La reciente cumbre de Cancún evidenció que
nada cambió en América Latina desde que Carlos Rangel
escribiera su famosísimo libro
"Del
buen salvaje al buen revolucionario".
Los presidentes reunidos repitieron las incongruencias y
desaferos condenados otrora por Carlos Rangel, como si el
tiempo en vez de subsanar la ceguera del continente, la
hubiese incrementado.
Nunca como en estos últimos días, la
actuación de los mandatarios latinoamericanos ha parecido
como una demostración in vivo de los certeros
análisis contenidos en el brillante ensayo de Carlos Rangel,
Del Buen Salvaje al buen Revolucionario. Fieles a la
caracterización que en su tiempo hizo el ensayista
venezolano, de los mitos que alimentan el imaginario
político latinoamericano, de los cuales el más rebelde es el
resentimiento hacia Estados Unidos debido a su grado de
desarrollo en contraste tajante con el de América Latina, la
reciente “Cumbre de la Unidad” del Grupo de Río, recién
celebrada en este mes de febrero en Cancún, fue una
demostración patente de los análisis de Rangel. A tal punto
que parecería que hubiesen actuado acorde a un guión
inspirado por ese clásico de la literatura política en el
que el autor demuestra que en lugar de darse los medios para
desarrollarse como fue el caso de Estados Unidos, el
continente pasó del mito del “Buen Salvaje”, al del “Buen
Revolucionario”, animado por la misión de dar a luz al
“Hombre Nuevo”. De allí que sea una región a la deriva,
entre falsas revoluciones y dictaduras, entre corrupción y
miseria, entre ineficacia e irritable nacionalismo, como lo
expresa en el prólogo que escribiera el conocido ensayista
francés, Jean François Revel para la primera edición de la
obra de Rangel.
La ola de gobiernos de “izquierda” ha puesto
en boga la creación de organismos de integración, tantos,
que la memoria no alcanza para recordar las innumerables
siglas correspondientes a los innumerables “grupos de
integración” que han surgido en los últimos diez años. Con
la “Cumbre de la Unidad”, una vez más, los países
latinoamericanos y caribeños pretendieron demostrarle al
mundo que esta vez sí daban un paso trascendental hacia la
“integración” regional. Una vez prevaleció el pensamiento
mágico en que el hecho real no cuenta, sino la expresión
verbal del deseo lo vuelve realidad imaginaria. La
iniciativa de la Cumbre se expresó bajo el signo de lo
“anti” y de la exclusión: en contra de la OEA y por la
exclusión de Estados Unidos y del Canadá; nada en pro, todo
en contra, fieles a la dinámica de confrontación permanente
dictada desde La Habana y difundida por los principales
voceros de Fidel Castro: Hugo Chávez y Evo Morales, y, Lula
Da Silva, el verdadero ejecutor en la práctica.
Como es sabido, para los políticos
latinoamericanos, el “imperialismo norteamericano” es la
fuente de los males del continente, que como apunta Rangel,
que no niega la influencia negativa de éste, pero la
considera como una consecuencia y no la causa de la
debilidad del continente y su incapacidad de construir
Estados democráticos modernos y economías viables.
Excluir a Estados Unidos y a Canadá de la
nueva estructura, significa, desconocer una realidad
geográfica a la cual los jefes de Estado reunidos en Cancún
no dieron una explicación válida. Pero en realidad los
motivos parecen responder a un escenario diseñado d antemano
y no recientemente.
Todo parece indicar que una vez más la línea
castrista se impuso, porque pese a la docilidad que ha
manifestado el Secretario General de la OEA, José Manuel
Insulza, - cuya principal atribución es garantizar la
democracia -, hacia la política del eje La Habana/Caracas,
lo que lo ha llevado a luchar por la reintegración de la
dictadura cubana en la OEA. El gobierno de la isla declinó
la oferta puesto que no estaba dispuesto a cumplir con el
reglamento primigenio de dicho organismo que es el
cumplimiento de las normas de la Democracia. De allí que los
gobiernos identificados con la dictadura cubana hayan
promovido la creación de un organismo sustentado en la
endogamia, que les permita desahogar su resentimiento y
quedar libre de todo control que exija el cumplimiento
con lo establecido en las Carta
Democrática Interamericana; el respeto de las constituciones
nacionales, los derechos humanos y las libertades públicas.
“La OEA no sirve para nada y debe dejar de existir”,
declaró, el teniente-coronel Hugo Chávez, manifestando de
manera cristalina el propósito de la cumbre; acabar con una
institución destinada a la defensa de la democracia.
Por su lado, Evo Morales, en tanto que
Presidente del sindicato de cocaleros, directamente
concernido por el mercado de la droga, manifestó claramente
su deseo de liberarse de todo control, al expresar en plena
celebración de la cumbre, refiriéndose al presidente Uribe
de Colombia que
"Como en este evento...
venimos a debatir una nueva organización sin Estados Unidos,
pues los agentes de Estados Unidos vienen a tratar de
empantanar y hacer fracasar este evento." Mientras que su
colega venezolano, en un altercado con el presidente
colombiano, protagonizaba el episodio que le iba a dar
repercusión a la reunión que de otra manera no hubiese
tenido mayor trascendencia.
La cumbre
anti-OEA dejó traslucir la improvisación, la falta de
seriedad institucional de los dirigentes latinoamericanos, y
como lo expresara recientemente el ex-presidente uruguayo,
Julio María Sanguinetti, no se necesita sumar más
organismos de los ya existentes; el problema de fondo es la
inmadurez política, para integrarse no se necesita una nueva
OEA, sino la posibilidad de mantener un diálogo serio y
maduro entre los latinoamericanos.
Por suerte
en la Cumbre, se hizo escuchar una voz, que pese al balance
negativo que expresaba, constituye una nota de esperanza por
su clarividencia y su rigor. Se trata del discurso de
despedida del Dr. Oscar Arias, presidente saliente de Costa
Rica, que significó un verdadero curso magistral de ética y
de comportamiento político. Se extendió sobre las anomalías
que sufre el continente, se refirió a quienes “quieren
abordar un oxidado vagón del pasado”, a encerrarse en
“trincheras ideológicas que dividieron al mundo durante la
Guerra Fría”. Aludió al riesgo que corre el continente de
aumentar su “insólita colección de generaciones perdidas”,
mencionó la deuda que tenemos contraída con la democracia,
con el desarrollo, con la paz.” Hizo hincapié en no
confundir el “origen democrático de un régimen con el
funcionamiento político del Estado”. Denunció quienes se
“valen de los mecanismos democráticos, para subvertir las
bases de la democracia”. Aludió al hecho de que la región
está “cansada de promesas huecas y de palabras vacías.” Y
como si estuviera parafraseando a Carlos Rangel “ni la
hegemonía de EE UU, ni ninguna otra teoría producto de la
victimización eterna de América Latina”, explican las fallas
del desarrollo de la región.
eburgos@orange.fr
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |