Los
eventos de esta semana arrojan pocas dudas de que
Occidente está confrontando una nueva guerra fría, esta
vez en dos frentes, uno con China, la potencia emergente
del siglo XXI, y otra con Rusia, cuya dirigencia actual
busca recuperar el puesto de superpotencia que tenía en la
era soviética.
En el primer caso, las
tensiones existen desde la fundación de la China Popular,
al apoyar torpemente EE.UU. a los nacionalistas perdedores
en la guerra civil. Se fundó Taiwán, pero Beijing lo
considera como territorio “en reclamación” a pesar que
sabe que difícilmente será parte integral de China
Popular, ahora que es una pujante república democrática.
Pero quizás algún día sea una “república asociada” o
satélite para cobijarse bajo el escudo militar chino, por
eso de “lealtad ètnica”. Además ya hacen grandes negocios
en China, y para ambos “business is business”.
Pero el asunto de Taiwán sigue
tensando a cada rato las relaciones con EE.UU., que se
declara presta a defender la isla en caso de un ataque
chino. Al mismo tiempo, la rivalidad le da una excusa a
Beijing de seguir armándose y creando una tecnología
militar de punta. Su poderío atómico y misilístico sigue
preocupando a Washington, por lo que sus misiles apuntan a
objetivos estratégicos chinos desde hace tiempo. Y
seguramente China hace lo mismo, con objetivos cercanos de
aliados de EE.UU., como Japón, Corea del Sur y, por
supuesto, Taiwán, ya que EE.UU. está muy lejos.
Por otra parte, los misiles
estadounidenses han vuelto a apuntar a Rusia, ahora que se
ha vuelto un país belicoso, que no pierde oportunidad para
irritar a EE.UU., con epítetos como el de “potencia nazi”.
Al mismo, tiempo Putin se está alejando de la democracia y
creando una nutrida fuerza paramilitar de 100 mil jóvenes,
con una lealtad fanática hacia su persona - alimentada con
privilegios costeados con petrodólares- mientras reprime a
los disidentes de muchas maneras. A este paso, Rusia
dejará de ser el país democrático que se anticipaba con el
derrumbe del comunismo y volveremos a las andadas de la
guerra fría y el círculo vicioso del costoso armamentismo
nuclear que lo acompañó, y que –no lo olvidemos- fue un
fator clave para el derrumbe de la Unión Soviética, como
lo está siendo para su aliado perenne Corea del Norte.
Prueba de ello es la exitosa
prueba de un potente mísil intercontinental ruso capaz de
llevar 10 bombas nucleares a distintos objetivos. Mientras
tanto EE.UU. instala a todo tren un escudo misilístico en
dos naciones de Europa Oriental. En respuesta Putin dijo
que si EE.UU. insiste en emplazar un escudo misilístico en
países de la OTAN, Rusia apuntaría sus propios mísiles a
Europa, algo que alborotó a los asistentes a la Cumbre del
G-8.Es una lástima que se vuelva a estas tácticas
belicistas (o “defensivas” para usar su eufemismo),
después de las amargas lecciones de casi medio siglo, y en
esto tienen la culpa también EE.UU, que no supo asimilar
su rol de única superpotencia, mostrando una arrogancia
inusitada durante la reciente administración republicana,
aunque parece estar reformándose un poco en los últimos
meses.
rpalmi@yahoo.com