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El legado de la historia
por Elizabeth Burgos
viernes, 20 marzo 2009


Ya han transcurrido varias semanas desde que se celebró el último referéndum: una más de las tantas convocaciones a votar a las que los venezolanos han acudido y seguirán acudiendo, pues una de las características del nacional-socialismo, disimulado bajo la máscara del Socialismo del siglo XXI, es atosigar a la población con procesos electorales.

Por un lado mantiene a la población distraída, impidiéndole a la oposición centrarse en los problemas políticos cruciales y dedicarse a la construcción de un verdadero movimiento político de oposición en el que converjan todas las fuerzas inspiradas por una voluntad democrática. Por el otro, le sirve de argumento a los sectores de la opinión pública internacional que apoyan el fascismo venezolano; pues “un gobierno que realiza tantas elecciones y encima las gana, no puede ser sino el gobierno más democrático de la historia”. Se percibía en los medios de la oposición un cierto cansancio, lo que no es de extrañar, pues el esfuerzo realizado para participar en la votación fue enorme y era como para quedar exhausto. Parecía percibirse la esperanza de que la legitimación que le dio el “triunfo”, suscitara en el teniente-coronel cierto sosiego que lo indujera a decretar una tregua en la atmósfera de hostilidad en que mantiene al país desde hace diez años. Pero no, antes por el contrario, no ha habido un día que no le haya declarado la guerra a algún sector de la sociedad venezolana, llegando al extremo hasta de insultar a los obreros, tratándolos de ladrones. La eliminación de la descentralización, en flgrante violación de la constitución. La guerra permanente contra las autoridades de la oposición que fueron elegidas mediante el sufragio, impidiéndoles cumplir con sus tareas de su cargo. En el plano internacional, la continuación de su relación mimética con Fidel Castro, al punto de querer atraer a los rusos a una aventura semejante a la de crisis de octubre cuando los soviéticos instalaron cohetes nucleares en Cuba. La ingenuidad, la falta de conocimiento, le hacen creer que los rusos van a jugársela por su gobierno, cuando los rusos también están severamente golpeados por la crisis y lo que les interesa es vender su armamento obsoleto al mejor postor, por lo general, gobiernos mentalmente subdesarrollados, el peor de los subdesarrollos.

Tanta arbitrariedad, tanta anomalía, pueden poner a prueba la sociedad e irla llevando hacia el límite que marca la frontera de lo insoportable. Ese límite puede manifestarse en el momento menos pensado, puesto que a la conducta patológica con la que ejerce el poder el jefe de Estado, se aúna la severa crisis económica que ya comienza a golpear al país. Y una sociedad que ha alcanzado el límite, no se la detiene, ni aún contando con todos los cubanos armados y super entrenados. Que se recuerde el caso de Granada, cuando los cubanos se entregaron a las fuerzas estadounidenses sin combatir.

Ante el dilema que plantea esta situación, la pregunta del ¿qué hacer? ronda en la mente, interpela, intriga, suscita cavilaciones. Muchos acuden a ejemplos de acontecimientos sucedidos en otros países. Se echa mano de la “concertación” chilena, y del momento en que la oposición chilena decide ir al referéndum propuesto por Pinochet. Los más radicales lo recusaban porque eso “significaba legitimar la dictadura”. Finalmente, se logra un acuerdo, va la oposición unida al referéndum y lo gana. Así fue cómo se encaminó Chile hacia la democracia de la cual hoy goza el país. Pero sucede que la situación venezolana no es la misma que vivía Chile entonces, ni se desprende de un contexto histórico similar. Venezuela tiene sus propias constantes históricas. El movimiento estudiantil ha enfrentado siempre a las dictaduras y Venezuela ha retomado de nuevo su tradición. Hace más de un año que los estudiantes están en pie de lucha y ya no se les puede detener. Pero existe otro legado histórico venezolano que fue el que se desarrolló en el último período de la dictadura de Pérez Jiménez, precisamente como respuesta a la anomalía electoral impuesta por la dictadura; ese legado histórico es el de la Junta Patriótica, que está allí como un fruto maduro, disimulado entre las ramas, a la espera de que alguien lo descubra y haga el ademán, lo tome y lo comparta con todos. No parece factible ninguna solución a la crisis, sin antes cumplir con esa condición previa, actualizar el legado de la junta patriótica.
 

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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