Ya han transcurrido varias
semanas desde que se celebró el último referéndum: una más
de las tantas convocaciones a votar a las que los
venezolanos han acudido y seguirán acudiendo, pues una de
las características del nacional-socialismo, disimulado bajo
la máscara del Socialismo del siglo XXI, es atosigar a la
población con procesos electorales.
Por un lado mantiene a la
población distraída, impidiéndole a la oposición centrarse
en los problemas políticos cruciales y dedicarse a la
construcción de un verdadero movimiento político de
oposición en el que converjan todas las fuerzas inspiradas
por una voluntad democrática. Por el otro, le sirve de
argumento a los sectores de la opinión pública internacional
que apoyan el fascismo venezolano; pues “un gobierno que
realiza tantas elecciones y encima las gana, no puede ser
sino el gobierno más democrático de la historia”. Se
percibía en los medios de la oposición un cierto cansancio,
lo que no es de extrañar, pues el esfuerzo realizado para
participar en la votación fue enorme y era como para quedar
exhausto. Parecía percibirse la esperanza de que la
legitimación que le dio el “triunfo”, suscitara en el
teniente-coronel cierto sosiego que lo indujera a decretar
una tregua en la atmósfera de hostilidad en que mantiene al
país desde hace diez años. Pero no, antes por el contrario,
no ha habido un día que no le haya declarado la guerra a
algún sector de la sociedad venezolana, llegando al extremo
hasta de insultar a los obreros, tratándolos de ladrones. La
eliminación de la descentralización, en flgrante violación
de la constitución. La guerra permanente contra las
autoridades de la oposición que fueron elegidas mediante el
sufragio, impidiéndoles cumplir con sus tareas de su cargo.
En el plano internacional, la continuación de su relación
mimética con Fidel Castro, al punto de querer atraer a los
rusos a una aventura semejante a la de crisis de octubre
cuando los soviéticos instalaron cohetes nucleares en Cuba.
La ingenuidad, la falta de conocimiento, le hacen creer que
los rusos van a jugársela por su gobierno, cuando los rusos
también están severamente golpeados por la crisis y lo que
les interesa es vender su armamento obsoleto al mejor
postor, por lo general, gobiernos mentalmente
subdesarrollados, el peor de los subdesarrollos.
Tanta arbitrariedad, tanta
anomalía, pueden poner a prueba la sociedad e irla llevando
hacia el límite que marca la frontera de lo insoportable.
Ese límite puede manifestarse en el momento menos pensado,
puesto que a la conducta patológica con la que ejerce el
poder el jefe de Estado, se aúna la severa crisis económica
que ya comienza a golpear al país. Y una sociedad que ha
alcanzado el límite, no se la detiene, ni aún contando con
todos los cubanos armados y super entrenados. Que se
recuerde el caso de Granada, cuando los cubanos se
entregaron a las fuerzas estadounidenses sin combatir.
Ante el dilema que plantea esta
situación, la pregunta del ¿qué hacer? ronda en la mente,
interpela, intriga, suscita cavilaciones. Muchos acuden a
ejemplos de acontecimientos sucedidos en otros países. Se
echa mano de la “concertación” chilena, y del momento en que
la oposición chilena decide ir al referéndum propuesto por
Pinochet. Los más radicales lo recusaban porque eso
“significaba legitimar la dictadura”. Finalmente, se logra
un acuerdo, va la oposición unida al referéndum y lo gana.
Así fue cómo se encaminó Chile hacia la democracia de la
cual hoy goza el país. Pero sucede que la situación
venezolana no es la misma que vivía Chile entonces, ni se
desprende de un contexto histórico similar. Venezuela tiene
sus propias constantes históricas. El movimiento estudiantil
ha enfrentado siempre a las dictaduras y Venezuela ha
retomado de nuevo su tradición. Hace más de un año que los
estudiantes están en pie de lucha y ya no se les puede
detener. Pero existe otro legado histórico venezolano que
fue el que se desarrolló en el último período de la
dictadura de Pérez Jiménez, precisamente como respuesta a la
anomalía electoral impuesta por la dictadura; ese legado
histórico es el de la Junta Patriótica, que está allí como
un fruto maduro, disimulado entre las ramas, a la espera de
que alguien lo descubra y haga el ademán, lo tome y lo
comparta con todos. No parece factible ninguna solución a la
crisis, sin antes cumplir con esa condición previa,
actualizar el legado de la junta patriótica.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |