Se
avecinan muchos cambios en política exterior con la nueva
mayoría demócrata en el Congreso de EE.UU., y seguramente
esta facción forzará un retiro acelerado de las tropas de
Irak, o incluso de Afganistán, argumentando que las
ocupaciones militares ya no sirven ningún propósito real
en la lucha contra el terrorismo. Lo mismo sucedió en los
años 70 durante la administración de Richard Nixon, cuando
fue obligado a retirarse de Vietnam por razones
esencialmente políticas, aunque éste le dejó el “paquete”
a su sucesor designado Gerald Ford. Las similitudes entre
la guerra de Vietnam y la de Irak, salen a relucir ahora,
cuando el caos en Irak amenaza con minar la resolución
norteamericana a quedarse para estabilizar la naciente
democracia iraquí con su presencia militar.
Precisamente, la desaparición física de Ford trae a
colación nuevamente ciertos aspectos confusos de su
corto mandato, y comentar la política de los dos
principales partidos, en vista de que actualmente existe
una situación similar a la que se vivía a mediados de los
70, con un país exhausto por una guerra lejana y un
presidente con escasa popularidad a raíz de escándalos
políticos. En el caso de Ford se trató del escándalo
Watergate, que forzó la renuncia de Nixon en 1974, después
de que éste usara el argumento de que se lograría la “paz
en Vietnam” para ser reelecto en 1972. Y aunque Ford fue
reivindicado por su polémico indulto a Nixon –necesario
para dejar atrás lo que calificó de “pesadilla nacional”-
pasó a la historia como un presidente derrotado por una
mini- potencia asiática como Vietnam.
En política
internacional, Ford no era muy conocedor, pues antes de
ser nombrado vicepresidente era el líder de la mayoría
republicana en la Cámara de Representantes. En una de sus
primeras medidas de política exterior le criticaron el
haber firmado el “acuerdo de Helsinki” con Leonidas
Breznev, donde se acepta tácitamente la influencia
soviética en Europa Oriental, pero exigía el respeto a los
derechos políticos en la URSS, algo que fue instrumental
en el aumento de la disidencia interna y el posterior
derrumbe del partido comunista a fines de los 80. Así,
Ford fue realmente el pionero de la victoria de EE.UU. en
la guerra fría, mérito que fue luego atribuido a la firme
posición de Reagan frente a Moscú, y capitalizado por su
sucesor George H. Bush, durante cuyo mandato ocurrió la
desintegración del imperio soviético.
Pero junto
con ese merito, no suficientemente apreciados en su
tiempo, Ford tuvo la mala suerte de que los efectivos de
EE.UU. en Vietnam del Sur tuvieran que salir
precipitadamente del país asiático, ante al avance de las
tropas del Norte. En realidad, Ford fue el chivo
expiatorio de esa derrota ya que no sólo el Congreso –con
mayoría demócrata- le negó los fondos para continuar
resistiendo, sino que la derrota se debió a la política
del dúo Nixon-Kissinger en firmar a toda costa un acuerdo
de paz con Hanoi, diseñada para no seguir sufriendo el
costo político de una guerra impopular.
En efecto,
la malograda guerra de Vietnam fue iniciada en el gobierno
republicano de Eisenhower a fines de los 50, continuada en
los años 60 por el demócrata Kennedy e intensificada
grandemente por su sucesor demócrata Johnson –quien estaba
ilusionado por una victoria militar ante la guerrilla
comunista- y luego heredada por el republicano Nixon al
ganar las elecciones en 1968 frente a Humphrey,
desarmándolo con la promesa de extricarse del rollo de
Vietnam. No pudo cumplirla en su primer mandato, pero fue
suficientemente oportunista para anunciar –a días de las
elecciones de 1972- un acuerdo inminente con Hanoi que
indicaría que la paz estaba a la vista, anuncio que le
hizo ganar nuevamente la contienda frene al incoloro
candidato demócrata, Muskie, quien agitaba la misma
bandera pacifista.
Así, los
republicanos querían recobrar el prestigio que se habían
ganado cuando terminaron con la guerra de Corea en 1952,
firmando el armisticio al poco tiempo de acceder
Eisenhower a la presidencia, después de que un aguerrido
Truman los había involucrado en la contienda para frenar
el avance del comunismo en Asia. Los republicanos se
querían concentrar en la prosperidad y los negocios en
tiempos de paz, argumentando que fueron los demócratas
Wilson y Roosevelt los que presidieron el país en las dos
guerras mundiales del siglo XX. Gracias a esas políticas,
los republicanos gobernaron durante el 60% del siglo XX,
tomando los demócratas la fama de belicistas, aunque –en
retrospectiva—se ha demostrado que fueron sus políticas
conciliadoras las que condujeron a las mismas.
En efecto,
tanto Wilson como Rooselvet se hicieron la vista gorda
frente al expansionismo alemán previos a las dos guerras
mundiales, luego Kennedy fue indeciso frente a Vietnam con
su inexperiencia, e igualmente lo fue Clinton al permitir
el empeoramiento de la situación en los Balcanes y el
avance lento del terrorismo en Occidente, que causaron
medidas más drásticas como las guerras de Kosovo y las
actuales de Irak y Afganistán. De ahí se explica un poco
que el Bush en funciones sea renuente a pasar a ser “otro
presidente republicano a ser expulsado de un país
ocupado”, como lo fue Ford en 1975, con los demócratas
aprovechando la situación para fines políticos.
Aunque les
permita una ventaja temporal en política interna, debido a
la impopularidad de las guerra en Irak, probablemente los
demócratas lamentarán en el futuro haber impulsado una
decisión pacifista a ultranza, que seguramente permitirá
el avance del extremismo islámico, el cual luce difícil de
frenar con acuerdos políticos blandengues, máxime ante la
clara intención radical de expandir la influencia
islamista por el mundo, del mismo modo que lo hacían los
comunistas en la guerra fría. A la larga, y al igual que
el comunismo, el extremismo musulmán no tiene futuro
excepto para causar más pobreza y atraso-- ya que
antagoniza el progreso económico de las sociedades que
domina, como se está viendo en países como Irán y Líbano,
así como en Gaza y Cisjordania, y como ya sucedió en
Afganistán.
Pero los
medios, dominados por empresarios esencialmente liberales
y conciliadores, insisten en proponer soluciones de media
tinta, las cuales probablemente se darán para evitar males
mayores, pero sólo porque las soluciones militares han
probado ser inefectivas contra guerrillas urbanas y
rurales y no se ha tenido la capacidad de diseñar una
política más inteligente, aplicando una mezcla equilibrada
de fuerza y diplomacia, junto con una inversión de
recursos materiales en ayuda económica para revertir la
tendencia, que en este momento favorece a los extremistas
en Asia y Africa. De ahí que es necesario aprender de las
lecciones de Vietnam e Irak y muchos nos preguntamos si es
necesario reducir un país a escombros con las armas para
pacificarlo, cuando los recursos que se malgastan en las
guerras -o los costos causados por el terrorismo- pudieran
ser mejor invertidos en labores constructivas, para
reducir la pobreza el desempleo, el atraso cultural y las
enfermedades.
Es preciso
reconocer que –a final de cuentas- han sido esos factores
negativos los responsables de la inestabilidad política,
al generar un caldo de cultivo para todos los conflictos
mundiales, permitiendo que líderes oportunistas ofrezcan
el recurso facilista del nacionalismo para llenar el vacío
y satisfacer un poco el orgullo y dignidad de pueblos
inmaduros, los cuales ceden fácilmente a promesas
demagógicas dirigidas mayormente a acceder al poder (y
mantenerlo) que a resolver sus ingentes problemas
socioeconómicos. Lo curioso –y lamentable- es que
mientras la conquista del poder se hacía antes con golpes
de estado y el uso de la violencia, ahora se hace con el
auxilio del sistema democrático, cuando éste no es
comprendido cabalmente por la sociedad y no funcionan bien
las instituciones en países atrasados políticamente.
Esto ha
sido demostrado fehacientemente durante las guerras del
siglo XX, cuando el exacerbado nacionalismo demagógico de
Hitler, Mussolini, Hirohito y Stalin crearon sociedades
que mostraban temporalmente una fachada de progreso, pero
sin resolverse los problemas de fondo -relacionados con el
mejoramiento de la calidad de vida- que necesitan sólo de
trabajo continuo en un ambiente armonioso y democrático
para resolverse, y no la politiquería y el autoritarismo
que se evidencia actualmente en muchos países. De ahí que
es oportuno, aprovechando el caso provisto por la política
norteamericana a raíz del caso Nixon-Ford, meditar un poco
sobre las crisis pasadas y la actual mega-crisis en el
Oriente Medio, que amenaza en convertirse en un conflicto
mundial de grandes proporciones, y quizás una versión
caliente de la visualizada por Huntington en su
controversial teoría de “choque de civilizaciones” hace
tres lustros.
Aunque
cualquier análisis menos superficial demuestra que dicho
“choque cultural” está realmente manipulado por políticos
oportunistas para avanzar sus ambiciosas agendas
personales, explotando el factor religioso, étnico o
económico para defender sus propios intereses, máxime
cuando existe el incentivo de ponerle manos a ese recurso
y controlar los ingresos petroleros para fines políticos.
Así, en el fondo, el conflicto predicho por Huntington
está movido por simples luchas intestinas por el poder
entre individuos inescrupulosos que buscan privilegios
inmerecidos, atizados por la publicidad efímera que les
concede los medios de comunicación, que resaltan en
primera plana actos de dudoso valor para sociedades
atrasadas. Es bueno darse cuenta que estas sociedades
sufren los males causados esencialmente por malos
gobiernos y no por el sistema democrático,
perfectamente aplicable cuando hay un mínimo de madurez
política.
De ahí que
la democratización de los gobiernos autoritarios del
Oriente Medio será una tarea ardua, para no repetir el
trauma de Vietnam, cuando Washington se involucró con la
intención de frenar el comunismo y se encontró con una
guerrilla urbana y rural difícil de controlar, tal como
está sucediendo actualmente en Afganistán, Irak, Líbano y
Palestina, y como puede suceder en otros países
musulmanes, con las obvias consecuencias para el
suministro petrolero a Occidente. Obviamente esta
posibilidad tiene muy preocupado a las potencias
industriales, muy dependientes del fluido energético para
mantener su bienestar material, para no olvidar que todas
las guerras se han debido esencialmente a razones
económicas. Así que fácilmente puede originarse ahora un
conflicto mayor, de no haber una política coherente y
efectiva para manejar estas complejas crisis geopolíticas,
donde se necesita una amplia comprensión de la
idiosincrasia de los pueblos involucrados para no repetir
los errores del pasado. Vietnam e Irak son dos buenas
lecciones para analizar, como lo aprendieron a la fuerza
Johnson, Nixon. Ford y -recientemente- los dos presidentes
Bush.
rpalmi@yahoo.com
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Artículo publicado originalmente en el semanario
ZETA |