La
Historia no solo debe empeñase en la búsqueda de las
explicaciones de los hechos del pasado; también debe lidiar
con la de su propia historia; con las versiones que se
forjan de la historia según las épocas: un mismo hecho
contado o interpretado de forma diferente. Estas versiones
están determinadas por los sentimientos, por los afectos,
por las tendencia del ser humano de buscar refugio en el
imaginario, a forjar ficciones que tranquilicen; como si esa
fuera una condición para hacer menos agobiante el peso de la
memoria. También está la reescritura consciente de la
historia con el objeto de servirse de ella como instrumento
de manipulación, mecanismo en el que hoy estamos sumergidos,
en particular en América Latina. En la post moderna
Venezuela, la historia se expresa en forma de parodia, de
una puesta en escena que traslada el hecho histórico de su
condición de dato-ausente, a un dato presente
en pasado, mecanismo demostrado por Sartre en
L’Imaginaire (1940), que resulta en « la seducción
alucinatoria del imaginario »; acto mágico que permite creer
en la apropiación de la historia anulando la ausencia y la
distancia. Es decir una modalidad patológica; lo que es el
bolivarianismo que se practica hoy en Venezuela.
Francia
también están hoy dedicada a la tarea de revisar la versión
de su historia; fase que vive bajo el modo de la
culpabilidad: culpabilidad por su pasado como imperio
colonial. Sin embargo, en el plano nacional, existe un
capitulo de su historia que no termina de ser admitido como
un hecho que forma parte de su pasado: el régimen de Vichy
encabezado por el Mariscal Petain, que se distinguió durante
la primera guerra mundial como héroe de la batalla de Verdum.
Capitulo no solo objetable por lo que implica como hecho
vergonzoso por haber sido un gobierno colaborador del
régimen del país invasor, sino por la colaboración que le
prestó al régimen nazi, en la deportación de la población
judía afincada en Francia. Tal parece que ha llegado el
momento de asumir ese capitulo tan molesto, apoyándose en un
subterfugio ; el de hacer resurgir la historia de la
colaboración de François Mitterrand con el régimen de Vichy ;
hecho eminentemente demostrativo de los avatares que sufre
la historia según los momentos y las circunstancias.
En el
panorama francés, la clausura de ese « pasado que no termina
de pasar », pero finalmente, según Víctor Hugo, el pasado
termina siempre por alcanzarnos, parecería que la figura de
Mitterrand, socialista, que ejerció el poder durante catorce
años, -y precisamente, por su calidad de socialista -, va a
brindar la posibilidad de despojar de su calidad de tabú
inconfesable el capitulo de Vichy. No es que se ignorara ese
capitulo de la vida de François Mitterrand, como lo
pretenden muchos socialistas que expresan sorpresa al
haberse enterado del hecho; todo aquel que estuviera
medianamente informado acerca de la vida política francesa
no ignoraba esa circunstancia de la vida de Mitterrand. Tal
vez, por la misma razón de que esa historia remitía a un
capitulo molesto, no se hacías hincapié en el; ni siquiera
sus enemigos políticos que hubieran podido utilizado como
argumento en su contra. Y no porque hubiesen faltado
oportunidades para hacerlo: hombre público, Ministro desde
los 26 años, involucrado en situaciones complejas, las
circunstancias se prestaban.
Fue el
propio François Mitterrand quien decidió narrar al
historiador Pierre Pean en 1994, su propia versión de los
hechos, estando ya muy golpeado por la enfermedad,
sintiéndose cercano de su fin. El resultado fue el libro
Una juventud francesa, François Mitterrand 1934-1947 que
se convirtió entonces en un best seller y que hoy le ha
servido de inspiración a Serge Moatti para la realización
del film.
Hoy la
preeminencia de la imagen, exige una nueva « puesta en
intriga », que según la definición de Paul Ricoeur,
constituye un componente de la operación historiográfica. El
realizador Serge Moatti se ha encargado de darle luz a esta
nueva modalidad de “puesta en intriga” para hacerle entrega
hoy a la opinión publica, - aquella poco aficionada a la
lectura, que se forma e informa a través de la TV - mediante
un film del genero documental/ ficción, anunciado con
amplios medios de propaganda, la historia de esa
colaboración. Este instrumento de ficción apoyada por
documentos de época, aligerando y desdramatizando la versión
de los hechos, despoja del sentimiento de culpa y le quita
el estigma de tabú, - culpa que se le había atribuido a
cierto sector de la derecha, considerado traidor, y
relegándolo al rincón de los trastos inservibles.
Mostrando a un hermoso joven (se debe recalcar la excelente
actuación y el físico del actor Mathieu Bisson) que había
logrado escaparse de un campo de prisioneros de guerra en
Alemania (casi dos millones de franceses fueron hechos
prisioneros; tras la invasión alemana, en menos de diez días
la republica francesa se desmorona, el Mariscal Petain, el
héroe de Verdun, de la primera guerra mundial, aparece como
el padre que va a salvar a la patria. De hecho lo que se
instaura es una dictadura y con el regreso al gobierno de
Pierre Laval, el hombre de Hitler, la llamada « Revolución
nacional » se despoja de su careta y Francia no es más que
un juguete del régimen nazi), obsesionado por la suerte de
sus compañeros de cautiverio a los que quería, por encima de
todo ayudar, Mitterrand integra la administración de Vichy,
ejerciendo un oscuro cargo de documentalista ; sin embargo,
gracias la calidad de su pluma, comienza a perfilar sus
dotes de liderazgo. También comienza a darse cuenta de que
el Mariscal Petain no será quien ponga a Francia de nuevo
sobre sus pies, su decepción, como la de muchos franceses,
lo conduce a pasar a la resistencia.
El
documental/ficción de Moatti, logra su cometido :
contextualizar aquel periodo de la vida de un joven de 24
años, hijo de un burgués de provincia, productor de vinagre,
católico, conservador, que de cierta forma, representa a una
amplia franja de la población francesa.
Un hecho
queda claro. Se ha juzgado ese capitulo de la historia de
François Mitterrand teniendo en mente al responsable
político, al dirigente socialista, al presidente de la
Republica. Gracias a la conjunción de la ficción, y a la
actuación impecable del actor que actúa de joven Mitterrand,
se restituye lo que se acercaría a una verdad histórica,
pues restituye la complejidad de un personaje de apenas 24
años, en medio de una situación de debacle, que se busca a
si mismo, y que indudablemente, estaba animado por una
vocación de trascendencia. Aquel joven de entonces, no es el
mismo hombre maduro que después accede a altas funciones de
Estado. Aquí la ficción actúa como fuente documental de
archivo y en ello radica una novedad.
El propio
general de Gaulle, le dijo a Mitterrand cuando se
entrevistaron por primera en Argel (1943) que « su simpatía
por Vichy la pone en la cuenta de un error de juventud ».
Quedan por supuesto todavía muchas incógnitas, y el relato
de este documental ficción, está lejos de haber agotado el
tema, pero constituye un buen comienzo.
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |