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A Jan Palach, in memoriam
por Elizabeth Burgos
domingo, 23 agosto 2009


El viernes 21 de agosto se conmemoran 40 años de la muerte por inmolación del estudiante checoslovaco Jan Palac que se prendió fuego el día que se cumplía un año de la invasión del territorio checoslovaco por las tropas del Pacto de Varsovia.

En efecto, el 21 de agosto de 1968, las tropas del llamado Pacto de Varsovia ocupaban el territorio checo en nombre de la “unidad del campo socialista y de la lucha contra el imperialismo”, poniendo así término al proceso democrático denominado “Primavera de Praga”.

“La Primavera de Praga” fue el nombre que se le dio a los sucesos ocurridos en Checoslovaquia durante el período del 5 de enero al 25 de agosto cuando un movimiento en el seno de la cúpula del poder le da la preeminencia a una tendencia reformista. El 5 de Enero, el reformador Alexander Dubcek reemplaza en la dirección del Partido Comunista checoslovaco (PCCH) a Antonin Novotny  que, además de Secretario General del PCCH, ostentaba también el de Presidente de la República, y nombra a Ludvik Svoboda a la presidencia.

La presión popular estalla, convirtiendo el desplazamiento de la cúpula del poder, en un movimiento por la instauración de la democracia en el seno del socialismo. Los cambios en la cúpula del poder exacerban el fervor de la población que exige y obtiene el fin de la censura de prensa y la libertad de expresión. Así surge un proceso que se denominó “socialismo de rostro humano”, o socialismo democrático. Obreros, estudiantes e intelectuales emprenden la aventura democratizadora. Surgen los “consejos de trabajadores”  en las empresas y una tendencia autogestionaria que abogaba por que los “consejos de trabajadores” elaboraran ellos mismos los objetivos de producción y nombraran los directores de las empresas.

El gobierno adopta el 30 de junio, “los principios provisionales para la constitución de consejos de trabajadores”, mientras se espera la adopción de la “ley de empresas socialistas”.

Demasiado como para que los autócratas de Moscú soportaran semejante osadía. Temiendo además estallaran movimientos similares en el resto de  los países satélites, deciden cortar por lo sano y enviar los tanques para doblegar el movimiento popular checo.

La invasión soviética, le puso término a la aventura emprendida por obreros, intelectuales y estudiantes, y anuló la construcción de un socialismo con “rostro humano”.

En abril Husak reemplaza Dubcek. Los “consejos de obreros” y el movimiento de autogestión son suspendidos en nombre de la “normalización”. 50.000 sindicalistas son excluidos de sus funciones. La Unión de Escritores es disuelta. Una purga de 500.000 militantes golpea al Partido Comunista Checo.

Hubo que esperar 1989, la caída del Muro de Berlín, para que el país recobrara las libertades perdidas y emprendiera la llamada “Revolución de terciopelo” que comenzó el 16 de noviembre con una manifestación pacífica de estudiantes en Bratislava. Al día siguiente, en Praga, una manifestación similar,  fue brutalmente reprimida por la policía, desencadenando una serie de manifestaciones populares del 9 al 29 de noviembre. El dramaturgo Vaclav Havel, recién liberado de la cárcel, se pone al frente de las manifestaciones.  El PCCH anuncia el abandono del poder político y hace abolir el artículo de la constitución que le otorgaba el papel dirigente de la sociedad y del Estado. Se abren las fronteras con Alemania del Oeste y Austria. El 5 de diciembre el presidente Husák nombra el primer gobierno sin mayoría comunista y renuncia a su cargo. Dubcek es elegido jefe del parlamento, y Vaclav Havel presidente de Checoslovaquia el 29 de diciembre de 1989. Gracias a “Revolución de terciopelo”, por primera vez en cuarenta años, se eligió en junio 1999 el primer gobierno democrático, enteramente libre de comunistas.

