La
situación de América Latina y del mundo ha cambiado
enormemente en relación con la época que le tocó vivir
al Che y en la que dimos nuestros primeros pasos
militantes. Y como estoy convencida de que si la
izquierda quiere tomar el cielo por asalto debe tener
los pies muy firmes en la tierra, considero que para
abordar los desafíos que hoy se nos presentan debemos
comenzar por analizar brevemente cuál es la situación
del mundo en que nos toca vivir. Los desafíos que
enfrentó el Che ayer no son los mismos que los que hoy
debería enfrentar si pudiese estar todavía entre
nosotros.
En los últimos decenios del siglo XX
estamos atravesando por una etapa ultraconservadora. No
sólo fracasó el socialismo en Europa del Este, sino que
el capitalismo demostró una sorprendente capacidad para
adaptarse a las nuevas circunstancias y para utilizar en
beneficio propio los avances de la nueva revolución
científico técnica; mientras los países socialistas de
Europa del Este, luego de haber alcanzado un notable
desarrollo económico, fueron cayendo en el estancamiento
hasta terminar en el desastre que conocemos. A esto se
agregan las dificultades que comenzaron a sufrir los
gobiernos socialdemócratas europeos y sus regímenes de
"estado de bienestar": detención del crecimiento
económico, inflación, ineficiencia productiva.
Junto a esto, en América Latina, se
agotaba el modelo cepaliano de desarrollo hacia adentro
o sustitutivo de importaciones. En la mayoría de los
casos esta crisis del desarrollismo populista desembocó
en dictaduras militares contrarrevolucionarias.
Y cuando éstas terminan no se regresa al
sistema político democrático pre dictadura. Se establece
un sistema de democracia restringida, tutelada, donde
las decisiones fundamentales acerca de la dirección de
los procesos económicos, sociales y culturales se
construyen fuera del sistema político formal de los
partidos, quedan en manos de grupos de presión más
conocidos como "poderes fácticos" (fuerzas armadas,
grupos empresariales, iglesias, entidades
internacionales como el FMI y el Banco Mundial,
conglomerados que controlan los medios de comunicación,
etcétera).
Tanto la izquierda latinoamericana del
sur, que ya venía muy golpeada por largos años de
dictadura militar, como la izquierda de Centroamérica,
que estuvo a la vanguardia de la lucha desde el triunfo
de la revolución sandinista, se ven muy afectadas por
los últimos acontecimientos mundiales.
Tenemos que aceptar que vivimos en un
mundo en que el capitalismo ha demostrado una vitalidad
mucho mayor de la que esperábamos, logrando sobrevivir y
recuperarse hasta ahora de sus crisis. Pero al mismo
tiempo, no podemos dejar de constatar que ha creado
situaciones inaceptables que parecen no ser superables
dentro de sus límites. La brecha entre el capitalismo
desarrollado y el llamado Tercer Mundo no cesa de
agrandarse; que no da señales de detenerse el derroche
del enorme potencial productivo alcanzado por la
humanidad debido a los avances de la ciencia y la
técnica; que continúa el funcionamiento de la economía
sobre la base del deterioro del entorno natural del
hombre y de la destrucción de los supuestos físicos y
biológicos en los que se sustenta la civilización
actual; que sigue y seguirá estando presente el peligro
de guerra, incluso nuclear. A pesar de los avances en la
marcha hacia la paz, la distensión y el desarme, hasta
que no sean erradicadas para siempre las causas que
brotan de la naturaleza capitalista del orden
internacional y socioeconómico imperantes. Todo esto
constituye la más elocuente expresión de la
irracionalidad que subyace en el trasfondo de la
sociedad contemporánea.
Una opción alternativa socialista o como
se la quiera llamar se hace más urgente que nunca si no
estamos dispuestos a aceptar esta cultura integral del
desperdicio, material y humano que, como dice un
economista cubano no sólo genera basura no reciclable
por la ecología, sino también desechos humanos difíciles
de reciclar socialmente al empujar a grupos sociales y
naciones enteras al desamparo colectivo.
Son enormes los desafíos que se nos
plantean y no estamos en las mejores condiciones para
enfrentarlos.
Producto de todo lo que señaláramos
anteriormente, la izquierda latinoamericana quedó
desconcertada y sin proyecto alternativo; está viviendo
una profunda crisis que abarca tres terrenos: el
teórico, el programático y el orgánico.
Crisis teórica
La crisis teórica de la izquierda
latinoamericana tiene, a mi entender, un doble origen:
por un parte, su incapacidad histórica de elaborar un
pensamiento propio, que parta del análisis de la
realidad del subcontinente y de cada país, de sus
tradiciones de lucha y de sus potencialidades de cambio.
Salvo escasos esfuerzos en este sentido entre los que
cabe destacar muy especialmente los de Mariátegui en los
años veinte y los del Che Guevara en los años sesenta,
la tendencia de la izquierda latinoamericana fue más
bien la de extrapolar modelos de otras latitudes: el
soviético, el chino. Se analizaba la realidad con
parámetros europeos: se aplicaba, por ejemplo, el
esquema de análisis clasista europeo a países que tenían
una población mayoritariamente indígena, lo que llevaba
a desconocer la importancia del factor étnico cultural.
Otra de los elementos que la explican es
la inexistencia de un estudio crítico del capitalismo de
fines del siglo XX el capitalismo de la revolución
electrónico informática. No estoy hablando de estudios
parciales sobre determinados aspectos de la producción
capitalista actual que sin duda existen , me estoy
refiriendo a un estudio con la integralidad y la
rigurosidad con la que Marx estudió el capitalismo de la
revolución industrial.
Un análisis de este tipo es fundamental,
porque una sociedad alternativa no puede surgir sino de
las potencialidades que emerjan en la actual sociedad en
que vivimos. Y no veo cómo hacer este análisis si no es
con el propio instrumental científico que Marx nos legó.
Por desgracia, algunos sectores de la
izquierda han sido excesivamente permeables a la
propaganda antimarxista del neoliberalismo que
responsabiliza indebidamente a la teoría de Marx por lo
ocurrido en los países socialistas de Europa del Este;
nadie, sin embargo, le echaría la culpa a la receta de
cocina por el flan que se quemó al poner muy fuerte el
horno. Reconozco que la imagen no es muy feliz, porque
los aportes de Marx no pretendieron nunca ser receta de
nada, pero la uso porque creo que ilustra lo que quiero
decir. La crisis del socialismo no significa como muchos
ideólogos burgueses se han esforzado por pregonar , la
muerte del marxismo.
Y quiero hacer una aclaración: de aquí
en adelante ocuparé el término "marxismo" sólo para
simplificar mi exposición, ya que no olvido que Marx fue
reacio a usar ese término para denominar sus
investigaciones científicas y con toda razón, porque un
dogma puede reclamar derechos de autor, pero jamás una
ciencia. Se habla de matemática, de física, de
antropología, de sicoanálisis, pero esas ciencias no se
denominan: galileísmo, newtonismo, levystraussismo,
freudismo, porque toda ciencia tiene un desarrollo que
trasciende su fundador. Puede hablarse de los
descubrimientos de uno u otro autor, pero la ciencia
como tal no lleva apellido, es siempre una construcción
colectiva.
Por otra parte, cuando me refiero al
marxismo estoy pensando únicamente en los aportes
científicos de Marx, es decir, en lo que Louis Althusser
considera su gran descubierto científico: la ciencia de
la historia y no en otras acepciones como aquella que se
refiere al movimiento histórico al que dio origen.
Ahora, si consideramos el aporte de Marx
como una ciencia , es lógico que su desarrollo deba ser
permanente y que si éste se detiene, la ciencia entre en
crisis. Si su objeto es la sociedad y su cambio, y se
han producido cambios notables en este terreno desde
Marx hasta hoy, es lógico que se vayan creando nuevos
instrumentos para dar cuenta de las nuevas realidades y
que para crearlos se tenga presente los más recientes
descubrimientos científicos de todas las disciplinas del
saber. Es esto lo que no se ha hecho. De ahí que podamos
hablar de una crisis del marxismo o crisis de la ciencia
de la historia inaugurada por Marx. Esta crisis ha sido
más profunda en los países socialistas debido a que
desde la época de Stalin se transformó al marxismo en
ciencia oficial, es decir, en una anticiencia, en un
dogma, permaneciendo estancada durante décadas.
La crisis del marxismo no significa, sin
embargo, que lo fundamental del instrumental teórico
creado por Marx haya perdido validez como instrumento
analítico de la sociedad y su cambio. ¿Quién ha hecho
una crítica más profunda y acertada del capitalismo de
su época? ¿Quién mejor que él fue capaz de vislumbrar
dentro de lo que era posible en su época hacia dónde
marchaba la humanidad sujeta a las relaciones
capitalistas de producción? Es interesante además
observar que la ciencia social contemporánea no puede
prescindir de sus aportes. Es paradójico, pero los
capitalistas usan más el marxismo para elaborar su
estrategia contrarrevolucionaria que nosotros para
nuestra estrategia revolucionaria. Basta examinar a
fondo la estrategia de la guerra de baja intensidad para
ver cuán útiles les han sido las categorías marxistas, y
más aún si se examinan las reflexiones que plantea el
documento Santa Fe II acerca de las instituciones
permanentes del Estado.
Pero reivindicar los aportes de Marx es
reivindicar también el determinismo histórico, y quiero
aclarar que cuando hablo de determinismo, este
determinismo nada tiene que ver con el evolucionismo
mecanicista de las ciencias naturales aunque algunas de
sus afirmaciones aisladas del contexto global de su
pensamiento se presten a ello .
Se trata de un determinismo de nuevo
tipo, que deja un espacio para la acción del hombre en
la historia. Lo que Marx hace es proporcionarnos los
conocimientos que nos permiten ver en qué lugar tenemos
que combatir para que nuestro actuar sea más eficaz,
porque sí debemos combatir para transformar el mundo
contra lo que parece deducirse de la tesis
evolucionistas, mecanicistas, que esperaban el
advenimiento del socialismo como fruto de las
contradicciones inherentes al capitalismo.
Negar el determinismo marxista es negar
todo el andamiaje teórico que el autor de El Capital
construyó con tanta pasión y esfuerzo con el único
objetivo de poner a disposición de la clase obrera las
armas conceptuales de su liberación. Haciéndole entender
cómo funciona el régimen de producción capitalista, qué
leyes lo rigen, cuáles son sus contradicciones internas,
le permite organizar su lucha contra la explotación de
una manera mucho más eficaz.
Si nosotros queremos transformar el
mundo tenemos que ser capaces de elaborar una estrategia
y una táctica, ¿y qué son la estrategia y la táctica
sino el fruto del análisis de una realidad objetiva?
Tenemos que ser capaces de detectar las
potencialidades de lucha de los distintos sectores
sociales que van a conformar el sujeto del cambio
social: ¿dónde está hoy ese potencial?, ¿dónde tenemos
que trabajar?, ¿cómo tenemos que organizarlo?, ¿dónde
están las contradicciones del sistema?, ¿cuál es el
eslabón más débil? Y sólo podremos dar una respuesta
seria a estas preguntas si hacemos un análisis
científico de esta sociedad.
Por último, quiero aclarar que mi
defensa del aporte de Marx no significa que considere
que todo lo que escribió Marx es un dogma de fe.
La izquierda debe, según mi opinión,
revalorizar la teoría como un arma imprescindible para
la transformación social: destinando tiempo a la
formación teórica, recon-quistando a cuadros
intelectuales, formando comunidades científicas de
investigadores, realizando escuelas populares
permanentes de cuadros.
Crisis programática
Por otro lado, la izquierda
latinoamericana vive una profunda crisis programática,
que no es ajena a la crisis teórica anteriormente
descripta. Luego del fracaso del desarrollismo populista
en América Latina, de la caída del socialismo y del
éxito del neoliberalismo, la izquierda no ha elaborado
un programa alternativo que, partiendo de las nuevas
características del mundo, permita hacer confluir en un
solo haz a todos los sectores sociales afectados por el
régimen imperante.
Sabemos, sin embargo, que las
alternativas no se elaboran de un día para otro en un
congreso o en una mesa de trabajo, porque cualquier
alternativa tiene que incluir consideraciones técnicas
cada vez más complejas que requieren de conocimientos
especializados. Y hoy la izquierda latinoamericana
cuenta con pocos intelectuales orgánicos dispuestos a
realizar este trabajo.
Dificultades para un perfilamiento
alternativo
Junto a la ausencia de una propuesta
alternativa rigurosa y creíble, dos otros elementos
dificultan el perfilamiento alternativo de la izquierda.
Por una parte, el que ésta suela adoptar una práctica
política muy poco diferenciada de la práctica habitual
de los partidos tradicionales, sean de derecha o de
centro y, por otra, el hecho de que la derecha se haya
apropiado inescrupulosamente del lenguaje de la
izquierda, lo que es particularmente notorio en sus
formulaciones programáticas.
Peligro de ser sólo buenos
administradores de la crisis
A pesar de este déficit programático no
es descartable que, en algunos países de América Latina,
la izquierda llegue a conquistar importantes gobiernos
locales y, aún más, sea capaz de acceder al gobierno de
la nación, entre otras cosas debido al creciente
descontento popular producido por las medidas
neoliberales que afectan a sectores sociales cada vez
más amplios. Pero existe el peligro de que una vez en el
gobierno se limite a administrar la crisis y hacer la
misma política que los partidos de derecha.
Pero aceptar que existe una crisis
programática ¿significa quedarse con los brazos
cruzados? ¿Puede la izquierda levantar una alternativa a
pesar de la inmensamente desfavorable correlación de
fuerzas que existe a nivel mundial? Por supuesto que la
ideología dominante se encarga de decir que no existe
alternativa, y los grupos hegemónicos no se quedan sólo
en declaraciones, hacen todo lo posible por hacer
desaparecer toda alternativa que se les cruce en el
camino, como ocurrió con la Unidad Popular en Chile, la
revolución sandinista en Nicaragua y como ha tratado de
hacerlo durante treintiocho años sin éxito con la
heroica revolución cubana.
Por desgracia, algunos sectores de la
izquierda latinoamericana han terminado por caer en la
trampa de considerar que la política es el arte de lo
posible y al constatar la imposibilidad inmediata de
cambiar las cosas debido a la tan desfavorable
correlación de fuerzas hoy existente, consideran que no
les queda otro camino que ser realistas y reconocer esa
imposibilidad adaptándose oportunistamente a la
situación existente. La política así concebida excluye
de hecho todo intento por levantar una alternativa
frente al capitalismo realmente existente.
La política no es el arte de lo posible,
es el arte de descubrir las potencialidades que existen
en la situación concreta para hacer posible lo que en
ese momento aparece como imposible. La política entonces
no puede ser realpolitik, porque eso significa de hecho
resignarse a no actuar sobre la realidad, limitarse a
adaptarse a ella; renunciar de hecho a hacer política y
doblegarse a la política que otros hacen.
A la realpolitik debemos oponer una
política que sin dejar de ser realista, sin negar la
realidad, vaya creando las condiciones para la
transformación de esa realidad, es decir, para que lo
imposible hoy se vuelva posible mañana.
Por ejemplo, partiendo del dato objetivo
de que hoy en América Latina ha disminuido enormemente
el poder de negociación de la clase obrera, tanto por el
fantasma del despido, son privilegiados los que pueden
acceder a un trabajo asalariado estable, como por la
fragmentación que ha sufrido con el nuevo modelo de
desarrollo neoliberal, hay quienes predican la
imposibilidad de luchar en esas condiciones. Es evidente
que la clásica táctica de lucha sindical: la huelga que
se basa en la unidad de la clase obrera industrial y su
capacidad de parar las empresas no parece dar hoy frutos
positivos y los oportunistas se aprovechan de ello para
tratar de inmovilizar al movimiento obrero y convencerlo
de que debe aceptar pasivamente sus actuales condiciones
de sobre explotación. El arte de la política, por el
contrario, consiste en descubrir a través de qué vías se
pueden superar las debilidades actuales de la clase
obrera industrial, que son debilidades reales, para ir
cambiando la correlación de fuerzas. Ahí surge una nueva
táctica: ya no se trata de la solidaridad de clase del
Siglo XIX, si entonces era fundamental la unidad de los
proletarios explotados por el capital, hoy es
fundamental la unidad de los explotados por el capital
con el resto de los sectores sociales perjudicados por
el sistema neoliberal. Sólo así se puede lograr ese
poder de negociación que la clase obrera por sí sola ya
no tiene, y que mucho menos tiene el resto de la
población.
Esta salida ya ha sido probada en la
práctica. Los sindicalistas argentinos han logrado
avances en su lucha justamente cuando han sabido
involucrar en su movimiento a amplios sectores de la
sociedad, como lo hicieron los sindicalistas de Río
Turbio en la provincia de Santa Cruz. .
Esta ha sido también la experiencia del
Movimiento Sin Tierra de Brasil. Mientras este
movimiento trabajó sólo a nivel campesino, estaba
aislado y no tenía gran fuerza; pero cuando muy
lúcidamente comprendió que tenía que hacer un viraje en
su forma de trabajar, y que era necesario lograr que los
habitantes de la ciudad comprendiesen que la lucha por
la tierra no era sólo la lucha a favor de unos pocos
campesinos, sino que significaba la solución de muchos
problemas críticos de la propia ciudad, comenzó a tener
un apoyo cada vez más amplio y hoy se ha transformado en
un punto de referencia de todas las luchas sociales en
Brasil. Hoy está proponiendo acciones que permitan
organizar a todos los excluidos de Brasil.
El programa alternativo tiene que
elaborarse entonces teniendo en cuenta las cosas
anteriormente señaladas.
Por otra parte, en cuestiones
programáticas, la izquierda no se encuentra con las
manos vacías, existen formulaciones y prácticas de
proyectos alternativos, sólo que no están acabadas, pero
ya se pueden dibujar aquellas cosas que no pueden estar
ausentes.
Así como la comuna de París permitió
hacer ciertas sistematizaciones, igual ocurre, estima
Raúl Pont, con la experiencia en los gobiernos locales.
Por otra parte, coincido con Helio
Gallardo en criticar a quienes plantean que no puede
haber protesta sin propuesta, porque la protesta es ya
una propuesta popular. El mero hecho de resistir al
neoliberalismo es plantear un rechazo a este modelo de
sociedad y empezar a caminar por otro sendero.
