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Cuando un imperio se derrumba
por Elizabeth Burgos
domingo, 4 octubre 2009


Por el mismo alcance de su poderío, el desmoronamiento de un imperio suscita  ondas expansivas que alcanzan el resto de los países sometidos a su influencia.

El reacomodo del desajuste causado, requiere un largo lapso tiempo antes de que un nuevo equilibrio se restablezca.  Mientras tanto, la crisis es la impronta que se impone; y tras la crisis, surgen situaciones inéditas y es esa precisamente, la mayor característica de las crisis.

En menos de veinte años hemos vivido la caída de la URSS y el debilitamiento manifiesto de la hegemonía de Estados Unidos. Y aunque parezca inverosímil: lo segundo, es consecuencia de lo primero.

A finales del siglo XX se derrumba el imperio soviético y con ello, se pone término al enfrentamiento entre las dos visiones que se disputaban el poder del mundo. El “banco de la cólera” de los desposeídos, de los descontentos, de los resentidos, como lo denominó el filosofo alemán, Peter Sloterdijk, cuyo monopolio lo detentaban las corrientes afines al marxismo, pasó a ocuparlo el integrismo islamista, modificándose de forma tajante el escenario geopolítico.

Estados Unidos aparecía como la potencia ganadora en la contienda que lo había opuesto a la URSS, el imperio rival. Pero el islamismo integrista no le dejaría mucho tiempo de resuello.  El atentado del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas y la decisión de George W. Bush de invadir a Irak como si se tratara de un rito vengador, y de derrocar a la dictadura laica de Saddam Hussein, convierte a ese país, de triunfador sobre el comunismo, en víctima de la onda expansiva de la derrota del mismo.

La invasión de Irak y el derrocamiento de Saddhan Hussein por el ejército estadounidense, suscitó dos consecuencias principales de honda importancia.

La caída de una dictadura laica, le facilita el camino al poder dictatorial teocrático de los mollahs para poner en marcha el plan que les permitirá convertirse en el poder hegemónico de la región, de allí, el empeño de poseer el arma nuclear.

La invasión de Irak, exacerbando el antiamericanismo tradicional del que se ha alimentado la extrema izquierda y la extrema derecha y la intelectualidad durante decenios, convierte a Estados Unidos en culpable de todos los males que sufre el planeta. A lo cual se suma la crisis financiera cuyo epicentro es, precisamente, Estados Unidos, marcando un declive severo de su poderío.

Las repercusiones de la crisis estadounidense, golpean de manera decisiva su zona de influencia más cercana y tradicional; América Latina sufre de lleno las consecuencias del debilitamiento americano, al desentenderse de ella y centrar todo su interés en su aventura militar en el Oriente Medio. El vacío dejado por Washington lo ocupa presto Fidel Castro, quien ha visto desfilar más de una docena de presidentes estadounidenses, y es uno de los grandes conocedores del contexto político de su eterno rival. El cubano, aprovecha magistralmente la ocasión para activar las corrientes que le son afines, ejerciendo su influencia, ya no desde minoritarias guerrillas, sino desde el Estado venezolano, que gracias a su economía petrolera, asesorado por los expertos cubanos, logra poner en pie estructuras como la ALBA que se dedicará sistemáticamente a subvertir las instituciones.  No habría nada de reprochable, pues las reglas del juego en el mundo del poder y entre Estados, no son otras que las de ganar espacios de influencia. El problema surge cuando, en un movimiento de retroceso inaudito, en lugar de aprovechar de manera racional el debilitamiento de las grandes potencias para que América Latina ocupe al fin el lugar que le corresponde en el ajedrez geopolítico, el cubano y el venezolano, desencadenan un proceso mesiánico-milenarista, con visos tragicómicos, ajeno a los procesos  científico-económicos que rigen hoy el verdadero poder y miden el grado real de desarrollo.

Vista con cierta distancia, la visión que se percibe de América Latina es la de un escenario en donde se desarrolla una mala comedia. Un presidente pronunciando discursos incoherentes en los máximos foros políticos del mundo que compra armas por el mundo como si fuera de “compras al supermercado”; presidencias ejercidas por parejas unidas por el vínculo del matrimonio, convertidas en sociedad de malhechores; sacerdotes que han ejercido más el abuso y el acoso sexual que su magisterio; antiguo comandante guerrillero ejerciendo el poder y el fraude electoral junto a su esposa, madre de la niña sobre la cual el comandante presidente ejerció durante años el derecho a pernada; un sindicalista, presidente del sindicato de cocaleros, hoy, al mismo tiempo presidente de la República de un país en donde, desde su acceso a la primera magistratura se ha exacerbado la producción de la cocaína en porcentajes jamás vistos, legitimando su poder en la fractura étnica del país; y un presidente, Lula Da Silva, considerado como el más ponderado de la banda, que involucra su país en una crisis política, como la de Honduras, causada por la voluntad mesiánica del castrismo gracias a la influencia de los petrodólares venezolanos. Hipotecar el respeto que el Brasil había alcanzado en el mundo, precisamente por desmarcarse de la impronta circense de su colega venezolanos, pese al inmenso provecho para la economía brasileña que al mismo tiempo le saca a su relación con el colega venezolano, prestándose al espectáculo lamentable que se vive en la Embajada del Brasil en Tegucigalpa, es, sencillamente, lamentable.

Se hubiese esperado del presidente brasileño, – no de la OEA, hoy manejada por personajes cuyo destino futuro institucional depende de la voluntad del teniente coronel venezolano – que, precisamente ante la falta de independencia de la OEA, realizara un análisis sereno de la situación y de las circunstancias que llevaron a la destitución de Zelaya. La postura equilibrada no puede consistir en limitarse a condenar solamente al gobierno de Micheletti, al que se hay muchos gestos que reprocharle, como lo hace Lula desde la tribuna de la ONU, si no se contempla el origen de la crisis y el propósito abiertamente anticonstitucional del depuesto presidente de hacerse reelegir, hecho que lo ponía abiertamente fuera de la ley según el artículo 239 de la Constitución, que aquellos que apoyan a Zelaya, no toman en cuenta. Fue ante este estado de hechos violatorios de la Constitución, que se puso en marcha el artículo 3, mediante la acción del Ejército en lugar de emplearse el procedimiento constitucional que el poder judicial hondureño tenía en sus manos y someter a proceso a Zelaya. En ello radica el enorme error del gobierno actual, pero ignoramos los elementos que condujeron a tomar semejante medida. Es posible que se tratara de una decisión que evitara consecuencias trágicas, lo que no es de descartar dado el grado de violencia y de fractura institucional que Zelaya estaba suscitando en el país. Visto desde afuera, parecería que privó la impaciencia, ese mal latinoamericano, de querer quitarse el problema rápidamente de encima, que condujo incurrieran en ese error. (Por cierto, fue la expulsión de Zelaya el hecho que  internacionalizó la crisis, supongo que Micheletti y su equipo hoy se lo reprochan.)

Unos, mayoritariamente las instancias institucionales, al apoyar incondicionalmente a  Zelaya , abogando por su retorno incondicional al poder,  están apoyando, de hecho, el golpe de Estado que desde el poder éste estaba fraguando. Quienes apoyan sin reproches a Micheletti, ignoran voluntariamente la intervención del Ejército y la expulsión de Zelaya. Son posturas que conducen a solución alguna, sino a exacerbar los ánimos, y a que se llegue al desenlace violento, para felicidad del eje Caracas/La Habana.

De lo que se trata hoy en Honduras, no es de reponer a un presidente, que fue depuesto por razones legales según la Constitución hondureña, sino de preservar la democracia. Es evidente que Zelaya no garantiza la continuidad democrática del país. Micheletti ha propuesto la celebración de elecciones para el mes de noviembre. Es evidente que se trata de una medida que va en pro de la preservación democrática y debería ser a partir de ese presupuesto que se debiera negociar. Y no a partir del golpe de Estado perpetrado desde el eje Caracas / La Habana, con la complicidad del gobierno del Brasil. La democracia no se preserva a partir de imposiciones golpistas, como ha sido la entrada de Zelaya a Honduras. Viendo los hechos desde una perspectiva racional; el gobierno del Brasil, en su afán de oponerse a lo que considera un golpe de Estado, ha perpetrado un contra golpe de Estado contra el gobierno de Micheletti, que según la constitución hondureña, es constitucional.

Pese a la participación del teniente-coronel venezolano en la operación retorno, el hecho de que Zelaya haya encontrado refugio en la embajada del Brasil reciba el apoyo incondicional del Brasil para su retorno al poder, hace del gobierno de Lula el único responsable de la crisis actual hondureña, que antes del contragolpe brasileño, comenzaba a encauzarse hacia una solución institucional negociada.

Se compara la presión de ese pequeño país centroamericano a la que enfrentó Cuba en los años sesenta. Nada más falso que esa afirmación: Cuba tenía entonces todo el respaldo de la URSS, incluso hasta la dotó de armas nucleares, gracias a lo cual, debido a la crisis que sobrevino por ese motivo, Kruschev obtuvo de Kennedy el compromiso de que Estados Unidos no tocaría militarmente a Cuba; compromiso que hasta hoy Washington ha respetado.

En el caso de Honduras, Lula perdió la oportunidad de aumentar su prestigio y de confirmar el poder del Brasil demostrando la serenidad que le falta a la OEA identificada con el golpismo cuando viene del eje La Habana/Caracas, tomando el lugar de ésta, para solventar la crisis hondureña de manera racional. Cayó en la trampa del castro/chavismo, esa suerte de fascismo telegénico mafioso, que contamina el hacer político del continente.

Pero no es sólo del tema de Honduras de donde surgen cuestionamientos hacia la conducta de Lula. También de Bolivia surgen voces que se refieren a la “chavización” de Lula. El analista boliviano, Manfredo Kempf Suárez, alude al hecho de que la próxima retirada de Planalto del Presidente, lo está llevando a darle “un toque más populista a su administración” por intereses internos que tienen que ver con la permanencia de su partido en el poder. “Exitoso en diplomacia, ahora quiere ser exitoso en una diplomacia con olor a multitudes”, y, opina el analista boliviano, “no ha tenido peor idea que “Chavizar” su posición exterior. Da como ejemplo, la visita del presidente Lula a Bolivia, cuyo gesto de aceptar reunirse con Evo Morales en el Chapare, la capital de la coca y de la cocaína, y llenar de elogios a su anfitrión, el analista califica de “inoportuna” y prosigue el analista preguntando “si Lula se da cuenta de su error de ir al Chapare cuando la cocaína está causando estragos y muerte en el Brasil”.

La respuesta es que Lula va a Bolivia a prestarle apoyo a Evo Morales en su campaña electoral y como Presidente del sindicato de cocaleros, para Evo Morales, su capital, es el Chapare. De allí surge su liderazgo político, allí se formó en el arte de la maniobra. Una de las claves de Bolivia es que cuando hay mucha producción de coca, hay auge económico. Nunca se había producido tanta coca en el país como hoy. A tal punto, que últimamente, ha habido enfrentamientos entre campesinos y productores de coca.

El colofón de la actitud bizarra de Lula fue su respuesta al preguntársele lo que él pensaba  sobre la postura negacionista del Holocausto de Ahmadinejad; respondió que, “si él piensa diferente ese es su problema no el mío”. Es decir, lejos de ser la respuesta de un jefe de Estado, es del peor gusto de adulación para congraciarse con los socios del iraní en América Latina, en particular su vecino Chávez. Las exportaciones a Venezuela y la franja bituminosa del Orinoco, valen bien un dejo de populismo.

Por cierto, cabría preguntarse cuál sería su respuesta hoy cuando Estados Unidos, Francia, Inglaterra, habiendo logrado el apoyo de Rusia y de la China, están presionando fuertemente a Irán en relación a su programa nuclear, tras haber declarado por boca de Obama, que los servicios de inteligencia de los tres primeros, confirmaban la apertura de un nuevo sitio de producción nuclear.

¿Cómo queda Venezuela en este nuevo escenario cuando, el ministro de Industrias Básicas y Minería (Mibam), Rodolfo Sanz, declaró en el marco de la cumbre África-Sudamérica que se llevó a cabo la semana pasada en la isla de Margarita, que  los planes del primer mandatario de estudiar las reservas de uranio al sureste y oeste del país, y las labores de exploración para el hallazgo de las reservas contaron con la decisiva colaboración iraní. "Irán nos ha ayudado en los vuelos aerogeofísicos, en los análisis geoquímicos, tenemos reservas de uranio que las estamos detectando con Irán".

No habrá una salida militar, pues aunque Estados Unidos puede perfectamente hacerlo de dañar las instalaciones nucleares iraníes, no creo se aventure a semejante aventura, sobre todo, teniendo en cuenta, que no logrará sino herir el sentimiento nacional iraní, y quitarle toda legitimidad a la oposición, cada vez menos temerosa.

En el escenario del uranio, Venezuela es, indudablemente, el punto débil de la configuración de Irán y su programa nuclear.

¿Qué sucederá?

 *

 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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