A
fines de octubre, el presidente ruso Vladimir Putin
equiparó el polémico “escudo antimisiles” -que piensa
instalar EE.UU. en dos países de Europa Oriental - a la
conocida Crisis de los Misiles Cubanos de 1962, cuando el
mundo estuvo más cerca de una guerra atómica desde el
inicio de la guerra fría. De ahí que conviene recordar esa
crisis, no sólo por las implicaciones que tuvo para la paz
mundial, sino por la lección que dejó para todos,
especialmente ahora que otras naciones ambiciosas buscan
desarrollar a todo tren una tecnología nuclear para
ingresar en un anacrónico “club atómico”.
¿Ataque quirúrgico o bloqueo naval ?
La crisis cubana se hizo pública el 22 de
octubre de 1962, cuando –en cadena televisiva- el
presidente de EE.UU. John F. Kennedy anunció que un avión
espía U-2 había detectado -una semana antes- bases
misilísticas en construcción en territorio cubano,
equipadas con misiles de mediano alcance de fabricación
soviética, que podrían llevar ojivas nucleares a sus
ciudades de la costa este y del golfo de México. Después
de desechar la propuesta de un “ataque aéreo quirúrgico”,
JFK ordenó un bloqueo naval a la isla de Cuba, para
impedir la entrada de misiles o equipos asociados, ya en
camino desde la URSS, potencia que calificaba las bases
como “defensivas”, en previsión de posibles invasiones a
Cuba como la ocurrida en 1961. Pero en el fondo, era obvio
que serían utilizadas por Moscú para tomar una ventaja en
la guerra fría, al tener finalmente bases a 150 km del
territorio estadounidense y con capacidad de apuntar al
centro neurálgico del país, al igual que lo hacían los
mísiles de EE.UU. emplazados en Turquía.
En esa alocución, JFK instó al líder
soviético Nikita Kruschev a retirar los misiles y
desmantelar las bases, a riesgo de acciones militares más
severas. El cerco naval funcionó, pues los soviéticos
hicieron retroceder decenas de cargueros --con pertrechos
para las bases-- en camino a Cuba, tratando de evitar una
confrontación directa con los destructores, aviones y
submarinos estadounidenses. Mientras tanto, hubo
conversaciones diplomáticas en Washington, donde la URSS
propuso desmantelar las bases si EE.UU. se comprometía a
no invadir Cuba en lo sucesivo. A instancia de sus jefes
militares, el premier Kruschev agregó luego al quid pro
quo la exigencia de que EE.UU. desmantele sus bases
misilísticas en Turquia. Ese mismo día un avión U-2 fue
derribado por un mísil soviético sobre territorio cubano y
el piloto resultó muerto, enfureciendo al alto mando
militar estadounidense, que recomendó inclusive una
inmediata invasión a la isla.
Aunque las dos potencias estuvieron a punto
de un enfrentamiento bélico, la crisis fue desactivada
inteligentemente por JFK al aceptar la exigencia de
Kruschev sólo si el arreglo se mantenía en secreto hasta 6
meses después. Así, Kruschev anunció en Radio Moscú el 28
de octubre que retiraba los equipos “en aras de la paz
mundial” sin mencionar el acuerdo. A fines de ese año, al
constatar el retorno a la URSS de
los misiles cubanos en barcos soviéticos, Washington
finalizó el bloqueo naval y luego desmanteló
silenciosamente sus bases en Turquía, que de todos modos
tenían mísiles anticuados y no se afectaba su arsenal
estratégico.
Consecuencias imprevistas
La crisis que comenzó el 15 de octubre
había terminado en 13 días y el mundo pudo finalmente
respirar con alivio, después de que los refugios
antiaéreos y anti-radiación, tanto en Norteamérica como en
Europa y la URSS, se habían
habilitado y equipado en previsión de una guerra atómica.
La retirada de los misiles debilitó el liderazgo de
Kruschev, que fue reemplazado como premier en 1964.
Aunque EE.UU. parecía el claro vencedor en la crisis, ésta
tuvo una consecuencia imprevista, pues Moscú reconoció su
inferioridad militar e inició un intenso equipamiento
bélico que finalmente terminó desangrando la economía
soviética y causó el derrumbe del régimen comunista y del
imperio soviético en 1991.
Mientras tanto, en Cuba –que fue informada
del acuerdo secreto entre EE.UU. y la URSS el 29 de
octubre-- hubo mucho malestar en la dirigencia castrista
por no habérsele involucrado en las negociaciones y sr
informado tardíamente de los acuerdos, demostrando que ese
país era subestimado y apenas una marioneta útil de Moscú.
Sin embargo Cuba salió ganando a la larga, en el sentido
de que los gobiernos sucesivos de EE.UU. respetaron la
promesa de no invadir la isla, y de ahí que el régimen
comunista pudo apuntalarse y persistir en sus metas,
aunque siempre bajo la tutela y ayuda económica de la URSS,
al menos hasta que esta potencia se derrumbó.
El riesgo para los aspirantes al club
nuclear
La crisis también puso en evidencia el
peligro de que un país subdesarrollado trate de jugar con
la energía nuclear para fines bélicos, sin tener una
capacidad tecnológica y logística para manejarla, por lo
que depende siempre de una potencia atómica y se convierte
en un país fácilmente manipulable en el ajedrez
geopolítico. Libia y Corea del Norte parecen haber
aprendido la lección, desechando sus programas atómicos,
pero Irán insiste en programas nucleares de obvia
relevancia militar, acordes con sus planes de dominación
regional, que amenazan con agravar la ya compleja
situación geopolítica en el Mediano Oriente, zona muy
sensible por su gran potencial petrolero. Por lo demás, es
difícil hacer la comparación del escudo antimisiles con la
aventura cubana, pues no se estaría instalando armas
ofensivas en Polonia y la Rep. Checa sino radares para
detectar y neutralizar misiles de naciones belicosas fuera
de Europa –una obvia referencia a Irán- , aunque Moscú
alega que estos equipos podrían usarse eventualmente en su
contra o debilitar su poder ofensivo.
Mientras tanto, todo indica que EE.UU.
sigue adelante con sus planes, a pesar de las objeciones
rusas, mientras se perfila una nueva carrera armamentista,
ahora que la URSS acaba de
desarrollar novedosas bombas “termobáricas” y está
repotenciando su armada y aviación militar. No es
aventurado anticipar que -por ese azarososo camino- se
podría producir una nueva crisis misilística como la de
1962, con su preocupante componente nuclear, especialmente
si otras naciones belicosas logran su objetivo de
desarrollar bombas atómicas. Armas que, en esta época, son
inutilizables ya que la nación agresora que destruya una
ciudad sufriría un severa condena mundial y fuertes
sanciones diplomáticas y económicas, de modo que el
potencial nuclear sirve de poco en términos militares,
además de sentir eventualmente los efectos de la
radioactividad que se libera con las explosiones.
Una guerra impensable en un mundo
globalizado
Así, en esta era de globalización económica
y cultural, una guerra atómica es impensable ya que hay
muchos intereses en juego, especialmente financieros, y
esas bombas sólo le servirían a grupos terroristas –si
logran conseguirlas-- para chantajear a naciones
civilizadas, por lo que es preferible neutralizar todos
esos arsenales atómicos antes de que se produzca un
trágico incidente…o accidente. Un futuro civilizado para
el planeta sólo puede visualizarse después de
un total desarme nuclear,
dejando la energía nuclear sólo para fines pacíficos, un
objetivo muy difícil de lograr pero que la humanidad no
podrá eludir, pues las alternativas son mucho peores. La
bomba atómica nunca debió haber sido fabricada y le
debemos a la megalomanía de Hitler ese dudoso logro, pues
obligó a la superpotencia americana a proveerse de la
misma para su defensa. Ahora no sabemos que hacer con
ellas, mientras algunos gobernantes irresponsables e
inescrupulosos juegan con la energía atómica para fines de
dominación regional o el dudoso prestigio nacional que
concede su posesión. Ojalá se imponga la racionalidad y
para eso es bueno revisar la historia, recordando los
innecesarios bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y esa otra
absurda crisis de los misiles cubanos, cuando el mundo
estuvo a punto de una guerra nuclear que hubiera afectado
a toda la humanidad.
rpalmi@yahoo.com
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Artículo publicado originalmente en el semanario
ZETA |