Por
fortuna se ha desactivado la crisis turca-iraquí en la
reunión de Erdogan con Bush, al permitirle EE.UU. a los
turcos una “persecución en caliente” de los rebeldes del
PKK en el norte de Irak y recibir una cooperación más
activa de parte de las fuerzas de ocupación. Ahora la
crisis más candente en Asia sigue siendo la de Pakistán,
donde existe un estado de emergencia impuesto por un
cuestionado Musharraf para aferrarse el poder y evitar que
la Corte Suprema se pronunciara sobre la legalidad de su
presidencia.
Musharraf justificó su
decisión mayormente para tener una carta blanca en la
“lucha contra el terrorismo”, a sabiendas que Washington
no protestaría mucho sus medidas antidemocráticas, aunque
Bush lo hizo a través de Rice. Pero fue sólo una
reprimenda retórica para salvar cara, pues en el fondo a
EE.UU. -con su usual ambigüedad hacia la democracia- gusta
que Musharraf tenga todos los poderes para luchar contra
los extremistas islámicos y los talibanes refugiados en
Pakistán. Después de todo a EE.UU., no le faltaron
escrúpulos en apoyar al golpista Musharraf con millardos
de dólares para que éste le permitiera lanzar una ofensiva
militar contra las bases de Al Qaeda y sus patrocinantes
talibanes en 2001.
Ahora Musharraf se encuentra
con una delicada disyuntiva, pues con el estado de
emergencia está irritando a los sectores democráticos, los
mismos que desdeñó al tomar el poder por la fuerza, pero
también sabe que sin los poderes especiales tendría menos
libertad de acción para controlar a los grupos
extremistas, que no dan brazo a torcer desde la toma de la
mezquita mayor en Islamabad. Todo indica que la democracia
pakistaní es mucho más débil y menos madura que la india,
quizás en razón de su religión musulmana, más
intransigente que la hindú.
Aunque Musharraf trató de
acallar las protestas asegurando que habrá elecciones
legislativas en febrero, es muy probable que su partido
militarista pierda esas elecciones y se monte en el poder
el partido del régimen izquierdista de Sharif que derrocó,
o el más populista de Bhutto, favorita actual en las
encuestas, aunque ambos líderes tienen un largo historial
de nepotismo y corrupción. Sin embargo todo parece
arreglado a favor de Musharraf, y es posible que la
institución electoral lo favorezca contra viento y marea,
sólo porque luce como el mal menor en un país inestable y
turbulento, que –a la postre- es una potencia nuclear. De
ahí el pronóstico pesimista sobre el destino de Pakistán
–y de Musharraf-- en el futuro previsible.
rpalmi@yahoo.com
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Artículo publicado originalmente en el semanario
ZETA |