Por el mismo alcance de su poderío, el
desmoronamiento de un imperio suscita ondas expansivas que
alcanzan el resto de los países sometidos a su influencia.
El reacomodo del desajuste causado, requiere
un largo lapso tiempo antes de que un nuevo equilibrio se
restablezca. Mientras tanto, la crisis es la impronta que
se impone; y tras la crisis, surgen situaciones inéditas y
es esa precisamente, la mayor característica de las crisis.
En menos de veinte años hemos vivido la caída
de la URSS y el debilitamiento manifiesto de la hegemonía de
Estados Unidos. Y aunque parezca inverosímil: lo segundo, es
consecuencia de lo primero.
A finales del siglo XX se derrumba el imperio
soviético y con ello, se pone término al enfrentamiento
entre las dos visiones que se disputaban el poder del mundo.
El “banco de la cólera” de los desposeídos, de los
descontentos, de los resentidos, como lo denominó el
filosofo alemán, Peter Sloterdijk, cuyo monopolio lo
detentaban las corrientes afines al marxismo, pasó a
ocuparlo el integrismo islamista, modificándose de forma
tajante el escenario geopolítico.
Estados Unidos aparecía como la potencia
ganadora en la contienda que lo había opuesto a la URSS, el
imperio rival. Pero el islamismo integrista no le dejaría
mucho tiempo de resuello. El atentado del 11 de septiembre
contra las Torres Gemelas y la decisión de George W. Bush de
invadir a Irak como si se tratara de un rito vengador, y de
derrocar a la dictadura laica de Saddam Hussein, convierte a
ese país, de triunfador sobre el comunismo, en víctima de la
onda expansiva de la derrota del mismo.
La invasión de Irak y el derrocamiento de
Saddhan Hussein por el ejército estadounidense, suscitó dos
consecuencias principales de honda importancia.
La caída de una dictadura laica, le facilita
el camino al poder dictatorial teocrático de los mollahs
para poner en marcha el plan que les permitirá convertirse
en el poder hegemónico de la región, de allí, el empeño de
poseer el arma nuclear.
La invasión de Irak, exacerbando el
antiamericanismo tradicional del que se ha alimentado la
extrema izquierda y la extrema derecha y la intelectualidad
durante decenios, convierte a Estados Unidos en culpable de
todos los males que sufre el planeta. A lo cual se suma la
crisis financiera cuyo epicentro es, precisamente, Estados
Unidos, marcando un declive severo de su poderío.
Las repercusiones de la crisis
estadounidense, golpean de manera decisiva su zona de
influencia más cercana y tradicional; América Latina sufre
de lleno las consecuencias del debilitamiento americano, al
desentenderse de ella y centrar todo su interés en su
aventura militar en el Oriente Medio. El vacío dejado por
Washington lo ocupa presto Fidel Castro, quien ha visto
desfilar más de una docena de presidentes estadounidenses, y
es uno de los grandes conocedores del contexto político de
su eterno rival. El cubano, aprovecha magistralmente la
ocasión para activar las corrientes que le son afines,
ejerciendo su influencia, ya no desde minoritarias
guerrillas, sino desde el Estado venezolano, que gracias a
su economía petrolera, asesorado por los expertos cubanos,
logra poner en pie estructuras como la ALBA que se dedicará
sistemáticamente a subvertir las instituciones. No habría
nada de reprochable, pues las reglas del juego en el mundo
del poder y entre Estados, no son otras que las de ganar
espacios de influencia. El problema surge cuando, en un
movimiento de retroceso inaudito, en lugar de aprovechar de
manera racional el debilitamiento de las grandes potencias
para que América Latina ocupe al fin el lugar que le
corresponde en el ajedrez geopolítico, el cubano y el
venezolano, desencadenan un proceso mesiánico-milenarista,
con visos tragicómicos, ajeno a los procesos
científico-económicos que rigen hoy el verdadero poder y
miden el grado real de desarrollo.
