Varias elecciones presidenciales
ocuparan el espacio político latinoamericano en los próximos
meses. En Bolivia, no se esperan sorpresas: según los
análisis provenientes del país, Evo Morales tiene asegurado
el triunfo electoral. Ya el hecho de que la oposición acuda
fragmentada, con cinco candidatos, es suficiente como para
asegurarle la victoria.
En Colombia, conocemos el dilema
de Uribe ante la disyuntiva de la reelección y el temor de
que el país caiga en manos de las corrientes afines al
gobierno de Venezuela. En el Uruguay, un antiguo guerrillero
Tupamaro, despunta como favorito en las encuestas.
Pero el fenómeno más llamativo es el de Chile, en donde la
candidatura del joven Marco Enríquez-Ominami de 36 años,
está rebasando l candidato oficialista de la Concertación, y
cada día aparece en mejor posición para enfrentar al
candidato de la derecha, el opositor Sebastián Piñera, en la
segunda vuelta electoral prevista para el 10 de enero.
Dilema que enfrentará a las corrientes más reformista de la
izquierda chilena, hasta ahora mayoritarias, entre la opción
de votar por el candidato de la derecha, u optar la
propuesta del joven cuyo programa político es poco
consistente, y cuya orientación es un enigma.
Hace unos meses, cuando anunció
su candidatura, podía pensarse de que su discurso posmoderno
calaría entre los jóvenes, pero en los últimos tiempos ha
desarrollado un discurso dirigido a las capas populares
poniendo el acento en la urgencia en las reformas laborales;
y a las capas medias, en particular hacia los maestros de
escuela y profesores, que en Chile representan una clientela
electoral importante. A los trabajadores les ofrece
viviendas de 56 metros cuadrados en lugar de los treinta que
tienen hoy en día. El candidato dice creer en “políticas
graduales”, sin embargo cree que en la educación “se
requiere una revolución”. Pero el candidato no explicita
“los planes para reformar la educación”, pero si propone
“pagar la deuda histórica de los profesores”, aumentando los
fondos de pensiones para que “tengan jubilaciones dignas”.
Parecería que el joven candidato, en relación a las
políticas sociales de los diferentes gobiernos de la
Concertación, no propone nada original, como tampoco parece
disponer de un verdadero programa político: su propósito
parece encaminarse más bien hacia mejorar los logros
sociales ya alcanzados por la sociedad chilena Chile lo que
significaría un avance notable en un país que ha alcanzado
el mayor equilibrio económico y social del continente debido
a la política de pacto que ha imperado desde el regreso del
país al régimen democrático. La palabra que más viene a la
boca del candidato es la de “realizar sus sueños” tema que
permanece en las tinieblas pues si nos atenemos a la
definición de Freud, los sueños son la expresión de un deseo
prohibido, y el reino de lo reprimido ya sabemos que está
poblado de lo más sublime o de lo más nocivo.
La candidatura de Enríquez-Ominami, se inserta en la onda de
los candidatos outsiders de la política tradicional que
hemos conocido en el último decenio en el continente. Pero
contrariamente al discurso conservador de los outsiders que
están hoy en el poder y reunidos en el Alba, si figura y su
vida personal, nada tienen que ver con los resabios feudales
que los caracterizan. Su discurso está orientado,
primeramente, hacia los jóvenes de su generación a los que
les “propone realizar sus propios sueños”.
Se presenta como candidato
independiente, es cierto porque, pese a pertenecer al
Partido Socialista, no es el candidato oficial de partido
alguno, sino de innumerables grupos, asociaciones, pequeños
partidos, personalidades de izquierda que han ido sumándose
a su candidatura. Si a Enríquez-Ominami se le puede
considerar como un outsider por la manera de hacer irrupción
en el combate por la presidencia de Chile, en realidad no se
le puede considerar como tal, pues por lazos de familia está
conectado con todo el abanico de tendencias que integran las
diferentes corrientes de la izquierda chilena y desde su
nacimiento ha vivido inmerso en el mundo de la política.
Enríquez-Ominami pertenece, por
línea directa de filiación, a varios linajes de la
aristocracia de izquierda chilena, pues en ese país se da el
caso de la fusión entre corrientes de izquierda radical con
familias pertenecientes a las elites, - que en el sistema
clasificatorio social del país, sutil y clasista como
ninguno, se consideran como aristócratas. Hijo de Miguel
Enríquez, el líder mítico del MIR, muerto en un
enfrentamiento con las fuerzas militares pinochetistas, a
pocos meses del golpe de estado y de Manuela Gumucio, hija
de Rafael Gumucio, fundador de la Democracia Cristiana,
luego de la corriente de izquierda cristiana (Movimiento de
Acción Popular Unitaria (MAPU). La izquierda cristiana tuvo
un papel esencial en la accesión a la presidencia de
Salvador Allende, que al no obtener la mayoría absoluta en
la elección presidencial, el caso debía ser sometido a la
decisión del voto del Senado. Fueron los senadores de la
Democracia Cristiana de izquierda, entre los cuales Rafael
Gumucio, quienes inclinaron la balanza a favor de Allende
que gracias a ello pudo acceder a la presidencia de Chile.
Marco Enríquez-Ominami, quien no conoció a su padre, tuvo
como padre adoptivo a Carlos Ominami, exdirigente del MIR
que luego pasó al Partido Socialista. Fue ministro en uno de
los gobiernos de la Concertación y es diputado socialista y
forma parte del grupo que apoya al gobierno de Hugo Chávez
en el seno del PS chileno.
Enríquez-Ominami se dice
inspirado por su padre, por “los sueños que lo motivaron a
dar su vida por Chile” y también por los que fundaron la
concertación en 1988, cuando accedió Chile de nuevo a la
democracia. Sin embargo, agrega que “no le pide prestado sus
sueños, ni a Miguel Enríquez, ni a la concertación del 88,
me inspiro en ellos, pero vivo de mis sueños”. Y agrega que
pese a inspirarse en el pasado, su generación tiene sus
propios sueños y de lo que se trata es de construir un nuevo
futuro. Su lema “Los jóvenes al poder” le dará un porcentaje
de votos pues estos constituyen un porcentaje elevado del
electorado.
Un discurso gradualista, sin
rasgos de extremismo, muy en el espíritu chileno, poco
propenso al radicalismo, a las revoluciones, y a las
acciones armadas, sin embargo, se debe acentuar su
imprecisión, pues de abrigar “sueños de juventud” no
constituye una base sólida para gobernar un país como Chile,
menos en la época de conmociones políticas y financieras que
el mundo está enfrentando. Sustentar una postura política en
ese tan fugaz “divino tesoro que se va para no volver” es
poco consistente. Cabe preguntarse entonces: ¿qué hacer
cuando ya no se es joven? ¿Cómo pretender reconstruir un
país a partir de una premisa tan etérea como la juventud,
que sabemos más fugaz que la vida misma?
El joven candidato pasó los primeros años de su vida
exiliado en Francia junto a su madre y padrastro. Estudió
filosofía y cine. Opta por el cine y realiza films de
ficción. Creo una empresa de producción publicitaria y fue
presidente de un consorcio de empresas audiovisuales. Lo que
significa que conoce mejor que nadie, el manejo de los
medios.
Demuestra cierta admiración por
Hugo Chávez: en cierta ocasión, declaró apoyar el cierre de
RCTV, pero no el hecho de que el Estado se amparar del
canal.
El martes 20 de octubre, el
candidato tenía concertada una cita con el presidente Lula
Da Silva, donde acudirá acompañado por su padrastro, Carlos
Ominami. Recibir la sacralización de manos del poder
hegemónico emergente, se agrega a su posible futuro triunfo.
Luego, a la entrevista concertada con Rafael Correa, acudió
acompañado de su asesor principal, Max Marambio.
El conocido analista cubano,
Carlos Alberto Montaner opina que la llegada al poder de
Enríquez-Ominami significará, sin duda el triunfo del castro
chavismo en Chile. Montaner se afinca en el hecho de que el
principal consejero del joven candidato, es nada menos que
Max Marambio, chileno, pero que ostenta el grado de oficial
de las Fuerzas Armadas cubanas. Convertido en hombre de
negocios, - se le considera como uno de los hombres más
ricos de Chile – ha manejado en varios países, negocios de
todo tipo relacionados con Cuba, con el pretexto de romper
el embargo norteamericano que pesa sobre la isla. Estuvo
involucrado al grupo de MC (Moneda convertible) destinado a
procurarse dólares cuyo jefe era Tony de La Guardia,
fusilado con el general Ochoa en julio de 1989.
Según Montaner, “se dará término
a las dos décadas de moderación y sentido común que ha
caracterizado a los cuatro gobiernos de centro izquierda que
han gobernado a Chile”. « El país volvería a la crispación
de los años setenta y se perdería todo lo que tiene de
notable y ejemplar el llamado ` modelo chileno'' para el
resto de los latinoamericanos ».
Es cierto que visto desde esa
perspectiva, Henríquez-Ominami aparece como un joven/hijo
flanqueado por dos padres, uno de los cuales le asegura el
apoyo del aparato cubano. Ninguno de los presidentes
sometidos a la influencia cubana, Chávez, Morales, Ortega,
han contado con correas de transmisión tan íntimas con La
Habana como es el caso de Enríquez-Ominami.
Una carta al correo de lectores enviada al diario El
Mercurio del 25 de octubre, demuestra la inquietud que
comienza a hacerse sentir en sectores de la sociedad chilena
ante el auge del fenómeno del joven Enríquez-Ominami, por lo
que vale la pena citarla in extenso por lo preciso del
cuadro que ofrece. Dice la lectora : “Lo apoya la clase
ilustrada de izquierda que quiere un socialismo posmoderno,
lo apoyan los que no le tienen confianza a Piñera porque no
es suficientemente de derecha (la UDI dura), lo apoyan los
que están descontentos con la sociedad chilena y les echan
la culpa a los políticos que le han dado estabilidad al país
en los últimos 20 años, lo apoyan los que saben poco de
política y basan su comportamiento en prejuicios, lo apoyan
los que no les gusta la manera como funciona la democracia
en Chile”.
Y continúa la lectora: “Carol Graham, de Brookings, en EE.UU.,
describe a los chilenos en una tipología latinoamericana
como los “exitosos frustrados”. Me parece que Marco
Enríquez-Ominami recoge esa categoría, que no es política,
no es sociodemográfica, sino más bien una manera de ser.
Noelle Neuman, por su parte, describe los climas de opinión
como determinantes en las elecciones. Entonces hay que
preguntarse, a la luz de lo que está pasando, si acaso la
frustración galopante de los chilenos no llevará a que este
personaje pueda llegar a La Moneda, o lo que nos salva es
que sólo faltan 50 días para la elección, y no habrá tiempo
para producir esa ecuación.”
Es decir que se trata de un
estado de ánimo, de una política de las emociones producto
del poder avasallador de la imagen. Experto en comunicación,
él sabe que su éxito radica en excitar los sentimientos, en
apelar a las emociones. Cabe preguntarse entonces si no
estamos ante “un mago de las emociones”, pero claro, a la
manera chilena.
Vaticinios nada halagüeños.
Esperemos se imponga la sólida tradición democrática chilena
y le ponga coto a los fantasmas regresivos en los que está
inmersa América Latina hoy y que amenazan con alcanzar al
equilibrado país del sur, fronterizo con Bolivia y con Perú,
dos países con los que tiene litigios fronterizos.
Esperemos que si logra triunfar,
prive sobre Enríquez-Ominami, el buen sentido que ha
caracterizado a los chilenos.
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |