DÍAS ESTELARES

Por Alexis Márquez Rodríguez
 

En la vida de los pueblos, lo mismo que en la de los individuos, hay días especiales, fechas que adquieren un significado  particularmente importante, por lo que no se han de olvidar nunca. Son, por ejemplo, las efemérides que se celebran de manera colectiva, o los aniversarios de carácter personal o familiar.

Cada país tiene las llamadas fiestas nacionales, recordatorias  de hechos importantes en la historia respectiva, que suelen dar motivo al asueto o suspensión de las actividades de trabajo cotidiano, a los llamados puentes de fin de semana o a actividades  supuestamente patrióticas, que la mayoría de las veces no son sino expresión de una retórica falaz, propicia para la demagogia y el populismo.

Por supuesto, bien que se trate de efemérides o de cumpleaños personales o familiares, lo más común es que su celebración se esmere, hasta alcanzar determinados niveles de grandiosidad, cuando se trata de fechas redondas: veinte, veinticinco, cincuenta, cien, quinientos años...

No siempre esas fechas que se recuerdan corresponden a hechos apoteósicos o simplemente festivos. Las hay también luctuosas, o meramente tristes, aun sin llegar a lo trágico o lo necesariamente relacionado con la muerte. Entonces, en vez de celebración suele hablarse de conmemoración.

En la Venezuela actual hay fechas de ese tipo, que debemos empeñarnos en que no se olviden. Curiosamente, se trata de fechas que mucha gente asocia con hechos negativos, pero que, en realidad, debemos recordar satisfactoriamente, porque si bien de momento se relacionan con sucesos fallidos y grandes  frustraciones, vistas las cosas con mejor ánimo se da uno cuenta de que esas fechas poseen un valor mas bien positivo, que no debe ser enturbiado por el recuerdo de lo  negativo que pueda asociarse con ellas.

Una de esas fechas es el 11 de abril de 2002. Es verdad que ese día terminó siendo luctuoso, y que pesa mucho sobre el espíritu de los venezolanos la tragedia que significó la muerte de decenas de compatriotas masacrados cuando expresaban su amor  a la libertad y a la democracia, y su firme decisión de vivir en paz y de parar a tiempo un proceso que parecía ­parece­ conducir inexorablemente a la destrucción de todo vestigio de democracia y de libertad en nuestro país.  Mas, precisamente ahí está lo que de positivo tiene esa fecha, por lo que también debemos recordarla, sin olvidar, por supuesto, la cuota de sangre que el pueblo de Caracas aportó ese día a la lucha por la libertad y la democracia.

El 11 de abril de 2002 el pueblo caraqueño dio una hermosa e inusitada demostración de civismo y de coraje. Por lo menos un millón de personas desfilaron ese día en perfecto orden y en absoluta paz, cantando sus canciones, voceando sus consignas, trocando muchas veces los pasos normales por pasos de baile,  en demostración de alegría. Hombres y mujeres, viejos y  jóvenes, niños y hasta lisiados con muletas y en sillas de rueda, cumplieron ese día una jornada histórica, que la vesania represiva y criminal logró empañar con decenas de muertos y heridos. Pero esto último no borra lo heroico y encomiable de aquel enorme esfuerzo cívico, sino que mas bien lo exalta. No hay una sola persona que no reviva su emoción de aquel día, bien  porque evoque vivamente su propia participación en la jornada, bien porque se recuerden, o se vuelvan a ver las fotografías y tomas de video de aquella impresionante marejada humana en movimiento.  

Por eso el 11 de abril de 2002 es fecha  memorable, que debemos recordar con emoción, festejando la demostración de civismo y de coraje del pueblo caraqueño, y reflexionando sobre el alto precio que los pueblos libres deben pagar por construir y mantener la democracia y la libertad.

Algo parecido ocurre con el 15 de agosto de 2004. Mucha gente tiende a recordar esta fecha con el ánimo perturbado por el pesimismo y la desilusión. Demasiado coraje y fortaleza de  ánimo se puso en evidencia ese día, en que el pueblo venezolano dio una  preciosa demostración de civismo y de responsabilidad política. Era muy hermoso y emocionante ver aquellas enormes filas de personas que esperaban su turno para votar en el Referendo Revocatorio del presidente de la República. Mucha gente joven se  veía en las colas, alternando con hombres y  mujeres maduros, incluso ancianos bastante desvalidos físicamente, que, no obstante, concurrían a su sitio de votación, arrancando aplausos y vivas en los demás votantes. Pocas veces en la historia  contemporánea de Venezuela se había visto aquella muestra de dignidad y decoro ciudadano.

Y si bien es cierto que aquella insólita jornada concluyó con el  más escandaloso fraude que conozca nuestra historia, este hecho no puede empañar el gesto cívico que multitudinariamente se dio durante todo el día 15 de agosto. Además de que el fraude se materializó el día siguiente, el 16, la fuerza de los hechos del 15  están por encima de todo lo demás, y por ello el 15 de agosto debe recordarse con el auténtico valor que tuvo, sin perjuicio de que se exprese también, al evocarlo, la indignación por el fraude cometido.

Siempre he creído que en política nada se pierde, sino que  todo  se acumula: lo positivo y lo negativo. Tarde o temprano, quizás más  lo segundo que lo primero, las magníficas jornadas del 11 de abril de 2002 y del 15 de agosto de 2004, junto con muchas otras aparentes derrotas, darán sus frutos y alcanzaremos, triunfales, las metas que en su momento nos propusimos.

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