Vista con cierta distancia, la visión que se
percibe de América Latina es la de un escenario en donde se
desarrolla una mala comedia. Un presidente pronunciando
discursos incoherentes en los máximos foros políticos del
mundo que compra armas por el mundo como si fuera de
“compras al supermercado”; presidencias ejercidas por
parejas unidas por el vínculo del matrimonio, convertidas en
sociedad de malhechores; sacerdotes que han ejercido más el
abuso y el acoso sexual que su magisterio; antiguo
comandante guerrillero ejerciendo el poder y el fraude
electoral junto a su esposa, madre de la niña sobre la cual
el comandante presidente ejerció durante años el derecho a
pernada; un sindicalista, presidente del sindicato de
cocaleros, hoy, al mismo tiempo presidente de la República
de un país en donde, desde su acceso a la primera
magistratura se ha exacerbado la producción de la cocaína en
porcentajes jamás vistos, legitimando su poder en la
fractura étnica del país; y un presidente, Lula Da Silva,
considerado como el más ponderado de la banda, que involucra
su país en una crisis política, como la de Honduras, causada
por la voluntad mesiánica del castrismo gracias a la
influencia de los petrodólares venezolanos. Hipotecar el
respeto que el Brasil había alcanzado en el mundo,
precisamente por desmarcarse de la impronta circense de su
colega venezolanos, pese al inmenso provecho para la
economía brasileña que al mismo tiempo le saca a su relación
con el colega venezolano, prestándose al espectáculo
lamentable que se vive en la Embajada del Brasil en
Tegucigalpa, es, sencillamente, lamentable.
Se hubiese esperado del presidente brasileño,
– no de la OEA, hoy manejada por personajes cuyo destino
futuro institucional depende de la voluntad del teniente
coronel venezolano – que, precisamente ante la falta de
independencia de la OEA, realizara un análisis sereno de la
situación y de las circunstancias que llevaron a la
destitución de Zelaya. La postura equilibrada no puede
consistir en limitarse a condenar solamente al gobierno de
Micheletti, al que se hay muchos gestos que reprocharle,
como lo hace Lula desde la tribuna de la ONU, si no se
contempla el origen de la crisis y el propósito abiertamente
anticonstitucional del depuesto presidente de hacerse
reelegir, hecho que lo ponía abiertamente fuera de la ley
según el artículo 239 de la Constitución, que aquellos que
apoyan a Zelaya, no toman en cuenta. Fue ante este estado de
hechos violatorios de la Constitución, que se puso en marcha
el artículo 3, mediante la acción del Ejército en lugar de
emplearse el procedimiento constitucional que el poder
judicial hondureño tenía en sus manos y someter a proceso a
Zelaya. En ello radica el enorme error del gobierno actual,
pero ignoramos los elementos que condujeron a tomar
semejante medida. Es posible que se tratara de una decisión
que evitara consecuencias trágicas, lo que no es de
descartar dado el grado de violencia y de fractura
institucional que Zelaya estaba suscitando en el país. Visto
desde afuera, parecería que privó la impaciencia, ese mal
latinoamericano, de querer quitarse el problema rápidamente
de encima, que condujo incurrieran en ese error. (Por
cierto, fue la expulsión de Zelaya el hecho que
internacionalizó la crisis, supongo que Micheletti y su
equipo hoy se lo reprochan.)
Unos, mayoritariamente las instancias
institucionales, al apoyar incondicionalmente a Zelaya ,
abogando por su retorno incondicional al poder, están
apoyando, de hecho, el golpe de Estado que desde el poder
éste estaba fraguando. Quienes apoyan sin reproches a
Micheletti, ignoran voluntariamente la intervención del
Ejército y la expulsión de Zelaya. Son posturas que conducen
a solución alguna, sino a exacerbar los ánimos, y a que se
llegue al desenlace violento, para felicidad del eje
Caracas/La Habana.
De lo que se trata hoy en Honduras, no es de
reponer a un presidente, que fue depuesto por razones
legales según la Constitución hondureña, sino de preservar
la democracia. Es evidente que Zelaya no garantiza la
continuidad democrática del país. Micheletti ha propuesto la
celebración de elecciones para el mes de noviembre. Es
evidente que se trata de una medida que va en pro de la
preservación democrática y debería ser a partir de ese
presupuesto que se debiera negociar. Y no a partir del golpe
de Estado perpetrado desde el eje Caracas / La Habana, con
la complicidad del gobierno del Brasil. La democracia no se
preserva a partir de imposiciones golpistas, como ha sido la
entrada de Zelaya a Honduras. Viendo los hechos desde una
perspectiva racional; el gobierno del Brasil, en su afán de
oponerse a lo que considera un golpe de Estado, ha
perpetrado un contra golpe de Estado contra el gobierno de
Micheletti, que según la constitución hondureña, es
constitucional.
Pese a la participación del teniente-coronel
venezolano en la operación retorno, el hecho de que Zelaya
haya encontrado refugio en la embajada del Brasil reciba el
apoyo incondicional del Brasil para su retorno al poder,
hace del gobierno de Lula el único responsable de la crisis
actual hondureña, que antes del contragolpe brasileño,
comenzaba a encauzarse hacia una solución institucional
negociada.
Se compara la presión de ese pequeño país
centroamericano a la que enfrentó Cuba en los años sesenta.
Nada más falso que esa afirmación: Cuba tenía entonces todo
el respaldo de la URSS, incluso hasta la dotó de armas
nucleares, gracias a lo cual, debido a la crisis que
sobrevino por ese motivo, Kruschev obtuvo de Kennedy el
compromiso de que Estados Unidos no tocaría militarmente a
Cuba; compromiso que hasta hoy Washington ha respetado.
En el caso de Honduras, Lula perdió la
oportunidad de aumentar su prestigio y de confirmar el poder
del Brasil demostrando la serenidad que le falta a la OEA
identificada con el golpismo cuando viene del eje La
Habana/Caracas, tomando el lugar de ésta, para solventar la
crisis hondureña de manera racional. Cayó en la trampa del
castro/chavismo, esa suerte de fascismo telegénico mafioso,
que contamina el hacer político del continente.
Pero no es sólo del tema de Honduras de donde
surgen cuestionamientos hacia la conducta de Lula. También
de Bolivia surgen voces que se refieren a la “chavización”
de Lula. El analista boliviano, Manfredo Kempf Suárez, alude
al hecho de que la próxima retirada de Planalto del
Presidente, lo está llevando a darle “un toque más populista
a su administración” por intereses internos que tienen que
ver con la permanencia de su partido en el poder. “Exitoso
en diplomacia, ahora quiere ser exitoso en una diplomacia
con olor a multitudes”, y, opina el analista boliviano, “no
ha tenido peor idea que “Chavizar” su posición exterior. Da
como ejemplo, la visita del presidente Lula a Bolivia, cuyo
gesto de aceptar reunirse con Evo Morales en el Chapare, la
capital de la coca y de la cocaína, y llenar de elogios a su
anfitrión, el analista califica de “inoportuna” y prosigue
el analista preguntando “si Lula se da cuenta de su error de
ir al Chapare cuando la cocaína está causando estragos y
muerte en el Brasil”.
La respuesta es que Lula va a Bolivia a
prestarle apoyo a Evo Morales en su campaña electoral y como
Presidente del sindicato de cocaleros, para Evo Morales, su
capital, es el Chapare. De allí surge su liderazgo político,
allí se formó en el arte de la maniobra. Una de las claves
de Bolivia es que cuando hay mucha producción de coca, hay
auge económico. Nunca se había producido tanta coca en el
país como hoy. A tal punto, que últimamente, ha habido
enfrentamientos entre campesinos y productores de coca.
El colofón de la actitud bizarra de Lula fue
su respuesta al preguntársele lo que él pensaba sobre la
postura negacionista del Holocausto de Ahmadinejad;
respondió que, “si él piensa diferente ese es su problema no
el mío”. Es decir, lejos de ser la respuesta de un jefe de
Estado, es del peor gusto de adulación para congraciarse con
los socios del iraní en América Latina, en particular su
vecino Chávez. Las exportaciones a Venezuela y la franja
bituminosa del Orinoco, valen bien un dejo de populismo.
Por cierto, cabría preguntarse cuál sería su
respuesta hoy cuando Estados Unidos, Francia, Inglaterra,
habiendo logrado el apoyo de Rusia y de la China, están
presionando fuertemente a Irán en relación a su programa
nuclear, tras haber declarado por boca de Obama, que los
servicios de inteligencia de los tres primeros, confirmaban
la apertura de un nuevo sitio de producción nuclear.
¿Cómo queda Venezuela en este nuevo escenario
cuando, el ministro de Industrias Básicas y Minería (Mibam),
Rodolfo Sanz, declaró en el marco de la cumbre
África-Sudamérica que se llevó a cabo la semana pasada en la
isla de Margarita, que los planes del primer mandatario de
estudiar las reservas de uranio al sureste y oeste del país,
y las labores de exploración para el hallazgo de las
reservas contaron con la decisiva colaboración iraní. "Irán
nos ha ayudado en los vuelos aerogeofísicos, en los análisis
geoquímicos, tenemos reservas de uranio que las estamos
detectando con Irán".
No habrá una salida militar, pues aunque
Estados Unidos puede perfectamente hacerlo de dañar las
instalaciones nucleares iraníes, no creo se aventure a
semejante aventura, sobre todo, teniendo en cuenta, que no
logrará sino herir el sentimiento nacional iraní, y quitarle
toda legitimidad a la oposición, cada vez menos temerosa.
En el escenario del uranio, Venezuela es,
indudablemente, el punto débil de la configuración de Irán y
su programa nuclear.
¿Qué sucederá?
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |