Dos
eventos significativos de las pasadas semanas fueron el
acuerdo logrado con Corea del Norte para que abandone su
programa nuclear, y el vencimiento del plazo dado por la
ONU a Irán para que detenga el enriquecimiento de uranio.
Pero mientras en el primer caso se ha progresado hasta
invitar al jefe de la Agencia atómica de la ONU, Mohamed
El Baradei, para que visite a Norcorea, en el segundo caso
sigue la intransigencia de Irán, que defiende su
sacrosanto derecho a desarrollar tecnología nuclear para
fines civiles, aunque es evidente que será para fines
militares y políticos.
Las dos situaciones son
distintas, dada la geopolítica de cada región, pues
Beijing pudo torcerle el brazo a Norcorea para que
aceptara el incentivo de Occidente (un millón de toneladas
de fuel oil), pero en el segundo caso no hay un hermano
mayor para lograr el mismo efecto, ya que Irán apunta a
una supremacía regional para una confrontación con
Occidente, aunque se arruine en el esfuerzo, como ocurrió
con la URSS cuando trató de imitar a EEUU y sus avanzados
proyectos militares en los años 80.
Aparentemente los norcoreanos
entraron en razón, pues una nación tan empobrecida tiene
mucho que ganar si recibe ayuda económica de Occidente y
de su pujante vecino del Sur, que ahora tiene incluso un
paisano al mando en la ONU. Queda por ver si no reniega
del convenio, -como hizo con el que firmó con Clinton en
1994- y finalmente cierra su reactor en 60 días como
estipula el acuerdo, calificado por el escéptico ex
embajador Bolton como ‘desastroso’ ya que se estaría
premiando al niño malcriado, para colmo miembro del ‘eje
del mal’. De todos modos, por ahora el mundo puede
respirar, al haberse frenado una temida carrera
armamentista en el noreste asiático, con varios
potenciales candidatos a imitar a Pyongyang para
“defenderse”.
En cuanto a Irán, con el mal
ejemplo de Norcorea seguramente seguirá desafiando a
Occidente hasta lograr suficiente uranio enriquecido al
90% para fabricar una bomba atómica, sólo para ser
vitoreado en la plaza mayor al jactarse de su exiguo
poderío nuclear. Un escuálido logro, si ello sucede, que
sólo alimentaría el alicaído orgullo iraní, pero sin
llenar los estómagos del sufrido pueblo, que va mostrando
una creciente impaciencia a los erráticos desplantes de
sus líderes teocráticos, que –al igual que Corea del
Norte- le dan precedencia al presupuesto militar sobre el
civil, con la excusa de que los fondos son para “defensa
nacional”.
Quizás se requiera implementar
la propuesta del mismo Ahmadineyad de ir a un desarme
total y mundial, algo sigue siendo poco probable en vista
de la pasada geopolítica de las grandes potencias, las
cuales perdieron una oportunidad de oro para hacer esa
gauchada a la humanidad al final de la guerra fría,
desechando esas absurdas armas de destrucción masiva.
Pero, como dijo el mismo El
Baradei,“no se puede bombardear la tecnología” y la
nuclear-militar seguirá existiendo y dando pesadillas a la
humanidad por mucho tiempo más, mientras haya líderes
ambiciosos que sólo buscan inflar sus egos, y -olvidando
el bienestar de sus pueblos- se aficionan a un costoso e
innecesario armamentismo, que no hace sino presagiar
confrontaciones sangrientas y desastrosas donde siempre
pierde la ciudadanía laboriosa y apolítica, si recordamos
como terminó la unión del fascismo con el creciente
armamentismo en la década de los 30.
Ciertamente hay razones para
criticar los arsenales de las grandes potencias, y
cuestionar el derecho que éstas tienen para acumularlos,
sin darle el mismo derecho a otras naciones. Pero la
respuesta no es imitarlos sino propiciar un desarme
gradual mientras se desactivan las crisis geopolíticas, a
menudo generadas alegremente por líderes inescrupulosos
que manipulan a sus pueblos con argumentos nacionalistas
aprovechando la credulidad de las masas y sistemas
políticos pseudos-democráticos.
No hay duda que convendría
privilegiar los mecanismos de disuasión y diálogo
establecidos por las Naciones Unidas para motivar al
desarme y frenar la escalada de las crisis regionales
antes de que sea demasiado tarde. Además de las dos
guerras mundiales, las de Corea, Vietnam, Arabe-Israelí,
Yugoslavia y Golfo Pérsico son suficientemente recientes y
aleccionadoras en este sentido y sólo resta imaginar
cuántos problemas mundiales se hubieran resuelto con los
fondos derrochados en las armas destructivas, estimados en
un billón de dólares sólo en los conflictos mencionados,
sin contar los 100 millones de muertes, en su mayoría
civiles. ¿Cuándo aprenderemos a dirimir los conflictos en
forma civilizada?
rpalmi@yahoo.com