En el debate político
contemporáneo sobre la crisis de paradigmas y modelos
políticos, una de las cosas que emerge con mayor claridad e
incluso suscita consensos en la comunidad intelectual, es
que la izquierda se ha quedado huérfana de pensamiento
económico. Parece claro que después de la caída del muro de
Berlín y del colapso del socialismo real en la URSS y en sus
satélites de Europa del Este con el fracaso de la economía
estatizada y colectivista, es verdaderamente una tarea
imposible salvar algo de lo que fue la postulación económica
del pensamiento comunista que, en sus tiempos de mayor
esplendor llegó incluso a plantearse una comunidad universal
de hombres libres. Tal vez ese fue su mayor defecto, creer
ciegamente en una utopía acompañada de pretensiones de
totalización sobre la vida histórica-social, pero sobre todo
aferrada a un dogma casi religioso expresado en una teoría
que combinaba voluntarismo de clase con unas leyes
ineluctables de la historia y una pobre concepción de la
economía que extrayendo de todas partes una posibilidad
revolucionaria, se negó a ver el alcance del concepto de
valor relativo, empecinada como estaba en el valor absoluto
como base para explicar el derrumbe del capitalismo.
El resultado fue un
oscurecimiento del carácter relacional del valor que, como
lo descubre la economía moderna, se constituye en el
mercado. Tan significativo hallazgo desnuda la tesis
marxiana, según la cual el valor de una mercancía depende de
la cantidad de trabajo invertido para producirla y deja en
avería la condición científica del marxismo. En ese
ejercicio intelectual emergen otros ingredientes para
explicar el valor, todos ellos relativizando el papel del
trabajo, a saber: La relación de un bien con los demás
bienes, la relación entre costos, trabajo y dificultad en la
producción de los bienes en cuestión, la valoración que
hacen los consumidores de un bien en relación con los demás,
la escasez y hasta las expectativas de los sujetos
económicos.
De este modo la
teoría marxista del valor quedaba incapacitada para explicar
la formación de los precios en el modo de producción
capitalista al no considerar la escasez, la demanda y el
tiempo, factores claves del mercado. A la sazón es preciso
recordar que la teoría del trabajo como sustancia del valor
era clave para sostener el papel revolucionario de los
trabajadores como sujetos del cambio, pero con el déficit
apuntado la revolución puede apelar a cualquier cosa, bien
sea principios metafísicos, sentimientos, ideología, menos
invocar que se sostiene en una teoría económica válida.
Pero además, está
presente el tema de los procesos reales, donde la abolición
de la propiedad privada y la entronización de una economía
altamente centralizada y planificada en conjunción con una
sociedad cerrada bajo el pretexto de evitar la contaminación
del mundo capitalista, condujo a una falta de oxígeno
económico que a la postre provocó una verdadera implosión de
aquellas sociedades. El caso emblemático es la URSS, donde
sus energías productivas fueron consumidas en una inusitada
carrera armamentista y en exportar la supuesta revolución en
los conflictos regionales característicos de las décadas de
los 60 y 70 en un escenario de guerra fría. Y es que no
podía ser de otra forma, la cerrazón de la sociedad y la
pérdida de estímulo individual que comporta la abolición de
la propiedad privada, es el peor daño que se puede hacer a
una economía con pretensiones de expansión y que además
compite con potencias de economías abiertas y de mercados
consolidados.
El proceso histórico
reciente parece respaldar ampliamente la idea de que la
combinación de mercado, propiedad privada, incentivo
individual, democracia y apertura de la sociedad han dado
resultados en término de desarrollo infinitamente superiores
a los que han producido los experimentos socialistas en
diversas partes del mundo. Y no sólo eso, sino que los
ensayos comunistoides de modelos económicos centralizados,
planificados y con controles autoritarios, han abortado por
las condiciones ruinosas que han generado y reproducido para
sus poblaciones, por una parte; mientras que en no pocos
casos han debido girar en retroceso, el caso Chino es un
ejemplo, para tomar nuevo aliento y recuperarse adoptando el
mercado, por la otra.
De modo que sobran
evidencias empíricas con base histórica comparativa para
indicar sencillamente que, pese a los problemas que
confronta el capitalismo para ofrecer respuesta total al
fenómeno de la exclusión y la pobreza junto a las críticas
pertinentes que pueden hacérsele en términos sistémicos, por
lo demás legítimas, emerge con claridad que los ensayos
socialistas no sólo no solucionaron el tema social tan
invocado en sus teorizaciones y proclamas, sino que lo
agravaron haciéndolo acompañar con una creciente pérdida de
libertad ciudadana hasta el colmo de la indefensión
generalizada de la sociedad toda.
Por todo esto, la
izquierda tuvo que cargar el pesado handicap del agotamiento
de su pensamiento económico descalabrado en el propio seno
de la teoría marxista y, más aún en la práctica de sus
modelos político-económicos concretos, en los que el rasgo
medular era la de una economía que perdía vida propia al ser
trasegada por el Estado.
En resumen, entre
los factores fundamentales que determinaron el agotamiento
del pensamiento económico de la izquierda podemos señalar
los que siguen:
1.
La crisis
de la teoría del valor-trabajo donde descansa El Capital,
principal obra de economía de la vertiente socialista. El
nudo del problema es su pérdida de capacidad explicativa,
cuando economistas modernos desnudan sus carencias por no
poder explicar los precios al dejar por fuera la escasez, la
demanda y el tiempo.
2.