La resistencia organizada ha logrado de
hecho frenar la aplicación del modelo en algunos países
de América Latina.
¿Qué sino eso fue el plebiscito
organizado por el Frente Amplio de Uruguay en 1992 para
derogar la ley aprobada en 1991 que autorizaba la
privatización de las más grandes empresas públicas del
país?
Crisis orgánica e Instrumento político
adecuado a los nuevos desafíos
Pero la izquierda no vive sólo una
crisis teórica y prográmatica, sino también una crisis
orgánica. Esta crisis se da en un contexto de un cada
vez mayor escepticismo popular en relación con la
política y los políticos. La gente está harta de las
prácticas partidarias poco transparentes y corruptas; ya
no quiere saber más de mensajes que se quedan en meras
palabras, que no se traducen en actos; exige prácticas
coherentes con el discurso.
Esta decepción de la política y los
políticos no es grave para la derecha, pero para la
izquierda sí lo es. La derecha puede perfectamente
prescindir de los partidos políticos, como lo demostró
durante los períodos dictatoriales, pero la izquierda en
la medida en que busca transformar cualitativamente la
sociedad no puede prescindir de un sujeto organizador,
necesita de un instrumento político sea éste un partido,
un frente político u otra fórmula .
Y esto por una doble razón: en primer
lugar, porque la transformación no se produce
espontáneamente, las ideas y valores que prevalecen en
la sociedad capitalista y que racionalizan y justifican
el orden existente invaden toda la sociedad e influyen
muy especialmente en los sectores menos provistos de
armas teóricas de distanciamiento crítico. En segundo
lugar, porque es necesario ser capaz de vencer a fuerzas
inmensamente más poderosas que se oponen a esa
transformación, y ello no es posible sin una instancia
política formuladora de propuestas, capaz de dotar a
millones de hombres de una voluntad única , es decir, de
una instancia unificadora y articuladora de las
diferentes prácticas emancipadoras.
Esa instancia política es, como decía
Trotsky, el pistón que comprime al vapor en el momento
decisivo y permite que éste no sea desperdiciado y se
convierta en fuerza impulsora de la locomotora.
Reconociendo la importancia de la
organización política para conseguir los objetivos de
cambio social, la izquierda, sin embargo, ha hecho muy
poco por adecuarla a las exigencias de los nuevos
tiempos.
Durante un largo período esto tuvo mucho
que ver con la copia acrítica del modelo de partido
bolchevique, ignorando lo que el propio Lenin planteaba
al respecto. Esto se tradujo en América Latina en la
construcción de organizaciones prepotentes, que se
sentían dueñas de la verdad, que funcionaban siguiendo
un modelo militar, que proclamaban ser organizaciones
obrera aunque la mayor parte de sus cuadros provenían de
otros sectores sociales, que se autoproclamaban la única
vanguardia con todo lo que ello significa de actitud
sectaria, dogmática, hegemonista y verticalista. Este
modelo parece haber caducado definitivamente. La gente
dispuesta a luchar por un cambio social profundo se
siente cada vez menos motivada a militar en una
organización de este tipo.
Esta crisis orgánica aparece a su vez
acompañada de una crisis de militancia bastante
generalizada, no sólo en los partidos de izquierda sino
también en los movimientos sociales y en las comunidades
cristianas de base y no es ajena a los cambios que ha
sufrido el mundo y, entre ellos, los sujetos sociales
del cambio.
En América Latina, durante las últimas
décadas, se han producido cambios muy importantes dentro
de las fuerzas populares: una reducción absoluta del
campesinado; una reducción de la población laboral
empleada en la industria, amenazada constantemente de
quedar excluida del proceso industrial; precarización de
la fuerza laboral y fragmentación social, acentuada por
los proceso de maquila en varios países, con la
consecuente pérdida de identidad; crecimiento enorme del
trabajo informal. Han aparecido igualmente nuevos
sujetos sociales: las mujeres han adquirido una
importancia creciente en las distintas esferas:
económicas, sociales y políticas; la juventud ha
adquirido una mayor autonomía; los índígenas han llegado
a representar un papel protagónico en algunos países;
los cristianos progresistas y sus organizaciones de base
han ido desempeñando un papel significativo en las
luchas populares; los jubilados han aumentado
notablemente en número y en muchos países han pasado a
ser uno de los sectores más combativos; crecen los
movimientos ecológicos, étnicos, raciales, por la
libertad sexual; de la misma manera crece el número de
emigrados que llegan a constituir verdaderas colonias en
algunos países más desarrollados.
Y al mismo tiempo que se modifican los
sujetos sociales se producen importantes cambios
culturales. Los medios masivos de comunicación,
especialmente la televisión, difunden la omnipresente
ideología neoliberal con su cultura individualista,
egocéntrica, del sálvese quien pueda: la telenovela se
han transformado en el opio del pueblo del mundo de hoy.
Por otra parte, todo conduce a fomentar el consumismo:
el "hombre tarjeta de crédito": la servidumbre de fines
del siglo XX.
Sin embargo, parece interesante
constatar que, junto a esta crisis de militancia en
muchos de nuestros países se da un crecimiento de la
influencia de la izquierda en la sociedad y aumenta la
sensibilidad de izquierda en los sectores populares.
Esto me hace pensar que, además de los
factores expuestos anteriormente que pueden estar en su
origen, es muy probable que también influya en la crisis
de militancia el tipo de exigencias que se plantean a la
persona para que ésta se pueda incorporar a una práctica
militante organizada. Habría que examinar si la
izquierda ha sabido abrir cauces de militancia adecuados
para hacer fértil esa creciente sensibilidad de
izquierda en la sociedad.
La izquierda necesita, entonces,
urgentemente un instrumento político adecuado a los
nuevos desafíos.
Sin embargo, me parece necesario
advertir que no se trata de tirar todo por la borda y
empezar desde cero. Existe una tendencia muy grande,
especialmente en la juventud, a criticar
destructivamente todo lo que existe y a pensar que se
puede llegar a construir algo perfecto si se empieza
todo de nuevo, evitando mirar al pasado.