¿Cómo no recordar el desenlace de la Primavera de Praga tras escuchar la advertencia del teniente-coronel Hugo Chávez que “una agresión contra Venezuela recibiría la respuesta no sólo de Venezuela, sino de varios países (que) tomarían las armas”, cuando los gobiernos “progresistas” del llamado “Tercer Mundo,” entre los cuales Fidel Castro, por supuesto, los partidos comunistas, que salvo excepciones, (en Venezuela, Teodoro Petkoff criticó la invasión y publicó Checoslovaquia: el socialismo como problema (1969) lo que la valió la ruptura con el PCV, provocando la división del PCV y la fundación del MAS) y aprobaron la invasión del territorio checoslovaco por los tanques soviéticos. (Fidel Castro demostró que los principios nacionalistas y de defensa de la soberanía que dice defender, son bastante relativos, pues la URSS, como ya lo había hecho en Hungría (1956) demostraba así su carácter imperial. Para Castro existen imperios que pueden invadir).

Cuando el teniente coronel hace esa advertencia, cabe preguntarse a quién se está refiriendo.

¿A Chile, al Brasil? que son los únicos países poseedores de unas fuerzas armadas dignas de ese nombre en la región. ¿Es posible pensar que esos países estén dispuestos a declararle la guerra a Colombia para defender el régimen del teniente-coronel venezolano? (Por cierto, el pacto de cooperación militar suscrito entre Brasil y Francia, no ha despertado el más mínimo comentario, ni entre los países de la Alba ni de Unasur. Vale la pena recalcar que Francia es el único país europeo que todavía posee un territorio fruto de la era de la colonización, la Guayana francesa, por lo que comparte una frontera con el mayor de los países latinoamericanos. En términos estrictos, Brasil posee una frontera con Francia.)

Porque no se puede contemplar la posibilidad de que los aliados más directos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, posean un poder de fuego capaz de vencer al ejército colombiano, secundado por el estadounidense, pues el ataque al cual se refiere el presidente venezolano, sería el que esas dos fuerzas emprenderían contra su gobierno. 

Debería recordar que Bolivia ha perdido todas las guerras que ha emprendido. La que desencadenó contra Chile, le costó la salida al mar. La que emprendió contra el Paraguay, también la perdió y significó un desastre para el país. El Brasil le arrebató la provincia del Acre, sin ni siquiera hacerle la guerra. La única guerra que ganó, en términos estrictamente militares, fue contra la guerrilla del Che Guevara, en donde realmente el ejército boliviano se lució. Y no es cierto que haya sido gracias a la ayuda de los Estados Unidos, sino porque conocían el terreno, y eran soldados del pueblo, acostumbrados a la vida dura y austera de Bolivia. Mientras que el grueso de la parte contraria, pertenecían a la jerarquía cubana, acostumbrados a otra clase de vida.

Quedaría entonces la posibilidad de que esos “varios países que tomarían las armas” que anunció el teniente-coronel sean sus nuevos aliados extra continentales: Rusia, Bielorrusia, Irán, Libia, China que tomen la iniciativa de vengar al régimen venezolano, y decidan darle una lección al “imperio” atacándolo en su propio territorio. Pese a los millones que esos países devengan vendiéndole armas a un nuevo rico de la política, y gracias al cual están ganando espacios de poder en el continente,  es de dudar que emprendan semejante aventura.

Además, si se trata del “imperio”, este no necesita invadir, con un simple operativo relámpago, pondría término - ¿qué duda cabe?- a la monarquía bolivariana asentada en Caracas.

Quedan entonces las fuerzas armadas cubanas que sí es un ejército que ha demostrado en varios escenarios de guerra, que se trata de un estamento militar serio. Se podría pensar que ante la terrible crisis económica que vive Cuba, los terribles problemas de todo tipo que enfrenta el régimen, el poder cubano no esté dispuesto a involucrarse en semejante aventura.

Pero teniendo en cuenta los pactos militares suscritos entre Cuba, Venezuela, Nicaragua, y entre Venezuela y Bolivia y seguramente también pronto con  Ecuador, no es de descartar una movilización militar dirigida por Cuba de un cuerpo expedicionario integrado por combatientes “internacionalistas” de los países del Alba, para prestarle auxilio a la “revolución bolivariana”. 

Qué mejor manera para salir del callejón sin salida en el que se encuentra hoy el reinado de Castro II ante la decepción que hoy viven los cubanos que comienzan a dar signos de no aguantar más ante el vacío de reformas anunciadas por Raúl Castro al comienzo de su reinado, movilizarla para que participe en una gesta heroica en un “país hermano”, y preservar la “unidad del campo socialista de los países de  la Alba y prestar su concurso a la lucha contra el imperialismo”, sería una salida para evitar se dé en Cuba el escenario de la Primavera de Praga o la de la Revolución de Terciopelo, que obligaría al régimen a ejercer una represión masiva de manifestaciones de calle que lo llevaría a disparar, situándolo en el escalafón de las dictaduras militares latinoamericanas, cosa que ha evitado hasta ahora ejerciendo una represión selectiva, quirúrgica, perversa, inspirada de los métodos de la Stasi alemana.

En cuanto al ejército, existe un hecho de suma importancia. El ejército cubanos está  acostumbrado a hacer guerras allende sus fronteras y ha demostrado su gran capacidad militar. Desde hace varios años, aparte del entrenamiento que le imparte a miles de militares o futuros milicianos, venezolanos, bolivianos, ecuatorianos y otras nacionalidades, está inmovilizado. Nada hay más peligroso, que un ejército acostumbrado al campo de batalla, devenga un ejército inmovilizado, burocratizado, - convertidos en “militares de oficina”, como suelen llamar en Cuba los militares que han cumplido tareas de “combatientes internacionalistas”, a manera de insulto, a aquellos militares burócratas que no han participado en campañas militares. Un ejercito inmovilizado, además huérfano del líder carismático, es proclive a crear un terreno propicio a la conspiración, a dejar aflorar el descontento, a la frustración. Un escenario bélico en un país del continente, le daría la posibilidad a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR cubanas) revivir los escenarios heroicos de Cuito Cuanavale en Angola, y de Ogadén , en Eritrea, librándose así el régimen del peligro latente de la conspiración.

Aunque la sabiduría del gobierno colombiano para tratar sus relaciones con Venezuela lo exime de toda idea de guerra contra este país y la conciencia absoluta de que su prioridad es la guerra contra los grupos internos insurgentes, no es de descartar, que si el régimen cubano considera que una movilización militar le garantice preservar el poder del estamento oligárquico dirigente, no es de descartar el estallido de un escenario de guerra fabricado por el aparato cubano-venezolano que demuestre ante los ojos del mundo que Colombia ha agredido a Venezuela. En Colombia existen suficiente complicidad con el régimen venezolanos, como para que fuerzas colombianas participen en la forja de esa puesta en escena.

Entraría a operar el mecanismo de mimetismo, como hasta ahora lo ha venido haciendo Cuba con Venezuela, aplicándole a la petro-revolución, los mismos métodos que usó la URSS en Cuba y en los países satélites del llamado “campo socialista”. La presencia de consejeros en todos los ministerios, el personal técnico formando los aparatos represivos y de espionaje, la presencia masiva de personal militar. (Cuando la crisis de los misiles, se encontraban en territorio cubano, 40.000 efectivos militares soviéticos. Debe ser el mismo número de militares cubanos que hoy se encuentra en Venezuela)

En este caso, sería la aplicación del modelo del Pacto de Varsovia en Venezuela; la invasión abierta del país por fuerzas extranjeras, y con derecho a actuar, para imponer por la fuerza la pervivencia de un régimen, y colaborarlo en su voluntad expansionista.

Fidel Castro apoyó la invasión a Checoslovaquia, seguramente previendo que algún día se le presentara una situación similar, pues siempre ha estado muy consciente de sus planes a largo plazo.

Todavía le falta mucha paciencia a los demócratas venezolanos para que logren propiciar una  Revolución de Terciopelo.

La ejemplaridad de los acontecimientos que condujeron a la democracia en  Checoslovaquia, Polonia, Hungría fue, ante todo, evitar la violencia, lo que conlleva a organizarse creando organismos de base, para actuar juntos, trabajadores, estudiantes e intelectuales, sentando las bases de la futura democracia; madurando juntos para luego poder ejercer con eficacia, el poder y la fuerza de la movilización popular en las calles.

Este viernes 21 de agosto, cuando se cumplen el 40 aniversario de la inmolación de Jan Palach, el estudiante que con el don de su vida, hizo que continuaran actuando, cual topo, horadando silenciosamente la tierra, las fuerzas que lograron vencer el totalitarismo.

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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