El rico sabor de la Misión Venganza

Por Roberto Giusti

A partir de su retorno al poder el 14 de abril del 2002 y del autodevelamiento de las fuerzas que obraron en su contra, Chávez identificó los focos conspirativos, recuperó la FAN luego de adelantar una purga, se quedó con una Pdvsa recreada a su imagen y semejanza y atacó otros frentes. Así, poco a poco, a medida que incrementa la concentración de poder a su alrededor, sus antiguos enemigos han ido cayendo uno por uno. Ahora sólo faltan los medios, la Iglesia y... el imperio.

Que nadie lo dude. La mayoría de los venezolanos exhaló un suspiro de alivio a la medianoche del 11 de abril del 2002, cuando se enteró que la salida del poder de Hugo Chávez era una cuestión de horas.

La horrible tarde que había vivido el país se convertía en la síntesis de un gobierno cuyo origen violento se conectaba con un final signado igualmente por la barbarie, furiosamente desatada en los alrededores de Miraflores.

Sólo que fueron millones los testigos que observaron y escucharon al Presidente en su intento por borrar de las pantallas de televisión lo que estaba ocurriendo, a través de una cadena nacional plagada de invocaciones a Dios y alusiones a la tolerancia y la libertad de expresión propiciadas por su gobierno, mientras a pocos metros la masacre continuaba y luego se suspendía la señal de tres canales de televisión.

El fin del odio

Si en efecto lo ocurrido formaba parte de una provocación para generar violencia, quienes la fraguaron supieron tocar la tecla precisa y antes que desechar el uso de la fuerza contra una manifestación conformada por una inmensa mayoría de personas inermes, el Presidente decidió convocar a los círculos bolivarianos, reprimir la marcha con la Guardia Nacional y los pistoleros civiles y finalmente ordenar la activación del Plan Avila, sacando a la calle la artillería. Un error de cálculo que propició la desobediencia del comandante del Cufan, el general Rosendo, y desató el movimiento de los jefes militares en contra de la permanencia de Chávez en el poder.

En todo caso, si la oposición fraguaba una conjura, según el general Rosendo el entorno político y militar más cercano al Presidente, incluyendo al fiscal Isaías Rodríguez, también se había preparado en los días previos para que lo que ya se veía venir.

De allí la sensación de alivio en quienes, a las 4:00 de la mañana del 12 de abril, pudieron ver a un Chávez humilde y contrito entrando al Fuerte Tiuna para entregarse a los militares rebeldes. Se suponía que en ese preciso instante el país entraba en una nueva fase y que pese a todos los problemas y al virus de la polarización, el nuevo gobierno impulsaría, como fines incontestables, la recuperación de la paz social y la liquidación del estado de guerra latente y, a veces concreto, en que estaban sumidos dos irreconciliables bandos movidos por el odio.

Destejiendo la red

En el curso de las horas siguientes, y como ya todo se daba por concluido, la extensión y profundidad de la red conspirativa comenzó a revelar hasta dónde y de qué manera había logrado Hugo Chávez colocar a lo que entonces era la mayoría del país en contra de su proyecto político.

Todos quedaron al descubierto. Primero los jefes militares, cuyas posiciones en cargos clave impulsaron su salida del poder sin que se disparara un tiro y, por tanto, sin una sola baja. Decimos "ni un tiro" luego de las 5:00 de la tarde y ninguna baja militar porque los muertos eran civiles.

A excepción de Baduel, García Carneiro y del general de tres soles, cuyo célebre anuncio sobre la renuncia Presidencial lo colocó en una zona de incertidumbre que lo trajo hasta su actual ostracismo, los otros jefes militares y oficiales de alto rango quedaron en evidencia. En otras palabras, Chávez no controlaba las FAN y allí estaban los héroes uniformados del momento para corroboralo. Algunos no hicieron sino confirmar la desconfianza del Presidente hacia ellos, pero otros provocaron su estupefacción por haberlos tenido como sus fieles y seguros servidores.

El revés de la trama

Luego se descubrió la trama de los empresarios. Mucho menos sorpresiva por evidente. No en balde Pedro Carmona Estanga era la cabeza visible del movimiento de oposición surgido a raíz del paro del 1 de diciembre del 2001.

