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Cuentos de la frontera
por Lucy Gómez  
sábado, 12 enero 2008


Escena I

En honor a los viejos tiempos cuando ir a Cúcuta era una una gozosa expedición a los almacenes Ley y a otra cantidad de tiendas, para comprar uniformes a los niñitos o ropa interior con un bolívar a mas de 20 pesos, me encaminé para allá pasando por el polvoriento San Antonio. Ya me había preguntado un amigo que si tenía tarjeta Cadivi, porque si no, las compras me saldrían muy caras. Pero insistí en irme sola, con la idea fija de visitar de nuevo la ciudad y llegarme hasta el mercado municipal para curiosear las plantas colombianas, los ajíes , la cerámica y tomarme una cerveza costeña.

Antes de llegar a la alcabala que da al puente internacional Simón Bolívar, me monté en un carro viejo, quedando entre el chofer, la palanca de velocidades y un señor que se montó de último y empezó a hacerle un interrogatorio al conductor sobre Chávez y Uribe, del cual se quiso zafar rápidamente el hombre, diciendo que era colombiano y “no sabía”. Poco a poco fue diciendo lo que pensaba en realidad. Que no creía en Uribe ni en Chávez, que el era un pobre y que la cosa había que verla en función de los intereses de los mas ricos. Que el presidente colombiano estaba haciendo cosas, como los puentes elevados y el nuevo mercado de Cúcuta (por eso no lo encontré en el mismo sitio) y que decían que ya tenía cuadrado todo para reelegirse. Que todo estaba en función de mantener a los ricos y a los pobres en su sitio. Que Chávez y la guerrilla colombiana eran más que amigos. Discutieron sobre el niño Emmanuel, de como determinar de quién era, y de allí la conversación pasó a las mujeres que “vivían” a los hombres, pobres trabajadores que producían como unos burros para sus hijos. Ni las mujeres del puesto de atrás, ni yo abrimos la boca. Para qué.

La ciudad, estaba superllena de gente en el centro. Las tiendas estaban repletas de todo. De todas las marcas. Comida por trancazos. Leche, papel toilette de la marca que usted quiera, herramientas, medicinas, centros comerciales de superlujo, decenas de puestos de cambios de bolívares, de bancos y particulares. Venezolanos hasta debajo de las piedras.

Ya me habían dicho que había que devolverse pronto a casa, porque las colas eran absolutamente increíbles en la autopista. E hice caso. Me fui al terminal a las 4:30 de la tarde y después de pelear con los que querían a toda costa conseguirme de pasajera para uno y u otro chofer, llevándome peligrosamente al otro lado de la avenida (si hubiera querido robarla, la robo aquí, en la puerta del terminal, me dijo uno de los inocentes caleteadores de pasajeros), me monté en un autobús que llegó directo a Peracal, donde bajaron a todos los que llevaban maletas y los hicieron pasar por un perro antidrogas, de lo más simpático. Cuando se montó en el autobús para olernos, una de las señoras lo acarició y el perro le meneaba la colita hasta que el GN jovencito que lo llevaba le dijo huraño: “señora, déjeme al perro.¡ Busca¡¡¡”.

En la noche, las recomendaciones no se hicieron esperar. Acababan de raptar a 4 venezolanos que iban a hacer compras en Cúcuta. Me aclararon el panorama. Los colombianos asaltaban San Cristóbal y San Antonio como nosotros hacíamos antes en sus ciudades, arrasando con lo que encontraban, aprovechando la capacidad de compra del peso. No se encontraban ni electrodomésticos, ni repuestos, ni ropa, nada. Las tiendas de ventas de televisores y aparatos de video, grabadores o cámaras, en diciembre parecía les hubiera pasado la langosta, mientras que los venezolanos hacian verdaderas expediciones a Colombia a buscar leche, papel toilette y las marcas de productos alimenticios hace años desaparecidas de Venezuela. “Y a esos lo que les pasó es que se pusieron a hablar demasiado. Hay una red entre choferes, vendedores y secuestradores. Seguro que dijeron que llevaban plata porque iban a comprar un ajuar de novia y llevaban a una sobrina que todo el mundo dice que es muy hablachenta”. Los secuestraron, les exprimieron la tarjeta de crédito hasta que no había más dinero y los soltaron. Hay que pasar para allá callados la boca”.

Escena II

La radio lo dijo con aquella tranquilidad. La persecución duró mas de tres horas." Los efectivos de la policía del Táchira persiguieron a los paramilitares y lograron herir a uno, mientras los demás se escaparon, se presume que para los pueblos…” Un momento. ¿Paramilitares? Le pregunté al taxista que me miró y dijo: “ni paracos serán”. Interrogué a mis amigos. Me contestaron que no es que la cosa fuera normal, que lo que sí había era mucho secuestro. A cualquier hora, a cualquier persona.”A una amiga le secuestraron la hija con el novio,que la llevaba para su casa a las nueve de la noche, para que no se recogiera muy tarde. Los dejaron a los dos amarrados en unos campos de golf. A él lo hirieron, pero logró montarse por una reja para avisar”.

Escena III

De vuelta a Caracas, 12.30 pm. El autobús de Expresos Barinas, se detuvo en una bomba de gasolina pocos kilómetros antes de Barinas, porque nos veníamos por la ruta del llano. Entró al autobús un Guardia Nacional, que solicitó las cédulas y se puso a comparar los rostros de los jóvenes con su documento de identidad. Saludó a otro guardia que viajaba en un puesto delantero. De pronto, se oyeron tiros. Se prolongó el tiroteo y vi parado en medio de la isla de la gasolinera a otro GN con su arma desenfundada, mientras se oían unos gritos “paracos, paracos”. Entró un pasajero gritando “Al suelo, al suelo”. Que suelo ni que nada en un autobús de dos pisos. Será para que lo perforen igual a uno. Más tiros, silencio. El mismo oficial ahora tenía acostado en el piso a un muchacho que gritaba alguna excusa mientras el arma apuntaba a su cabeza Otros guardias tenían s a otros dos, con las cabezas apretadas por los tacones de las botas.

El chofer arrancó a toda velocidad y de pronto, ya estábamos en La Bandera.

Si no los hubieran sometido, a lo mejor hubiéramos experimentado un viejo sistema que dio mucho resultado en Colombia, “la pesca milagrosa”, método usado por igual por la mafia, los paras o los guerrilleros, elenos o de las FARC. Entre la corrupción y el avance de la guerra colombiana, entre la escasez y la mafia, así se viven nuestras historias de frontera. Tal vez en diez años, un presidente extranjero intervenga para que suelten a alguna plagiada famosa y haga un operativo para salvarnos, entonces llenos de secuestrados, sometidos a la dinámica atroz de la guerra.

lucgomnt@yahoo.es    

 
 

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