A
tres años del
trascendente evento del 11-A, sin la influencia de los
emotivos incidentes que sucedieron después, se puede evaluar
más fríamente el significado de ese hito de nuestra historia,
que hubiera significado el inicio de una etapa de progreso y
bienestar, de haberse hecho mejor las cosas. Y aunque el nuevo
gobierno hubiera resultado autoritario, o incluso
incompetente, al menos se hubiera interrumpido un nefasto
curso iniciado en febrero de 1999 con la ascensión de
ambiciosos militares y de una izquierda ineficiente al poder,
ahora sin ganas de “soltar el coroto” después de saborear los
placeres del poder total y el acceso ilimitado a las arcas del
tesoro público. Tan sencillo como eso.
Cierto, la
oposición democrática aún con sus diferentes tendencias, no
parecía unida más que en el deseo de salir de la pesadilla
autoritaria que se cernía sobre el país, con todo lo negativo
que significaba para el desarrollo nacional por su potencial
de ahuyentar nuevas inversiones e impedir la reactivación de
la economía. Y nadie supo entrever en ese momento, cuando
sectores representativos del país se aprestaban a recibir
cómodamente el nuevo gobierno, confiado en el liderazgo de un
conductor de empresas que había demostrado valor, capacidad y
temple. Y nadie supuso que se iba a emitir decretos tan torpes
y arbitrarios, aunque todo parecía indicar que tendría el
apoyo general, con todos los defectos que evidenciaban las
primeras medidas. La mayoría se sentía aliviada de haber
salido de un mandatario que se retractó de sus promesas y –con
sus constantes improvisaciones y transgresiones del estado de
derecho- ofrecía un rumbo aún más incierto y problemático.
Pero ese era el momento de anunciar rectificaciones, no de
restablecer el antiguo status quo, y los militares no
supieron comprender el momento histórico, cuando la mayoría
quería un cambio después de tres años de erráticas medidas y
un proceder personalista que auguraba peores eventos en el
futuro cercano (como de hecho sucedió).
La corta y
sorpresiva transición representó un cambio de un gobierno que
emergió en una confusa situación provocada por hechos
sangrientos (la masacre de Puente Llaguno) y las nuevas
autoridades lucían casi surrealistas, o al menos extrañas, con
mucha gente creyendo que no se había logrado todas sus
aspiraciones, pero era mejor que seguir con un militar
fracasado (en el intento de golpe real del 92 y en el gobierno
gris de 3 años), y con un futuro bastante gris. La inercia y
la confusión que siguió a la polémica “toma de posesión de
Carmona” fue llenado, lamentablemente por militares
ambiciosos de hacerse fácilmente del poder, al detectar las
incongruencias de los primeros comunicados y la insatisfacción
de gran parte del estamento político, que se confió
ingenuamente en la capacidad de viejo líder empresarial,
ignorando trágicamente su limitada experiencia política. Como
sucede en muchos momentos históricos, la pereza de los
políticos en involucrarse y revisar bien las primeras medidas
antes de anunciarse, fue el factor crucial que faltó para
enderezar el naciente gobierno provisional, que nunca tuvo
ambiciones de perpetuarse sino de facilitar la transición a un
gobierno mucho más democrático y prometedor que el del período
1999-2001. Esa pereza fue lamentada amargamente porque tuvo
un trágico costo político.
En esos cruciales
momentos, los actores militares que tomaron la iniciativa son
los nuevos dueños del terreno, y vieron la oportunidad de
ascender rápidamente a posiciones del máximo poder de facto,
sin esperar aprobaciones de Congresos como antes. Simplemente
amenazaron con bombardeos y los temerosos políticos –al igual
que la misma gente, todavía sacudida e incrédula de lo que
había pasado- entregaron el poder en bandeja de plata, sin
resistencia. Ese era el momento de salir a la calle, pero la
cómoda clase media no lo hizo y le dejó el campo a los pocos
seguidores del carismático líder, que tomaron puntos
estratégicos. La falta de unión y de coordinación impidió
tomar acciones que hubieran frustrado la absurda vuelta al
poder del desprestigiado comandante, que se había entregado
cobardemente después de promover una matanza de civiles
desarmados, y sólo el fervor irracional de unos miles de
seguidores permitieron que recuperara el palacio, sin méritos
de su parte. Quizás una enérgica reacción opositora hubiera
generado focos de violencia, pero era mejor arriesgarse en ese
momento y sufrir algunas bajas que permitir que sobreviniera
–por criminal omisión- el hecho cumplido, la absurda retoma
del poder, máxime cuando los asambleístas y el mismo TSJ se
disponían a aceptar el nuevo gobierno y los funcionarios
estaban en desbandada. Seguramente, en ese momento, los
militares institucionales con cierta autoridad y recursos,
hubieran reaccionado y prevalecido y se hubieran cambiando
las cosas, aún sin un mandatario civil y con la figura de una
junta militar provisional, que todos esperaban hubiera sido
firme y benévola en aras de asegurar un futuro democrático y
progresista, y mucho más institucional de la que siguió con
las purgas efectuadas. Pero, hay que admitirlo con franqueza,
regalaron el poder sin luchar, aún teniendo el apoyo de casi
todo el país, en un necio acto de cobardía que seguramente
muchos lamentaron después.
Una vez
reconquistado el poder, los oficialistas se aseguraron de no
volver a cometer los mismos errores. Purgaron los demás
poderes y especialmente las fuerzas armadas, en la mejor
tradición estalinista, aunque sin mucha sangre, pero sí con un
saldo progresivo de víctimas civiles, que dieron la vida o la
carrera solamente por haber disentido en esos momento
cruciales. Las retaliaciones políticas que siguieron fueron
mucho peores que lo que hubiera resultado de los tímidos
decretos de Carmona, que a lo sumo hubiera gobernado un tiempo
por decreto para rehacer la maltrecha administración pública y
enderezar las finanzas, cuando todavía estábamos sumergidos en
una crisis fiscal mucho más fuerte que la actual. Aunque ahora
hay un potencial mucho mayor de ir mal por el amplio
endeudamiento, medidas improvisadas, la impunidad judicial, el
caos administrativo y los gastos inmorales en burocracia y
armamento innecesario (y de incierto destino) adquirido a la
luz de fantasiosos temores de invasión y magnicidio que se
tejen premeditadamente para armar milicias
extra-institucionales y atornillarse en el poder, en el mismo
estilo arrogante y violento de épocas fascistas o leninistas.
Todo asesorado por el tirano mayor del Caribe, otro ególatra
que busca sólo proteger sus “intereses petroleros” con sus
habituales astucias, y seguir alborotando a Latinoamérica a
pesar de sus repetidos fracasos en otras décadas, siempre en
nombre del sufrido e ingenuo pueblo que aparenta defender y
servir.
Lo que vino después
parece sacado de una comedia de errores. Obsesionados por la
“segura” destitución constitucional del líder autoritario, los
opositores seguían unidos sólo por ese deseo y lo apostaron
todo a un simple referendo, ignorando que el gobierno pondría
miles de obstáculos para ganar tiempo y anunciar sus misiones,
mientras se preparaba para el más vulgar fraude de nuestra
historia contemporánea, copiando íntegramente el de 1952 en
resultado, aunque con métodos más sofisticados. Con un
irregularidades obscenas en el REP, con máquinas amañadas, con
mayoría obscena de militantes gobierneros en el CNE, con
“observadores internacionales” nada imparciales o ingenuamente
confianzudos (que evidentemente defendieron intereses
políticos-energéticos del coloso del norte), finalmente
sobrevino el fraude anunciado, concretándose la confirmación
del mandatario cuestionado.
Fue un evento
comicial con mayores implicaciones que el confuso forcejeo
político-militar del 11 de abril, por significar el RRP -en un
mundo globalizado mediáticamente por noticieros simplistas-
una clara relegitimación de un mandatario autocrático y
ególatra, con un proyecto no deseado por las mayorías, todo
sin considerar las condiciones de dudosa legalidad que condujo
a ello. Si al menos el Centro Carter y la OEA hubieran
esperado algunos días y organizado mejor la verificación o el
recuento manual que se imponía (en vista de los indicios que
aparecieron sobre errores y trampas) y si la oposición hubiera
exigido lo dispuesto para ello en lo acordado en la mesa de
negociaciones, producto de laboriosas conversaciones políticas
iniciadas en 2003 con intenciones malsanas de la parte
gubernamental, que ya planificaba lentamente el fraude. En
cambio, después del RRP se hizo todo en forma apresurada y
parcial, ignorando los acuerdos entre todos los entes
involucrados. Nuevamente, se impuso la formalidad de un hecho
cumplido y se difundió la “nueva legalidad” a un mundo harto
del caso venezolano. Así se anunció en pocos días un
mandatario confirmado en forma bastante cuestionable, sin
importar los medios utilizados. Importaba seguir haciendo
negocios con Venezuela, cuyo petróleo necesitaba EE.UU. para
destinar sus combustibles a las guerras en la lejana Asia. O
sea ganaron los hechos ilegales por encima de la verdad y la
conveniencia democrática. Bi hablar del futuro del país y los
sufridos habitantes, que en un 60% (al menos) querían un
cambio después del desastre gubernamental.
En suma,
los eventos que siguieron al fatídico 11 de Abril, fueron aun
más traumáticos que los de ese mismo día aciago, pues hubo un
número aún mayor de muertos en plazas y manifestaciones, y de
militares disidentes alejados o presos, por el simple hecho de
haberse opuesto al régimen en ese momento, un derecho lógico
en regímenes democráticos pero no tolerado en los
autocráticos. Ahora arrecia el deseo de reescribir los hechos
del 11 de abril para aparentar cierta legitimidad y culpar a
otros (menos a los responsables), junto con frecuentes
intimidaciones a la prensa, imputaciones a honorables
personalidades y otros intentos de falsear los hechos, todo de
acuerdo a un plan de arrinconar a la oposición y a los
militares para que no vuelvan y repetir otra intentona de
cambiar las cosas con la fuerza de las mayorías. La democracia
es sólo una palabra para confundir a los incautos con prédicas
populistas, y para manipularla en retóricas oportunistas, no
para ejercerla escrupulosamente o para beneficiar realmente a
la población.
Ahora manda
(gobierna es mucho decir) una minoría incapaz y arrogante,
consciente sólo de sus privilegios, gastando a manos llenas
con el objetivo principal de mantenerse en el poder el mayor
tiempo posible, para defender sus intereses egoístas y no para
acabar con la pobreza como predican. Creen que es su turno
ahora, después de cuatro décadas de mediocres gobiernos
adeco-copeyanos, y que no pueden dejar perder esta oportunidad
para llenarse a manos llenas, con el supuesto apoyo de
ingenuos grupos depauperados, que ignoran que todo lo que
sucede irá eventualmente contra de sus intereses, a pesar de
las migajas que reciben ahora.
Todo está
sucediendo antes que las fuerzas morales y las grandes
mayorías se vuelvan a unir más efectivamente para darle un
vuelco al funesto rumbo actual para sacar al país de la
segura hecatombe a que lo arrastra la imprevisión, la
corrupción y la ambición de este proyecto hegemónico, que se
sostiene a fuerza de abundantes petrodólares. Lamentablemente,
por las debilidades y contradicciones de una oposición todavía
traumatizada, ahora no están dadas las condiciones para la
corrección de ese rumbo y muchos pensamos que sería preferible
dejar que el gobierno siga inmerso en su suicida orgía de
improvisaciones, derroche, arrogancia y corrupción, sumergido
en un ilusorio proyecto ideológico que ya se vislumbra
fallido, para que se demuestre fehacientemente los daños que
provocan el populismo, el militarismo y el caudillismo, ya que
aparentemente nadie escarmienta sin una experiencia traumática
en carne propia. De este modo, el cambio que vendrá,
inevitablemente, lo habrá hecho el mismo grupo poderoso que
nos desgobierna, víctima de los garrafales errores que está
cometiendo por ineptitud, ceguera y codicia, irresponsable y
cobardemente contra un pueblo inerme y esperanzado. Sólo queda
desear que la pesadilla -que hemos merecido por los errores
cometidos- llegue a su término algún día y que este trauma
sirva de doloroso aprendizaje tanto para el pueblo
desaventajado como para la ciudadanía preparada, en las
futuras encrucijadas sobre el destino nacional que seguramente
se presentarán, tarde o temprano.
|