Después
de más de medio siglo bajo el temor de una guerra nuclear,
ahora el terrorismo atómico se convirtió en la amenaza más
preocupante para las sociedades civilizadas, especialmente
en el primer mundo, por lo que los gobiernos se están
preparando lentamente para toda eventualidad. Las
recientes revelaciones de los extremistas convictos en
Gran Bretaña y España, indican que los radicales islámico
siguen planeando ataques a EE.UU. y los países europeos,
sin que se escapen otros países como Israel, India,
Egipto, Indonesia, Australia y Japón, o incluso Rusia,
azotado todavía por nacionalistas chechenos. Acorde con
esa preocupación, los medios cinematográficos y
televisivos han encontrado el tema del terrorismo nuclear
un filón inagotable, que fascina a los espectadores por la
magnitud de la destrucción y muerte que conlleva una
explosión atómica en un centro poblado.
Habiéndose refinado y
miniaturizado las armas de destrucción masiva en los
últimos tiempos, el peligro de que se usen es cada vez
mayor, máxime cuando pueden causar miles o hasta millones
de víctimas, no sólo mortales, sino incapacitadas o con
dolencias crónicas, algo que le daría una tenebrosa
publicidad mediática a los autores. Obviamente las fuentes
de bombas atómicas pueden ser sólo naciones que han
desarrollado una tecnología nuclear y fabricando estas
armas, ya que es muy difícil que un grupo pequeño la
fabrique sin tener costosas instalaciones. Entre las
fuentes más riesgosas en este momento están Rusia,
Pakistán o Corea del Norte. Irán está a muchos años de
tener uranio radioactivo, así que no reviste un riesgo por
ahora, aunque pudiera serlo en un futuro si abandona el
Tratado de No Proliferación Nuclear y sigue con sus planes
hegemónicos en el Mediano Oriente.
Durante la desintegración de
la URSS muchas bombas se perdieron –literalmente- por la
ineficiente vigilancia de las fuerzas de seguridad,
escasas y desmotivadas debido a la falta de pago. Muchas
bombas estaban en Ucrania y fueron devueltas, pero otras
estaban en países de mayoría musulmana, incluyendo las
repúblicas ex soviéticas de Asia Central. La prensa ha
divulgado decenas de casos en que se ha detectado uranio
radioactivo siendo transferido ilegalmente a través de las
fronteras de Rusia, por codiciosos ex empleados de
instalaciones atómicas. Asimismo, se teme que algunos
científicos rusos sin empleo pueden haber sido contratados
por organizaciones terroristas para construir una bomba
atómica pequeña para aterrorizar a una ciudad.
Recientemente, en el libro “El
bazar atómico”, el experto William Langewiesche relata
como es fácil trasladar a Turquía una “bomba suelta” de
depósitos rusos en los Urales, por la escasa vigilancia y
la corrupción que existe actualmente en ambos países.
El arsenal atómico de
Pakistán, aunque pequeño, puede ser una tentación para
elementos extremistas en su territorio, o simpatizantes de
grupos como Al Qaeda, que abundan en ese país. Es bien
conocido el caso de un científico atómico paquistaní, un
tal A.Q. Khan –actualmente en arresto domiciliario-- , que
confesó haber vendido secretos atómicos a Irán, Libia y
Corea del Norte. Pero todavía, se teme que -de caer el
régimen de Musharraf y montarse en el poder un grupo
radical islamista- la veintena de bombas atómicas que
tiene el país pudieran servir para un chantaje nuclear
contra Occidente, si hay influencia de Al Qaeda u otros
grupos radicales. Hace años se divulgó una carta de Bin
Laden, quien desde Pakistán pedía a sus simpatizantes que
“consigan bombas atómicas para destruir a sus enemigos” y
habló de la compra de uranio radioactivo financiado a
través de la venta de toneladas de estupefacientes
afganos.
Si bien una organización
terrorista como Al Qaeda no tiene la experticia ni los
complejos laboratorios para fabricar una bomba atómica,
puede comprar material de desecho procedente de reactores
nucleares, o incuso de centros médicos- y fabricar una
“bomba sucia” con la cual se esparciría sustancias
radioactivas sobre una ciudad mediante explosivos
convencionales. Por otra parte, cualquier central atómica
puede ser objeto de un ataque con un avión cargado de
explosivos –al estilo del 11-S- causando una tragedia peor
que la de Chernobyl. De ahí que algunos países con muchas
plantas atómicas –como Francia- han instalado misiles
tierra-aire alrededor de las centrales, para derribar a
algún avión que sobrevuele sus instalaciones con
intenciones perversas.
Corea de Norte, que ya ha
desarrollado y ensayado una bomba atómica, pudiera ser una
amenaza para otro país, especialmente para sus vecinos del
Sur (Corea del Sur y Japón y quizás Taiwán) y ya ha
amenazado con “destruir Seúl” si es atacada por EE.UU. Por
fortuna su programa nuclear está siendo controlado a
través de negociaciones con cinco países, y se ha
comprometido a desmantelarlo si recibe suficiente ayuda
económica. Sin embargo su tecnología no se puede esfumar
por un simple tratado, y siempre existe el riesgo de que
ayude a otra nación antagónica a Occidente, como Irán, a
llegar al estatuto de “potencia nuclear”, objetivo que ha
sido mencionado a menudo por las autoridades iraníes. Esta
ayuda pudiera consistir de asesoría técnica o la provisión
de uranio enriquecido o plutonio, de una pureza adecuada
para bombas, o simples desechos radioactivos para fabricar
‘bombas sucias’.
Una amenaza adicional, además
de las bombas radioactivas, serían las armas químicas o
biológicas, quizás aún más fáciles de ensamblar ya que los
materiales activos se pueden transportar en forma
concentrada, y luego un simple explosivo lo derramaría
sobre un centro poblado. De ahí que las autoridades están
atentas al comercio de sustancias aptas para estas armas.
Los servicios de inteligencia temen que -de haber una
amenaza a una ciudad de Occidente- lo más probable es que
sea con un arma química o biológica, ya que las nucleares
son voluminosas y su manejo o transporte conlleva
apreciables riesgos, incluso para los terroristas.
En fin, vivimos en una era más
peligrosa que en el siglo pasado, especialmente después
del 11-S, en vista de la proliferación de armas de
destrucción masiva y de terroristas determinados a usarlas
en sus planes destructivos. Durante la guerra fría, al
menos las potencias enfrentadas podían ser disuadidas, sea
mediante mayores arsenales o sanciones, sean éstas
diplomáticas o económicas. Pero los terroristas están
fuera del orden internacional, y no obedecen sino a sus
líderes sedientos de poder y llenos de odio, lo que
convierte a la tecnología bélica en un recurso más
peligroso y de alcance mucho más amplio por tratarse de
armas de destrucción masiva. Además, cuentan en sus filas
con elementos fanáticos dispuestos a perder la vida con
atentados suicidas. El auge de la red informática, con
todas sus ventajas culturales, también ha contribuido a
este riesgo, ya que se puede conseguir información
delicada por Internet y hasta instrucciones precisas de
cómo ensamblar una mini-bomba atómica que cabe en una
maleta. De ahí a transportarlo al objetivo es sólo un
ejercicio de logística e ingenio, mientras el mundo está
poco preparado para estos perversos planes genocidas.
Mientras tanto, se observa
otra carrera peligrosa en el mundo, la de instalar nuevas
centrales atómicas para producir electricidad, en vista de
que han sido consideradas como “energía verde” por su bajo
potencial contaminante, siempre que se controlen los
riesgos de esa tecnología, especialmente desde que se
conoce un centenar de accidentes menores, sin contar los
los sucedidos en las centrales de Chernobyl e Isla Tres
Millas en los años 80. En diversos países pobres hay una
frenética búsqueda de mineral de uranio, cuya presencia ya
ha sido confirmada en países como Venezuela, Brasil y
Perú. Las agencias noticiosas revelaban hace poco cómo hay
una decena de empresas en territorio peruano, buscando
fuentes significativas de mineral de uranio, para luego
enriquecerlo y alimentar las 250 centrales atómicas en
proyecto, que se sumarían a las 442 ya existentes en todo
el mundo desarrollado.
Este hecho implica un nuevo peligro si algún grupo
terrorista logra desvíar luego los materiales radioactivos
para fabricar en forma artesanal las temidas bombas
sucias. Evidentemente, en el mundo post 11-S hay más
riesgos que antes por el recrudecimiento del terrorismo,
lo que hace más urgente no sólo una restricta
implementación del famoso pero poco efectivo Tratado de No
Proliferación Nuclear de los años 70, sino la adopción de
un nuevo tratado donde se prohiba y controle todo uso
bélico de la energía nuclear, reservando ésta sólo para
fines industriales o médicos. Esto significaría que todas
las potencias nucleares destruyan sus arsenales atómicos y
se comprometan –bajo supervisión internacional- a no
destinar usar la tecnología nuclear para usos militares.
O sea un verdadero desarme
nuclear, que le daría un poco de tranquilidad a un mundo
suficientemente preocupado por el terrorismo con armas
convencionales.
rpalmi@yahoo.com