Las consecuencias del
derrocamiento del presidente de Honduras el 28 de julio
2009, han modificado el panorama político del continente. De
allí que independientemente del irrespeto flagrante de las
normas democráticas que significó la expulsión de Zelaya de
su cargo y del país, es una decisión que expresa el
cumplimiento de un acto en el sentido de rechazar permanecer
impotentes ante un estado de hechos que conducía
inexorablemente a plegarse dócilmente ante una situación de
alienación; a negarse a admitir impotentes una situación que
otros países de la región ya habían experimentado. Algo así
como, en lugar de perder tiempo ante las maniobras de Zelaya
que ineluctablemente se dirigía a asestar el golpe planeado
con Fidel Castro y Hugo Chávez contra las instituciones del
país, era necesario aceptarlo como un reto ante el cual se
debía reaccionar. Es un acto que tiene que ver con la
decisión de vencer la fatalidad que significaba la
aceptación de ver instaurarse el plan diseñado entre La
Habana y Caracas que haría de Honduras una pieza más del
tablero del expansionismo castrista.
Se trata pues de un acto en el
sentido filosófico del término y no sólo como podría
pensarse, una clásica intervención del estamento militar
tomada por imperativos estratégicos dentro de un contexto de
relaciones de fuerza, sino que puso de manifiesto la
presencia de una convicción dotada de una voluntad de
rechazo de un proyecto irracional, anacrónico, dirigido por
un hombre tocado por la demencia senil y un patético militar
producto de la cultura petrolera.
Si nos situamos en el papel del
arqueólogo que utiliza el carbono 14 para determinar la edad
de los restos arqueológicos sometidos a su estudio, y
dejamos de lado el aspecto del irrespeto a la democracia,
suficientemente debatido ya y ante el cual existe un
consenso, y si bien es cierto que a los militares hondureños
se les puede reprochar haber actuado en términos
estrictamente militares – rapidez en el operativo para
prevenir desbordamientos – y no haber aplicado un poco de
“savoir faire”, el acto de Honduras, no sólo detuvo el plan
Castro/Chávez de expandir su radio de acción en la región
centroamericana, sino que las ondas expansivas alcanzaron un
radio más amplio de lo que imaginaron sus autores.
Es indudable el evidente que
contribuyó grandemente al debilitamiento de la figura de
Hugo Chávez a nivel internacional. Pero más grave aún, el
debilitamiento de su autoridad ante sus “incondicionales”
receptores de su chequera que ya no le pueden otorgar el
mismo trato que le prodigaban cuando legitimaba su talante
intervencionista, oponiéndose a George W. Busch, negociando
con Nicolás Sarkozy, u ofreciendo bases militares a Rusia.
De allí que como en todo
verdadero acto, habrá un antes y un después de Honduras en
lo relativo al hipotético “Socialismo del siglo XXI”.
Antes de Honduras, el
vicepresidente del Paraguay, un gobierno aliado de Chávez,
Federico Franco, no se hubiese atrevido a ironizar y a
preguntar si “¿Chávez está autorizado para dar cátedras de
periodismo?, si siempre está cerrando diarios”, refiriéndose
a la postura del venezolano en relación a los medios de
prensa y al cierre de las radios y a la exigencia
manifestada por parte de los delegado venezolanos en las
reuniones técnicas previas a la Cumbre de Unasur, de incluir
un párrafo en la declaración final del evento sobre la
“responsabilidad ética" de los medios de comunicación. Y el
vicepresidente paraguayo remató diciendo que todavía tenían
fresca en la memoria la situación de censura que se vivió en
el Paraguay durante la dictadura de Strossner, como para
aceptar las medidas que Chávez intentaba promover a los
países que están bajo su cobijo y reciben sus dádivas.
Tampoco el presidente de Estados
Unidos ante la incoherencia de los hermanos Castro, de
Chávez y de Zelaya, de pedirle que interviniera para
derrocar al presidente de facto, Micheletti, se hubiese
permitido calificar de “hipócrita” la postura de los
presidentes del Alba que denuncian el “imperialismo”
americano, y al mismo tiempo le piden que intervenga cuando
a ellos les resulta provechoso, como lo hizo Barack Obama
durante la Cumbre de Líderes de América del Norte celebrada
en la ciudad de Guadalajara, el 10 de agosto 2009.
Y quién hubiese imaginado al
líder del llamado “Socialismo del Siglo XXI, Hugo Chávez,
ver salir con las manos vacías de la cumbre de Unasur
realizada en Quito al no lograr imponer al resto de los
participantes, la firma de un acuerdo condenando a Colombia
por haber acordado con Estados Unidos una cooperación
militar que permitirá la presencia de personal militar
estadounidense en siete bases militares colombianas.
En Quito sólo se escucharon los
gritos patéticos de Raúl Castro advirtiéndole a Rafael
Correa que “los cañones de Estados Unidos estaban sobre él”.
Ya se venían notando reacciones
que denotaban que el momento era propicio para denunciar y
poner en su lugar al teniente coronel: Estados Unidos acusa
a Venezuela de haberse convertido en un centro de
distribución de la cocaína. Por otro lado el presidente de
Colombia sacó a la luz pública los archivos encontrados en
el computador del “Mono Jojoy” que comprometen de manera
decisiva a Rafael Correa, uno de los más fieles aliados de
Hugo Chávez. Por último, el hallazgo de varios lanza cohetes
vendidos por Suecia a Venezuela en un campamento de las
FARC, constituyen una demostración irrefutable de la
complicidad del gobierno de Venezuela con las FARC.
En la Argentina, la reciente
derrota electoral de los Kirchner, debilita el apoyo de uno
de los más próximos aliados del gobierno de Venezuela.
Al propio presidente Lula, que
no suele escatimar elogios al presidente venezolano, se ha
hecho más parco y le ha dejado el terreno a su consejero
para asuntos internacionales, Marco Aurelio García, cuyo
papel en el gobierno de Lula, es cubrir el frente de
izquierda producto del Foro de Sao Paolo, mientras Lula
negocia y colabora con Washington.
El cierre de varias decenas de
radioemisoras cancela el aura de simpatía que todavía
conservaba el teniente-coronel venezolano entre ciertos
sectores de la izquierda europea, imposibilitados de
justificar semejante medida.
Honduras, es la línea divisoria
que marca el comienzo del declive de la geopolítica
petrolera.
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |