En
éste ex-país vive hoy una de las tragedias más profundas de su
historia. Una crisis que resalta el pasado y atraso de esta
sociedad en un tiempo que cada vez se llena más de actos
concluidos, terminados. Surge entonces la interrogante en
relación a cómo salir de este presente envejecido: ¿Cómo
construir nuevos tiempos, otros amaneceres, otras condiciones de
existencia material y espiritual? ¿Cómo superar el obstáculo de
los años viejos y agotados para dar paso a años de novedad,
perspectiva y trascendencia?
¿Acaso el problema
del hombre está constreñido al tiempo? La dimensión histórica
reporta la trilogía mayor que comienza con el hombre que se
desenvuelve en el espacio durante un tiempo determinado. ¿Pero
quién hace esa especificación? El hombre apuntala su
tiempo-espacio desde que aprehendió su finitud. Y construyó
relojes para que le digan no al tiempo que pasó sin vivir sino
el tiempo que le queda para intentar vivir. Desde entonces
explica Antonio Machado a través de su Maestro Juan de Mairena,
y sin retórica, que el hombre mide el tiempo para saber algo
de su tiempo transcurrido y para pensar en el tiempo que le
queda sobre la faz de la tierra.
¿Pero qué ocurre si lo ponemos al revés? ¿Mide
el hombre el tiempo para saber a que tiempo está unido y cuál el
tiempo que aguanta sin dejar de ser? ¿Es el hombre un simple
sujeto del tiempo? ¿Y cuántos hombres necesita el tiempo para
sentirse pleno y realizado? Porque ¿quién fue primero? ¿el
tiempo o el hombre? Con el hombre nacen los relojes para medir
el tiempo. ¿Pero el tiempo es tal desde que se puede medir
porque hay quién lo mida? Es el hombre quien se junta al dúo
para armar la trilogía de la dimensión histórica.
Y, en definitiva, el tiempo se vuelve sujeto
permanente con la finitud del hombre, que vive en medio del más
grande temor a esa muerte que acaba con cada uno de los tiempos
individuales. Pero por encima de todos los hombres está el
tiempo de los tiempos: el infinito. Una dimensión meta-hombre.
Meta-vida.
Somos simples
sujetos de la finitud que topamos, andando en dirección a las
agujas de los relojes, hacia la ‘N’ de la ‘N’. Y allá, a lo muy
lejos, ya no llega el hombre sino todo lo que no es el hombre y
su tiempo, su espacio y su obra.
Digamos además que
cada tiempo del hombre es una realización. El hombre construye
un aparato productivo como arma y base de su existencia.
Entonces la vida tiene un equipaje, una maquinaria-estructuras
para su desenvolvimiento. Y se construyen modos de producción y
de vida. Hay una manera específica de ver, sentir, ejercer,
contar y vivir el tiempo. Se determinan períodos y
periodificaciones. Todo tiene que estar profundamente
concatenado. El hombre es presa y preso de su tiempo-finitud. No
sabe de ni es infinitud. En su mente sólo está el mandato
bíblico que dictamina que hay un tiempo para vivir y otro para
morir. Por ello el hombre es simple cordero de Dios que implora
para que le sean quitados los pecados que absorbe en el tiempo
del mundo.
Y en medio de su
transitar por sus tiempos y oteando por los que no le
pertenecen, el hombre diseña actuaciones para un espacio que
llega hasta comunidad. Pero al seguir se encuentra con ciudades,
metrópolis, regiones, continentes. Y se trata de un mundo que es
antiguo, de tiempo lento y comedido. Un tiempo que muy poco o
nada tiene que ver con la estructura sobre-vertiginosa que nos
situó frente a esa terrible realidad globalizada del
hombre-robot sin ningún sentido o concepción del tiempo. Sin
finitud ni infinitud. Simple y pura maquinaria-carga. Y si hubo
un tiempo del hombre, quedó ciego y bien atrás.
Inevitable repensar
la dimensión de la historia: el hombre en el tiempo y el
espacio. ¿Pero no viene la robotización a desbaratar el círculo
para armar la historia nueva, la historia de y para la
globalización donde el hombre ya no es la más acabada y
definitiva de las cosas?
