Ante
la inminencia del cierre de RCTV, se agudizan las
contradicciones, como se diría en términos marxistas.
Recrudecen las manifestaciones callejeras, se endurecen
las posiciones de todos los analistas políticos.
El Presidente echa espuma por
la boca al hablar del "canalito" que tiene que terminar de
clausurar.
Hay gente que piensa que
barrabasada más, barrabasada menos, este gobierno se
define por tener mucha lengua y pocas nueces. Pero hay que
reconocer que las autoridades venezolanas lograrán más de
lo que pensábamos con su tratamiento del caso RCTV.
Esos mismos que no creen en el
endurecimiento del régimen ni que el socialismo sea otra
cosa que una adecada mas de la historia, esperan el final
de la concesión a los dueños de la televisora como el de
una de las telenovelas con mas audiencia o el de un
campeonato mundial de fútbol y se implicarán, con todas
las consecuencias que tiene para la sensibilidad y para
una toma de partido tras la decisión final, dándose cuenta
finalmente que viven en un país que se encamina en mi
criterio, sin dudas a vivir una de las opciones políticas
mas invasivas de la vida privada y de la libertad
individual, el socialismo del siglo XXI.
Tras un final de película,
estos espectadores de la vida pública, podrán confirmar si
este gobierno es autoritario y/o, dictatorial y si
conviene o no empezar a reflexionar sobre las
implicaciones personales que tienen decisiones como la
toma de un medio de comunicación privado por el partido de
gobierno.
El star system habrá hecho
entonces su trabajo. No podrán decir "no sé, no contesto"
como ante los anuncios anteriores, como por ejemplo, el
despido de los 20.000 trabajadores de PDVSA, que al fin y
al cabo, no entraban todos los días en la sala de la casa,
como sí lo hace " Yo quiero ser millonario" y además
tenían un tufillo de superioridad para muchos incalable.
El cese de la concesión será una marca para este gobierno
tan definitiva como lo fue el cierre de otro canal 2,
Frecuencia Latina de Baruv Ivcher, en Perú por el gobierno
de Fujimori (1). O para el establishment norteamericano,
al que le costó mucho quitarse la etiqueta de intolerante
y fascista tras los juicios a artistas e intelectuales en
la época del senador Joseph MacCarthy, sólo porque eran
sospechosos de relacionarse con el partido Comunista.
En fin, en el mundo entero, ya
son menos las simpatías hacia el comandante. Han vuelto
las rememoranzas de su época de paracaidista, los cuentos
de sus intolerancias y las groserías con que suele tratar
a sus ex colaboradores, ex amigos o colegas en la presidencia.
Y eso lo ha logrado en menos de tres meses RCTV.
El cierre operativo de la
señal y la salida de sus estrellas y " anclas" por una
decisión política, la posterior toma de la señal por otros
personajes, representantes de sindicatos, cooperativas o
ejecutivos, dispuestos a cargar delante de todos sus
colegas y relacionados con la etiqueta de
colaboracionistas con un gobierno autoritario en materia
de libertad de información, traerá otra ventaja: la
comparación inmediata de sus resultados por medio del
sistema sanguinario y despiadado del rating, que le
importa tanto a este gobierno. Si hay la más mínima caída
de sintonía, habrá una turbulencia de sustituciones, al
igual que ha pasado en el Minci a una velocidad mas baja
pero igualmente implacable. A la hora de buscar la razón
de las bajas audiencias de los programas afines al
gobierno, se encuentra que mientras más sumisos, torpes e
insultantes, encuentran menos rating. Mientras mas
complacientes y voluntariamente ciegos ante los estantes
vacíos, los manifestantes pobres sin vivienda, los
corruptos rojos rojitos, menos audiencia.
Es así como trabaja la espiral
de la intolerancia, huracán del pensamiento que se ve
alejado e improbable hasta que te atrapa a 300 kilómetros
por hora y te ves vociferante e histérico, contradictorio
contigo mismo y con las libertades que una vez
propugnaste, atrapado en la telaraña de tus propias
acciones.
Notas
1) Frecuencia Latina se llamó Frecuencia 2. En 1992 un
atentado destruyó sus instalaciones, que se reconstruyeron
convirtiéndolo en un moderno complejo de TV. Su dueño,
Baruch Ivcher, fue sometido a un proceso por parte del
gobierno de Alberto Fujimori, tras el cual fue despojado
de su nacionalidad peruana y de la planta en 1997. La
televisora pasó a ser propiedad de los hermanos Mendel y
Samuel. A la caída del régimen, Ivcher recuperó la
nacionalidad y el canal, tras una resolución de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos acatada por el gobierno
de su país.
lucgomnt@yahoo.es