Olvidar el pasado, no aprender de las
derrotas, dejar de lado las propias tradiciones de
lucha, es hacerle el juego a la derecha porque esa es la
mejor forma de no acumular fuerzas, de volver a
reincidir en los mismos errores.
Por ello mismo, antes de crear una nueva
organización política habría que examinar muy bien la
capacidad de transformación que tienen las
organizaciones políticas actualmente existentes. Tal vez
no se requiera construir una nueva organización, a lo
mejor de lo que se trata es de fundir varias
organizaciones ya existentes en una sola siempre que
ésta se estructure de una manera diferente.
Algunas ideas sobre organización para
los nuevos desafíos
A continuación señalaré algunas ideas
acerca de cómo la izquierda latinoamericana podría
organizarse para enfrentar los nuevos desafíos.
Muchas de estas ideas han surgido de la
propia práctica y de las reflexiones que de ella han
hecho varios de los dirigentes políticos de nuestro
continente en entrevistas que les hiciera desde el '79
en adelante, y de los escritos de dos compañeros con los
cuales me siento muy identificada en esta materia:
Clodomiro Almeyda dirigente socialista chileno, ex
canciller de Salvador Allende, recientemente fallecido y
el uruguayo Enrique Rubio dirigente de la Vertiente
Artiguista y diputado nacional .
No se trata, de manera alguna, de un
nuevo recetario, debemos recordar nuevamente que lo que
debemos buscar es ser eficaces en la conducción de la
lucha de clases para transformar nuestras sociedades
particulares insertas hoy, es cierto, en un marco mucho
más globalizado que antaño.
Reunir a su militancia en torno a un
proyecto de sociedad y a un programa concreto
La aceptación o no aceptación del
programa debe ser la línea divisoria entre los que están
dentro de la organización y los que se excluyen de ella.
Puede haber disenso en muchas cosas, pero debe existir
consenso en las cuestiones programáticas. El programa
político debe ser el elemento aglutinador y unificador
por excelencia y es lo que debe dar coherencia a su
accionar político.
Mucho se habla de la unidad de la
izquierda. Sin duda ésta es fundamental para avanzar,
pero se trata de unidad para la lucha, de unidad para
resistir, de unidad para transformar. No se trata de una
mera unidad de siglas de izquierda porque entre esas
siglas puede haber quienes hayan llegado al
convencimiento que no queda otra cosa que adaptarse al
régimen vigente y si es así restarán fuerzas en lugar de
sumar.
No hay que olvidar que hay sumas que
suman, sumas que restan, éste sería el caso recién
mencionado, y sumas que multiplican. El más claro
ejemplo de este último tipo de suma es el Frente Amplio
de Uruguay, coalición política que reúne a todos los
partidos de la izquierda uruguaya y cuya militancia
rebasa ampliamente la militancia que adhiere a los
partidos que lo conforman. Ese gesto unitario de la
izquierda logró convocar a una gran cantidad de personas
que anteriormente no militaban en ninguno de los
partidos que conformaron dicha coalición y que hoy
militan en los Comités de Base del Frente Amplio. Los
militantes frenteamplistas sin bandera partidista
constituyen dos tercios del Frente y la militancia
partidista el tercio restante.
Contemplar variadas formas de militancia
No todas las personas tienen la misma
vocación militante ni se sienten inclinadas a militar en
forma permanente. Eso fluctúa dependiendo mucho de los
momentos políticos que se viven. No estar atentos a ello
y exigir una militancia uniforme es autolimitar y
debilitar a la organización política.
Hay, por ejemplo, quienes están
dispuestos a militar en una área temática: salud,
educación, cultura, y no en un núcleo de su centro de
trabajo o en una estructura territorial. Hay otros que
se sienten llamados a militar sólo en determinadas
coyunturas (electorales u otras) y que no están
dispuestos a hacerlo todo el año. Tratar de encasillar a
la militancia en una norma única, igual para todos, en
una militancia de las veinticuatro horas del día y los
siete días de la semana, es dejar fuera a todo este
potencial militante.
Las estructuras orgánicas deben
abandonar su rigidez y flexibilizarse para optimizar
este compromiso militante diferenciado, sin que se
establezca un valor jerárquico entre ellas.
Pero la organización política no sólo
debe trabajar con la militancia que adquiere un
compromiso partidario, debe también lograr incluir en
muchas tareas a los no militantes. Una forma de hacerlo
es la de propiciar la creación o la utilización de
entidades fuera de las estructuras internas del partido,
que sean útiles a la organización política y que le
permitan aprovechar las potencialidades teóricas o
técnicas existentes: centros de investigación, de
difusión y propaganda, etcétera.
Por otra parte, el militante de la nueva
organización debería ocupar la mayor parte de su tiempo
en vincular al partido con la sociedad. Las actividades
internas deberían reducirse a lo estrictamente
necesario.
Considero que también debe cambiar la
incorrecta relación entre militancia y sacrificio. Para
ser militante en décadas pasadas había que tener
espíritu de mártir: sufrir era revolucionario, gozar era
visto como algo sospechoso. De alguna manera eran los
ecos de la desviación colectivista del socialismo real:
el militante era un tornillo más de la máquina
partidaria; sus intereses individuales no eran
considerados. Esto no quiere decir que desvaloricemos el
espíritu de renuncia que debe tener el militante, pero
éste debe buscar, dentro de lo posible, combinar sus
tareas militantes con el desarrollo de una vida humana
lo más plena posible.
Abandono de los métodos autoritarios
Los partidos de izquierda fueron durante
mucho tiempo muy autoritarios, la cúpula del partido era
la que decidía y los militantes acataban órdenes que
nunca discutían y muchas veces no comprendían. Al
criticar esta desviación se ha tendido a rechazar la
utilización del método del centralismo democrático.
Personalmente no veo cómo se puede concebir una acción
política unificada y exitosa sin emplear este método,
salvo que se decida actuar por consenso, método
aparentemente más democrático porque busca el acuerdo de
todos, pero que en la práctica a veces es mucho más
antidemocrático, porque otorga de hecho derecho a veto a
una minoría: al extremo que una sola persona puede
impedir que se lleguen a implementar acuerdos con apoyo
inmensamente mayoritario.