La
acumulación y reproducción del capital vista como una ley
ineluctable que conduciría necesariamente al derrumbe del
capitalismo, también fracasa ruidosamente y, de hecho, hoy
día conserva apenas el rasgo de una nota anecdótica.
3.
La
abolición de la propiedad privada que era tenida en aquella
matriz de pensamiento como condición sine que non para
desmontar el poder de la burguesía y construir una sociedad
de hombres libres, devino clave para construir sociedades
desmotivadas, sin incentivos de libertad e iniciativa
individual, completamente sometidas por el Estado y
menguadas en sus fuerzas productivas para generar riqueza. Y
esto es grave, pues si no se genera riqueza, el asunto de la
distribución pasa a un segundo orden.
4.
El
pensamiento de izquierda encuentra su más difícil escollo en
el tema del mercado, que era visto como un gran monstruo
devorador de los hombres y que debía desaparecer, ser
enterrado para garantizar el advenimiento de una sociedad
comunista. La historia ha sido implacable con la izquierda
en este punto. El mercado se ha convertido en un
supraempírico capilar en la sociedad moderna hasta el punto
que cualquier idea sobre lo económico es metafísica si no se
refiere a él como categoría y realidad central. El mercado
es la posibilidad real de intercambiar entre los hombres los
bienes más disímiles a través del dinero. El mercado es un
universal. En sus estudios sobre el capitalismo, el propio
Marx ponderó la importancia del mercado, pero lo valoró como
una esfera de realización del capital que aumentaba y
reproducía la tasa de ganancia y el poder de la burguesía.
Nunca vio sus virtudes, sino que sobredimensionó sus
defectos. Nunca atisbó Marx, por ejemplo, que el mercado es
equivalente a ciertos rasgos de la naturaleza humana y que
fue inventado para superar el atraso inherente a sociedades
de valores de uso, en las que el hombre era prisionero de
sus necesidades concretas. Tampoco pudo apreciar Marx (claro
está, por razones de tiempo histórico) la conversión del
mercado en una cultura, en una práctica humana que forma
lazos sociales y sobrepasa el simple nivel material. Marx
tampoco tuvo la receta para sustituir al mercado, se limitó
simplemente a decretar su desaparición en la futura sociedad
comunista…una sociedad sin propiedad privada, sin clases,
sin Estado y sin mercado. En síntesis…una utopía, tal vez la
única forma de producir una crítica al mercado, una vía que
prefigura un lugar inexistente, un no lugar, hecha desde un
lugar muy fáctico, donde reina el mercado sin encontrar a su
paso teoría alguna que tenga la fórmula para ofrecer una
alternativa que lo sustituya.
5.
El colapso
masivo de las economías planificadas y centralizadas por
Estados de corte burocrático-autoritario en todo el mundo
socialista. Esta crisis ponía al desnudo el mito de que
podían alcanzar los mismos niveles del desarrollo que el
capitalismo e incluso llegar a superarlo.
6.
La
experiencia reciente de economías estancadas como la de
China que después de largos años de centralismo, sólo han
experimentado recuperación y crecimiento a partir del
momento en que adoptaron el capitalismo y mercado abierto.
7.
La idea
cada vez más aceptada de que el capitalismo es el único
sistema moderno que puede ser regulado. El Estado puede
actuar como elemento regulativo, junto a la opinión pública
y una esfera democrática de racionalidad comunicativa. Muy
distinto es el caso de los llamados socialismos, donde la
regulación deja de tener sentido, pues el Estado se apodera
completamente del aparato económico y se lo traga, hasta el
punto de que se hace muy difícil distinguir donde termina lo
económico y donde comienza el Estado. Ambas esferas se
confunden, estamos en presencia de totalitarismo y una
burocracia todopoderosa controla la economía.
8.
La
reproducción del capital en lugar de conducir a crisis
cíclicas y eventualmente al derrumbe del capitalismo,
desembocó más bien en un tipo histórico-económico de
sociedad capaz de auto reproducirse reinventándose. Y lo ha
hecho de modo global, pues estamos hoy en un postcapitalismo
articulado a la sociedad del conocimiento y la información.
Hay síntomas visibles en
América Latina del grado de enervamiento y decadencia de la
propuesta económica “revolucionaria”. Pero como nota curiosa
de reciente data, un déspota tropical reclamando su ser de
izquierda, asomó el trueque como signo del socialismo del
siglo xxi en Venezuela. El
trueque que figura entres las formas de economía
antediluvianas. Podremos imaginarnos cambiando doce chivos
por gallinas o por maquinaria y medios de transporte en la
era de la globalización y de las operaciones comerciales
electrónicas. Naturalmente, ya sabemos que dictadores de
viejo cuño nada saben de economía…y menos la entienden.
De allí que asistimos
definitivamente al colapso del pensamiento económico de
izquierda. Un paradigma, una forma de pensar lo económico
llega a su fin. Ello deben asumirlo sin lloriqueos los
teóricos de la izquierda, a menos que defiendan que
economías como la de Cuba o Corea del Norte califiquen como
prósperas. De hecho la Rusia actual ya asumió la receta del
mercado, mientras China representa un singular híbrido donde
coexiste el capitalismo más rampante con la burocracia
socialista. Ambas son emblemáticas expresiones del fracaso
de una forma de pensar lo económico, en ambas el tema de la
justicia social entró en un limbo, pero con un agravante de
peso descomunal: El tema de la libertad nunca ha sido allí
siquiera planteado como problema.
* |
Profesor-investigador en Epistemología y Filosofía |
angelferepist@cantv.net