VIENDOLO AHORA TODO EN PERSPECTIVA

Por Mariana Pagea

Como sucede en muchos momentos históricos, la pereza de los políticos en involucrarse y revisar bien las primeras medidas antes de anunciarse, fue el factor crucial que faltó para enderezar el naciente gobierno provisional.

       A tres años del trascendente evento del 11-A, sin la influencia de los emotivos incidentes que sucedieron después, se puede evaluar más fríamente el significado de ese hito de nuestra historia, que hubiera significado el inicio de una etapa de progreso y bienestar, de haberse hecho mejor las cosas. Y aunque el nuevo gobierno hubiera resultado autoritario, o incluso incompetente, al menos se hubiera interrumpido un nefasto curso iniciado en febrero de 1999 con la ascensión de ambiciosos militares y de una izquierda ineficiente al poder, ahora sin ganas de “soltar el coroto” después de saborear los placeres del poder total y el acceso ilimitado a las arcas del tesoro público. Tan sencillo como eso.

      Cierto, la oposición democrática aún con sus diferentes tendencias, no parecía unida más que en el deseo de salir de la pesadilla autoritaria que se cernía sobre el país, con todo lo negativo que significaba para el desarrollo nacional por su potencial de ahuyentar nuevas inversiones e impedir la reactivación de la economía. Y nadie supo entrever en ese momento, cuando sectores representativos del país se aprestaban a recibir cómodamente el nuevo gobierno, confiado en el liderazgo de un conductor de empresas que había demostrado valor, capacidad y temple. Y nadie supuso que se iba a emitir decretos tan torpes y arbitrarios, aunque todo parecía indicar que tendría el apoyo general, con todos los defectos que evidenciaban las primeras medidas. La mayoría se sentía aliviada de haber salido de un mandatario que se retractó de sus promesas y –con sus constantes improvisaciones y transgresiones del estado de derecho- ofrecía un rumbo aún más incierto y problemático. Pero ese era el momento de anunciar rectificaciones, no de restablecer el antiguo status quo, y los militares no supieron comprender el momento histórico, cuando la mayoría quería un cambio después de tres años de erráticas medidas y un proceder personalista que auguraba peores eventos en el futuro cercano (como de hecho sucedió).  

      La corta y sorpresiva transición representó un cambio de un gobierno que emergió en una confusa situación provocada por hechos sangrientos (la masacre de Puente Llaguno) y las nuevas autoridades lucían casi surrealistas, o al menos extrañas, con mucha gente creyendo que no se había logrado todas sus aspiraciones, pero era mejor que seguir con un militar fracasado (en el intento de golpe real del 92 y en el gobierno gris de 3 años), y con un futuro bastante gris. La inercia y la confusión que siguió a la polémica “toma de posesión de Carmona”  fue llenado, lamentablemente por militares ambiciosos de hacerse fácilmente del poder, al detectar las incongruencias de los primeros comunicados y la insatisfacción de gran parte del estamento político, que se confió ingenuamente en la capacidad de viejo líder empresarial, ignorando trágicamente su limitada experiencia política. Como sucede en muchos momentos históricos, la pereza de los políticos en involucrarse y revisar bien las primeras medidas antes de anunciarse, fue el factor crucial que faltó para enderezar el naciente gobierno provisional, que nunca tuvo ambiciones de perpetuarse sino de facilitar la transición a un gobierno mucho más democrático y prometedor que el del período 1999-2001. Esa pereza fue lamentada amargamente  porque tuvo un trágico costo político.

        En esos cruciales momentos, los actores militares que tomaron la iniciativa son los nuevos dueños del terreno, y vieron la oportunidad de ascender rápidamente a posiciones del máximo poder de facto, sin esperar aprobaciones de Congresos como antes. Simplemente amenazaron con bombardeos y los temerosos políticos –al igual que la misma gente, todavía sacudida e incrédula de lo que había pasado- entregaron el poder en bandeja de plata, sin resistencia. Ese era el momento de salir a la calle, pero la cómoda clase media no lo hizo y le dejó el campo a los pocos seguidores del carismático líder, que tomaron puntos estratégicos. La falta de unión y de coordinación impidió tomar acciones que hubieran frustrado la absurda vuelta al poder del desprestigiado comandante, que se había entregado cobardemente después de promover una matanza de civiles desarmados, y sólo el fervor irracional de unos miles de seguidores permitieron que recuperara el palacio, sin méritos de su parte.  Quizás una enérgica reacción opositora hubiera generado focos de violencia, pero era mejor arriesgarse en ese momento y sufrir algunas bajas que permitir que sobreviniera –por criminal omisión- el hecho cumplido, la absurda retoma del poder, máxime cuando los asambleístas y el mismo TSJ se disponían a aceptar el nuevo gobierno y los funcionarios estaban en desbandada. Seguramente, en ese momento, los militares institucionales con cierta autoridad y recursos, hubieran reaccionado y  prevalecido y se hubieran cambiando las cosas, aún sin un mandatario civil y con la figura de una junta militar provisional, que todos esperaban hubiera sido firme y benévola en aras de asegurar un futuro democrático y progresista, y mucho más institucional de la que siguió con las purgas efectuadas. Pero, hay que admitirlo con franqueza, regalaron el poder sin luchar, aún teniendo el apoyo de casi todo el país, en un necio acto de cobardía que seguramente muchos lamentaron después.

      Una vez reconquistado el poder, los oficialistas se aseguraron de no volver a cometer los mismos errores. Purgaron los demás poderes y especialmente las fuerzas armadas, en la mejor tradición estalinista, aunque sin mucha sangre, pero sí con un saldo progresivo de víctimas civiles, que dieron la vida o la carrera solamente por haber disentido en esos momento cruciales. Las retaliaciones políticas que siguieron fueron mucho peores que lo que hubiera resultado de los tímidos decretos de Carmona, que a lo sumo hubiera gobernado un tiempo por decreto para rehacer la maltrecha administración pública y enderezar las finanzas, cuando todavía estábamos sumergidos en una crisis fiscal mucho más fuerte que la actual. Aunque ahora hay un potencial mucho mayor de ir mal por el amplio endeudamiento, medidas improvisadas, la impunidad judicial, el caos administrativo y los gastos inmorales en burocracia y armamento innecesario (y de incierto destino) adquirido a la luz de fantasiosos temores de invasión y magnicidio que se tejen premeditadamente para armar milicias extra-institucionales y atornillarse en el poder, en el mismo estilo arrogante y violento de épocas fascistas o leninistas. Todo asesorado por el tirano mayor del Caribe, otro ególatra que busca sólo proteger sus “intereses petroleros”  con sus habituales astucias, y seguir alborotando a Latinoamérica a pesar de sus repetidos fracasos en otras décadas, siempre en nombre del sufrido e ingenuo pueblo que aparenta defender y servir.

       Lo que vino después parece sacado de una comedia de errores. Obsesionados por la “segura” destitución constitucional del líder autoritario, los opositores seguían unidos sólo por ese deseo y lo apostaron todo a un simple referendo, ignorando que el gobierno pondría miles de obstáculos para ganar tiempo y anunciar sus misiones, mientras se preparaba para el más vulgar fraude de nuestra historia contemporánea, copiando íntegramente el de 1952 en resultado, aunque con métodos más sofisticados. Con un irregularidades obscenas en el REP, con máquinas amañadas, con mayoría obscena de militantes gobierneros en el CNE, con “observadores internacionales” nada imparciales o ingenuamente confianzudos (que evidentemente defendieron intereses políticos-energéticos del coloso del norte), finalmente sobrevino el fraude anunciado, concretándose la confirmación del mandatario cuestionado.

         Fue un evento comicial con mayores implicaciones que el confuso forcejeo político-militar del 11 de abril, por significar el RRP -en un mundo globalizado mediáticamente por noticieros simplistas- una clara relegitimación de un mandatario autocrático y ególatra, con un proyecto no deseado por las mayorías, todo sin considerar las condiciones de dudosa legalidad que condujo a ello. Si al menos el Centro Carter y la OEA hubieran esperado algunos días y organizado mejor la verificación o el recuento manual que se imponía (en vista de los indicios que aparecieron sobre errores y trampas) y si la oposición hubiera exigido lo dispuesto para ello en lo acordado en la mesa de negociaciones, producto de laboriosas conversaciones políticas iniciadas en 2003 con intenciones malsanas de la parte gubernamental, que ya planificaba lentamente el fraude. En cambio, después del RRP se hizo todo en forma apresurada y parcial, ignorando los acuerdos  entre todos los entes involucrados. Nuevamente, se impuso la formalidad de un hecho cumplido y se difundió la “nueva legalidad” a un mundo harto del caso venezolano. Así se anunció en pocos días un mandatario confirmado en forma bastante cuestionable, sin importar los medios utilizados. Importaba seguir haciendo negocios con Venezuela, cuyo petróleo necesitaba EE.UU. para destinar sus combustibles a las guerras en la lejana Asia. O sea ganaron los hechos ilegales por encima de la verdad y la conveniencia democrática. Bi hablar del futuro del país y los sufridos habitantes, que en un 60% (al menos) querían un cambio después del desastre gubernamental.

        En suma, los eventos que siguieron al fatídico 11 de Abril, fueron aun más traumáticos que los de ese mismo día aciago, pues hubo un número aún mayor de muertos en plazas y manifestaciones, y de militares disidentes alejados o presos, por el simple hecho de haberse opuesto al régimen en ese momento, un derecho lógico en regímenes democráticos pero no tolerado en los autocráticos. Ahora arrecia el deseo de reescribir los hechos del 11 de abril para aparentar cierta legitimidad y culpar a otros (menos a los responsables), junto con frecuentes intimidaciones a la prensa, imputaciones a honorables personalidades y otros intentos de falsear los hechos, todo de acuerdo a un plan de arrinconar a la oposición y a los militares para que no vuelvan y repetir otra intentona de cambiar las cosas con la fuerza de las mayorías. La democracia es sólo una palabra para confundir a los incautos con prédicas populistas, y para manipularla en retóricas oportunistas, no para ejercerla escrupulosamente o para beneficiar realmente a la población.

          Ahora manda (gobierna es mucho decir) una minoría incapaz y arrogante, consciente sólo de sus privilegios, gastando a manos llenas con el objetivo principal de  mantenerse en el poder el mayor tiempo posible, para defender sus intereses egoístas y no para acabar con la pobreza como predican. Creen que es su turno ahora, después de cuatro décadas de mediocres gobiernos adeco-copeyanos, y que no pueden dejar perder esta oportunidad para llenarse a manos llenas, con el supuesto apoyo de ingenuos grupos depauperados, que ignoran que todo lo que sucede irá eventualmente contra de sus intereses, a pesar de las migajas que reciben ahora.

          Todo está sucediendo antes que las fuerzas morales y las grandes mayorías se vuelvan a unir más efectivamente para darle un vuelco al funesto rumbo actual  para sacar al país de la segura hecatombe a que lo arrastra la imprevisión, la corrupción y la ambición de este proyecto hegemónico, que se sostiene a fuerza de abundantes petrodólares. Lamentablemente, por las debilidades y contradicciones de una oposición todavía traumatizada, ahora no están dadas las condiciones para la corrección de ese rumbo y muchos pensamos que sería preferible dejar que el gobierno siga inmerso en su suicida orgía de improvisaciones, derroche, arrogancia y corrupción, sumergido en un ilusorio proyecto ideológico que ya se vislumbra fallido, para que se demuestre fehacientemente los daños que provocan el populismo, el militarismo y el caudillismo, ya que aparentemente nadie escarmienta sin una experiencia traumática en carne propia. De este modo, el cambio que vendrá, inevitablemente, lo habrá hecho el mismo grupo poderoso que nos desgobierna, víctima de los garrafales errores que está cometiendo por ineptitud, ceguera y codicia, irresponsable y cobardemente contra un pueblo inerme y esperanzado. Sólo queda desear que la pesadilla -que hemos merecido por los errores cometidos- llegue a su término algún día y que este trauma sirva de doloroso aprendizaje tanto para el pueblo desaventajado como para la ciudadanía preparada, en las futuras encrucijadas sobre el destino nacional que seguramente se presentarán, tarde o temprano.
 


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