Cuando se difundió la fotografía de Fidel Castro con el
sombrero que suele llevar el visitante que aquel 6 de marzo
2009 se encontraba a su lado (Manuel Zelaya, el depuesto
presidente de Honduras) y había acudido a rendirle
pleitesía, como ya lo han venido haciendo en los últimos
meses la mayoría de los mandatarios latino-americanos, me
intrigó porque el cubano, al contrario de su colega
venezolano, adopta más bien la postura monárquica y se cuida
de prodigar gestos de populismo condescendiente. De allí que
ese gesto me intrigara y me preguntara lo que se traía entre
manos puesto que Fidel Castro no se deja llevar por la
espontaneidad: en materia de comunicación de imagen todo lo
tiene muy bien controlado.
Las noticias provenientes de Honduras desde mediados de la
semana pasada me fueron dando la respuesta de la
fotografía con sombrero hondureño.
El presidente hondureño, hombre de derechas, oligarca,
populista y anti comunista, había sido seducido por el
dictador cubano y había aceptado entrar a formar parte de la
“banda de los cuatro”: Venezuela, Nicaragua, Bolivia,
Ecuador. Para ser admitido plenamente al fascio de
los cuatro debía seguir los pasos que Caracas dio. En
vísperas de las elecciones presidenciales, decide convocar
un referéndum para someter a “consulta al pueblo” la
posibilidad de hacerse reelegir presidente de la República,
violentando la Constitución, para aplicar el mismo modelo de
instrumentalización de las dinámicas de la democracia y así
imponer una dictadura constitucional, vigente hoy en
Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador. Es un modelo que
obedece al proyecto geoestratégico del castrismo, que no ha
cesado en su empeño desde 1959, y que hoy Hugo Chávez ha
tomado como bandera. Adaptando a los tiempos, la mecánica
castrista de asalto al poder, el dictador cubano continúa
sirviéndose hoy de la guerra de guerrillas, pero en lugar de
armas, usa la manipulación del sufragio.
La escena del sombrero me recordó momentos en que
discutiendo con Fidel Castro acerca del dilema que se le
podía presentar al revolucionario en ciertas circunstancias
que obligaban a dar concesiones no siempre en acorde con la
“moral revolucionaria”, él siempre traía como ejemplo el
vagón sellado de Lenin. En plena Primera Guerra mundial,
para Lenin, quien se encontraba en Suiza, la manera de
entrar a Rusia sano y salvo acompañado de su equipo más
cercano, era negociando con el enemigo de Rusia: con las
autoridades alemanas, entonces en guerra contra Rusia. El
gobierno del Reich alemán negoció con Lenin la travesía por
su territorio con el objeto de que Lenin le diera el empuje
final a la Revolución que ya estaba en marcha y debilitara
así el poder contra el cual Alemania estaba en guerra. Pero
para Lenin, la guerra imperialista debía devenir una guerra
civil, en revolución armada.
El
Estado Mayor alemán era sin la menor duda, el mayor enemigo
de la Revolución, pero tenía plena conciencia de la utilidad
que podía sacar de su apoyo al triunfo de la misma para
eliminar a Rusia del conflicto bélico. Así, acompañado por
treinta y un revolucionarios, a través de una Europa en
guerra el bolchevique Vladimir I. Lenin, se prepara a
iniciar la Revolución en su país. Lenin abandona su exilio
suizo y el 9 de abril de 1917 parte en el célebre “vagón
sellado”, que atraviesa velozmente y sin paradas, y con toda
garantía, el territorio enemigo alemán, para llegar a
Estocolmo y de allí llegar por fin a San Petersburgo, donde
esperaba a Lenin una entusiasta multitud.
El asalto al poder por los bolcheviques está en marcha y una
de sus primeras decisiones será la firma de la paz con
Alemania. El 7 de noviembre, Lenin declara “todo el poder a
los soviets”, y mediante un bien orquestado golpe de Estado,
los bolcheviques se amparan del poder. Las consecuencias de
esa historia todavía la estamos viviendo.
Un país de una zona estratégica como Centroamérica que se
sume al eje de la “banda de los cuatro” bien vale ponerse un
sombrero, aunque proceda de un nada confiable burgués,
anticomunista y oligarca. Ya habría tiempo de deshacerse de
él. Salvo que en este caso se adelantaron los poderes
públicos hondureños, el propio partido del presidente,
secundados por las Fuerzas Armadas.
Según el antiguo modelo, los golpes de Estado en América
latina intervenían, so pretexto de solventar una crisis
política, o de defensa de las fronteras, pero terminaban
desnaturalizando las instituciones republicanas, violando
los derechos humanos y debilitando la democracia o
anulándola.
La iniciativa que acaban de realizar las Fuerzas Armadas
hondureñas es un gesto inédito en la historia del
continente. Por mandato del los poderes públicos intervienen
y deponen al presidente en nombre de la salvaguarda de las
instituciones, y por respeto a ellas, - puesto que aquel que
debía ser su garante, el presidente de la República, las
estaba violentando -, y le entregan el poder a los civiles.
Los analistas deberán reflexionar sobre los acontecimientos
de Honduras con una lente más fina que aplicarle el simple
análisis de la defensa del “presidente democráticamente
electo”. No se puede, no se debe ignorar que existe un
contexto geopolítico creado por una voluntad de resquebrajar
las instituciones para imponer un modelo totalitario de
gobierno que se legitima en lo que se ha convertido ya en
una ficción, en una figura esperpéntica: en elecciones
repetidas, trucadas, manipuladas, a las que se les ha
vaciado de su verdadero sentido que so pretexto de haberlas
ganado, esos mandatarios se dedican sistemáticamente a
violar las Constituciones nacionales, a intervenir
sistemáticamente en otros países, y a mantener un clima
insurreccional fuera de sus fronteras.
Las instituciones internacionales como la OEA o Las ONU
deberían someter a una reflexión, esa anomalía
institucional, pues en el fondo, en lugar de defender la
democracia en América Latina, están ayudando a hundirla y a
fomentar la figura monstruosa de dictaduras institucionales.
Los recientes acontecimientos de Honduras, deberían dar
lugar a una análisis sereno del contexto en que se dieron.
No se les puede mirar con el mismo prisma con que se
observaban los golpes de Estado del pasado. Es cierto, se
inscriben dentro de la tradición golpista latinoamericana,
pero con características muy particulares.
Los análisis precipitados y las ingenuidades en política,
suelen pagarse caros en el tiempo largo de la historia.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |