La actualidad política
latinoamericana se ha centrado en el caso de Honduras.
Es cierto que la comunidad de
gobiernos y las instituciones internacionales se han tomado
muy a pecho el derrocamiento del presidente Mel Zelaya, en
particular el Secretario General de la OEA que en este caso
reveló sin pudor su parcialidad al apoyar el escenario
propuesto por Hugo Chávez como solución de la crisis
planteada por el país centroamericano. En lugar de exigir la
vuelta al poder del presidente destituido, lo que procedía,
ante todo, era escuchar y llevar a debate, las razones
esgrimidas por las instituciones de Honduras que las
llevaron a tomar esa decisión extrema. Zelaya fue
considerado por las instituciones de su país culpable de
promover un golpe institucional instigado por Hugo Chávez
que le permitirá a éste, sumar la región centroamericana a
su proyecto de geopolítica petrolera al servicio de un
utópico Socialismo del Siglo XXI. Vale la pena recordar que
cuando Evo Morales derrocó a dos presidente en Bolivia, - el
mismo caso se dio también en el Ecuador - ninguna instancia
internacional se sintió concernida ni ningún gobierno
latinoamericano se sintió aludido como para que emitieran,
por lo menos, un comunicado de protesta. Ni Fidel Castro ni
Hugo Chávez pidieron la intervención del “imperio” para
reponer en el poder a los presidentes derrocados por
“movimientos sociales” como Fernando de la Rúa en la
Argentina, en 2001, Gonzalo Sánchez de Lozada derrocado por
un movimiento instigado por Evo Morales en 2003 y luego, el
mismo Evo Morales obró para derrocar también a Carlos Mesa,
en 2005, el vicepresidente a quien le tocó asumir la
presidencia tras la salida de Sánchez de Lozada. Tampoco
actuó la OEA ante el fraude electoral perpetrado por Daniel
Ortega en Nicaragua, ni ante el derrocamiento de Lucio
Gutiérrez en el Ecuador, en 2005.
La desproporcionada
sobredimensión, fruto del inmenso profesionalismo de Fidel
Castro en materia de manipulación mediática planetaria, le
otorgó a un hecho acaecido en un país menor, el impacto de
un eco planetario y de alta política, pese al carácter
circense que le dio la escenografía diseñada por Hugo
Chávez.
Sin embargo un hecho de merecido
impacto pasó desapercibido de la opinión pública, que, dada
la influencia cada vez más creciente de Cuba en el
continente, debería tomarse en cuenta.
Se trata de la decisión de
posponer de manea indefinida el tan esperado Sexto Congreso
del Partido Comunista de Cuba. A todas luces, la
desaparición de Fidel Castro debía llevar a un plano central
el papel del PCC pues es evidente que nadie puede ocupar la
figura omnipresente y carismática de Fidel Castro. El PC
dejaría de ocupar un papel simbólico y de control de la
población, para convertirse en el eje del poder
institucional que asumiría las riendas de un poder más
colectivo; modelo que se adapta más a la psicología de Raúl
Castro.
En ese mismo orden de ideas,
también pasó desapercibido el hecho de que Fidel Castro al
abandonar en favor de su hermano todos los cargos que hasta
entonces había detentado, se reservó el del Primer
Secretario del PCC.
Cuado Raúl Castro asume el poder
por la gracia de su hermano mayor, en 2007, anuncia que para
el mes de junio 2009, se celebrará el Sexto Congreso del
PCC. Se debe acotar que el desde hace diez años el PCC no ha
celebrado congreso alguno, lo que demuestra lo formal o
simbólico de su poder.
El anuncio de posponer el Sexto
Congreso demuestra las tensiones y profundos desacuerdos
entre los hermanos Castro y la nomenclatura cubana.
Todo parece indicar que el
escenario que parecía perfilarse a raíz de una sucesión de
liderazgo, estaba supeditado a la desaparición de Fidel
Castro. La celebración del Sexto Congreso, tras el cambio de
liderazgo y la voluntad de Raúl Castro de otorgarle un
verdadero papel al partido en la conducción del país,
obligaba a efectuar una remodelación de la dirección del
partido, lo que significaba nombrar a un nuevo Primer
Secretario, cargo que según la tradición castrista, debía
recaer en Raúl Castro, lo que significaría, despojar a Fidel
Castro del último cargo de poder legitimo que aún ostenta.
¿Quién sería capaz de semejante “magnicidio”? Al mismo
tiempo si no se le despoja a Fidel Castro de ese último
mandato, a los ojos de la inmensa mayoría de la población y
de la misma nomenclatura, significa que nada ha cambiado,
que simplemente, no habrá cambios, que el régimen conserva
el inmovilismo que lo ha caracterizado.
Ante una población que comienza
a dar signos de hartazgo, un gesto de inmovilismo de esa
naturaleza, puede acarrear reacciones insospechadas. En aras
a evitar desbordamientos, y para callar las tensiones y los
profundos desacuerdos que se perciben entre los hermanos
Castro y el grueso de la nomenclatura, se prefirió posponer
el congreso del partido, hecho que es absolutamente
indispensable si realmente se desean operar los cambios que
está pidiendo a gritos la población cubana, que conduzcan a
una verdadera transición de régimen; lo que no significa,
por supuesto, un cambio en la naturaleza de ese mismo
régimen.
Mientras tanto, Fidel Castro,
lejos de desaparecer, ha demostrado que su salud ha mejorado
notablemente, al punto de seguir llevando las riendas de la
política exterior, en particular, aquellas operaciones que
constituyen su coto personal, destinadas a imponer en el
continente su modelo de gobierno y de sistema político
mediante el seguimiento y el monitoreo de la evolución del
régimen venezolano y de sus satélites.
El liderazgo de Raúl Castro
parecía comenzar de buen pie. Anunció reformas urgentes y
hasta se permitió emitir críticas a ciertas directivas del
sistema, cuando accedió a los cargos hasta entonces,
ocupados por su hermano mayor. Pero, a medida que la salud
de Fidel Castro ha ido mejorando, el liderazgo de Raúl se ha
ido revelando débil, inconsistente lo que aminora su
posibilidad de ser reconocido como líder legitimo, como lo
señala Brian Latell, uno de los grandes expertos en Cuba y
en castrismo.
En efecto, Latell constata que
en los dos precedentes discursos de Raúl Castro el 26 de
julio, se había podido percibir a un Raúl Castro pleno de
brío y de confianza en si mismo. En cambio en el discurso
del 26 de julio 2009, aparecía como un hombre fatigado. En
2007 anunció cambios estructurales y conceptuales. En 2008
puso el acento en ocuparse de formar a la juventud y estar a
la escucha de la misma; incluso le pidió encarecidamente
debatir acerca de los problemas de Cuba. En el 2009, se
dirigió a la juventud para instarla a sumarse a tareas
agrícolas, a sumarse al proyecto de plantar conucos
alrededor de las ciudades. ¿Producir alrededor de las
ciudades cuando cientos, miles de hectáreas están en el
campo adentro sin cultivar?, es la pregunta que se hacen
perplejos los campesinos cubanos.
La figura de los conucos
alrededor de la ciudad, como los gallineros verticales de
Hugo Chávez, son el reflejo de lo más retrógrado del
castrismo: un ruralismo obsoleto y conservador. No en balde
en su última “reflexión” Fidel Castro despotrica contra la
tecnificación del trabajo, lo que nos recuerda las polémicas
que se suscitaron en el seno de la sacarocracia cubana,
cuando los más propensos a la modernización buscaban en
Inglaterra máquinas para efectuar el corte de caña y así
terminar con la mano de obra esclava, mientras que otros
abogaban por continuar el sistema de esclavitud.
No en balde la manera cómo ha
orientado económicamente el uso de los profesionales
cubanos, alquilándolos como fuerza de trabajo, forma parte
de esa tradición de mano de obra esclava.
La pervivencia de un régimen tan
profundamente conservador cuya influencia en América Latina
se impone cada vez más, no es un buen presagio.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |