Todo
comenzó con la polémica suscitada por Vladimir Putin
durante la Conferencia sobre Seguridad que se celebraba en
Munich el 10 de febrero. En la misma asistieron pocos
gobernantes, pues –además de Putin- sólo Angela Merkel
estaba presente ese día, en su rol de anfitriona y
presidenta rotativa de la UE, y minutos antes había
elogiado a Putin por ser un “suplidor confiable de energía
para Europa”. De pronto Putin tomó el podio y lanzó frases
hirientes hacia EE.UU. acusándolo de un plan para instalar
un escudo misilístico en Europa Oriental, mayormente para
aislar a Rusia, ya que no hay otro enemigo de cuidado a la
vista en la región. También lo acusó de incitar a otras
naciones de buscar un arsenal atómico para defenderse de
lo que llamó “un uso incontrolable de la fuerza”,
criticando de paso la “intromisión” de EE.UU. en el
Mediano Oriente.
Como lo definió el
precandidato presidencial John Mc Cain, allí presente, fue
el discurso más fuerte de los rusos desde la caída del
muro de Berlín, y algo que seguramente inicia un período
de enfriamiento en las relaciones entre EE.UU. y Rusia.
Aunque pudiera haber algo de cierto en las acusaciones de
Putin (EEUU nunca se fía de los rusos, desde las
travesuras de Stalin en la posguerra), la pregunta
obligada es ¿qué persigue Putin con ese lenguaje tan
fuerte? Aparte de mostrar los dientes después de la
humillante debacle y desintegración de la URSS, que
convirtió a Rusia en una potencia de tercer orden, Putin
también buscaba un mayor protagonismo en la arena mundial,
cansado de jugar un papel secundario, y quizás jugaba la
carta nacionalista para afincarse en el poder, carta
siempre efectiva para sanar orgullos heridos.
Pero Washington también podría
acusarlo de muchas cosas, pues Rusia sigue apoyando
subrepticiamente a Irán con tecnología y armas, a pesar de
las sanciones impuestas en el Consejo de Seguridad de la
ONU, en el cual participó, y hace lo posible por apoyar a
cualquiera que esté contra el llamado “imperio”, léase
viejas o nuevas naciones socialistas latinoamericanas y
cualquier partido o grupo que vocifere consignas contra
EE.UU., no importa quien sea, incluso los mismos talibanes
que los derrotaron una vez, irónicamente con ayuda
estadounidense.
Lejos de contestar en el mismo
tono, Washington trató de subestimar la seriedad de la
crisis diplomática, quizás porque no necesitan otro frente
hostil por ahora, después de que el terrorismo islámico
ocupó el papel de la amenaza soviética desde la década de
los 90. Además necesitan el apoyo de Rusia en el Consejo
de Seguridad de la ONU para aislar a nuevas naciones
nucleares. Pero seguramente por un tiempo ya no habrá
visitas de cortesía o consultas entre mandatarios. No hay
duda que las políticas arrogantes y la torpe diplomacia
norteamericana han tocado una fibra sensible y se
necesitará mucha mano izquierda para recomponer una
incómoda “amistad de conveniencia” entre Rusia y EE.UU.
que mostraba fisuras desde hace tiempo.
Tratando de disimular la
estrategia harto evidente de aislar a Rusia para que nunca
más sea una amenaza para EE.UU., la Secretaria de Estado
Condoleezza Rice dijo en la reunión berlinesa del Cuarteto
de Madrid (ONU, EE.UU., UE y Rusia) que el escudo
misilístico que piensan instalar en Polonia y la República
Checa no va dirigida contra Rusia sino contra –sorpresa--
Irán. Un argumento oportuno en vista de la creciente
agresividad iraní, aunque la ubicación de las bases
resulta un poco curiosa, ya que deberían estar más cerca
del país persa -por ejemplo en Turquía o Grecia- para ser
realmente efectivas. De todos modos, la cándida confesión
de Rice –y la presencia de dos portaviones de EE.UU. en el
Golfo Pérsico- no hizo sino alimentar las suspicacias
iraníes de que se prepara un ataque militar, de ahí que a
mediados de febrero ellos mismos están haciendo maniobras
militares en 16 provincias con sistemas antiaéreos y
misilísticos.
Todo esto sucede mientras la
ONU está recibiendo el informe de El Baradei sobre la
capacidad nuclear iraní, y se apresta a imponer nuevas
sanciones. Nuevamente se están juntando demasiados
elementos como para no pensar en nuevas iniciativas
militares en el mediano oriente. Queda por ver si
triunfará finalmente la combinación de garrote-y-zanahoria
que aplica EE.UU, o la diplomacia promovida por algunas
naciones más pacifistas, pero quizás más ingenuas en vista
de que algunos líderes no entienden sino el lenguaje de la
fuerza. No hay duda que vivimos en tiempos violentos y
complejos, a pesar del fin de la guerra fría.
rpalmi@yahoo.com