A los mártires del 11 de abril
“Un buen día tuve la impresión de que el eje de
gravitación del pícaro tomaba el mando y, a base de increíbles
picardías políticas se volvía general de los cuartelazos, el
presidente de las elecciones truncadas, el mandatario de los
plebiscitos amañados y, las más de las veces, el dictador”.
Alejo Carpentier
1
Sólo una
porfiada incapacidad de enfrentar la realidad y domeñar el
presente – sea política, moral o intelectualmente – pueden dar
razón de un hecho tan insólito como inexplicable: aún hoy,
cuando se cumplen tres años de los luctuosos sucesos del 11 de
abril, nadie parece estar en capacidad de explicarnos por qué
razón un maravilloso movimiento popular, desarmado y pacífico,
entusiasta y generoso, tuvo que desembocar en una masacre, un
golpe palaciego, un contragolpe de Estado y una gigantesca
derrota para las fuerzas democráticas del país. Pues los
efectos de una demoledora y gigantesca expresión de rechazo
cívico terminaron sirviendo al entronizamiento del repudiado y
derrotado presidente de la república. ¿Genialidad del
caudillo, que volviera del brevísimo destronamiento en gloria
y majestad o miseria sin límites de un liderazgo
político-militar pusilánime, egoísta, cobarde y miope?
La estricta verdad de los hechos es tan escurridiza y
resbalosa, que al día de hoy es imposible encontrar una
explicación unívoca, consistente y sobre todo convincente de
los rocambolescos sucesos que condujeron a la deposición,
coronamiento y reposición de quienes tuvieron el destino – y
lo siguen teniendo – de una nación en sus faltriqueras. Lo que
sin duda puede señalarse casi sin error a equívocos es que
todos los protagonistas de esos ominosos sucesos mienten de la
manera más eficiente: por medio de la estridencia de las
medias verdades. Así proceden el presidente de la república y
su totalitario aparataje jurídico y comunicacional cuando
rescriben los acontecimientos a su antojo sin otro fin que
usarlos como arma de fortalecimiento de su poder y el
aniquilamiento de sus opositores. Miente el cabecilla del
golpe palaciego, que escribe su historia para su auto
legitimación, sin importarle el ocultamiento de hechos
esenciales y el desvelamiento de otros, claves malversadas por
el régimen para la persecución de quienes ya no tienen voz o
parecieran inocentes.
Sólo quedan retazos de verdades: la insólita carencia de
conciencia histórica, vocación de poder, liderazgo, coraje y
decisión del alto mando militar. Por nadie mejor caracterizado
que por el desorientado, vacilante y pusilánime comandante
general del ejército, Efraín Vásquez Velasco. La falta de
grandeza del presidente de la república en un momento de
definiciones existenciales, salvado exclusivamente por la
inmensa pequeñez de sus adversarios. La carencia de talento
político de Carmona Estanga, convertido en el hombre
equivocado de una circunstancia equivocada en un momento
equivocado. Y el rastacuerismo de gran parte de un entorno que
viera salvadas sus prebendas y canonjías gracias a la
mediación de oscuros mediadores uniformados. Nada de todo ello
digno de orgullo para una nación que tres años después
continua debatiéndose entre la democracia y la dictadura.
2
No hubo más dignidad en todos estos hechos de los tres días
más ominosos de esta triste historia que la mostrada por esos
cientos y cientos de miles de venezolanos de toda edad y
condición que marcharon hasta el palacio presidencial para
exigir una explicación de alto contenido moral: que aquel a
quien eligieran tres años antes llenos de esperanza explicara
ante la faz del mundo, sin subterfugios ni ocultamientos por
qué había traicionado las promesas de justicia y reparación
con que ganara su confianza, llevando la patria hacia el
despeñadero de la ruptura institucional, el estrangulamiento
de las libertades públicas y la miseria material y espiritual
a los que ya entonces había llegado, y que a la fecha se han
profundizado hasta extremos intolerables. Y la muda dignidad
de los asesinados y heridos de bala por la jauría bolivariana
que, apostada en Puente Llaguno, mostró la inmunda verdad de
un régimen forajido.
El resto es pura farsa, mentira, indignidad, manipulación y
acomodo. De parte y parte. ¿Quiénes decidieron entregar en
manos de un inexperimentado empresario el destino del país en
sus más graves momentos? ¿Dónde se encuentran? ¿Qué papel
jugaron las Fuerzas Armadas, la iglesia, los medios, los
partidos políticos y factores opositores en estos hechos?
¿Quién decidió la ruta política de un gobierno sin otra
legitimidad que la voluntad de auto proclamación de los
conjurados, la conformación del gabinete, la juridicidad de
quienes se creyeron en el derecho a regir los destinos de la
nación? ¿Quién o quienes manejaron los hilos de una conjura
con que se pretendió sorprender a otra conjura, ésta cocinada
en palacio y posiblemente hilvanada desde La Habana, a juzgar
por el nunca aclarado papel del oficial de más alto rango de
la república, el trisoleado general Lucas Rincón, actuando
según confesión de los propios involucrados en nombre del
presidente derrocado? ¿Quién engañó a quién? ¿Quién le asestó
una puñalada a quién? Si no mediara la muerte de tantos seres
inocentes y la frustración de millones de venezolanos, bien
podría calificarse a todos estos dudosos hechos de cómica
novela de enredos.
Han pasado tres años y la única verdad es el luto y el dolor
de las familias venezolanas que perdieron a sus deudos, la
persecución implacable contra quienes aparentemente no
tuvieron arte ni parte en los sucesos, el destierro de algunos
protagonistas, la clandestinidad y la prisión de otros.
¿Cómo recordar una fecha del que sólo sobrevive el pesar? Una
nación no puede construirse sobre una infamia. El 11 de abril
es una mancha indeleble en nuestra historia reciente. Sumado
al fraude del 15 de agosto, configura una base de ilegitimidad
que lastrará a este régimen por los días y años que le queden.
El compromiso de honor de constituir una comisión de alto
nivel y terminar por establecer la verdad de los hechos ha
sido burlado por un régimen que no conoce otra verdad que el
Poder ni otro compromiso que su entronizamiento. Aún así: la
verdad, algún día, tendrá que imponerse.
|