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Republicanos y Demócratas ante Vietnam e Irak
por Roberto Palmitesta  
sábado, 30 diciembre 2006



    Se avecinan muchos cambios en política exterior con la nueva mayoría demócrata en el Congreso de EE.UU., y seguramente esta facción forzará un retiro acelerado de las tropas de Irak, o incluso de Afganistán, argumentando que las ocupaciones militares ya no sirven ningún propósito real en la lucha contra el terrorismo. Lo mismo sucedió en los años 70 durante la administración de Richard Nixon, cuando fue obligado a retirarse de Vietnam por razones esencialmente políticas, aunque éste le dejó el “paquete” a su sucesor designado Gerald Ford. Las similitudes entre la guerra de Vietnam y la de Irak, salen a relucir ahora, cuando el caos en Irak amenaza con minar la resolución norteamericana a quedarse para estabilizar la naciente democracia iraquí con su presencia militar.

      Precisamente, la desaparición física de Ford trae a colación nuevamente   ciertos aspectos confusos de su corto mandato, y comentar la política de los dos principales partidos, en vista de que actualmente existe una situación similar a la que se vivía a mediados de los 70, con un país exhausto por una guerra lejana y un presidente con escasa popularidad a raíz de escándalos políticos. En el caso de Ford se trató del escándalo Watergate, que forzó la renuncia de Nixon en 1974, después de que éste usara el argumento de que se lograría la “paz en Vietnam” para ser reelecto en 1972. Y aunque Ford fue reivindicado por su polémico indulto a Nixon –necesario para dejar atrás lo que calificó de “pesadilla nacional”- pasó a la historia como un presidente derrotado por una mini- potencia asiática como Vietnam.

   En política internacional, Ford no era muy conocedor, pues antes de ser nombrado vicepresidente era el líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes. En una de sus primeras medidas de política exterior le criticaron el haber firmado el “acuerdo de Helsinki” con Leonidas Breznev, donde se acepta tácitamente la influencia soviética en Europa Oriental, pero exigía el respeto a los derechos políticos en la URSS, algo que fue instrumental en el aumento de la disidencia interna y el posterior derrumbe del partido comunista a fines de los 80. Así, Ford fue realmente el pionero de la victoria de EE.UU. en la guerra fría, mérito que fue luego atribuido a la firme posición de Reagan frente a Moscú, y capitalizado por su sucesor George H. Bush, durante cuyo mandato ocurrió la desintegración del imperio soviético.

   Pero junto con ese merito, no suficientemente apreciados en su tiempo, Ford tuvo la mala suerte de que los efectivos de EE.UU. en Vietnam del Sur tuvieran que salir precipitadamente del país asiático, ante al avance de las tropas del Norte. En realidad, Ford fue el chivo expiatorio de esa derrota ya que no sólo el Congreso –con mayoría demócrata- le negó los fondos para continuar resistiendo, sino que la derrota se debió a la política del dúo Nixon-Kissinger en firmar a toda costa un acuerdo de paz con Hanoi, diseñada para no seguir sufriendo el costo político de una guerra impopular.   

    En efecto, la malograda guerra de Vietnam fue iniciada en el gobierno republicano de Eisenhower a fines de los 50, continuada en los años 60 por el demócrata Kennedy e intensificada grandemente por su sucesor demócrata Johnson –quien estaba ilusionado por una victoria militar ante la guerrilla comunista- y luego heredada por el republicano Nixon al ganar las elecciones en 1968 frente a Humphrey, desarmándolo con la promesa de extricarse del rollo de Vietnam. No pudo cumplirla en su primer mandato, pero fue suficientemente oportunista para anunciar –a días de las elecciones de 1972- un acuerdo inminente con Hanoi que indicaría que la paz estaba a la vista, anuncio que le hizo ganar nuevamente la contienda frene al incoloro candidato demócrata, Muskie, quien agitaba la misma bandera pacifista. 

    Así, los republicanos querían recobrar el prestigio que se habían ganado cuando terminaron con la guerra de Corea en 1952, firmando el armisticio al poco tiempo de acceder Eisenhower a la presidencia, después de que un aguerrido Truman los había involucrado en la contienda para frenar el avance del comunismo en Asia. Los republicanos se querían concentrar en la prosperidad y los negocios en tiempos de paz, argumentando que fueron los demócratas Wilson y Roosevelt los que presidieron el país en las dos guerras mundiales del siglo XX.  Gracias a esas políticas, los republicanos gobernaron durante el 60% del siglo XX, tomando los demócratas la fama de belicistas, aunque –en retrospectiva—se ha demostrado que fueron sus políticas conciliadoras las que condujeron a las mismas.

    En efecto, tanto Wilson como Rooselvet se hicieron la vista gorda frente al expansionismo alemán previos a las dos guerras mundiales, luego Kennedy fue indeciso frente a Vietnam con su inexperiencia, e igualmente lo fue Clinton al permitir el empeoramiento de la situación en los Balcanes y el avance lento del terrorismo en Occidente, que causaron medidas más drásticas como las guerras de Kosovo y las actuales de Irak y Afganistán.  De ahí se explica un poco que el Bush en funciones sea renuente a pasar a ser “otro presidente republicano a ser expulsado de un país ocupado”, como lo fue Ford en 1975, con los demócratas aprovechando la situación para fines políticos.

    Aunque les permita una ventaja temporal en política interna, debido a la impopularidad de las guerra en Irak, probablemente los demócratas lamentarán en el futuro haber impulsado una decisión pacifista a ultranza, que seguramente permitirá el avance del extremismo islámico, el cual luce difícil de frenar con acuerdos políticos blandengues, máxime ante la clara intención  radical de expandir la influencia islamista por el mundo, del mismo modo que lo hacían los comunistas en la guerra fría. A la larga, y al igual que el comunismo, el extremismo musulmán no tiene futuro excepto para causar más pobreza y atraso-- ya que antagoniza el progreso económico de las sociedades que domina, como se está viendo en países como Irán y Líbano, así como en Gaza y Cisjordania, y como ya sucedió en Afganistán.

    Pero los medios, dominados por empresarios esencialmente liberales y conciliadores, insisten en proponer soluciones de media tinta, las cuales probablemente se darán para evitar males mayores, pero sólo porque las soluciones militares han probado ser inefectivas contra guerrillas urbanas y rurales y no se ha tenido la capacidad de diseñar una política más inteligente, aplicando una mezcla equilibrada de fuerza y diplomacia, junto con una  inversión de recursos materiales en ayuda económica para revertir la tendencia, que en este momento favorece a los extremistas en Asia y Africa. De ahí que es necesario aprender de las lecciones de Vietnam e Irak y muchos nos preguntamos si es necesario reducir un país a escombros con las armas para pacificarlo, cuando los recursos que se malgastan en las guerras -o los costos causados por el terrorismo- pudieran ser mejor invertidos en labores constructivas, para reducir la pobreza el desempleo, el atraso cultural y las enfermedades.

    Es preciso reconocer que –a final de cuentas- han sido esos factores negativos los responsables de la inestabilidad política, al generar un caldo de cultivo para todos los conflictos mundiales, permitiendo que líderes oportunistas ofrezcan el recurso facilista del nacionalismo para llenar el vacío y satisfacer un poco el orgullo y dignidad de pueblos inmaduros, los cuales ceden fácilmente a promesas demagógicas dirigidas mayormente a acceder al poder (y mantenerlo) que a resolver sus ingentes problemas socioeconómicos. Lo curioso –y lamentable-  es que mientras la conquista del poder se hacía antes con golpes de estado y el uso de la violencia, ahora se hace con el auxilio del sistema democrático, cuando éste no es comprendido cabalmente por la sociedad y no funcionan bien las instituciones en países atrasados políticamente.

   Esto ha sido demostrado fehacientemente durante las guerras del siglo XX, cuando el exacerbado nacionalismo demagógico de Hitler, Mussolini, Hirohito y Stalin crearon sociedades que mostraban temporalmente una fachada de progreso, pero sin resolverse los problemas de fondo -relacionados con el mejoramiento de la calidad de vida- que necesitan sólo de trabajo continuo en un ambiente armonioso y democrático para resolverse, y no la politiquería y el autoritarismo que se evidencia actualmente en muchos países.  De ahí que es oportuno, aprovechando el caso provisto por la política norteamericana a raíz del caso Nixon-Ford, meditar un poco sobre las crisis pasadas y la actual mega-crisis en el Oriente Medio, que amenaza en convertirse en un conflicto mundial de grandes proporciones, y quizás una versión caliente de la visualizada por Huntington en su controversial teoría de “choque de civilizaciones” hace tres lustros.

   Aunque cualquier análisis menos superficial demuestra que dicho “choque cultural” está realmente manipulado por políticos oportunistas para avanzar sus ambiciosas agendas personales, explotando el factor religioso, étnico o económico para defender sus propios intereses, máxime cuando existe el incentivo de ponerle manos a ese recurso y controlar los ingresos petroleros para fines políticos.  Así, en el fondo, el conflicto predicho por Huntington está movido por simples luchas intestinas por el poder entre individuos inescrupulosos que buscan privilegios inmerecidos, atizados por la publicidad efímera que les concede los medios de comunicación, que resaltan en primera plana actos de dudoso valor para sociedades atrasadas. Es bueno darse cuenta que estas sociedades sufren los males causados esencialmente por malos gobiernos y no por el sistema democrático, perfectamente aplicable cuando hay un mínimo de madurez política.

   De ahí que la democratización de los gobiernos autoritarios del Oriente Medio será una tarea ardua, para no repetir el trauma de Vietnam, cuando Washington se involucró con la intención de frenar el comunismo y se encontró con una guerrilla urbana y rural difícil de controlar, tal como está sucediendo actualmente en Afganistán, Irak, Líbano y Palestina, y como puede suceder en otros países musulmanes, con las obvias consecuencias para el suministro petrolero a Occidente. Obviamente esta posibilidad tiene muy preocupado a las potencias industriales, muy dependientes del fluido energético para mantener su bienestar material, para no olvidar que todas las guerras se han debido esencialmente a razones económicas. Así que fácilmente puede originarse ahora un conflicto mayor, de no haber una política coherente y efectiva para manejar estas complejas crisis geopolíticas, donde se necesita una amplia comprensión de la idiosincrasia de los pueblos involucrados para no repetir los errores del pasado. Vietnam e Irak son dos buenas lecciones para analizar, como lo aprendieron a la fuerza Johnson, Nixon. Ford y -recientemente- los dos presidentes Bush.  

rpalmi@yahoo.com

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  Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA

 
 

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