La izquierda tiene que aceptar que los
problemas que se le plantean son cada vez más complejos
y que ella no es dueña de la verdad, que la otra parte
también puede tener parte de la verdad. En el diálogo
siempre tiene que otorgar al otro al menos el beneficio
de la duda y debe a aprender a construir el consenso y
no a manipular el consenso como muchas veces se ha
hecho.
Para que una organización tenga una vida
interna democrática es fundamental que ésta cree
espacios para el debate, la construcción de posiciones,
el enriquecimiento mutuo mediante el intercambio de
opiniones.
Por otra parte, pienso que no es malo
sino deseable que se reconozca y legalice la existencia,
dentro de una misma organización política, de diversas
corrientes de opinión. Comparto con Tarso Genro la idea
de que ello permite que dentro de una misma organización
se expresen las distintas sensibilidades políticas de la
militancia. Pienso que el agrupamiento de la militancia
en torno a determinadas tesis puede contribuir a
profundizar el pensamiento de la organización.
Lo que hay que evitar es que estas
tendencias se conviertan en agrupamientos estancos, en
fracciones, en verdaderos partidos dentro del partido y
que los debates teóricos sean el pretexto para imponer
correlaciones de fuerzas que nada tienen que ver con las
tesis que se debaten. Por otra parte, si de lo que se
trata es de democratizar el debate, lo lógico sería que
no hubiese tendencias permanentes, o que, al menos en
algunos temas, especialmente en temas nuevos, las
personas pudiesen reagruparse de diferente manera. No
siempre, por ejemplo, tendrían que coincidir en un mismo
agrupamiento las personas que tienen una determinada
posición frente al papel del Estado en la economía, con
las que tienen una determinada posición respecto a la
forma en que el partido debe estimular la participación
política de la mujer.
Respecto a este tema de las tendencias y
al respeto a las posiciones de los demás, me parece que
en Porto Alegre se da una ejemplar práctica democrática.
En el gobierno de la ciudad ganado por tercera vez
consecutiva por el Partido de los Trabajadores las
distintas tendencias del PT se van alternando en el
cargo de alcalde y estos alcaldes forman su equipos de
gobierno con representantes de las diversas tendencias.
Según Tarso Genro, ex alcalde de Porto
Alegre, esto sólo es posible si se parte del presupuesto
de que las posiciones de la corriente a la que uno
pertenece tendrán que ser complementadas por la
dialéctica del diálogo y debate con las otras. Si se
partiera de la vieja posición tradicional de que uno es
el representante del proletariado y el resto es el
enemigo, la actitud necesariamente sería diferente: ese
resto tendría que ser neutralizado o aplastado.
Ahora bien, ser abierto, respetuoso y
flexible en el debate no significa de ninguna manera
renunciar a luchar porque las ideas propias triunfen si
uno queda en minoría. Si luego del debate interno uno
sigue convencido que ellas son las correctas, debe
continuar defendiéndolas con el único requisito de que
esa defensa respete la unidad de acción del partido en
torno a las posiciones que fueron mayoritarias.
Y, hablando de debate, creo importante
que se tenga en cuenta de que hoy es casi imposible que
un debate interno deje de ser al mismo tiempo público y,
por lo tanto, la izquierda tiene que aprender a debatir
tomando en cuenta esa realidad.
La nueva cultura de la izquierda debe
reflejarse también en un forma diferente de componer la
dirección de la organización política. Durante mucho
tiempo se pensó que si una determinada corriente o
sector del partido ganaba las elecciones internas en
forma mayoritaria, eran los cuadros de esa corriente los
que debían ocupar todos los cargos de dirección. De
alguna manera primaba entonces la concepción de que la
gobernabilidad se lograba teniendo una dirección lo más
homogénea posible. Hoy tiende a primar un criterio
diferente: una dirección con representación
proporcional, que refleje la correlación de fuerzas
dentro de ella, parece ser más adecuada porque eso ayuda
a que la militancia se sienta más involucrada en las
tareas. Pero este criterio sólo puede ser eficaz si el
partido ya ha logrado adquirir esa nueva cultura
democrática, porque si no es así, se produce una olla de
grillos y el partido se hace ingobernable.
Por otra parte, me parece muy
conveniente la participación directa de los militantes
en la toma de las decisiones más relevantes, a través de
consultas o plebiscitos internos. Y subrayamos
"decisiones más relevantes", ya que no tiene sentido y
sería absolutamente inoperante estar consultando a la
militancia sobre decisiones que se deben adoptar en la
gestión política cotidiana, de alta dedicación, que
corresponde a opciones necesariamente no masivas. Estas
consultas directas a las bases son una manera bastante
efectiva de democratizar las decisiones partidarias.
Consultas del tipo recién mencionado
podrían realizarse no sólo con los militantes, sino
también con los simpatizantes o a lo que pudiéramos
llamar el ámbito electoral del partido. Pienso que este
método es especialmente útil para designar a los
candidatos de izquierda a los gobiernos locales, si de
lo que se trata es de ganar el gobierno y no de usar las
elecciones sólo para propagandizar las ideas del
partido. Una consulta popular al electorado acerca de
los varios candidatos que la organización política
propone, puede ser un método muy conveniente para no
errar el tiro. A veces se han perdido elecciones por
levantar candidatos usando un criterio netamente
partidista: prestigio interno, expresión de una
determinada correlación de fuerzas internas, sin tener
en cuenta la opinión de la población sobre ese
candidato.
Consultas a la población se han
realizado con éxito en América Latina. La Causa R de
Venezuela realizó un plebiscito sobre el parlamento y
logró que se acercaran a votar en improvisadas urnas en
la calle cerca de 500 mil personas. Otro ejemplo es la
Consulta Nacional por la Paz y la Democracia, realizada
por el Movimiento Civil Zapatista en el segundo semestre
de 1995: una consulta muy original acerca de varios
temas de interés, entre otros, si la organización
debería unirse a otras y conformar un frente político, o
si debía mantenerse como una organización independiente.
Cosas como éstas nos hacen pensar que la
izquierda suele moverse en la dicotomía entre lo legal y
lo ilegal, y no tiene suficientemente en cuenta un
sinnúmero de otros espacios que yo denominaría alegales
, porque no entran en la dicotomía antes señalada, que
pueden ser aprovechados para concientizar, movilizar y
hacer participar a la población.
Necesidad de construir una relación de
respeto al movimiento popular
Hay que reconocer que ha existido una
tendencia a considerar a las organizaciones populares
como elementos manipulables, como meras correas de
transmisión de la línea del partido. Esta posición se ha
apoyado en la tesis de Lenin en relación con los
sindicatos de los inicios de la revolución rusa, cuando
parecía existir una muy estrecha relación entre clase
obrera-partido de vanguardia-Estado. Esta concepción fue
abandonada por Lenin en los años finales de su vida,
cuando en medio de la aplicación de la Nueva Política
Económica (NEP) y sus consecuencias en el ámbito
laboral, prevé el surgimiento de posibles
contradicciones entre los trabajadores de las empresas
estatales y los directores de dichas empresas y sostiene
que el sindicato debe defender los intereses de clase de
los trabajadores contra los empleadores, utilizando, si
considera necesario: la lucha huelguística que, en un
estado proletario no estaría dirigida a destruirlo sino
a corregir sus desviaciones burocráticas.
Este cambio pasó desapercibido para los
partidos marxistas leninistas quienes hasta hace muy
poco pensaban que la cuestión de la correa de
transmisión era la tesis leninista para la relación
partido-organización social.
Esta tesis mal digerida fue aplicada por
la izquierda en su trabajo con el movimiento sindical
primero, y luego con los movimientos sociales. La
dirección del movimiento, los cargos en los organismos
de dirección, la plataforma de lucha, en fin, todo, se
resolvía en las direcciones partidarias y luego se
bajaba la línea a seguir por el movimiento social en
cuestión, sin que éste pudiese participar en la
gestación de ninguna de las cosas que más le atañían.
Esta situación fue cambiando. De alguna
manera la crisis de las organizaciones políticas de
izquierda, producto del terrorismo de los gobiernos
militares que se ensañó contra ellas, y el auge
simultáneo de muchos movimientos sociales contribuyeron
a ello. Los movimientos sociales maduraron, cobraron
confianza en sus propias fuerzas, se dieron cuenta que
con sus propias iniciativas -más cercanas a su realidad
que las que podían promover dirigentes políticos que
decidían el destino de sus luchas sentados en un
escritorio- podían lograr con más facilidad sus
objetivos reivindicativos. Los dirigentes políticos, a
su vez, fueron dándose cuenta de que el estilo
verticalista de conducción funcionaba cada vez menos y
rendía cada vez menos frutos. Comenzaron a entender que
los ritmos, los momentos de la lucha de cada movimiento
no puede estar completamente subordinada a su proyecto
político, porque existen dinámicas distintas y que es
importante respetar estas dinámicas y encauzarlas en un
gran movimiento contra el enemigo común. Se han ido
convenciendo que esto no se logra imponiendo desde
arriba una línea, sino ganando desde abajo la
conducción.
Por otra parte, se han ido dando cuenta
de que la organización política no es la única que tiene
ideas y propuestas y que, por el contrario, el
movimiento popular tiene mucho que ofrecerle, porque en
su práctica cotidiana de lucha va también aprendiendo,
descubriendo caminos, encontrando respuestas, inventando
métodos, que pueden ser muy enriquecedores.
Por otra parte, es un error garrafal
pretender conducir al movimiento de masas desde arriba,
por órdenes, porque la participación popular no es algo
que se pueda decretar desde arriba. Sólo si se parte de
las motivaciones de la gente, sólo si se le hace
descubrir a ella misma la necesidad de realizar
determinadas tareas, estas personas estarán dispuesta a
comprometerse plenamente con las acciones que emprendan.
Esta revalorización de los movimientos
sociales y la comprensión de que la conducción se gana y
no se impone, ha llevado a algunos sectores de la
izquierda a buscar nuevas fórmulas para conformar los
frentes políticos que no sean una mera alianza entre
partidos políticos, sino que, a su vez, den cabida a la
expresión de los movimientos sociales.
Después de lo dicho hasta aquí podemos
comprender por qué los cuadros políticos de la nueva
época no pueden ser cuadros con mentalidad militar: hoy
no se trata de conducir a un ejército, ni tampoco
demagogos populistas porque no se trata de conducir a un
rebaño de ovejas ; los cuadros políticos deben ser
fundamentalmente pedagogos populares, capaces de
potenciar toda la sabiduría que existe en el pueblo,
tanto la que proviene de sus tradiciones culturales y de
lucha, como la que adquiere en su diario bregar por la
subsistencia a través de la fusión de ésta con los
conocimientos más globales que la organización política
pueda aportar. Debe fomentar la iniciativa creadora la
búsqueda de respuestas.
La organización política no debería
buscar contener en su seno a los representantes
legítimos de todos los que lucha por la emancipación
social, sino esforzarse por articular sus prácticas en
un único proyecto político.
Adecuar su lenguaje a los nuevos tiempos
La militancia y los mensajes de la
izquierda de hoy, de la era de la televisión, no pueden
ser los mismos que los de la década del 60; no son los
de la época de Gutenberg, el inventor de la tipografía
que dio origen a la imprenta, estamos en la época de la
imagen y de la telenovela. La cultura del libro, la
cultura de la palabra escrita, como dice Atilio Borón ,
es hoy una cultura de élite, ya no es una cultura de
masas. La gente hoy lee muy poco o no lee, para poder
comunicarnos con el pueblo debemos dominar el lenguaje
audiovisual. Y la izquierda tiene el gran desafío de
buscar cómo hacerlo cuando los principales medios
audiovisuales están absolutamente controlados por gran
empresas monopólicas nacionales y transnacionales.
Muchas veces se quiere competir en el
eslabón más fuerte de la cadena y eso es evidentemente
imposible, no sólo por los recursos financieros que eso
significa, sino también porque, aunque se dispusiese de
esos recursos, como es el caso de la CUT en Brasil, los
grupos económicos que monopolizan esos medios impiden
cualquier tipo de incursión de la izquierda en éstos. La
CUT ha querido tener un espacio propio y no se le ha
otorgado.
