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A la sombra del terrorismo nuclear
por Roberto Palmitesta  
miércoles, 23 mayo 2007


Después de más de medio siglo bajo el temor de una guerra nuclear, ahora el terrorismo atómico se convirtió en la amenaza más preocupante para las sociedades civilizadas, especialmente en el primer mundo, por lo que los gobiernos se están preparando lentamente para toda eventualidad. Las recientes revelaciones de los extremistas convictos en Gran Bretaña y España, indican que los radicales islámico siguen planeando ataques a EE.UU. y los países europeos, sin que se escapen otros países como Israel, India, Egipto, Indonesia, Australia y Japón, o incluso Rusia, azotado todavía por nacionalistas chechenos. Acorde con esa preocupación, los medios cinematográficos y televisivos han encontrado el tema del terrorismo nuclear un filón inagotable, que fascina a los espectadores por la magnitud de la destrucción y muerte que conlleva una explosión atómica en un centro poblado.

Habiéndose refinado y miniaturizado las armas de destrucción masiva en los últimos tiempos, el peligro de que se usen es cada vez mayor, máxime cuando pueden causar miles o hasta millones de víctimas, no sólo mortales, sino incapacitadas o con dolencias crónicas, algo que le daría una tenebrosa publicidad mediática a los autores. Obviamente las fuentes de bombas atómicas pueden ser sólo naciones que han desarrollado una tecnología nuclear y fabricando estas armas, ya que es muy difícil que un grupo pequeño la fabrique sin tener costosas instalaciones. Entre las fuentes más riesgosas en este momento están Rusia, Pakistán o Corea del Norte. Irán está a muchos años de tener uranio radioactivo, así que no reviste un riesgo por ahora, aunque pudiera serlo en un futuro si abandona el Tratado de No Proliferación Nuclear y sigue con sus planes hegemónicos en el Mediano Oriente.

Durante la desintegración de la URSS muchas bombas se perdieron –literalmente- por la ineficiente vigilancia de las fuerzas de seguridad, escasas y desmotivadas debido a la falta de pago. Muchas bombas estaban en Ucrania y fueron devueltas, pero otras estaban en países de mayoría musulmana, incluyendo las repúblicas ex soviéticas de Asia Central. La prensa ha divulgado decenas de casos en que se ha detectado uranio radioactivo siendo transferido ilegalmente a través de las fronteras de Rusia, por codiciosos ex empleados de instalaciones atómicas. Asimismo, se teme que algunos científicos rusos sin empleo pueden haber sido contratados por organizaciones terroristas para construir una bomba atómica pequeña para aterrorizar a una ciudad.

Recientemente, en el libro “El bazar atómico”, el experto William Langewiesche relata como es fácil trasladar a Turquía una “bomba suelta” de depósitos rusos en los Urales, por la escasa vigilancia y la corrupción que existe actualmente en ambos países.

El arsenal atómico de Pakistán, aunque pequeño, puede ser una tentación para elementos extremistas en su territorio, o simpatizantes de grupos como Al Qaeda, que abundan en ese país. Es bien conocido el caso de un científico atómico paquistaní, un tal A.Q. Khan –actualmente en arresto domiciliario-- , que confesó haber vendido secretos atómicos a Irán, Libia y Corea del Norte. Pero todavía, se teme que -de caer el régimen de Musharraf y montarse en el poder un grupo radical islamista- la veintena de bombas atómicas que tiene el país pudieran servir para un chantaje nuclear contra Occidente, si hay influencia de Al Qaeda u otros grupos radicales. Hace años se divulgó una carta de Bin Laden, quien desde Pakistán pedía a sus simpatizantes que “consigan bombas atómicas para destruir a sus enemigos” y habló de la compra de uranio radioactivo financiado a través de la venta de toneladas de estupefacientes afganos.

Si bien una organización terrorista como Al Qaeda no tiene la experticia ni los complejos laboratorios para fabricar una bomba atómica, puede comprar material de desecho procedente de reactores nucleares, o incuso de centros médicos- y fabricar una “bomba sucia” con la cual se esparciría sustancias radioactivas sobre una ciudad mediante explosivos convencionales. Por otra parte, cualquier central atómica puede ser objeto de un ataque con un avión cargado de explosivos –al estilo del 11-S- causando una tragedia peor que la de Chernobyl. De ahí que algunos países con muchas plantas atómicas –como Francia- han instalado misiles tierra-aire alrededor de las centrales, para derribar a algún avión que sobrevuele sus instalaciones con intenciones perversas.

