Tratando
de desactivar las crisis de Palestina, Líbano e Irak,
todas a punto de generar guerras civiles, los occidentales
se devanan los sesos sobre cómo salirse de las complejas
situaciones sin perder cara ni influencia en la
conflictiva región.
Irak, un hueso duro de
roer.
Se sigue hablando mucho en
todo el mundo del informe que analiza la crisis de Irak,
un estudio exhaustivo que fue parido en nueve meses por
una comisión bipartita coordinada por el inefable ex
canciller de Bush senior, James Baker, conocido entonces
como “el martillo de terciopelo” por su perseverancia,
tacto y pragmatismo.
Pero una vez presentado el
mismo, con sus 79 recomendaciones, se convirtió en una
piedra en el zapato para la administración Bush, ya que
cada consejo se refería a un error cometido, empezando por
una invasión que no tenía sentido si se tomaba en cuenta
las tensiones étnicas que generaría y el imán que sería
para el terrorismo islámico, empeñado en “derrotar al
imperio” con espectaculares y sangrientos atentados,
siempre efectivamente mediáticos. Por otra parte el
gobierno iraquí se quejó de que el plan Baker infringía la
soberanía nacional.
El informe Baker no es otra
cosa que un complejo pero tardío “plan B” para salirse del
embrollo de Irak con cierta elegancia, sin perder
demasiada influencia mundial…ni muchos soldados. Poco a
poco se están dando cuenta en EE.UU. que –incluso con todo
su armamento- no podrán ganar en esta guerra desigual
contra guerrilleros urbanos aliados con terroristas,
indistinguibles en las traicioneras arenas de Mesopotamia.
Sólo a regañadientes Bush admitió, finalmente, que “las
cosas van mal” pero insistió en esperar los análisis del
Pentágono, la cancillería y sus asesores de Seguridad,
antes de diseñar un “exit strategy” distinto a “mantenerse
en el curso hasta cumplir la tarea”, frase reiterada hasta
la saciedad y ya tristemente obsoleta.
Tony Blair, quien estuvo de
visita en Washington justo mientras se divulgaba el
informe Baker, no pudo sino estar de acuerdo con su socio
mayor, por simple cortesía, aunque hubiera querido
desligarse desde hace tiempo de Irak, que se ha convertido
en el destructor de reputaciones para ambos mandatarios.
Sin embargo el dúo Bush-Blair quedó de acuerdo en que
-ante todo- hay que resolver la crisis israelo-palestina,
que está infectando el mediano oriente desde hace décadas,
y que hablar con Irán y Siria sería como pedirle ayuda al
enemigo. Al menos no descartaron el diálogo, pero sólo si
Irán abandona su sospechoso programa nuclear y Siria deja
de ayudar a Hezbollah, Hamás y otros grupos radicales,
indicando una posición rígida que no presagia nada bueno.
Todo indica que EE.UU. y Gran
Bretaña no tendrán más alternativas que negociar una
retirada honrosa a mediano plazo (ahora sería demasiado
embarazoso) con los países vecinos, que se quedarán con la
papa caliente de un Irak inestable. Para colmo, y echando
leña al fuego se le ocurrió afirmar –a tres semanas de
dejar su cargo- que “Irak estaba mejor cuando mandaba
Saddam Hussein”, pues al menos su férrea dictadura no
dejaba aflorar las tensiones étnicas. El problema básico
es que EE.UU. es una nación que sigue creyendo en un
mítico ‘destino manifiesto’ y empeñada en sembrar la
democracia en el mundo islámico, todavía inmaduro
políticamente y que nunca la ha disfrutado en la práctica.
Por eso se impone la comprensión cultural, y mucha, mucha
paciente diplomacia, dejando de lado sus criticadas
posturas de ‘policía mundial’ y de ‘constructor de
naciones’.
La crisis palestina se
intensifica
A juzgar por los últimos
enfrentamientos ocurridos en Gaza y Cisjordania, la
perspectiva de un gobierno palestino de coalición está
cada vez más distante, ya que Hamás y Fatah siguen como
perros y gatos, con constantes agresiones que indican una
división casi insalvable. Aún si hay nuevas elecciones,
como se ha anunciado, la sociedad palestina quedaría
polarizada ya que Hamás anunció que no aceptaría los
resultados (los sondeos dicen que perdería). Este hecho
afectará seriamente el proceso de paz en el complejo
conflicto israelo-palestino, que está infectando a países
como Irak y Líbano, donde se toma a menudo como excusa la
ocupación de los territorios palestinos para intensificar
acciones terroristas o insurgentes.
Como lo definió hace poco el
rey de Arabia Saudita, la región luce como un inmenso
polvorín en espera de una chispa que lo haga explotar. En
efecto, hay buenas posibilidades de que los gobiernos de
los tres países sean derrocados o se produzca una guerra
civil. En Palestina, por las intrigas y enfrentamientos ya
mencionados, que indica una clara incapacidad para
auto-gobernarse, dando una razón válida a Israel para
seguir aplazando la eventual retirada de los territorios
ocupados, ya que no podría tolerar a un vecino
enguerrillado y hostil, que se resiste siquiera a
reconocer su existencia.
