Pensaba que el silencio era la
actitud más adecuada ante la avalancha de opiniones que el
cincuenta aniversario de la toma del poder en Cuba por Fidel
Castro iba a suscitar. Sin embargo, el hecho de que se siga
percibiendo la historia cubana desde la versión de la
reescritura de la historia acuñada por el castrismo, incita
a actualizar algunos hechos que la versión oficial se ha
esmerado en borrar de la historia.
Por cierto que esa fidelidad a
la versión oficial hace que esa visión que se tiene del
proceso que vive Cuba desde 1959 constituya en sí misma una
fuente de historiografía de suma interés pues demuestra cuán
eficiente ha sido el aparato propagandístico al punto de
forjar un imaginario que se ha impuesto incluso entre
historiadores y analistas de mucha valía, que persisten en
apoyar sus análisis en la versión oficial forjada por La
Habana; de allí que todo análisis relativo al caso cubano
esté impregnado de subjetividad y de la nostalgia por la
emoción que despertaron las imágenes de los barbudos
llegando a La Habana que conmovieron profundamente a la
juventud de la época. Lo que se ha dado en llamar revolución
cubana, es el caso más espectacular del papel determinante
de la imagen y de la televisión en la política. El castrismo
ha dictado la pauta de la política como representación
telegénica.
Se sigue admitiendo como un
hecho veraz, el triunfo militar de unos cuantos guerrilleros
sobre un ejército profesional de más de treinta mil
efectivos. Existe suficiente documentación que demuestra que
no existió triunfo militar por parte de la guerrilla, sino
que el ejército regular cubano, desmoralizado, tras el
embargo de armas decretado por Estados Unidos contra
Batista, se entregó a los rebeldes.
Los cubanos, de todas las clases
sociales, anhelaban el retorno de la democracia de allí que
la burguesía cubana, los dueños de los centrales azucareros,
entre otros, apoyaran y financiaran a los insurgentes que
luchaban en las montañas. El anhelo, compartido por la
inmensa mayoría de los cubanos, era la restitución de la
Constitución de 1940, la más avanzada del continente en
aquella época que introdujo el concepto de justicia social,
por cierto aprobada por una Asamblea Constituyente en la que
participaron los partidarios de Batista aliados con los
comunistas quien desde el año 1933, tras la caída del
dictador Machado, siendo entonces apenas un sargento,
participó en la Revolución de los sargentos y desde entonces
se convirtió en el eje de la política cubana, poniendo y
deponiendo gobiernos, hasta lograr hacerse con la
Presidencia de la República mediante elecciones en 1940.
Durante su gobierno dos dirigentes comunistas fueron
nombrados ministros. Por primera vez en América Latina,
dirigentes comunistas participan en un gabinete ministerial
de un gobierno constitucional; lo que demuestra el poder de
influencia representaban los comunistas en el escenario
cubano de entonces.
Si bien durante el gobierno de
Grau en 1934 se dictó la primera legislación en defensa de
la clase trabajadora de Cuba; Batista, mulato, de origen
humilde, - por lo que la burguesía cubana siempre le negó
legitimidad- profundizó mediante decretos con fuerza de ley,
las leyes sociales inspiradas en las más avanzadas de la
época en el mundo. (Jornada máxima de siete horas para los
menores y de ocho para los mayores; vacaciones retribuidas,
igualdad de retribución para hombres y mujeres; fijación de
salario mínimo; sistema de jubilación; legisló las
condiciones laborales para las mujeres embarazadas, descanso
de doce semanas, repartidas entre antes y después del parto
etc.) Cuando Batista accede a la presidencia, ya se había
firmado el tratado (1934) que ponía término al Tratado
Permanente del 22 de mayo de 1903 que contenía la famosa
Enmienda Platt que le confería a Estados Unidos la tutoría
política de Cuba.
Cuando algunos afirman que la
lucha contra Batista estaba también dirigida contra el
capitalismo de Estados Unidos, incurren en una versión
imaginaria. No existe un solo texto de antes de 1959 de
ninguna de las organizaciones políticas que integraban el
heterogéneo grupo de oposición a Batista, que mencionara
semejante opción. Lo que todos los gobiernos cubanos, sin
excepción, hacían era presionar a Washington para lograr y
ampliar las ventajas estipuladas en el Tratado de
Reciprocidad Comercial y los Aranceles de Aduana suscritos
con Estados Unidos. Incluso Batista en su último gobierno
tomó medidas de política económica que disgustaron a
Washington, por lo que decidieron quitarse de encima a un
presidente desacreditado por la represión ante la opinión
pública americana, y apoyar a Fidel Castro (como lo narra en
sus memorias, The Fourth Floor, el embajador de Estados
Unidos en La Habana hasta 1959, Earl T. Smith.)
Existen muchas similitudes entre
la manera de ampararse del poder de Batista y de Fidel
Castro, entre otras, ambos se apoyaron en el Partido
comunista cubano, en su manejo del aparato sindical y en el
contar con cuadros bien formados políticamente.
Fue precisamente esa alianza
entre Castro y el Partido Socialista Popular (PSP, nombre
que adoptaron los comunistas para disimular su pertenencia
ideológica debido a una corriente que existía en su contra
que los consideraba traidores de la revolución de 1933) lo
que desencadenó una fuerte oposición armada en el seno mismo
de los rebeldes y que no termino hasta el año 1966 cuando se
fusiló al último alzado.
Pero lo que todavía no se
considera como un hecho político de trascendencia en la
historia de la represión y del exilio cubanos, ha sido la
represión a la que fue sometido el PSP por el castrismo una
vez que éste le había abierto las puertas del Kremlin,
entregado el movimiento sindical, y dado las claves para
organizar el aparato estatal, base del régimen totalitario
que rige hasta hoy los destinos de Cuba.
Tras haber obtenido, un hecho
único en la historia, la decisión del PSP de autodisolverse
en 1961, en 1962 Fidel Castro desencadena el “Proceso al
sectarismo” que condujo al exilio en Moscú a Aníbal Escalante, que detentaba un alto cargo de dirección en el
nuevo partido que acababa de constituirse ORI
(Organizaciones Revolucionarias Integradas). En 1964, el
sonado proceso de Marcos Rodríguez, un ex militante de la
juventud del PSP, acusado de delatar a la policía de Batista
a tres activistas, trata de involucrar, acusándolos de haber
protegido al presunto culpable, a dos importantes líderes
del PSP que todavía detentaban cargos importantes: Joaquín
Ordoqui, vice ministro de la defensa y su esposa, Edith
García Buchaca, responsable del consejo de Cultura. Ordoqui
y Buchaca lograron salir indemnes del proceso, pero pocos
meses después, Ordoqui fue acusado de haber mantenido
contactos con la CIA durante su exilio en México; no fue
juzgado, pero murió cumpliendo arresto domiciliario. Es muy
posible que dada la jerarquía de Ordoqui, Moscú haya
intercedido para evitar su condena y posible ejecución.
En 1967, a su regreso de su
exilio ruso, Aníbal Escalante se encuentra en Cuba con un
pequeño grupo de ex miembros del PSP que discutían acerca
del mando unipersonal de Fidel Castro, de la imposibilidad
de discutir a ningún nivel las opiniones contrarias a las
medidas del gobierno, la manera cómo se desarrollaba la
economía cubana, la anomalía en la imposición de las leyes
de la Reforma Agraria, el desconocimiento de la ley del
valor, el abuso del trabajo voluntario, el voluntarismo, la
improvisación, la destrucción de la infraestructura
económica, la exportación de la revolución a otras naciones
y la sacralización de la lucha armada. Por supuesto que
cayeron en manos de la policía política, fueron apresados,
sometidos a toda clase de interrogatorios y vejámenes.
Treinta y nueve personas fueron juzgadas, varios se
suicidaron. Aníbal Escalante fue condenado a 15 años de prisión;
murió extrañamente a raíz de una pequeña operación, que
normalmente, no debía haber tenido consecuencias.
Uno de los procesados en la
causa de la llamada “Microfracción”, Ricardo Boffil,
condenado a 12 años de prisión, fundó en la cárcel la
primera organización de derechos humanos de oposición a la
dictadura castrista. Hoy vive exiliado en Miami.
Estos antiguos comunistas,
pertenecientes a una cultura política de educación marxista
dirigida por Moscú, habían conocido la influencia de la
desestalinización, hecho que les hacía percibir con una
mirada particular la orientación del gobierno castrista, y
vieran con preocupación el culto de la personalidad.
La persecución a los comunistas
primigenios cubanos, es una demostración de que lo que hizo
del castrismo una dictadura, no fue su ideología socialista
o marxista, sino la visión totalitaria de Fidel Castro que
instrumentalizó el comunismo para su proyecto totalitario.
El comunismo, y los instrumentos con que lo proveyó Moscú,
calzaban de maravilla con su proyecto de poder vitalicio.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |