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Todos somos mortales - por Eli Bravo
 jueves, 11 noviembre 2004


 
         
 

 

        Le llegó el momento al igual que a todos. Bajo un manto de misterio se fue apagando mientras la gente le lloraba, le maldecía, le recordaba. En la profundidad de su coma quizás resonaron discursos, disparos, destinos irrealizados. Quizás solo fue el vacío, o los suspiros de la máquina que llenaba sus pulmones. Murió en medio del escrutinio y la polémica, un final de telenovela. Su cuerpo será enterrado en el mismo lugar donde vivió encerrado los últimos tres años. Prisionero del destino, rehén de sus ambigüedades, Yasser Arafat es ahora memoria entre los hombres.

 

            El hombre que abrió la posibilidad a un estado palestino murió sin ver su sueño realizado, un poco porque él mismo fue un obstáculo, otro tanto porque su paz hablaba el lenguaje de la guerra. Un luchador que pasó 27 años errando a la cabeza de una resistencia que lo bautizado como Abou Ammar, el padre fundador, y que ganó el Nóbel de la Paz. Pero también un guerrero que ganó el título de padre del terrorismo moderno. Un ser humano despótico y ambicioso, a quien culpan de enviar a sus cuentas personales más de 5 millones de dólares provenientes de ayudas internacionales y a quien hoy veneran millones de árabes como un líder irremplazable.

 

            Le llegó el momento, y como me comentó mi esposa Gabriela, periódico en mano, toda esa vida desembocó en el último viaje hacia un hueco. ¿Sobrevive el legado al cuerpo? Un libro que cayó en mis manos por simple casualidad, quizás porque era el más delgado camino al baño, me trajo algunas luces: Recuerda que el hombre vive solo en el presente, en este instante fugaz: todo el resto de su vida es pasado que se fue, o aún no ha sido revelado. Esta vida mortal es una pequeña cosa, vivida en una pequeña esquina del mundo; y pequeña también es la fama que vendrá, que depende de la sucesión de pequeños hombres que perecen rápidamente y sin conocimiento de su propio ser, mucho menos de alguien que hace mucho murió y se fue. Quien escribió esto fue Marco Aurelio, emperador de Roma, quien también meditaba que cuando mueren el que mucho y el que poco han vivido, la pérdida es igual. Porque la única cosa de la cual el hombre puede ser privado es el presente, puesto que es lo único que posee y nadie puede perder lo que no le pertenece. Un estadista y conductor de ejércitos que bebía de la filosofía estoica, Marco Aurelio anotó en su puño y letra eres un alma que sostiene un cadáver.

 

            A Arafat le llegó su momento y su deseo de ser enterrado en Jerusalén no se cumplió. Los palestinos aseguran que eso será el día cuando haya paz con Israel. Su cuerpo recibirá los honores de un gran hombre, su legado ya no le pertenece. El presente es de los vivos, de quienes decidirán entre la guerra o la paz. A Arafat se le acabó el presente. Ahora es carne que se descompone en la noche subterránea. 

            ebravo@unionradio.com.ve
      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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