A 10 años de la tragedia de
Vargas sigo con la misma incertidumbre. Cuando llueve
mucho y parpadean los bombillos y la computadora. Recuerdo
una reportera estrella, de sucesos en El Nacional, que me
llamó a las siete de la noche a la redacción, desde su
casa en la Guaira, para reportarse que había llegado bien,
pero que se estaba yendo la luz a cada rato. La casa y el
mundo se le vinieron encima un cuarto de hora después, fue
evacuada y fue a tener a Margarita. Su casa y sus animales
fueron sepultados por el lodo de Vargas, la tarde lluviosa
de la tragedia.
Entonces, como hace unos días, había una incesante
palabrería de fondo, proveniente del gobierno que no dejó
saber que exactamente pasaba en Vargas, estado que se
convirtió en un ícono de la tristeza nacional, sino unos
días después.
Mas allá, conservo recuerdos
de otras lluvias que afectaron Gramoven, un barrio del
oeste de Caracas, cuyos habitantes habían medido el tiempo
entre el aplastamiento probable y el que ellos necesitaran
para agarrar a un hijo de cada mano y salir corriendo.
Interpretaban las grietas de la pared, como otros leen las
palmas de las manos.
El problema era con quiénes
tenían mas de dos niños. Cuando uno le preguntaba con
quién saldrían primero, se reían con esa inconciencia de
quién se bate día a día con la muerte.
Se diría que diez años
después, con esa dedicación a la pobreza que ha tenido
Venezuela, habríamos cambiado, pero no, se siente el mismo
recelo, el mismo escalofrío antes las lluvias prolongadas.
Las autoridades no se enteran de que pasa. Los bomberos no
pueden llegar, se inundan los mismos sitios. Siguen las
cadenas gubernamentales donde los protagonistas conversan
y actúan como si existieran en un mundo paralelo.
Es increíble que en el
sureste, fuera la Limonera , precisamente, el tema de
tantas reuniones vecinales de tantos años, el sitio que
haya dado mas preocupaciones.
Tantos años hablando de que
allí habría una desgracia y los constructores, en una
época de la “cuarta “y ahora de la” quinta”, no dejan de
ofrecerles casas a una clase media ávida de status y
carente de techo, rodeada de ranchos carentes de status y
llenos de techos, de cartón o de zinc.
Mis recuerdos de lluvias intensas en Caracas no han
cambiado, Siguen impregnados de zapatos y pantalones
enchumbados de lodo, de mujeres llorosas, de hombres que
juran que alguien les tiene que devolver su casa, de
familias completas que se agarran de un techo y prefieren
morirse agarrando sus cartones y sus cobijas, antes que
convertirse en el sinónimo de paria en Venezuela, en
damnificados. De otros como yo, que se estremecen desde su
oficina protegidas del frío y la lluvia, pero no del
dolor, la escasez y la desesperanza interminables en
Venezuela.
lucgomnt@yahoo.es