Y si esto tiene
algún sentido en el plano de una humanidad que no ha adquirido
conciencia de su condición y que en sentido estricto es
continuación de un largo drama histórico que arranca del estadio
del tiempo-propiedad, no se puede menos hoy que plantear el
balance de una querella que por los siglos de la finitud se ha
entablado en nombre de la verdad de los poseedores de
privilegios que se han dedicado a preparar la correspondiente
defensa de esos bienes que se han convertido en poderes y en
armas, que van desde la piedra o la munición arcaica hasta las
bombas atómicas o sobre-atómicas.
Por ello la historia
de este hombre con propiedad que defender, con estructuras que
mantener, ha ido una tras otra vez a la guerra. Porque cada gran
núcleo de propiedad impulsó uno y más dominios que se juntaron
para constituir un imperio frente al cual surge otro que viene a
tomarlo para su sometimiento. Es la sucesión de tomas de
imperios que termina en las conocidas hegemonías que nos trae a
la actual, la que corresponde a un imperio capitalista que
comienza a ceder ante el monstruo hegemónico-globalización, que
se pone por encima de todos los viejos y tradicionales poderes,
para activar una historia que debe ser revaluada y repensada.
No es el anunciado
fin de la historia sino el inicio de una etapa, tal vez de una
época histórica caracterizada por unas búsquedas sociales que
están indefectiblemente dirigidas por la óptica e intereses de
la máxima capacidad-desarrollo del capital financiero. Es
entonces la continuación del poder tradicional del círculo de la
inversión-explotación-ganancia pero en un contexto
hombre-tiempo-espacio regido por las máximas velocidades de que
se tenga noticia. Se conforma así la historia de los otros
tiempos de la misma explotación, ahora llevada a niveles que
van mucho más allá de la finitud.
II
En éste marco
debemos situarnos cuando andamos en la suma y celebración de los
años nuevos y procedemos a pedir prosperidad. ¿Pero hemos
construido alguna base para esa prosperidad que deseamos y que
no poseemos? Tenemos tiempo hueco, espacio abierto y hombre
andante. No sabemos lo que somos, de dónde venimos ni hacia
dónde vamos. La generalidad se apoderó de nosotros y nos
convirtió en sus seguros servidores.
Y no nos es posible
acudir a la historia de esta realidad porque está por escribir.
Nuestros textos forman parte de un tiempo, unos actores y unas
condiciones que están muy distantes de nosotros. El tiempo
inicial-originario que es el cultivo para el forjamiento de una
sociedad no nos pertenece. Nunca lo hicimos nuestro. Es como que
nos avergonzara la desnudez de la gente y por eso nos empeñamos
en no reconocerla ni hacer ningún tipo de identidad. Dejamos de
lado una historia milenaria, que nadie rescata. Y lo que hoy
aceptamos como nuestro es el continente americano que fue
diseñado, poblado y creado por el invasor para ser “vivido y
disfrutado” por los invadidos y saqueados. Es el inicio en este
espacio de un tiempo y una acción que pertenece a otros.
En efecto, el tiempo
originario lo apreciamos y evaluamos desde la perspectiva de la
historia impuesta que data de 1492. Se inicia el tiempo de los
descubiertos: los creados e inventados por el europeo. En el
camino quedaron millones de originarios. Desde entonces vivimos
un tiempo lleno del pasado caudillista-mesiánico-heroico. Un
tiempo en el cual rige la misma esencia explotadora. Entrega,
control, supeditación, minusvalía. La misma persecución,
torturas, despojos-violencia. La misma capacidad de crimen.
Es el mismo acto
invasor conocido por los siglos de la humanidad propietaria.
Estas tierras, hombres, frutos, tiempo-espacio fueron tomados
por los correspondientes agentes de la destrucción. Y de la
resaca saldría la nueva realidad para privilegiar a los nuevos y
“legítimos” usurpadores. Y a ese designio se ha plegado toda la
historia y la historiografía. Nuestro tiempo se mide en apenas
cinco siglos. “Nuevo y muy joven mundo”. ¿Pero en realidad hemos
arribado a otro tiempo o seguimos bajo el estigma de los
simples descubiertos, es decir, creados, inventados por la
‘civilización’ y, en consecuencia, inferiores?
III
La vieja historia
dividió el ‘joven mundo’ en tiempos que jamás se han cerrado.
