La
desaparición de los partidos venezolanos que dominaron la
escena política desde 1945, está casi cumplida.
Su
proceso de autodestrucción comenzó hace más de veinte
años, cuando la desconfianza en la política y en los
políticos nos tomó por completo. Ellos lograron que la
mayoría del pueblo venezolano prefiriese en el 98 a un
líder autoritario que dijo que iba a acabarlos, debido a
la corrupción que prohijaron y a su olvido prepotente de
las mayorías empobrecidas, aún cuando en términos de obras
cumplidas, hayan sido más solventes que el chavismo.
Los
cascarones de AD, Copei, el MAS, terminan hoy de volverse
polvo y decenas de opciones más pequeñas se sepultan
inevitablemente. Los partidos minúsculos en votos caen por
una pendiente mortal: cada vez obtienen menos fondos y
menos militantes para subsistir.
Por
supuesto, oímos los llantos de los fantasmas. De los que
no saben que están muertos. Proclaman que entre todos los
partidos minoritarios obtuvieron una tercera parte del
voto de la oposición, tomando como las otras dos terceras
partes las de Nuevo Tiempo y Primero Justicia.
Pero lo
que de verdad deberían hacer sus dirigentes, es dejar que
se desvanezcan esas viejas estructuras. Por eso veo un
poco inútiles esas respiraciones de boca a boca que
quieren practicar el ex diputado Alfonso Marquina y el ex
candidato presidencial Manuel Cova para revivir AD o Luis
Ignacio Planas, en Copei. Tal como me parecen lastimeras
las convocatorias del MAS y de otros cuantas
organizaciones tratando de portarse como si fueran
importantes, cuando en realidad. simplemente han sido
sustituidos en la intención de voto del venezolano, por lo
menos en el de oposición.
La razón
es clara. Los partidos políticos que una vez consiguieron
a sus militantes por medio de recorridos por todo el país,
formando a dirigentes, haciendo mítines, organizando
círculos de estudio, han sido sustituidos por
organizaciones que usan métodos nuevos de convocatoria. En
las grandes ciudades, el comunicador por excelencia es la
TV. Los actos como mítines, marchas, concentraciones se
hacen mediáticamente, llevando militantes de aquí para
allá, convocando por los medios de comunicación. Sostener
un partido cuesta muchísimo dinero, mucho tiempo y mucho
esfuerzo. El acceso a los medios no es constante,
conseguir militantes para hacer el trabajo en los sectores
empobrecidos de Venezuela, donde está la mayoría de los
votantes, tampoco. No sólo se necesita dinero, sino valor
personal, decisión y capacidad de organización.
En un
país más pequeño numéricamente hablando no fue fácil
tampoco para Betancourt y Caldera construir organizaciones
de millones de votantes. Ahora vivimos en ciudades
exigentes y peligrosas. Para convencer a sus habitantes,
se necesita algo más de lo que le han dado decenas de
políticos, unos bienintencionadamente y otros no. Han
vivido amarrados a sus escritorios, a sus reuniones de CEN
y CDN, a sus actos internos, a sus pequeñas peleas y a sus
convocatorias por los programas de opinión.
Hace
tiempo que los fantasmas políticos dejaron los barrios,
los centros comerciales de las ciudades, las calles y los
verdaderos problemas de la gente.
Uno de
los motivos más graves de manifestaciones en los últimos
años, el de la repulsa a la delincuencia por el aumento de
los homicidios, contó con la expresa petición de los
organizadores, en su mayoría universitarios, de que no
acudiesen políticos. No les prohibieron ir, pero tampoco
se presentaron en las vigilias de los desesperados que
piden casa frente a Miraflores, frente a Conavi, en El
Rosal. No van a acompañar a los desesperados de las
cárceles, a los golpeados en las minas de Bolívar, a los
damnificados.
Es una
actitud digna de lo que son, unos fantasmas. Así como no
se aparecen para echar una mano en los problemas diarios,
no llegan tampoco a la mente ni a la mano votante. Ahora
les toca darse cuenta de su muerte, para que puedan irse
en paz.
lucgomnt@yahoo.es