El
candidato de la unidad opositora Manuel Rosales apelando a
una costumbre propia de los países democráticos y
civilizados, ha invitado o desafiado al candidato
oficialista a un debate televisado para discutir temas
fundamentales de la realidad nacional. Extrañamente, el
candidato oficialista teniente coronel Hugo Chávez, quien ha
mostrado un excesivo gusto por los micrófonos y por las
largas apariciones mediáticas, se ha negado echando mano de
un enjambre de descalificaciones sobre su contendor
electoral, apuntando que no tiene la estatura política e
intelectual para medirse a él en escenario público. Otra vez
la prepotencia y la soberbia se ponen de bulto en boca del
depositario del poder, pero su actitud es además mezquina,
pues niega de plano a los ciudadanos la posibilidad de
cotejar en limpio la capacidad propositiva de ambos
aspirantes, sus ideas sobre la Sociedad y el Estado ya
alejadas del monólogo y contrastadas en un intercambio de
argumentos sometido a la necesaria lógica de réplicas y
contrarréplicas, sus visiones del mundo, sus proyectos de
país y las líneas de abordaje sobre temas capilares como
Seguridad, Salud, Educación y Política Exterior.
El debate es un mecanismo democrático legitimado por las
sociedades modernas que permite la ilustración de los
electores, que hace suyo el horizonte del intercambio de
ideas y argumentos como ideal de racionalidad y civilidad y
que, al propio tiempo se constituye en un proceso
facilitador de la decisión de los ciudadanos de cara a unas
elecciones presidenciales. Naturalmente, el debate tiene de
suyo un conjunto de precondiciones, la primera de ellas es
que el posible interlocutor tiene que tener prestancia,
talante y desempeño democrático; la segunda es que se
encuentre dispuesto a reaccionar racionalmente ante puntos
de vistas, ideas u opiniones que interpelen o contrasten su
visión de las cosas o de la política; La tercera es que
mantenga la serenidad y la reserva discursiva si es su
gestión pública lo que está en juego y es el objeto central
de la discusión. Es obvio que tiene que estar dispuesto a
discutirla para poder defenderla, en esta ocasión es
obligado usar argumentos, más allá de la propaganda
habitual o de la retórica; la cuarta es que debe prepararse
para hacer desconexión del monólogo si éste ha sido su
costumbre en sus apariciones públicas; luego abrirse al
diálogo, a la discusión y a la réplica o contrarréplica. En
cuarto lugar habría que indicar que los posibles actores del
debate deben asumir modestamente que una vez iniciado el
mismo, se encuentran en condiciones de horizontalidad, son
rivales discursivos dispuestos como iguales y sometidos a
las mismas reglas de juego, entonces aquí no valen los
privilegios, los rangos ni las amenazas. Finalmente, no
podía faltar como quinta (no hay quinto malo) una condición
netamente venezolana: para ir a un debate hay que tener
coraje, hay pues, que tener los pantalones bien puestos, hay
que saber fajarse más allá de las bravuconadas de ocasión
para incitar a un tumulto de acólitos.
De estas líneas se desprende que un déspota o un dictador no
cumplen con las precondiciones de un interlocutor de debate,
el monólogo es mal consejero a la hora de una agonística
discursiva de este tipo, pues instala un prejuicio, un mal
paradigma que le puede jugar una mala pasada. Igualmente,
una persona que pierde la serenidad cuando se ve sometido a
crítica y a ideas distintas a las suyas, no es adecuada para
un debate, podría armar un zafarrancho y quedar en evidencia
sus modos elementales.
Sostenemos que con su negativa de asistir a un debate con el
candidato Rosales, el candidato teniente coronel Chávez
Frías pierde una magnífica oportunidad para explicar a los
venezolanos qué cosa es esa llamada socialismo del siglo
XXI, pierde un excelente momento
para explicarnos por qué esa alarmante cifra de más de
80.000 muertes en las calles venezolanas, pierde una
oportunidad estelar para justificar en limpio y por vía de
contraste la inmensa vocación de San Nicolás regaladora de
petro-dólares a otros países del mundo, pierde un momento
mediáticamente soñado para explicarnos cómo el gobierno de
Venezuela que tanto invoca la soberanía, puede sin embargo
intervenir sin pudor alguno en los asuntos y elecciones
internas de otros países, hasta el punto de que se ha
peleado con México, Perú, Colombia, Chile y Ecuador. Se
pierde también el chance de explicarnos a todos los
venezolanos cómo es que nos estamos preparando para una
guerra asimétrica con las fuerzas del imperio. Pero además,
el teniente coronel ha dicho con claridad que es superior a
Rosales, que éste no calza los puntos para ser su partner
en un debate. Y allí en esa frase hay un problema y no de
poca monta, porque resulta que en este país nos gusta
convencernos, nos gusta distinguir entre el papel y la
realidad, esto es, que sencillamente el teniente coronel
está - al menos en la conciencia colectiva venezolana
-
obligado a demostrar lo que dice. En consecuencia, qué mejor
oportunidad de demostrar la superioridad de su visión del
mundo y de la política que su asistencia a un debate en vivo
(como a él le gusta) frente a todos los
venezolanos. Pero parece ser que no quiere confrontarse, no
quiere verse expuesto a una evaluación de su gestión pública
tras estos 8 largos años de fracaso sin atenuantes. Él dice
ser superior a Rosales, está acostumbrado a ofender la
inteligencia de los ciudadanos, de los cuales hay una
infinidad que se saben competentes para darle una zurra al
teniente coronel en un debate sobre cualquier tema nacional
o mundial. Un actor de debate no puede ser dictador, los
dictadores no debaten, pero tampoco puede ser correlón.
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Profesor-investigador en Epistemología y Filosofía |
angelferepist@cantv.net