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Toreando las crisis del Medio Oriente
por Roberto Palmitesta  
martes, 19 diciembre 2006



Tratando de desactivar las crisis de Palestina, Líbano e Irak, todas a punto de generar guerras civiles, los occidentales se devanan los sesos sobre cómo salirse de las complejas situaciones sin perder cara ni influencia en la conflictiva región.

Irak, un hueso duro de roer.

Se sigue hablando mucho en todo el mundo del informe que analiza la crisis de Irak, un estudio exhaustivo que fue parido en nueve meses por una comisión bipartita coordinada por el inefable ex canciller de Bush senior, James Baker, conocido entonces como “el martillo de terciopelo” por su perseverancia, tacto y pragmatismo.

Pero una vez presentado el mismo, con sus 79 recomendaciones, se convirtió en una piedra en el zapato para la administración Bush, ya que cada consejo se refería a un error cometido, empezando por una invasión que no tenía sentido si se tomaba en cuenta las tensiones étnicas que generaría y el imán que sería para el terrorismo islámico, empeñado en “derrotar al imperio” con espectaculares y sangrientos atentados, siempre efectivamente mediáticos. Por otra parte el gobierno iraquí se quejó de que el plan Baker infringía la soberanía nacional.

El informe Baker no es otra cosa que un complejo pero tardío “plan B” para salirse del embrollo de Irak con cierta elegancia, sin perder demasiada influencia mundial…ni muchos soldados. Poco a poco se están dando cuenta en EE.UU. que –incluso con todo su armamento- no podrán ganar en esta guerra desigual contra guerrilleros urbanos aliados con terroristas, indistinguibles en las traicioneras arenas de Mesopotamia. Sólo a regañadientes Bush admitió, finalmente, que “las cosas van mal” pero insistió en esperar los análisis del Pentágono, la cancillería y sus asesores de Seguridad, antes de diseñar un “exit strategy” distinto a “mantenerse en el curso hasta cumplir la tarea”, frase reiterada hasta la saciedad y ya tristemente obsoleta.

Tony Blair, quien estuvo de visita en Washington justo mientras se divulgaba el informe Baker, no pudo sino estar de acuerdo con su socio mayor, por simple cortesía, aunque hubiera querido desligarse desde hace tiempo de Irak, que se ha convertido en el destructor de reputaciones para ambos mandatarios. Sin embargo el dúo Bush-Blair quedó de acuerdo en que -ante todo- hay que resolver la crisis israelo-palestina, que está infectando el mediano oriente desde hace décadas, y que hablar con Irán y Siria sería como pedirle ayuda al enemigo. Al menos no descartaron el diálogo, pero sólo si Irán abandona su sospechoso programa nuclear y Siria deja de ayudar a Hezbollah, Hamás y otros grupos radicales, indicando una posición rígida que no presagia nada bueno.

Todo indica que EE.UU. y Gran Bretaña no tendrán más alternativas que negociar una retirada honrosa a mediano plazo (ahora sería demasiado embarazoso) con los países vecinos, que se quedarán con la papa caliente de un Irak inestable. Para colmo, y echando leña al fuego se le ocurrió afirmar –a tres semanas de dejar su cargo- que “Irak estaba mejor cuando mandaba Saddam Hussein”, pues al menos su férrea dictadura no dejaba aflorar las tensiones étnicas. El problema básico es que EE.UU. es una nación que sigue creyendo en un mítico ‘destino manifiesto’ y empeñada en sembrar la democracia en el mundo islámico, todavía inmaduro políticamente y que nunca la ha disfrutado en la práctica. Por eso se impone la comprensión cultural, y mucha, mucha paciente diplomacia, dejando de lado sus criticadas posturas de ‘policía mundial’ y de ‘constructor de naciones’.

La crisis palestina se intensifica

A juzgar por los últimos enfrentamientos ocurridos en Gaza y Cisjordania, la perspectiva de un gobierno palestino de coalición está cada vez más distante, ya que Hamás y Fatah siguen como perros y gatos, con constantes agresiones que indican una división casi insalvable. Aún si hay nuevas elecciones, como se ha anunciado, la sociedad palestina quedaría polarizada ya que Hamás anunció que no aceptaría los resultados (los sondeos dicen que perdería). Este hecho afectará seriamente el proceso de paz en el complejo conflicto israelo-palestino, que está infectando a países como Irak y Líbano, donde se toma a menudo como excusa la ocupación de los territorios palestinos para intensificar acciones terroristas o insurgentes.

Como lo definió hace poco el rey de Arabia Saudita, la región luce como un inmenso polvorín en espera de una chispa que lo haga explotar. En efecto, hay buenas posibilidades de que los gobiernos de los tres países sean derrocados o se produzca una guerra civil. En Palestina, por las intrigas y enfrentamientos ya mencionados, que indica una clara incapacidad para auto-gobernarse, dando una razón válida a Israel para seguir aplazando la eventual retirada de los territorios ocupados, ya que no podría tolerar a un vecino enguerrillado y hostil, que se resiste siquiera a reconocer su existencia.

En el caso del Líbano, existen una clara posibilidad de que Hezbollah llegue a tener una mayor influencia en el gobierno, con el guerrillero Nasralá como líder de milicias agresivas dispuestas a todo, algo que reviviría el fantasma de una nueva guerra civil en un país que parecía hasta hace poco una democracia estable y progresista. Y de Irak ni hablar, con una guerra intestina no declarada, mientras Maliki realiza desesperados intentos de”reconciliación” –la reunión del sábado parece prometedora -- y con Bush indeciso sobre su “nueva estrategia”.

En todo esto, Irán sigue atizando los tres conflictos, apoyando a Hamás, Hezbollah y las milicias chiítas de Al Sadr, tratando de tener a facciones “amigables” en el poder, que luego se subordinarían a Irán, empeñada en convertirse en la mayor potencia de la región. Con Siria como aliada, Irán podría dominar políticamente toda la franja desde el Mediterráneo hasta la frontera con la inestable Pakistán, también con fuertes elementos radicales en su seno, al igual que la vecina Afganistán, todavía azotada por rebeldes fundamentalistas.

Obviamente, esta tendencia amenaza a las monarquías y emiratos del Golfo, con su gran potencial petrolero, algo que las potencias occidentales no podrían permitir de ninguna manera. Un reto formidable para EE.UU. y la UE para el año venidero, ya que se requerirá mucho más que misiles “inteligentes” para desactivar la latente crisis geopolítica. En efecto, el temido “choque de civilizaciones” podría dejar de ser una simple teoría académica y convertirse en un enfrentamiento “caliente” de grandes proporciones, especialmente ahora que Israel sugirió que posee armas atómicas y con un Irán en vías de desarrollarlas subrepticiamente.

En busca de soluciones duraderas

Las opciones a considerar en las crisis del mediano oriente no son de fácil selección y menos de aplicación, ya que los gobiernos le temen generalmente a aplicar soluciones de fondo por temor al sacrosanto “costo político”. Pero si realmente se quiere tranquilizar las turbulentas aguas de la región habría que tomar algunas duras decisiones. Primero habría que terminar cuanto antes con la ocupación de los territorios palestinos, con Jerusalén oriental y todo, sin dejar colonias israelíes dentro de los mismos para no crear futuros conflictos. Esas zonas fueron fruto de la conquista militar y no tienen lugar en el mundo moderno, por más que duela deshacerse de ellas, pues algo hay que sacrificar en aras de la paz. Hay que reconocer que el triunfalismo y la arrogancia han sido claves para que la crisis haya durado tanto.

En Irak hay que logar un verdadero gobierno de unidad nacional, sin dar preferencias a ningún grupo, ya que la violencia sectaria se basa en el predominio actual de los chiítas. Y en Líbano, hay que integrar al grupo Hezbollah al gobierno, ya que representa a un sector importante de la población y no se puede ignorar. Por último, dialogar con Siria e Irán también ayudaría mucho a la distensión ya que tampoco puede ignorarse su influencia en las sociedades afectadas de los países en crisis.

Por otra parte, habría que terminar con las imposiciones forzosas procedentes de potencias extranjeras, tratando en un plano de igualdad a los gobiernos y pueblos del mundo islámico, para no herir su orgullo, que se ha resentido mucho con el pesado fardo del pasado colonialista y es muy sensible a la ostentación arrogante de superioridad, riqueza y privilegios. También deberían reconocerse que no se puede imponer la democracia y el liberalismo en sociedades que apenas salen de sistemas autoritarios, todavía casi medievales y economías atrasadas. Una ayuda sin condiciones para reducir el desempleo y la pobreza es fundamental para aliviar las tensiones sociales y desactivar el terrorismo, que se nutre de esos factores. Esto es factible y sería más afectivo que gastar millardos en expediciones miliares, guerras y ocupaciones. Sólo piénsese en lo que se hubiera logrado en la región al invertir allí en programas sociales e infraestructura los $ 400 millardos que se gastó en la aventura de Irak, cuyo único resultado positivo fue la salida de un dictador, que ahora debe estar disfrutando el sufrimiento de EE.UU. por los problemas resultantes. Asimismo, los pueblos musulmanes deberían dejar de inyectar odio hacía Israel y Occidente en sus programas educativos, reconociendo el progreso logrado por esos países y aceptándolos como socios necesarios para su desarrollo.

Estas medidas no son las únicas que resolverán las crisis, ya que seguramente se necesitará muchas otras, por la complejidad de la situación. Pero son un buen comienzo. Sin embargo, junto con las medidas se necesitará la buena voluntad de los líderes políticos y sociales, que deberán dejarse de intrigas y moderar sus ambiciones, si realmente quieren contribuir al bienestar de sus pueblos. En eso, ayudaría mucho la adopción gradual de sistemas democráticos, ya que asegurarían que los funcionarios se dediquen a la tarea fundamental para la cual fueron elegidos –gobernar para mejorar la calidad de vida de la colectividad- , una misión a menudo olvidada después de llegar al poder.

rpalmi@yahoo.com

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  Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA

 
 

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