Pero hay otras formas alternativas de
comunicación en nuestro subcontinente que no han sido
suficientemente trabajadas por la izquierda, como las
radios comunitarias, los periódicos barriales, los
canales municipales de televisión, y más accesibles aún
a cualquier grupo que trabaja en el ámbito comunitario:
el uso de videocasseteras para llevar a pequeños grupos
de personas experiencias de interés que les permitan
aprender y formarse una conciencia crítica frente a los
mensajes e informaciones que transmiten las grandes
trasnacionales de la información.
Aquí también está el desafío de crear
videos pedagógicos que permitan intercambiar
experiencias y aprender de otras experiencias populares.
Y en este intercambio de experiencias
empiezan a jugar hoy un papel importante las radios
populares conectadas a redes que transmiten por satélite
y permiten que los actores populares se comuniquen entre
sí de un país a otro y puedan dialogar sobre sus
experiencias.
Organización política de los explotados
por el capitalismo y de los excluidos
Si, como veíamos anteriormente, la clase
obrera industrial ha ido disminuyendo en América Latina,
en contraste con el sector de los marginados o excluidos
por el sistema que está en constante aumento, parece
necesario que la organización política tome en cuenta
esta realidad y que deje de ser una instancia que reúna
sólo a la clase obrera clásica para transformarse en la
organización de todos los trabajadores y sectores
sociales oprimidos.
Una organización política no ingenua,
que se prepara para todas las situaciones
La posibilidad actual que tiene la
izquierda de disputar abierta y legalmente muchos
espacios, no debe hacerle perder de vista que la derecha
respeta las reglas del juego sólo hasta donde le
conviene. Hasta ahora no se ha visto ninguna experiencia
en el mundo en que los grupos dominantes estén
dispuestos a renunciar a sus privilegios. El hecho de
que estén dispuestos a retirarse de la arena política
cuando consideran que su repliegue puede ser más
conveniente, no debe llevarnos a engaño. Pueden
perfectamente tolerar y hasta propiciar la presencia de
un gobierno de izquierda, siempre que éste se limite a
administrar la crisis. Lo que no permitirán nunca y en
eso no hay que ser ilusos, es que se pretenda construir
una sociedad alternativa.
En la medida en que crezca y acceda a
posiciones de poder, la izquierda debe estar preparada
para hacer frente a la fuerte resistencia que opondrán
los núcleos más apegados al capital financiero, más
apegados a privilegios de toda índole, que se van a
valer de medios legales o ilegales para evitar que se
lleve adelante un programa de transformaciones
democráticas y populares.
De ahí que la izquierda, como toda
fuerza política que tiene el poder en la mira, no puede
dejar de incluir en su estrategia la constitución de una
fuerza material que le permita defender las conquistas
alcanzadas democráticamente.
Una nueva práctica internacionalista en
un mundo globalizado
En un mundo en que el ejercicio de la
dominación se realiza a escala global, parece aún más
necesario que ayer establecer coordinaciones y
estrategias de lucha a nivel regional y supra regional.
Encarnación de los valores éticos de la
nueva sociedad que se pretende construir
Por último, En un mundo en que reina la
corrupción y existe, como veíamos anteriormente, un
creciente descrédito en los partidos políticos y, en
general, en la política, es fundamental que la
organización de izquierda se presente con un perfil
ético netamente diferente, que sea capaz de encarnar en
su vida cotidiana los valores que dice defender, que su
práctica sea coherente con el discurso político. De ahí
el auge que ha tenido la figura del Che.
Es fundamental, por otra parte, que la
organización que construyamos encarne los valores de la
honestidad y de la transparencia. En este terreno no
puede permitirse el más leve comportamiento que pueda
empañar su imagen. Debe crear condiciones para mantener
una estricta vigilancia en cuanto a la honestidad de sus
cuadros y mandatarios.
Debe luchar también contra todo tipo de
discriminación de raza, etnia, género, sexo, empezando
por casa.
Por último, además de las banderas
enarboladas por la Revolución Francesa: libertad,
igualdad y fraternidad, que conservan toda su vigencia,
pienso que habría que agregar una cuarta bandera: la de
la austeridad. Y no por un sentido ascético cristiano,
sino para oponerse al consumismo suicida y alienante de
fines de siglo.
Conclusión
Desde el '95 comenzaron a sentirse la
primeras protestas masivas contra los desastrosos
efectos del neoliberalismo, y lo interesante es que
varias de ellas se dieron en los propios países
desarrollados. Francia no veía una huelga general desde
el '68. La ciudad canadiense de Toronto fue conmovida,
en noviembre de 1996, por la manifestación popular más
grande de su historia: cerca de doscientas mil personas
recorrieron disciplinadamente las calles de la ciudad
durante largas horas.
Más recientemente este rechazo se
refleja en los resultados electorales en varios países:
mientras en Europa los laboristas en Inglaterra y los
socialistas apoyados por los comunistas en Francia,
ganaban las elecciones; en América Latina el FMLN ganaba
la alcaldía de San Salvador y varias de las principales
ciudades del país, disputando muy de cerca la
correlación de fuerzas con ARENA; y Cuauhtémoc Cárdenas
ganaba las elecciones del Distrito Federal.
También han crecido las protestas
populares en América Latina en los últimos meses: la
gran marcha del MST en Brasil, las manifestaciones
contra el gobierno en Nicaragua, el inicio de protestas
estudiantiles en Chile, las recientes manifestaciones
masivas contra Fujimori en Perú, las explosiones urbanas
en varias ciudades argentinas.
Todo esto hace pensar a algunos que la
situación está cambiando, que estamos entrando a una
nueva ola expansiva. Sea cual fuera la interpretación,
los desafíos para la izquierda son enormes, porque si no
se logra canalizar esta creciente resistencia en una
voluntad única, sus efectos se desvanecerán como pompas
de jabón.
Cuando iniciábamos este trabajo decíamos
que aunque la revolución no se veía en el horizonte
cercano, la revolución era ahora más necesaria que
nunca, no sólo para los pobres de este mundo sino para
la humanidad toda. Quizá la revolución no sea hoy el
motor de la historia, como afirmaba Marx, sino el "freno
de emergencia" de la historia, como dice el historiador
Walter Benjamin; un freno que nos impida caer en el
abismo al que nos conduce inexorablemente el
neoliberalismo.
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