En
medio de menguadas esperanzas de arreglar los conflictos
del Mediano Oriente, hay mucha expectativa dentro y fuera
de EE.UU. por la cacareada “nueva estrategia” de
Washington hacia Irak. Bush finalmente admitió que la
anterior estrategia no funciona y anunciará pronto un
nuevo plan, no para lograr la victoria que anhelaba –y que
anunció prematuramente en 2003- sino para desligarse
dignamente antes de dejar el poder. Pero la crisis de Irak
es demasiado compleja y hace anticipar nuevos reveses para
la superpotencia, con el tiempo a favor de la insurgencia
y el terrorismo, sumados a la evidente incapacidad de los
iraquíes para auto-gobernarse, al menos en democracia.
Antes del esperado anuncio, Bush hizo enroques dentro de
su equipo cercano, cambiando funcionarios, diplomáticos y
generales por doquier, esperando presentar un ‘nuevo
equipo’ para manejar su plan. Pero se necesitará más que
un ‘new look’ para arreglar las cosas, pues lo que se
filtró a la prensa del novedoso plan no está gustando a
los legisladores demócratas, que le hicieron saber a Bush
--en una carta abierta-- que no aceptarán un aumento
temporal de tropas sino una retirada gradual. Aunque hace
poco Bush les hizo notar que todavía está a cargo de la
presidencia, los demócratas amenazan con no aprobar los
fondos, que desde ahora no se concederán fácilmente con
sólo mencionar la sacrosanta “seguridad nacional”.
Para complicar las cosas, el gobierno iraquí ha cometido
muchos errores, y ya están pidiendo que cambien a Maliki,
un premier poco carismático que fue escogido como una
solución apresurada con tal de formar gobierno. Su torpe
manejo de la ejecución de Saddam Hussein disgustó a muchos
y sus estrechos lazos con una facción chiíta en el
Parlamento, la del clérigo rebelde Al Sadr, tiene
preocupado a todos, tanto en Bagdad como en Washington, ya
que las milicias chiítas son responsables de gran parte de
la violencia sectaria. Algo que no puede gustar a sus
principales víctimas, los minoritarios sunitas, que alegan
la complicidad gubernamental en las ejecuciones sumarias y
contestan con atentados terroristas para desestabilizar el
gobierno.
De este modo, la Casa Blanca está inmerso en serios
dilemas --dentro de una virtual situación
‘perder-perder’-- aunque sigue con la vana ilusión de que
el gobierno iraquí pueda controlar la situación. Sus
aliados tampoco saben qué hacer y desearían no haberse
involucrado en esa aventura, con otros líderes –como
Chirac- deseando que EE.UU. tenga que irse de Irak para
poder afirmar: “yo se los dije”, y con Ahmadinejad
frotándose las manos con cada revés. Casi convendría que
EE.UU. admitiera su fracaso y le pasara el paquete a la
ONU, que –aún con su ineficiencia y lentitud- podría
pacificar el país a largo plazo con los cascos azules,
cuando se hayan cansado de matarse las facciones en
conflicto. Quizás así se le pueda dar, eventualmente, un
poco de tranquilidad y progreso al atribulado país,
víctima perenne de apetencias colonialistas y sistemas
totalitarios.
rpalmi@yahoo.com
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |