La aceleración de las
transformaciones de los modelos de comportamiento político
que experimenta hoy el mundo globalizado, cuyo paradigma lo
demostró la elección a la presidencia de EE UU de Barack
Obama, afectó a la sociedad francesa, que pese al
conservadurismo de sus elites, también está sacudida por la
mismo deseo de cambio y de actualización.
La crisis severa que enfrenta el
Partido Socialista es una demostración de ello. Crisis que
se ha venido gestando desde la desaparición de François
Mitterrand de cuya orfandad los socialistas franceses no han
logrado sobreponerse, que se agudizó tras la celebración de
primarias que le dieron el triunfo a Ségolène Royal en 2007,
cuando fue elegida en la primera vuelta por mayoría absoluta
por los militantes de base, para ser la candidata de los
socialistas en la última elección presidencial. Esta
elección en primaria de Royal significó la derrota de sus
contrincantes: dos de los mayores pesos pesados del partido:
Laurent Fabius y Dominique Strauss-Kahn. No es inútil
recordar la reacción de dos de los más connotados
“presidenciables” ante la osadía de la Royal de proponer su
candidatura para las primarias: “Esto no es un concurso de
belleza”, - aludiendo al físico atractivo de la candidata -,
declaró uno de ellos; “¿quién va a ocuparse de los niños?”,
- aludiendo a los cuatro hijos de la misma – agregó el otro.
La derrota de Ségolène Royal
ante Nicolás Sarkozy en la elección presidencial de 2007,
hizo que los “elefantes” – como se califica a los dirigentes
tradicionales del aparato del PS – cantaran victoria y
desplegaran una campaña denominada TSS (“Todo salvo Ségolène).
Allí no se trataba solamente del rechazo de las propuestas
de modernización del partido que proponía la ex candidata,
sino de descartar a la mujer que los había derrotado y que
se apoyaba, no en la jerarquía, sino en las bases y
pregonaba una transformación del partido, una apertura hacia
fuera, incluso, una alianza con el partido centrista de
François Bayrou, única forma para el PS de librarse de su
alianza obligada con el moribundo PC y con la extrema
izquierda, cada vez que se presenta una elección. Es cierto
que se trata de una decisión que obliga a los socialistas a
abandonar ciertos credos y dogmas estrictos sobre los cuales
se apoya desde tiempos inmemoriales.
Mientras tanto, Nicolás Sarkozy
supo remodelar la derecha, imponerle a su partido UMP una
apertura a la izquierda integrando a su gabinete connotados
socialistas, y, de paso nombró a Strauss-Kahn a la dirección
del FMI. Además tomó una iniciativa de hondo contenido
político y simbólico, que nunca osaron los socialistas:
nombrar a tres ministros mujeres provenientes de las
minorías: dos de origen magrebí y una de origen africano.
Estas medidas tomadas por Sarkozy, por supuesto, han
acentuado la crisis en el seno del socialismo francés, pues
sirven de revelador de su desfase en relación a la sociedad.
Con este panorama, se esperaba
que el PS resolviera la crisis que lo aqueja durante el
congreso que se celebró del 14 al 16 de este mes en Reims,
del cual debía surgir una nueva dirección tras el acuerdo
entre las diferentes mociones presentadas por las diferentes
corrientes.
Ante la opinión pública, debido
a la visibilidad que le da su ventaja de ser alcalde de
París, cargo que utiliza sabiamente como trampolín para
propulsarse candidato a la presidencia de la República,
Bertrand Delanoë aparecía como el favorito; además, se
presentaba enarbolando el respaldo del Primer Secretario de
salida, François Hollande, cargo que supuestamente debía
ocupar, y del ex primer ministro Lionel Jospin, que goza de
mucha ascendencia en el seno del partido: se suponía que la
base militante acataría la decisión de estos dos pesos
pesados de la jerarquía. Parecía que todo iba a
desarrollarse como lo habían previsto los “elefantes” del
aparato.
Sin embargo otra vez, la base
votó mayoritariamente por la moción presentada por Ségolène
Royal, sin embargo, sin obtener la mayoría absoluta.
Normalmente, la corriente menos votada y más cercana a la
que obtuvo la mayoría, debía sumarse a la más votada y
constituir una alianza de la cual debía surgir un proyecto,
una línea política y sobre todo, un líder. Bertrand Delanoë,
el gran perdedor, desistió de ser candidato y declaró
primero que no daría consignas de voto a favor de nadie,
pero el día siguiente decidió apoyar a la tercera moción más
votada, la de Martine Aubry, alcaldesa de la ciudad de
Lille. El TSS (Todo menos Ségolène) se puso de nuevo en
marcha lo que le hizo declarar a Ségolène royal que el
“partido había perdido el sentido del código del honor”. La
tercera moción, el más joven de los tres, Benoît Hamon, que
adopta una posición más hacia la izquierda radical, no se ha
manifestado aún, pero es dudoso que apoye la candidatura de
Ségolène Royal. Aunque en política y en democracia es
difícil predecir las alianzas, Ségolène Royal a menos que
logre movilizar mayoritariamente las bases a su favor,
aritméticamente aparece como perdedora.
Cualquiera sean las alianzas que
se tejan de aquí al jueves 20 (escribo este artículo el
lunes 17) ese día sucederá un hecho histórico, en el sentido
real de la palabra: no se trata de un conformismo de
lenguaje. Por primera vez en la historia de Francia se
enfrentaran dos mujeres por hacerse del poder de un partido
político. Por primera vez en Francia, una mujer dirigirá el
principal partido de la oposición. (El Partido Comunista
Francés lo dirige en la actualidad, pero fue nombrada por el
aparato, seguramente por lo insignificante, ningún hombre
quiso hacerse cargo.)
En un país en donde el machismo,
- esa manera de afirmación personal propia de personalidades
inseguras -, no es una práctica común que caracterice las
relaciones hombre/mujer, se practica más bien la misoginia,
- una forma de racismo anti-femenino - que además, en su
versión francesa le exige a la mujer, a cambio de su
reconocimiento por la clase masculina, aplique esa misma
practica hacia las otras mujeres. El cuadro político que ha
surgido tras el fracaso del último congreso del Partido
Socialista, - ausencia de consenso para determinar un
proyecto político, la designación de un líder y a la
orientación de una línea política-, ilustra esta
configuración. El TSS (todo salvo Ségolène) ha favorecido a
Martine Aubry, pues goza, además del apoyo de Bertrand
Delanoë, de Lionel Jospin, de Jacques Lang, de Laurent
Fabius y seguramente de otros “elefantes”.
Si Martine Aubry hubiese tomado
la iniciativa de apoyar a Ségolène Royal, lo que hubiese
sido perfectamente lógico al haber obtenido Royal la la
mayoría, el PS habría demostrado que es cierto y que no es
mera postura la suya cuando dice expresar el cambio,
situarse a la vanguardia de las costumbres, rechazar el
conformismo social.
Martine Aubry finalmente resultó
ganadora ante Ségolène Royal, con apenas 42 votos de
ventaja. Ante la severa crisis de liderazgo que enfrenta el
partido, esa débil ventaja, no le confiere a Martine Aubry
la legitimidad que exigen las circunstancias actuales, ni
tampoco la liberad de acción que necesitaría el líder del PS
para poner en marcha las reformas que lo adaptarían al mundo
contemporáneo.
Las turbulencias en el seno del
Partido socialista no hacen más que comenzar. Circunstancia
que tampoco hubiese evitado la reelección de Royal, pero es
muy posible que la puesta en marcha de nuevas modalidades de
funcionamiento, más cercanas de la sensibilidad de los
jóvenes militantes, base de sustento de la línea que ella
defiende, imprimiéndole una nueva dinámica al PS, dándole
espacio al surgimiento de nuevos liderazgos, hecho que se
hubiese materializado a la larga, por el desplazamiento de
los “elefantes”. Éstos, conscientes del peligro, han
preferido evitar el suicidio, pero tal vez, precipitando así
el del partido
Ha actuado como un aparato divorciado de la forma de vivir y
de los deseos de la gente, precisamente las críticas que
expresa Ségolène Royal. Un partido volcado hacia el interior
de sí mismo y no hacia el exterior.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |