Escena I
En
honor a los viejos tiempos cuando ir a Cúcuta era una una
gozosa expedición a los almacenes Ley y a otra cantidad de
tiendas, para comprar uniformes a los niñitos o ropa
interior con un bolívar a mas de 20 pesos, me encaminé
para allá pasando por el polvoriento San Antonio. Ya me
había preguntado un amigo que si tenía tarjeta Cadivi,
porque si no, las compras me saldrían muy caras. Pero
insistí en irme sola, con la idea fija de visitar de nuevo
la ciudad y llegarme hasta el mercado municipal para
curiosear las plantas colombianas, los ajíes , la cerámica
y tomarme una cerveza costeña.
Antes de llegar a la alcabala
que da al puente internacional Simón Bolívar, me monté en
un carro viejo, quedando entre el chofer, la palanca de
velocidades y un señor que se montó de último y empezó a
hacerle un interrogatorio al conductor sobre Chávez y
Uribe, del cual se quiso zafar rápidamente el hombre,
diciendo que era colombiano y “no sabía”. Poco a poco fue
diciendo lo que pensaba en realidad. Que no creía en Uribe
ni en Chávez, que el era un pobre y que la cosa había que
verla en función de los intereses de los mas ricos. Que el
presidente colombiano estaba haciendo cosas, como los
puentes elevados y el nuevo mercado de Cúcuta (por eso no
lo encontré en el mismo sitio) y que decían que ya tenía
cuadrado todo para reelegirse. Que todo estaba en función
de mantener a los ricos y a los pobres en su sitio. Que
Chávez y la guerrilla colombiana eran más que amigos.
Discutieron sobre el niño Emmanuel, de como determinar de
quién era, y de allí la conversación pasó a las mujeres
que “vivían” a los hombres, pobres trabajadores que
producían como unos burros para sus hijos. Ni las mujeres
del puesto de atrás, ni yo abrimos la boca. Para qué.
La ciudad, estaba superllena
de gente en el centro. Las tiendas estaban repletas de
todo. De todas las marcas. Comida por trancazos. Leche,
papel toilette de la marca que usted quiera, herramientas,
medicinas, centros comerciales de superlujo, decenas de
puestos de cambios de bolívares, de bancos y particulares.
Venezolanos hasta debajo de las piedras.
Ya me habían dicho que había
que devolverse pronto a casa, porque las colas eran
absolutamente increíbles en la autopista. E hice caso. Me
fui al terminal a las 4:30 de la tarde y después de pelear
con los que querían a toda costa conseguirme de pasajera
para uno y u otro chofer, llevándome peligrosamente al
otro lado de la avenida (si hubiera querido robarla, la
robo aquí, en la puerta del terminal, me dijo uno de los
inocentes caleteadores de pasajeros), me monté en un
autobús que llegó directo a Peracal, donde bajaron a todos
los que llevaban maletas y los hicieron pasar por un perro
antidrogas, de lo más simpático. Cuando se montó en el
autobús para olernos, una de las señoras lo acarició y el
perro le meneaba la colita hasta que el GN jovencito que
lo llevaba le dijo huraño: “señora, déjeme al perro.¡
Busca¡¡¡”.
En la noche, las
recomendaciones no se hicieron esperar. Acababan de raptar
a 4 venezolanos que iban a hacer compras en Cúcuta. Me
aclararon el panorama. Los colombianos asaltaban San
Cristóbal y San Antonio como nosotros hacíamos antes en
sus ciudades, arrasando con lo que encontraban,
aprovechando la capacidad de compra del peso. No se
encontraban ni electrodomésticos, ni repuestos, ni ropa,
nada. Las tiendas de ventas de televisores y aparatos de
video, grabadores o cámaras, en diciembre parecía les
hubiera pasado la langosta, mientras que los venezolanos
hacian verdaderas expediciones a Colombia a buscar leche,
papel toilette y las marcas de productos alimenticios hace
años desaparecidas de Venezuela. “Y a esos lo que les pasó
es que se pusieron a hablar demasiado. Hay una red entre
choferes, vendedores y secuestradores. Seguro que dijeron
que llevaban plata porque iban a comprar un ajuar de novia
y llevaban a una sobrina que todo el mundo dice que es muy
hablachenta”. Los secuestraron, les exprimieron la tarjeta
de crédito hasta que no había más dinero y los soltaron.
Hay que pasar para allá callados la boca”.
Escena II
La radio lo dijo con aquella
tranquilidad. La persecución duró mas de tres horas." Los
efectivos de la policía del Táchira persiguieron a los
paramilitares y lograron herir a uno, mientras los demás
se escaparon, se presume que para los pueblos…” Un
momento. ¿Paramilitares? Le pregunté al taxista que me
miró y dijo: “ni paracos serán”. Interrogué a mis amigos.
Me contestaron que no es que la cosa fuera normal, que lo
que sí había era mucho secuestro. A cualquier hora, a
cualquier persona.”A una amiga le secuestraron la hija con
el novio,que la llevaba para su casa a las nueve de la
noche, para que no se recogiera muy tarde. Los dejaron a
los dos amarrados en unos campos de golf. A él lo
hirieron, pero logró montarse por una reja para avisar”.
Escena III
De vuelta a Caracas, 12.30 pm.
El autobús de Expresos Barinas, se detuvo en una bomba de
gasolina pocos kilómetros antes de Barinas, porque nos
veníamos por la ruta del llano. Entró al autobús un
Guardia Nacional, que solicitó las cédulas y se puso a
comparar los rostros de los jóvenes con su documento de
identidad. Saludó a otro guardia que viajaba en un puesto
delantero. De pronto, se oyeron tiros. Se prolongó el
tiroteo y vi parado en medio de la isla de la gasolinera a
otro GN con su arma desenfundada, mientras se oían unos
gritos “paracos, paracos”. Entró un pasajero gritando “Al
suelo, al suelo”. Que suelo ni que nada en un autobús de
dos pisos. Será para que lo perforen igual a uno. Más
tiros, silencio. El mismo oficial ahora tenía acostado en
el piso a un muchacho que gritaba alguna excusa mientras
el arma apuntaba a su cabeza Otros guardias tenían s a
otros dos, con las cabezas apretadas por los tacones de
las botas.
El chofer arrancó a toda
velocidad y de pronto, ya estábamos en La Bandera.
Si no los hubieran sometido, a
lo mejor hubiéramos experimentado un viejo sistema que dio
mucho resultado en Colombia, “la pesca milagrosa”, método
usado por igual por la mafia, los paras o los
guerrilleros, elenos o de las FARC. Entre la corrupción y
el avance de la guerra colombiana, entre la escasez y la
mafia, así se viven nuestras historias de frontera. Tal
vez en diez años, un presidente extranjero intervenga para
que suelten a alguna plagiada famosa y haga un operativo
para salvarnos, entonces llenos de secuestrados, sometidos
a la dinámica atroz de la guerra.
lucgomnt@yahoo.es