Creyó dejar atrás la llamada colonia o tiempo invasor para dar
paso a un tiempo republicano. Adquiere entonces la
relevante condición de independentista y republicana. En ese
estadio tenemos cerca de dos siglos y por más y que se haya
incorporado un registro de guerras-batallas, mando-poder para el
militarismo y el civilismo, dictaduras corrientes y
‘civilizadas’, democracias en escala pacotilla y anuncios de
revoluciones que han tenido más discurso que realizaciones,
sigue siendo el mismo tiempo-espacio sobre el cual se ha escrito
la misma historia criminal-invasora.
Sobre esta materia se han esbozado
consideraciones y movido límites. Picón Salas señaló que el
siglo XX comenzó en 1936 con la muerte de Gómez y el inicio de
la transición hacia un tiempo de democracia y libertad. ¿Pero es
que estas siete décadas nos sacaron verdadera y completamente
del tiempo-modelo de invasión-colonia que prevalece en el siglo
XIX? ¿Se produjo el milagro en el período que va desde las
‘Cívicas Bolivarianas’ hasta la “Revolución Bolivariana”?
IV
Entre los políticos de este
tiempo-espacio hay una especie de constante leit-motiv: nuestro
mal tiene que ver con la falta de un proyecto de país. Es gente
que siente y entiende que esto no llena los
requisitos-condiciones mínimas de lo que tendría que ser un país
en lo económico, social, político, militar, ético-moral,
educacional. No existen verdaderas instituciones que conduzcan
estos frentes. De allí que se apele a la improvisación, con el
cual se construye un país-república sin vínculos ni sentido
orgánico con la realidad y donde cada miembro de la comunidad
puede interpretar las situaciones de su organización-institución
geopolítica y actuar frente a ella con base a su libre voluntad
y espíritu-deseo de construcción.
La conducta de quienes se consideran
‘ciudadanos’, los líderes-dirigentes y el plano de la burocracia
estatal chocan entre sí y rompen al paso toda posibilidad de
armonía, capaz de proyectarse hacia una real conformación de
país. Cuando eso ocurra estaremos en vía hacia la adquisición de
un tiempo diferente al establecido por los invasores.
¿Pero se puede afirmar a esta hora
que la ‘revolución bolivariana’ de las tres raíces y ahora
socialista del siglo XXI es portadora de ese proyecto de país
que todos los demás andan buscando? A lo largo de siete años no
se ha podido establecer con precisión los propósitos de la
autonombrada revolución. Nadie sabe que significa una
transformación bolivariana en el plano de las clases sociales,
la propiedad, el Estado, el manejo de la economía, las FA, la
sociedad en general. Tampoco se sabe que significa el llamado
nuevo socialismo, más allá de una repetición-continuación de un
tiempo de fracasos-derrotas.
¿Pero es que lo que hoy se llama
revolución, fracaso tras fracaso a lo largo del mundo, es la
salvación de una sociedad hundida en las más pesadas crisis de
estos tiempos de siembra y resiembras de pasado terminado y
gastado que se vende como presente y hasta como provisor y
rentable futuro? ¿Quedó aplastada y borrada la invasión?
¿Logramos un tiempo de esplendor, sosiego, justicia y equidad?
¿Se consiguió la vida productiva, decente, compartida? ¿Avanzó
esta sociedad hacia hacia los años del auténtico bienestar?
V
Para erigir un tiempo nuevo, de años
nuevos y plenos de felicidad, se impone constituir los tiempos
del hombre-humanidad que ponga a un lado a los héroes-caudillos
de la destrucción. Sólo los colectivos podrán estar
creadoramente al frente de la fundación de un
tiempo-espacio-historia diferente. O lo entendemos, o nos
hundimos cada vez más en este tiempo-espacio de permanente
destrucción.
Y en este propósito debe ocupar
puesto preponderante la juventud, obligada a cumplir tarea de
constructora de nuevos tiempos-espacios. En el atril estarán dos
pentagramas. Uno de Vallejo, quien ante el decir de la caída de
la república española, le dice a los niños que cesarán de
crecer y que por tanto, todos los niños del mundo deben salir a
buscar la España de la libertad. Y Pío Tamayo, enfrentado al
Estado terrorista de Gómez, al inaugurar la Semana del
Estudiante de 1928, le pide a quienes son tan jóvenes que aún
no pueden conocerla, que salgan a buscar la libertad como única
manera de instalar el porvenir. Los nuevos tiempos los impondrá
quien actúe con el código de la libertad, la belleza-amor, el
combate contra toda injusticia y el mayor empeño por la
construcción de los tiempos de la realidad del auténtico hombre.