La
semana geopolítica estuvo marcada por dos hechos
significativos. El primero es que Corea del Norte y EE.UU
empezaron a normalizar sus relaciones en Nueva York,
después de más de medio siglo de fricciones desde el
armisticio de la guerra de Corea, período en el cual tanto
Washington como Pyongyang mantuvieron –inexplicablemente--
miles de tropas en la frontera entre las dos Coreas. Ahora
quizás la empobrecida nación salga finalmente de la lista
negra (o “eje del mal”, como la bautizó Bush), aunque
todavía deben superarse escollos para el desarme nuclear,
tras algunos incidentes de Pyongyang con Seúl y Tokio, por
viejas rencillas. De llegarse a la normalización, el mundo
habrá salido finalmente de una prolongada crisis, que
enturbió el panorama del oriente asiático durante décadas.
Lo que asombra a estas alturas que no se haya podido
resolver más tempranamente, dada la intransigencia de
todas las partes involucradas y especialmente de la
xenófoba y paranoica dictadura norcoreana, último reducto
del comunismo estalinista.
Luego, el mundo vio con alivio
como el sábado hubo un encuentro internacional en Bagdad
donde estuvieron sentados frente a frente los embajadores
de EE.UU., Irán y Siria, junto con los de otros países.
Aunque el objetivo de la reunión era reducir la patética y
absurda violencia sectaria en Irak, no parece haber mucho
compromiso formal de los países vecinos en tranquilizar la
región. Por una parte, los países del Golfo – e incluso
Irán-- se benefician por los altos precios del petróleo,
en gran parte debidos a las tensiones en la región. Luego,
algunos países como Irán y Siria están dominados por
grupos radicales que buscan la salida de EE.UU. y alardear
de ese “logro” para fines geopolíticos.
Para mejorar las relaciones,
EE.UU. debería ser más flexible, pero Irán debería detener
el sospechoso enriquecimiento excesivo de uranio y dejar
de apoyar subrepticiamente a las milicias chiítas, en su
empeño de desestabilizar al país para pescar en río
revuelto, no sólo para fastidiar a su archienemigo
americano sino para avanzar sus evidentes planes
hegemónicos. Aunque se reportaron un cruce de opiniones
constructivas en esa conferencia, es absurdo que en los 28
años trascurridos desde la revolución islámica iraní, las
dos naciones no se hayan podido poner de acuerdo para
tener al menos una relación práctica, que interesa tanto a
Irán como a Occidente por el vital asunto del petróleo.
Por esto, el mismo hecho de que EE.UU. e Irán hayan
accedido a estar en un mismo salón, es un indicio de que
ambos países empiezan a reconocer que la arrogancia y la
intransigencia no llevan a ninguna parte.
rpalmi@yahoo.com