En el caso del Líbano, existen
una clara posibilidad de que Hezbollah llegue a tener una
mayor influencia en el gobierno, con el guerrillero
Nasralá como líder de milicias agresivas dispuestas a
todo, algo que reviviría el fantasma de una nueva guerra
civil en un país que parecía hasta hace poco una
democracia estable y progresista. Y de Irak ni hablar, con
una guerra intestina no declarada, mientras Maliki realiza
desesperados intentos de”reconciliación” –la reunión del
sábado parece prometedora -- y con Bush indeciso sobre su
“nueva estrategia”.
En todo esto, Irán sigue
atizando los tres conflictos, apoyando a Hamás, Hezbollah
y las milicias chiítas de Al Sadr, tratando de tener a
facciones “amigables” en el poder, que luego se
subordinarían a Irán, empeñada en convertirse en la mayor
potencia de la región. Con Siria como aliada, Irán podría
dominar políticamente toda la franja desde el Mediterráneo
hasta la frontera con la inestable Pakistán, también con
fuertes elementos radicales en su seno, al igual que la
vecina Afganistán, todavía azotada por rebeldes
fundamentalistas.
Obviamente, esta tendencia
amenaza a las monarquías y emiratos del Golfo, con su gran
potencial petrolero, algo que las potencias occidentales
no podrían permitir de ninguna manera. Un reto formidable
para EE.UU. y la UE para el año venidero, ya que se
requerirá mucho más que misiles “inteligentes” para
desactivar la latente crisis geopolítica. En efecto, el
temido “choque de civilizaciones” podría dejar de ser una
simple teoría académica y convertirse en un enfrentamiento
“caliente” de grandes proporciones, especialmente ahora
que Israel sugirió que posee armas atómicas y con un Irán
en vías de desarrollarlas subrepticiamente.
En busca de soluciones
duraderas
Las opciones a considerar en
las crisis del mediano oriente no son de fácil selección y
menos de aplicación, ya que los gobiernos le temen
generalmente a aplicar soluciones de fondo por temor al
sacrosanto “costo político”. Pero si realmente se quiere
tranquilizar las turbulentas aguas de la región habría que
tomar algunas duras decisiones. Primero habría que
terminar cuanto antes con la ocupación de los territorios
palestinos, con Jerusalén oriental y todo, sin dejar
colonias israelíes dentro de los mismos para no crear
futuros conflictos. Esas zonas fueron fruto de la
conquista militar y no tienen lugar en el mundo moderno,
por más que duela deshacerse de ellas, pues algo hay que
sacrificar en aras de la paz. Hay que reconocer que el
triunfalismo y la arrogancia han sido claves para que la
crisis haya durado tanto.
En Irak hay que logar un
verdadero gobierno de unidad nacional, sin dar
preferencias a ningún grupo, ya que la violencia sectaria
se basa en el predominio actual de los chiítas. Y en
Líbano, hay que integrar al grupo Hezbollah al gobierno,
ya que representa a un sector importante de la población y
no se puede ignorar. Por último, dialogar con Siria e Irán
también ayudaría mucho a la distensión ya que tampoco
puede ignorarse su influencia en las sociedades afectadas
de los países en crisis.
Por otra parte, habría que
terminar con las imposiciones forzosas procedentes de
potencias extranjeras, tratando en un plano de igualdad a
los gobiernos y pueblos del mundo islámico, para no herir
su orgullo, que se ha resentido mucho con el pesado fardo
del pasado colonialista y es muy sensible a la ostentación
arrogante de superioridad, riqueza y privilegios. También
deberían reconocerse que no se puede imponer la democracia
y el liberalismo en sociedades que apenas salen de
sistemas autoritarios, todavía casi medievales y economías
atrasadas. Una ayuda sin condiciones para reducir el
desempleo y la pobreza es fundamental para aliviar las
tensiones sociales y desactivar el terrorismo, que se
nutre de esos factores. Esto es factible y sería más
afectivo que gastar millardos en expediciones miliares,
guerras y ocupaciones. Sólo piénsese en lo que se hubiera
logrado en la región al invertir allí en programas
sociales e infraestructura los $ 400 millardos que se
gastó en la aventura de Irak, cuyo único resultado
positivo fue la salida de un dictador, que ahora debe
estar disfrutando el sufrimiento de EE.UU. por los
problemas resultantes. Asimismo, los pueblos musulmanes
deberían dejar de inyectar odio hacía Israel y Occidente
en sus programas educativos, reconociendo el progreso
logrado por esos países y aceptándolos como socios
necesarios para su desarrollo.
Estas medidas no son las
únicas que resolverán las crisis, ya que seguramente se
necesitará muchas otras, por la complejidad de la
situación. Pero son un buen comienzo. Sin embargo, junto
con las medidas se necesitará la buena voluntad de los
líderes políticos y sociales, que deberán dejarse de
intrigas y moderar sus ambiciones, si realmente quieren
contribuir al bienestar de sus pueblos. En eso, ayudaría
mucho la adopción gradual de sistemas democráticos, ya que
asegurarían que los funcionarios se dediquen a la tarea
fundamental para la cual fueron elegidos –gobernar para
mejorar la calidad de vida de la colectividad- , una
misión a menudo olvidada después de llegar al poder.
rpalmi@yahoo.com
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Artículo publicado originalmente en el semanario
ZETA |