Lo mismo ocurría en la Iglesia y el hecho de que el cardenal Velasco fuera el primero en firmar el decreto de Carmona no era el primer indicio de la actitud de un clero convencido de que la violencia y el autoritarismo afectaban no sólo a los católicos como personas sino a la institución toda.

El clamor en Pdvsa también era estruendoso y el último desafío de Chávez, el domingo 7 de abril, expulsando ignominiosamente a una élite empresarial que se había convertido en la punta de lanza contra los intentos por convertir a la compañía en una estructura política al servicio de los intereses del Gobierno había radicalizado las posiciones hasta el punto de convertir a la industria en el centro neurálgico del paro nacional.

Luego venían los dirigentes sindicales, los líderes políticos y el chavismo renegado, cuyas acciones se vieron en alza en las horas posteriores al 11, cuando un grupo de parlamentarios se mostró dispuesto a dar su voto para el reconocimiento legislativo del gobierno provisional de Carmona. No se puede negar tampoco que la participación de los medios resultó vital y en la semana previa al 11A los dueños de las televisoras se las jugaron todas ante un Gobierno dispuesto a cerrarlas definitivamente, partiendo la pantalla para impedir que el Gobierno impusiera su mensaje con la seguidilla de cadenas nacionales que se produjo a lo largo de esos días.

Estaban también los diplomáticos y aun cuando el Gobierno señala la participación de dos agregados militares estadounidenses en los hechos del Fuerte Tiuna la noche del 11A y hacen notar la visita del los embajadores de Estados Unidos y de España a Carmona, no existe ningún tipo de evidencia documental que pueda confirmar lo que hasta ahora sigue siendo una fuerte sospecha.

El secuestro

Pero todo ese andamiaje heterogéneo y poco estructurado tuvo su mejor síntesis en la lista de los firmantes del decreto de Carmona. Allí quedaron en evidencia, por una parte, los más radicales opositores, quienes se prestaron a la cancelación de los poderes públicos y una mayoría de pocos avisados ciudadanos que firmaron sin saber muy bien de qué iba la cosa.

Sólo que no se trataba únicamente de unas cúpulas resentidas porque se había tocado sus intereses. Detrás de ese movimiento estaba lo que en aquel entonces era algo así como 70% de la población.

Más allá de los grupos, de los focos conspirativos y de alguna apetencia personalista, estaba un pueblo guiado por un firme sentimiento nacional, que había librado una vibrante lucha, que puso los muertos en el momento decisivo y que finalmente fue secuestrado y manipulado hasta el punto de colocar a una buena parte de los militares rebeldes en la tesitura de plegarse para abrirle paso al regreso de Chávez.

Un final tan sorpresivo, que incluso agarró fuera de base a quien ya se veía exiliado sorbiendo mojitos en Varadero, se convirtió en una aplastante victoria política que se ha ido materializando en el curso de estos tres años.

La venganza

Si bien Chávez regresó disminuido, todos los elementos conspirativos estaban sobre la mesa y así fue como a partir del 15 de abril se inició la lenta pero dulce tarea de la venganza. Misión Venganza.

Debidamente identificados, con sus firmas certificadas, sus palabras grabadas y sus imágenes imposibles de borrar, los enemigos de Chávez han ido cayendo de a poco y en el botín de la victoria se abonan dos tesoros invalorables: la Fuerza Armada y Pdvsa, esta última lograda en dos tiempos (11 de abril y paro nacional).

Los presuntos entuertos judiciales fueron corregidos y los jueces pretendidamente venales están en sus casas o en ciernes de ser sometidos a juicio. Algunos militares se encuentran tras las rejas y otros seguramente les harán compañía, a menos que huyan, si no lo hicieron ya. Lo mismo ocurre con Carmona (exiliado) y Ortega (preso).

Así, a partir de ese retorno triunfal y del autodevelamiento de las fuerzas opuestas a su proyecto, Chávez fue concentrando el poder a su alrededor y gracias a los precios petroleros logró ampliar la base de apoyo político, recuperando el terreno perdido en los días anteriores a abril y logrando, con todo y lo justo de las denuncias, victorias electorales de considerable magnitud.

Ahora sólo quedan pendientes algunas cuentas: los medios, la Iglesia y el imperio. La venganza continúa.
 

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 Artículo publicado en el diario El Universal, lunes 11 de abril 2005


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