposición de presidente vitalicio (¿y hereditario?) está
ligada al socialismo del siglo XXI, que inspirado en Stalin y
Mao, superaría al fracasado del siglo pasado.
Porque ahora
se piensa en llegar a la propiedad comunitaria, la economía
endógena, las empresas de producción social (EPS) y el
restablecimiento del trueque. Un cuadro rechazado por la gran
mayoría. Todas las encuestas refieren el apego de los nacionales
a la propiedad, al libre mercado y el rechazo a los controles
políticos e ideológicos. ¿Para qué amenazar entonces a los
poseedores con la pérdida de sus privilegios en el socialismo?
Es obvio que esta política está destinada a la militancia ya
convencida y fanatizada que ve en este proceder la decisión de
enfrentar al supuesto enemigo de clases.
No olvidemos que son
millones los tarifados dispuestos a todo sacrificio en defensa
de sus misiones, cooperativas, reservas, brigadas, círculos,
guardias territoriales, ‘legiones extranjeras’, centros
comunales, frentes, empleados públicos controlados. Y el
candidato sigue chequera en mano para comprar más votos.
Y ante este
cuadro-desafío se levantan las voces opositoras llamando a
votar por ‘el candidato unitario’. Y ya para ellas el enemigo
principal no es el oficialismo y su maquinaria de trampa-fraude
sino los abstencionistas que no entienden que esta es ‘la
última batalla que tenemos para salvar la democracia’ (¿Cuál
Democracia?). Se olvida que esta tragedia tiene mucho tiempo
andando y que hoy, una vez más, se le quiere enfrentar con las
mismas políticas del pasado.
No hay una
nueva política dispuesta para impedir el fraude.
Sólo se llama a votar. ¿O es que acaso hay algún plan ‘B’ con
ayuda interna / externa para producir un resultado que nada
tiene que ver con urnas electorales y que utiliza otra vez al
colectivo para causas que no le pertenecen? ¿Se trata de sacar
la “revolución” para implantar qué proyecto? ¿Uno que supere el
reparto populista del actual régimen? ¿Habrá que aceptar que
ya los ‘políticos de las oposiciones decidieron nuestro futuro?
El problema no se
reduce a votar o no votar. El aparato oficialista smartmatic
ganará en el marco de la ‘fiesta cívico-democrática del
voto-trampa’. Lo que sigue es una tragedia que sólo podrá
definir y detener el colectivo con otro desafío de la política
y con una organización horizontal capaz de sacarnos de esta
condición de ex-país.