Corea de Norte, que ya ha desarrollado y ensayado una bomba atómica, pudiera ser una amenaza para otro país, especialmente para sus vecinos del Sur (Corea del Sur y Japón y quizás Taiwán) y ya ha amenazado con “destruir Seúl” si es atacada por EE.UU. Por fortuna su programa nuclear está siendo controlado a través de negociaciones con cinco países, y se ha comprometido a desmantelarlo si recibe suficiente ayuda económica. Sin embargo su tecnología no se puede esfumar por un simple tratado, y siempre existe el riesgo de que ayude a otra nación antagónica a Occidente, como Irán, a llegar al estatuto de “potencia nuclear”, objetivo que ha sido mencionado a menudo por las autoridades iraníes. Esta ayuda pudiera consistir de asesoría técnica o la provisión de uranio enriquecido o plutonio, de una pureza adecuada para bombas, o simples desechos radioactivos para fabricar ‘bombas sucias’.

Una amenaza adicional, además de las bombas radioactivas, serían las armas químicas o biológicas, quizás aún más fáciles de ensamblar ya que los materiales activos se pueden transportar en forma concentrada, y luego un simple explosivo lo derramaría sobre un centro poblado. De ahí que las autoridades están atentas al comercio de sustancias aptas para estas armas. Los servicios de inteligencia temen que -de haber una amenaza a una ciudad de Occidente- lo más probable es que sea con un arma química o biológica, ya que las nucleares son voluminosas y su manejo o transporte conlleva apreciables riesgos, incluso para los terroristas.

En fin, vivimos en una era más peligrosa que en el siglo pasado, especialmente después del 11-S, en vista de la proliferación de armas de destrucción masiva y de terroristas determinados a usarlas en sus planes destructivos. Durante la guerra fría, al menos las potencias enfrentadas podían ser disuadidas, sea mediante mayores arsenales o sanciones, sean éstas diplomáticas o económicas. Pero los terroristas están fuera del orden internacional, y no obedecen sino a sus líderes sedientos de poder y llenos de odio, lo que convierte a la tecnología bélica en un recurso más peligroso y de alcance mucho más amplio por tratarse de armas de destrucción masiva. Además, cuentan en sus filas con elementos fanáticos dispuestos a perder la vida con atentados suicidas. El auge de la red informática, con todas sus ventajas culturales, también ha contribuido a este riesgo, ya que se puede conseguir información delicada por Internet y hasta instrucciones precisas de cómo ensamblar una mini-bomba atómica que cabe en una maleta. De ahí a transportarlo al objetivo es sólo un ejercicio de logística e ingenio, mientras el mundo está poco preparado para estos perversos planes genocidas.

Mientras tanto, se observa otra carrera peligrosa en el mundo, la de instalar nuevas centrales atómicas para producir electricidad, en vista de que han sido consideradas como “energía verde” por su bajo potencial contaminante, siempre que se controlen los riesgos de esa tecnología, especialmente desde que se conoce un centenar de accidentes menores, sin contar los los sucedidos en las centrales de Chernobyl e Isla Tres Millas en los años 80. En diversos países pobres hay una frenética búsqueda de mineral de uranio, cuya presencia ya ha sido confirmada en países como Venezuela, Brasil y Perú. Las agencias noticiosas revelaban hace poco cómo hay una decena de empresas en territorio peruano, buscando fuentes significativas de mineral de uranio, para luego enriquecerlo y alimentar las 250 centrales atómicas en proyecto, que se sumarían a las 442 ya existentes en todo el mundo desarrollado.
Este hecho implica un nuevo peligro si algún grupo terrorista logra desvíar luego los materiales radioactivos para fabricar en forma artesanal las temidas bombas sucias. Evidentemente, en el mundo post 11-S hay más riesgos que antes por el recrudecimiento del terrorismo, lo que hace más urgente no sólo una restricta implementación del famoso pero poco efectivo Tratado de No Proliferación Nuclear de los años 70, sino la adopción de un nuevo tratado donde se prohiba y controle todo uso bélico de la energía nuclear, reservando ésta sólo para fines industriales o médicos. Esto significaría que todas las potencias nucleares destruyan sus arsenales atómicos y se comprometan –bajo supervisión internacional- a no destinar usar la tecnología nuclear para usos militares.

O sea un verdadero desarme nuclear, que le daría un poco de tranquilidad a un mundo suficientemente preocupado por el terrorismo con armas convencionales.

rpalmi@yahoo.com

 
 

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