Una
ilustre diputada,
haciendo gala del desparpajo político e ideológico propio de la
política actual de este expaís, precisó la posición de su
partido sobre los ‘saboteadores’ de la acción parlamentaria del
‘proceso’ en la AN: “somos la mayoría y por ello podemos aprobar
lo que nos de la gana, cómo y cuándo nos de la gana. Si ustedes
quieren hacer lo que nosotros, pues busquen una mayoría, si no
tienen que calársela.” Esto ocurre en el marco de una discusión
sobre la reforma al Código de la Persecución (antes Penal) y de
la Ley del Banco del Gobierno, (antes BCV).
Y a la hora de la protesta de la oposición,
el no menos ilustre presidente de la AN amenazó con sacar de la
cámara a un diputado con el ‘auxilio’ de la GN. De inmediato los
opositores convocaron una reunión para decidir si se la siguen
calando o no. La decisión se expresó así: seguiremos luchando en
el seno de la AN. Es decir, continuarán ‘conservando los
espacios ganados por la propia voluntad del pueblo’. Prosigue el
circo.
¿Y cómo salir de este pesado, agotador y trágico
círculo?
¿Es posible formar otra política con miras a construir un futuro
diferente? ¿Estamos todos obligados a convalidar y legitimar el
proceder de quienes, en nombre de ‘su mayoría’ deciden hacer lo
que les da la gana por encima de cualquier ley o reglamento?
La confrontación hoy y aquí
crece impulsada por quienes están dispuestos a alimentar dos
posiciones. Una que sustenta y aplica la violencia legalizada
que permite hacer lo que les salga de sus ganas, jugando al
parlamento, las elecciones, el discurso democrático y la
práctica del aplastamiento de toda disidencia, mientras concede
espacios y tolera todo tipo de corrupción. Otra que se diseña
para quienes actúan desde el sitial de lo que llaman oposición.
A ellos se les dice lo mismo
que expresa Betancourt en 1959: o se la calan o se van a la
violencia ilegal y radical. Pero ocurre que esa oposición
argumenta que su mayor acompañante es la soledad y, en
consecuencia, que no puede aceptar el desafío de la violencia.
Prefiere por tanto seguir en plan de calársela hasta que pueda
ocurrir ‘algún milagro que los ponga a valer’.
Esto significa que con esta oposición,
no se vislumbra ninguna salida a la crisis que padecemos. ¿Qué
pueden ofrecer unos actores que tienen como norma-dogma el
cuidado de lo que ya poseen, para seguir disfrutándolo con ayuda
de ‘sus lógicas explicaciones’? ¿Es que se han planteado alguna
vez hacer una política distinta a la que se elabora desde las
cómodas butacas y los modernos micrófonos de la AN, normada por
la denuncia permanente que nadie escucha ni procesa?
EL RÉGIMEN
La pregunta de una aguda lectora
apunta hacia la precisión: ¿Pero es que ellos no pueden o no
quieren tomar otra posición? ¿Han caracterizado al régimen para
saber a qué atenerse con respecto a sus ejecutorias? No basta
aceptar que estamos ante un gobierno autoritario de inclinación
fascista-totalitaria, que tiene su mayor logro en la corrupción,
y que está dispuesto a enfrentar e impedir toda disidencia y
cuadrar estructuras legales e institucionales destinadas a
abrirle el mayor espacio al pensamiento único que le dé mayor
base de sustentación a la ‘política de las ganas’.
Hay que medir los efectos
de esta definición en el día a día. Estamos ante un poder que
mantiene invariable la maquinaria de su Consejo Nacional del
Fraude Electoral y que pretende profundizar los mecanismos para
alimentar la angustia-temor-terror para que el colectivo social
se sienta cada vez más comprometido a respetar y convalidar el
orden existente y se abstenga de avanzar en los caminos no
permitidos.
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